HACÍA meses que Draco no se tomaba unas vacaciones; por eso, se repetía a sí mismo que ese era el motivo por el que estaba tan relajado. Había elegido un par de rincones escondidos con los que estaba familiarizado y Allegra y él se habían bañado en tranquilas calas y habían tomado el sol en playas impolutas.
Pero, si era honesto, sabía que se debía a que Allegra era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Quizá en toda su vida. Se levantaba por las mañanas con auténticas ganas de vivir; no solo porque el acto sexual con ella mejoraba día a día, sino también por el compañerismo y la amistad que estaban desarrollando. Le gustaba hablar con ella, tanto de política como de negocios; Allegra era inteligente, tenía sentido común y a él le gustaba escucharla. Cocinaban juntos, leían, paseaban y nadaban.
Y hacían el amor.
Draco ya no lo definía como sexo. Con Allegra, era algo más. Más cerebral y… ¿emocional?
No quería pensar en eso. No era amor, sino unión física. Ocurría sobre todo cuando el acto sexual resultaba ser particularmente satisfactorio. La deseaba. Se inquietaba si ella no estaba cerca.
Era una cuestión hormonal, nada más.
Cuando Allegra subió a cubierta la mañana del último día de sus vacaciones, echó los brazos alrededor de la cintura de Draco y le sonrió antes de mirar la salida del sol reflejada en la superficie del mar.
–Qué precioso es esto.
–Sí, es verdad –respondió Draco dándole un beso en la cabeza.
Los últimos días habían sido los más tranquilos y maravillosos de su vida. No recordaba haberse encontrado mejor nunca. Se sentía llena de energía, dormía bien, se despertaba completamente despejada y dispuesta a todo lo que el día pudiera depararle.
Sin embargo, ahora empezaba a temer la vuelta al mundo real. El mundo del trabajo y del trato difícil con las personas que solía producirle insomnio y le revolvía el estómago.
–¿En serio tenemos que emprender el camino de regreso hoy? ¿No podríamos quedarnos aquí para siempre?
–Eso es un sueño –respondió él poniéndole las manos en las caderas–. Sería estupendo, pero las obligaciones son las obligaciones. Ya he recibido cinco llamadas de algunos de mis empleados respecto a asuntos urgentes. No debería haber encendido el teléfono móvil hasta no haber regresado.
Allegra jugueteó con el cuello de la camisa polo de Draco. Ahora, ese gesto íntimo le resultaba totalmente natural. Su cuerpo temblaba de placer y sentía cosquilleos en la piel cada vez que él la miraba así, como si en silencio le dijera: «quiero hacerte el amor, quiero hacerte gritar de placer».
Pero, aunque la intimidad sexual era maravillosa, la comunicación entre ambos había dejado bastante que desear durante las últimas veinticuatro horas sobre todo. Tenía la sensación de que Draco se estaba distanciando de ella; no sexualmente, sino emocionalmente. Respecto a su relación, había muchas cosas que aún no habían discutido. ¿Dónde iban a vivir? ¿Esperaba Draco que ella se fuera a vivir con él? Hacía un año, Draco había comprado una casa en Hampstead, Londres. Ella, por su parte, estaba orgullosa de su pequeña casa en Bloomsbury; no le entraba en la cabeza dejarla, era el símbolo de su independencia. El primer lugar que había considerado su hogar.
–No hemos hablado de dónde vamos a vivir cuando volvamos a Londres –dijo Allegra mirándolo a los ojos–. ¿Vas a venir a mi casa o vas a quedarte en tu casa cuando vengas a Londres?
–La mayoría de los matrimonios viven juntos; no obstante, no es mi intención pedirte que dejes tu casa.
Allegra no supo cómo interpretar la respuesta de él. ¿Había querido decir que vivirían en casas separadas? ¿Mantendría Draco su casa en Londres con el fin de estar solo cuando le apeteciera?
–¿Tienes pensado mantener tu casa también?
–No sería un buen negocio venderla en estos momentos –contestó Draco–, me he gastado una fortuna en la reforma hace poco. Pero esa no es una decisión que tenga que tomar ya. Lo pensaré dentro de un año más o menos.
¿Cómo podía estar segura de que el verdadero motivo de mantener la casa era solo de tipo financiero? ¿No se debería más a tener un refugio en caso de que las cosas no fueran bien entre ellos? Los últimos días la habían hecho pensar que Draco estaba encariñándose con ella; lo pensaba por la forma como él le hablaba, por el modo de escucharla, por cómo reía con ella… y por cómo le hacía el amor.
Sí, ahora le hacía el amor, ya no era un acto sexual.
Y ella se había enamorado de Draco.
Albergaba la absurda esperanza de que Draco, antes o después, se enamorara también de ella. Pero… ¿cuánto estaba dispuesta a esperar? ¿Y si no se enamoraba nunca de ella? ¿Y si Draco era incapaz de hacerlo?
–Entonces… ¿dónde vamos a ir cuando regresemos a Londres? –preguntó Allegra–. ¿Vamos a ir a tu casa o a la mía?
Draco le acarició la espalda.
–El mismo día que volvamos a Londres tengo que tomar un vuelo a Glasgow. Tengo una reunión de negocios allí, hace unos minutos me han enviado un correo electrónico para decírmelo. Voy a pasar en Glasgow un par de días, así que será mejor que te vayas a tu casa. Regresaré a Londres a mediados de la semana.
Una desagradable sorpresa para Allegra; sin embargo, disimuló su decepción. No tenía sentido esperar que Draco lo dejara todo por ella; sin embargo, le preocupaba que así fuera a ser el resto de su vida de casados.
–Está bien. De acuerdo –respondió Allegra.
Draco le puso los dedos en la barbilla y la miró fijamente a los ojos.
–Sé que no es el regreso ideal. Ojalá pudieras venir a Escocia conmigo, pero sé lo mucho que te ha costado tomarte una semana de vacaciones. A mí me ha pasado lo mismo. Los dos tenemos trabajos muy exigentes. Pero no te preocupes, lo iremos viendo todo sobre la marcha.
Allegra sonrió.
–Eso te pasa por casarte con una mujer trabajadora, tienes que compartirla con la ambición de ella.
–Tengo la sensación de que no eres tan ambiciosa como pretendes –respondió él acariciándole el lunar con la yema del pulgar.
Con un esfuerzo, Allegra le sostuvo la mirada. ¿Cómo sabía él que ella tenía dudas sobre su carrera profesional? Apenas lo reconocía ella misma. Ni siquiera lo había hablado con Emily.
Allegra se apartó de él y se agarró al barco.
–Ni siquiera puedo cuidar de un perro. No sé cómo algunas mujeres consiguen tener hijos y trabajar al mismo tiempo.
Draco le puso las manos en los hombros y le acarició el cuerpo con el suyo.
–De una manera u otra, la gente lo consigue, glykia mou. Puede que tus circunstancias cambien en un año o dos.
Sí, en un año o dos podría estar divorciada y sola otra vez.
–Bueno, creo que tenemos que subir las velas y ponernos en marcha si queremos llegar a Atenas a tiempo para nuestro vuelo –dijo Draco antes de darle un beso en la boca–. De vuelta a la realidad, ¿eh?
«Qué suerte la mía».
El lunes por la mañana, Emily siguió a Allegra hasta su despacho.
–Bueno, ¿qué tal la luna de miel? ¿Bien? ¿Mal? ¿Sensacional?
Allegra dejó el bolso y la cartera encima del escritorio y miró a su amiga con gesto estirado.
–¿Desde cuándo te doy cuenta de los detalles de mi vida sexual?
Los ojos de Emily brillaron.
–Hacía más de un año que no tenías vida sexual, por eso no me has hablado de ello. ¿Te has acostado con él?
Allegra se quitó la chaqueta y la colgó de un gancho en la puerta.
–¿No es eso lo que hacen las parejas de recién casados en la luna de miel?
Emily se sentó en una esquina del escritorio y balanceó las piernas como una colegiala.
–Dime, ¿qué ha pasado con el matrimonio de conveniencia?
–Ese hombre me hace perder el sentido por completo –respondió ella burlándose de sí misma.
–Bueno, a mí me pasa lo mismo con su mejor amigo, que podría hacer a una monja de noventa años reconsiderar su estado célibe.
Allegra ladeó la cabeza.
–¿No me digas que has…?
Emily se bajó del escritorio y cruzó los brazos.
–No sé qué me ha pasado, te lo juro. Nunca me había acostado con un tipo sin más, solo una noche. Nunca.
Allega, sorprendida, miró a su amiga.
–¿Te has acostado con Loukas Kyprianos?
–Culpable, señoría –respondió Emily haciendo una mueca.
–¿Estás saliendo con él?
Emily se mordió los labios y su rostro ensombreció.
–Ni siquiera me ha pedido el número de teléfono.
–Lo siento, Em.
–Sí, yo también. Tengo muy mala suerte con los hombres. ¿Por qué me gustan siempre los que no están a mi alcance? No, no me lo digas, lo sé. Es porque solo me gusta aquel que me resulta inaccesible. Creo que mi madre tiene razón, debería ir a un psiquiatra.
«A mí tampoco me vendría mal ir al psiquiatra».
–Solo ha pasado una semana –dijo Allegra–, puede que te llame. Es posible que nos pida a Draco o a mí tu teléfono.
–No me hago ilusiones –respondió Emily–. Además, puede que lo haya estropeado todo.
–¿Por qué?
–Hablé demasiado después de la tercera copa de champán. Mi madre diría que, subconscientemente, quería que me rechazara. Ya sabes cómo es mi madre.
–¿Qué le dijiste?
–Le dije a Loukas que quería casarme antes de cumplir los treinta años en marzo, que quería cuatro hijos y un perro de caza irlandés.
–¿Y cuál fue la reacción de él?
Emily alzó los ojos al techo.
–Como si le hubiera hecho una proposición matrimonial, como si le hubiera apuntado con una pistola. Aunque me duela admitirlo, mi madre tiene razón, he estropeado lo que podría haber sido una buena relación.
–Yo no estaría tan segura de eso último –contestó Allegra–. Draco me ha dicho que Loukas es completamente reacio al matrimonio. Sus padres se divorciaron cuando él era pequeño y fue un divorcio muy traumático. Draco parece convencido de que Loukas no se casará nunca.
Emily dejó caer los hombros.
–Qué suerte la mía. Creía que había aprendido la lección después de la desastrosa relación con Daniel –Emily se dejó caer en la silla delante del escritorio–. Perdona, no debería agobiarte con todo esto. Vamos, dime qué tal la luna de miel. ¿Estás enamorada de Draco?
Allegra esquivó la mirada de su amiga y se puso a arreglar la superficie de su mesa de despacho.
–Nuestro matrimonio es diferente.
–¡Ya, diferente! –dijo Emily–. Llevas años enamorada de él.
–Me gustaba, nada más.
–No me vas a engañar –Emily sonrió–. Bien, ha quedado claro que estás enamorada de él. No hace falta más que verte.
Allegra sintió calor en las mejillas.
–Bueno… digamos que a Draco se le da muy bien el sexo. La cuestión es si se va a conformar conmigo. No está enamorado de mí, aunque me tiene cariño.
–Oh…
–Y eso no es lo que a una mujer le gusta oír en su luna de miel.
–No, pero las palabras no son todo –contestó Emily–. Los actos es lo que cuenta.
–Va a seguir manteniendo su casa en Hampstead.
–¿Y? ¿No te vas a ir a vivir con él?
–¿Por qué iba a hacerlo?
–Porque eso es lo que hacen las mujeres casadas, se van a vivir con sus maridos.
–Pero yo no quiero marcharme de mi casa –respondió Allegra–. Es mi casa y no veo por qué iba a dejarla solo porque mi marido prefiere vivir en otro sitio. Estoy harta de que sean siempre las mujeres las que renuncien a todo.
–Llevas demasiado tiempo en este trabajo –dijo Emily–. Para que una relación funcione hay que hacer concesiones. Aunque, por supuesto, yo no debería hablar mucho porque no tengo experiencia. Pero la esperanza es lo último que se pierde.
«Lo mismo digo».