DESPUÉS de ir a los abogados a firmar el acuerdo prematrimonial, Allegra no volvió a ver a Draco hasta el día antes de la boda en su isla privada a la que llegó desde el aeropuerto de Atenas en un helicóptero contratado por él. Entre el trabajo, encontrar un vestido de novia y hacer el equipaje para la luna de miel, la semana había sido una pesadilla. Además, cada vez que pensaba en que iba a pasar unos días en un yate con él, el pulso se le aceleraba. Sabía que Draco no era la clase de hombre que la forzara, lo que le preocupaba era cómo iba a frenar su incontrolable deseo.
Emily tenía razón, ¿cómo demonios iba a poder resistirse a él? Una semana en un yate con Draco iba a poner a prueba su fuerza de voluntad hasta los límites. Cuando estaba con él, perdía el control. El corazón se le desbocaba cada vez que él la miraba.
Ella tenía trabajo en Londres finalizada la luna de miel; pero, al parecer, Draco también tenía allí reuniones de negocios, por lo que viajarían juntos.
Como una pareja normal…
Nada más llegar a la isla, le pareció encontrarse en un paraíso. El mar azul y la arena blanca al lado de la villa eran sorprendentes. La isla formaba parte del archipiélago de las Cicladas, reliquias de la actividad hidrotermal millones de años atrás, de una belleza atemporal.
Pero fue la villa lo que le quitó la respiración. Era blanca, de cuatro pisos, con una piscina infinita sobre la impoluta playa más abajo. Los jardines que rodeaban la casa parecían salidos de un cuento de hadas, con cipreses esparcidos por doquier y un bosque de la misma especie de árboles en las laderas del otro extremo de la isla.
Draco no estaba en la casa para recibirla, por la mañana le había enviado un mensaje para decirle que no podía. ¿No había podido o no había querido hacerlo? Al preguntar al piloto, este le había explicado que Draco estaba en otra parte de la isla encargándose de unos asuntos. Teniendo en cuenta que la boda era al día siguiente, no le parecía una excusa poco razonable. A pesar de que iba a ser una ceremonia sencilla, vio mucha actividad en relación a los preparativos.
Una mujer de unos cincuenta años salió a recibirla.
–Kyria Kallas –dijo el ama de llaves en un inglés muy limitado–, Kyrios Papandreou no tardará mucho en llegar. Está… ¿cómo se dice? ¿demasiado ocupado?
Allegra sonrió al ama de llaves y le dijo que no se preocupara. Se enteró de que se llamaba Iona, que llevaba cinco años trabajando en la casa de Draco y que, en su opinión, era el mejor jefe que había tenido nunca. No dejó de halagarle. Según la mujer, Draco la había rescatado de las calles de Mykonos después de que su marido se divorciara de ella tras treinta años de matrimonio y lo hubiera perdido todo.
Allegra sabía que Draco era generoso con el dinero, pero nunca le había imaginado como la clase de persona que acogía a una vagabunda y le daba trabajo de ama de llaves.
Iona la acompañó al interior de la casa y la condujo a la zona de la villa en la que ella se iba a alojar antes de la boda. Su suite era preciosa, con varias estancias y un cuarto de baño de mármol con grifería de oro. Las tapicerías eran una mezcla de terciopelo, seda y brocado. Aunque no era una experta en arte, algunos de los cuadros de las paredes, unos antiguos y otros modernos, parecían ser muy valiosos. Las vistas eran asombrosas, pensó admirando la belleza y grandeza de la naturaleza.
Uno de los empleados le llevó el equipaje y, después de irse, Iona le preguntó si quería que le planchara el vestido de novia y cualquier otra ropa.
–Sí, muchas gracias.
Allegra se acercó a la ventana con vistas a la playa. Aunque había aire acondicionado dentro de la casa, la idea de un baño en el mar le resultó tentadora. Inmediatamente, antes de que Iona le deshiciera el equipaje, rebuscó entre la ropa y sacó un traje de baño. Desechó la idea de pasearse con un bikini más diminuto que la ropa interior, regalo de Emily en el último momento.
Unas escaleras que pasaban por un lado de la piscina infinita bajaban a la playa. Allegra prefirió bañarse en el mar por discreción, la piscina se veía desde la casa y no le apetecía que los empleados la vieran bañándose.
Sintió la arena caliente en los pies cuando se quitó las sandalias y el sol le dio de pleno en los hombros al sacarse por la cabeza el poncho de algodón. El agua estaba templada y clara, tanto que pudo ver pequeños peces cada vez que daba un paso. Se adentró en el mar un poco más y después se lanzó de cabeza. Sintió un enorme placer, como si la naturaleza la hubiera bautizado.
Nadó, disfrutando la sensación del sol después del mal tiempo estival en Londres.
Podía acostumbrarse a esa clase de vida, una semana o dos en Londres trabajando para después ir allí a descansar y a disfrutar del mar, la arena, el sol… y un muy guapo marido.
Cuando Draco regresó a la casa tras resolver un asunto con un empleado nuevo, se enteró de que Allegra estaba en la playa. La vio desde la terraza moviéndose por el agua como una sirena, sus largos y negros cabellos flotando sobre sus espaldas. El bañador azul marino y blanco se le ceñía al cuerpo, un cuerpo que estaba deseando acariciar.
Solo le había tocado los pechos una vez y por encima de la ropa, lo suficiente para volverle loco de deseo. Allegra había insistido en no consumar el matrimonio, pero cada vez que él la besaba la respuesta parecía indicar lo contrario. Él jamás había forzado a una mujer a hacer algo que ella no quisiera, pero tenía motivos para pensar que Allegra le deseaba. Que le deseaba tanto como él a ella.
Bajó a la playa y, haciendo visera con una mano para protegerse del sol, la vio deslizarse por el agua. Pero, como si hubiera sentido su presencia, Allegra se detuvo, se puso en pie y, con el agua llegándole a la cintura, se echó la melena hacia atrás. Parecía una diosa saliendo del mar, su cremosa piel tan blanca como la arena de la playa.
Draco se quitó los pantalones vaqueros, la camisa, los zapatos y, acercándose a la orilla, se metió en el agua. Podía haberse quitado también los calzoncillos, pero hacer el amor con Allegra a plena vista era algo que quería evitar. Una vez que estuvieran en la intimidad del yate… ¿quién sabía lo que podía pasar?
Se acercó a ella y paseó la mirada por su cuerpo. Los ojos de Allegra se clavaron en los suyos.
–¿Ya has terminado lo que tenías que hacer?
Draco le puso las manos en la cintura. Aunque ella no se apartó, se quedó quieta como una estatua.
–Lo siento, ágape mou. Tenía que solucionar un asunto con un empleado nuevo. Se trata de un chico indigente que vino a trabajar para mí hace unos meses. Le cuesta adaptarse y cumplir las normas que le he impuesto.
Allegra parpadeó y su cuerpo se relajó.
–Ah…
Él le pasó las manos por los brazos. Era como acariciar seda. Deseaba con todo su cuerpo estrecharla contra sí. Se imaginó a sí mismo encima de ella sobre la arena.
–Será mejor que no te vean enfadada conmigo el día de la boda, ¿no te parece?
Allegra lanzó un suspiro, dio un paso hacia él, le puso las manos en el pecho e hizo que le hirviera la sangre en las venas.
–Perdona, estoy un poco abrumada. ¿Está bien tu empleado?
Draco le agarró las caderas, necesitaba tenerla más cerca.
–He encontrado a Yanni en las habitaciones del servicio no sé si ebrio o drogado. Tenía que ver qué pasaba, Yanni era drogadicto.
Allegra se mordió el labio inferior.
–Ha debido ser difícil para ti. ¿Se encuentra mejor ya?
–Sí, pero va a tardar unas horas en recuperarse –respondió él–. Otro empleado le está cuidando y le está dando líquido para mantenerlo hidratado.
–¿Cuántos años tiene?
–Dieciséis, pero con la experiencia de una persona de treinta años. Ha visto cosas que ni tú ni yo podemos imaginar. Llevaba viviendo en la calle desde que tenía diez años.
–¿Cómo lo conociste? –preguntó ella arrugando el ceño.
–Trató de robarme la cartera. Le pillé in fraganti. Forcejeó conmigo y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba colocado. Temblaba, sudaba y estaba fuera de sí, apenas coherente. Le llevé al centro de rehabilitación, pero volvió a la droga tan pronto como salió del centro. No se puede vivir en la calle y drogarse durante seis años y dejarlo sin más.
–¿Le trajiste a vivir en tu isla?
–Sí, aquí es más difícil drogarse –contestó Draco–. Aquí puedo mantenerle apartado de los clubes nocturnos, los bares y los tipos que quieren explotarle y obligarle a hacer el trabajo sucio por ellos a cambio de algo de droga. En el fondo es un buen chico, pero la vida ha sido dura con él.
Allegra pareció pensativa unos momentos.
–¿Tú también viviste en la calle?
A Draco no le gustaba hablar de cuando se había visto solo en el mundo y sin dinero tras la muerte de su padre. Había sido un tiempo que prefería olvidar. De haberse equivocado en sus decisiones, podría haber acabado muy mal. Igual que Yanni. Ayudar a Yanni era justo lo que su primer jefe había hecho por él.
–Sí, unos meses. Fue muy duro. Podría haber acabado muy mal. Pero conseguí salir a flote y honrar la memoria de mi padre.
–¿Cómo llegaste adonde estás?
–Con mucho esfuerzo y decisión –respondió Draco–. Y la suerte me acompañó también. Conseguí trabajo en el muelle y el dueño de una flota de barcos turísticos me tomó cariño. Asistía a clases nocturnas y trabajaba. Después, trabajé con Josef y, cuando él se jubiló, le compré el negocio. Lo amplié y tuve éxito. Supongo que Yanni necesita una persona que haga por él lo que Josef hizo por mí. Me parece que es lo justo.
Allegra le sonrió, le rodeó el cuello con los brazos y pegó el cuerpo al suyo.
–No sabía que hubiera un tipo tan estupendo tras esa máscara de arrogancia.
Draco le devolvió la sonrisa, le puso las manos en las nalgas y clavó los ojos en el escote de ella.
–Si supieras lo que estoy pensando en este momento no creo que dijeras que soy estupendo.
Los ojos de Allegra brillaban con la misma excitación que palpitaba en su cuerpo. Ella hundió los dedos en sus cabellos, abrió los labios y se los humedeció con la punta de la lengua.
–¿Vas a besarme? Creo que a tus empleados les gustaría ver algo así –dijo ella con voz ronca, su cálido aliento acariciándole los labios.
Allegra olía a sol, a sal, a crema de protección solar y a otra cosa que le hizo perder el control sobre sí mismo.
Draco se dio por vencido con un suspiro.
–Si insistes…
Cubrió la boca de alegra con la suya en un beso que mostraba su deseo. Exploró el interior de la boca de ella mientras la sangre le corría como un torrente. Sus lenguas se enzarzaron en un juego sensual. La estrechó contra sí todo lo que pudo. Jamás había deseado a nadie con tanta desesperación. El cuerpo le ardía y la energía sexual le enloquecía.
Subió las manos para cubrir los pechos de Allegra por encima del traje de baño, pero no era suficiente. Quería acariciar la piel desnuda de esos gloriosos globos.
Draco se puso de espaldas a la casa, ocultando a Allegra con su cuerpo. Entonces, le bajó los tirantes del bañador. Los pechos de Allegra no eran pequeños ni grandes, eran perfectos, de piel blanca y aureolas rosadas, y tenía los pezones tan erguidos como su pene. Los sujetó con las manos y ella gimió y le mordisqueó los labios.
Draco le subió los pechos, bajó la cabeza y le acarició el pezón derecho con la lengua, después el izquierdo. Continuó besando esos pechos, lamiéndolos… Ella echó la cabeza hacia atrás, sus largos cabellos como algas sobre la superficie del mar. Allegra le ofreció sus pechos como si estuviera haciendo una ofrenda a un dios. Y él se aprovechó, sin importarle si alguien les veía desde la casa. Continuó besando esos pechos con labios, lengua y dientes hasta hacerla jadear una y otra vez.
Su miembro estaba tan duro que le dolía. Entonces, como si se hubiera percatado de su agonía, Allegra bajó la mano y le sacó el miembro de los calzoncillos. Los dedos de ella le acariciaron y le presionaron bajo el agua.
Draco le bajó a Allegra el bañador y le cubrió el sexo con una mano. Ella se apretó contra él y gimoteó:
–Por favor… Por favor… Por favor…
Draco le acarició el sexo con un dedo y, por último, se lo metió dentro del ardiente y mojado cuerpo. No tardó en sentir los músculos de Allegra contraerse al alcanzar el orgasmo, los sensuales gritos de ella le deleitaron más de lo que había creído posible. Allegra era sumamente receptiva a él. ¿A qué hombre no le gustaba eso? Siempre le había satisfecho dar placer a las mujeres con las que se acostaba, pero dar placer a Allegra significaba algo más para él.
Algo que no podía explicar.
Draco sacó el dedo del cuerpo de ella y la abrazó mientras se recuperaba. Allegra tenía las mejillas sonrojadas cuando le miró con expresión aturdida.
–Ha sido…
–¿Placentero?
–Inesperado –respondió ella mordiéndose los labios.
–¿En qué sentido?
–Yo no suelo… Lo que quiero decir es que con un hombre nunca…
Draco le puso un dedo en la barbilla y la obligó a alzar la cabeza y mirarlo a los ojos. Lo que vio en ellos fue una mezcla de incertidumbre y timidez.
–¿Es la primera vez que haces esto en el agua? –preguntó él.
–La primera vez que tengo un orgasmo con un hombre.
–¿En serio? –Draco frunció el ceño.
–Sí, bueno, puedo tenerlos yo sola, pero cuando estoy con un hombre me siento presionada y… nada.
Draco, perplejo, le acarició la mejilla.
–Escúchame bien, Allegra. Te aseguro que, para mí, lo primero siempre será darte placer. Un buen amante debe mostrarse comprensivo y darle tiempo a su pareja.
Ella, con las mejillas sonrojadas, esbozó una débil sonrisa.
–¿Qué ha pasado con nuestro acuerdo? Todavía no nos hemos casado y mira cómo me estoy comportando.
Draco le acarició los mojados cabellos y contempló esos ojos tan azules como el mar.
–No tienes por qué avergonzarte de que nos deseemos, glykia mou. Es algo que debemos celebrar. Ayudará a que nuestro matrimonio sea bueno.
Ella se humedeció los labios y, brevemente, miró los genitales de él.
–¿Y tú? ¿No vas a…?
Draco sacudió la cabeza.
–No es que no quiera, pero la próxima vez que hagamos el amor será para consumar nuestro matrimonio. Y, sobre todo, estaremos solos en el yate sin la mitad de los empleados viéndonos por las ventanas.
Allegra se mordió el labio inferior.
–No es justo, quiero decir que tú debes haberte quedado con ganas…
Draco le agarró las manos y se las llevó al pecho.
–Un hombre tiene la responsabilidad de controlarse en todo momento al margen de las circunstancias. Te deseo, de eso que no te quede la menor duda. Creo que nunca he deseado tanto a una mujer. Pero será mejor que esperemos a mañana.
Allegra sonrió.
–Cuidado, Draco, hablas como si nuestro matrimonio fuera a ser un matrimonio normal.
–En la cama, lo será.
Allegra emprendió el camino de regreso a la casa de la mano de Draco. El cuerpo aún le vibraba del placer que él le había dado.
¿Cómo había ocurrido?
¿Por qué había permitido que Draco la tocara así? Él había renunciado a satisfacer su propio deseo, ¿no la hacía eso patética? Se había comportado con abandono, lo que demostraba su vulnerabilidad. Se suponía que debía resistirse a él, rechazarle, no provocar una relación íntima. No solo le había provocado, sino que había tenido un orgasmo con él, cosa que no le había ocurrido con ningún otro hombre. Y Draco solo había utilizado un dedo. ¿Qué ocurriría cuando hicieran el acto sexual?
«¿Qué quieres decir con eso de cuando?»
Allegra ignoró su conciencia. Su conciencia no tenía en cuenta que era una mujer de treinta y un años loca por un hombre que le quitaba el sueño.
¿Qué tenía de malo tener una aventura amorosa con el marido? Era una de las ventajas de aquel apaño matrimonial; en realidad, la única. Bueno, quizá hubiera alguna más, pero prefería no pensar en eso por el momento. El sexo no le daría problemas si conseguía no involucrarse emocionalmente, lo que no debería ser mayor problema.
Sí, estaba dispuesta a tener una aventura con Draco. Más que dispuesta. Después de tanto tiempo de celibato, necesitaba darse alguna alegría. Además, haría más llevadero aquel matrimonio de conveniencia saber que una vez que estuvieran solos en el yate harían el amor…
No, realizarían el acto sexual.
Mejor no equivocar los términos. Ella no era dada al romanticismo, ese era el terreno de Emily. Emily era quien soñaba con un príncipe azul, un sueño que no le había hecho ningún favor hasta el momento.
Allegra, por el contrario, era demasiado práctica para creer en esas tonterías; en parte, ese era el motivo de haber alcanzado la edad que tenía sin haberse enamorado nunca. Siempre había evitado involucrarse emocionalmente con los hombres con los que salía. Era una mujer entregada a su trabajo, pero eso no significaba que no necesitara relaciones sexuales. No era saludable. Lo importante era conseguir un equilibrio entre el trabajo y el placer, ¿y qué mejor modo de conseguirlo que estar casada con el atractivo Draco Papandreou? Eso le permitiría trabajar y, al mismo tiempo, le procuraría placer.
El problema era que temía acabar inclinándose más por el placer que por el trabajo. La idea de volver a Londres, al mal tiempo, al tráfico y a las complicaciones de sus clientes, cuando podía estar tumbada al sol o bañándose en esas aguas cristalinas, no le parecía tan apetecible como antes, desesperada por salir de Grecia después de hacerle una visita a su padre.
El papeleo, las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, las prolongadas sesiones en los juicios y la constante tensión… Ahí, en Grecia, podía pasarse el día oyendo el canto de los pájaros, las olas y el murmullo del viento.