ALLEGRA se preparó para el día de su boda como cualquier novia, la única diferencia era que el pánico se le había agarrado al estómago. Cada segundo que pasaba, el nudo se agrandaba, tenía los intestinos como una gran bola.
Elena había ido en helicóptero desde Santorini, acompañada de su marido y su hijo Nico, y se había ofrecido para ayudarla a vestirse. Iona, el ama de llaves de Draco, estaba en su elemento, dedicada por completo a Allegra y tratándola como a una hija.
A pesar de sus reservas y de los nervios, la presencia de ambas mujeres tranquilizó a Allegra. Tanto su cuñada como Iona creían que Draco y ella se casaban por amor, y ella no iba a estropearles el día sincerándose con ellas.
Además de Elena e Iona estaban la peluquera y una esteticista que Draco había contratado y después había arreglado el viaje para ambas. Allegra sabía que Draco daba importancia a las apariencias; a pesar de ello, le enterneció que Draco se hubiera tomado la molestia de organizar su viaje y estancia allí. Quizá ella lo hubiera organizado de otro modo, pero le estaba agradecida de todas formas.
No obstante, no fue esa la única sorpresa.
El ruido del helicóptero sobrevolando la villa anunció otra llegada.
Al poco tiempo, cuando Allegra iba a ponerse el vestido, llamaron a la puerta de sus habitaciones.
–Debe ser la dama de honor –dijo Elena sonriendo abiertamente.
–Pero si no voy a tener…
–¡Sorpresa! –exclamó Emily tras abrir la puerta con un vestido colgando del brazo–. La dama de honor ha llegado para cumplir con su deber.
Allegra parpadeó y, de repente, tuvo que contener las lágrimas.
–Em, ¿qué haces aquí? Yo…
–¡No llore! Se le va a estropear el maquillaje –dijo la joven esteticista mientras pasaba un algodón por el rostro de Allegra antes de retocarle el maquillaje del mismo modo que un pintor dando los últimos toques a un valioso lienzo.
Emily le dio a Iona su vestido.
–Hace un par de días, Draco me llamó al trabajo para pedirme que viniera. Me dijo que no te lo dijera, que quería darte una sorpresa.
Era más que una sorpresa. Allegra no comprendía por qué Draco se había tomado la molestia de ponerse en contacto con su amiga y secretaria sin decirle nada. Aunque, por otra parte, Draco no sabía que Emily estaba enterada de que se trataba de un matrimonio de conveniencia. O… ¿se le había escapado a Emily que lo sabía todo?
Cuando la esteticista terminó los retoques del maquillaje, Allegra tomó las manos de Emily en las suyas.
–No sabes lo que me alegra que estés aquí.
Emily sonrió igual que un niño en medio de una tienda de dulces y caramelos con una tarjeta de crédito.
–No me habías dicho lo rico que es Draco. Me ha pagado el vuelo de Londres a Atenas en primera clase, una habitación en un hotel increíble donde me hospedé anoche y he venido en helicóptero desde Atenas aquí, con un sinfín de copas de champán incluidas en el vuelo. Me he sentido como una estrella de cine. Ese hombre es magnífico.
–Em, ¿se lo has dicho?
Emily le guiñó un ojo.
–Y ya verás el vestido. Bueno, en realidad, son tres vestidos, de colores diferentes para que tú elijas el color que más te guste –Emily se acercó a Iona, que había colgado los tres vestidos en perchas forradas con seda–. Rosa, azul claro y crema.
–El rosa –dijo Allegra volviéndose a Elena–. ¿Tú qué opinas, Elena? Creo que es el más adecuado, ¿no te parece?
Elena asintió.
–Sí, el rosa. Se complementa muy bien con la seda crema de tu vestido. Y hablando de tu vestido, será mejor que te lo pongas ya. La ceremonia va a comenzar dentro de unos minutos.
Cuando su cuñada, su amiga y el ama de llaves le colocaron el velo, Allegra se sintió como una princesa. Nunca había tenido tantas atenciones y, sorprendentemente, le gustó. La presencia de Emily significaba mucho para ella. ¿Por qué Draco se había tomado tantas molestias? Daba la impresión de que se preocupaba por ella, que la apreciaba. O… ¿le preocupaba solo lo que la gente pudiera pensar de su precipitada boda?
Elena e Iona se adelantaron para ocupar su lugar en los asientos de terciopelo colocados a ambos lados de una alfombra roja en la zona más formal de los jardines.
Emily se quedó con ella antes de salir unos minutos después.
–Estás guapísima, encanto. Pareces salida de una foto de una de esas revistas de novias.
Allegra tomó las manos de su amiga una vez más.
–No le has dicho que lo sabes todo, ¿verdad?
–No. Pero aunque me quitara las lentes de contacto vería que estás medio enamorada de él, sino estás enamorada del todo ya –contestó Emily–. Es muy especial, ¿verdad? Y qué sonrisa tiene. Yo misma estoy medio enamorada de él también.
Emily guiñó un ojo y añadió:
–Lo digo en broma.
Allegra respiró hondo y se alisó la falda del vestido.
–¿En serio estoy bien? No me hace gorda el vestido, ¿verdad? Lo compré a toda prisa durante la hora del almuerzo y no sé si no debería…
–Estás increíble –la interrumpió Emily–. El vestido te sienta a la perfección. Te marca todo lo que odio de ti: el pecho, las caderas, esas nalgas tan pequeñas que tienes… En serio, cariño, a Draco se le van a salir los ojos.
Allegra se ajustó el escote.
–Lo único que pido es que no se me salga el pecho del escote.
Poco tiempo después, Allegra estaba delante de la alfombra roja con su padre y los nervios agarrados al estómago. Aunque estaba encantada de que Emily hubiera ido a la isla y agradecida a Elena e Iona por sus atenciones, el hecho era que se trataba de una boda forzada. A pesar de que se iba a casar con Draco, el hombre más atractivo y sexy que había visto en su vida.
Sí, el problema era Draco.
Draco tenía demasiado poder sobre ella. Demasiado poder sexual, que había demostrado con sorprendente habilidad. El pulso se le había acelerado al verle con ese traje y pajarita. Y cuando sus miradas se encontraron, él esbozó una sonrisa que se le antojó triunfal en vez de mostrar la emoción que ella quería ver.
Pero no debía olvidar que Draco ni siquiera le caía bien. No, no le caía bien. Además, casarse con un hombre solo porque este quería finalizar un negocio era humillante.
–¿Lista? ¿Vamos? –le preguntó su padre.
–Podría haber hecho esto yo sola –dijo Allegra en voz baja para que nadie pudiera oírle–. Eso de que los padres acompañen a sus hijas y las entreguen a los novios me parece una costumbre feudal.
Su padre le apretó el brazo con tal fuerza que llegó a hacerle daño.
–No me estropees la fiesta, Allegra. Llevo años esperando este día. No creía que fuera a ocurrir nunca.
Allegra respiró hondo, dolida por el velado tono crítico de su padre.
–Me caso por Elena y Nico. Quiero que lo sepas.
–Deberías estar agradecida de que haya sido Draco quien ganó –respondió su padre con acritud–. Había un par de tipos de dudosa reputación interesados también por ti, pero Draco fue el único que habló de matrimonio y ofreció condiciones más ventajosas.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Qué había querido decir su padre con eso de que Draco había ganado?
–¿Qué?
–Ahora no es el momento de hablar de esto –le dijo su padre–. Pregúntale a Draco más tarde.
Entonces, inexorablemente, su padre la obligó a caminar hacia Draco.
Draco había esperado que Allegra estuviera hermosa, siempre había sabido que sería una novia espectacular. Y Allegra no le decepcionó. Con ese vestido de seda color crema parecía salida de un cuento de hadas. El sencillo velo le cubría el rostro y por la espalda le caía como una nube. Llevaba el cabello recogido en un moño adornado con una corona pequeña que le confería el aspecto de una princesa.
Draco esbozó una sonrisa de gozo. No obstante, no iba a permitir que Allegra pensara que él consideraba aquella ceremonia algo más que el medio para alcanzar un fin.
El trato se inclinaba a su favor, que era lo que quería. Así era como hacía negocios y, a fin de cuentas, ese matrimonio era una cuestión de negocios y él era quien salía ganando con la transacción, Allegra no necesitaba su fortuna ni su estatus. Él se había aprovechado del deseo de ella de complacer a su padre; cosa que, en su opinión, este no se merecía. Cosimo Kallas era un narcisista obsesionado consigo mismo, se había casado con Elena porque era joven, guapa y él le gustaba.
«Y tú has elegido a Allegra por lo mismo».
Draco rechazó esa idea inmediatamente. No se casaba con Allegra solo por eso, también porque la conocía desde hacía años, la admiraba, la respetaba y la deseaba.
Además, los problemas económicos de Cosimo Kallas y, sobre todo, el bienestar de Allegra necesitaban una solución rápida. Si él no le hubiera propuesto el matrimonio, otro hombre se habría aprovechado de ella con nefastos propósitos. El mundo de los negocios era cruel y carente de conciencia. Conocía lo suficiente a algunos ricos y poderosos acreedores para saber que no dudarían en explotar las deudas de Cosimo para obligar a Allegra a acostarse con ellos. Si a Allegra le parecía mal casarse con él, no quería imaginar lo que ella pensaría si tuviera que enfrentarse a las alternativas.
De esta forma, esa posibilidad desaparecía. Además, sus vidas serían suficientemente independientes. Le gustaba que Allegra trabajara y tuviera obligaciones; de esa manera, él disponía de libertad para dedicarse a lo suyo. Estaba dispuesto a ser fiel porque no veía motivo para no serlo ya que su matrimonio iba a ser breve.
Otra ventaja era la atracción que sentían el uno por el otro y esperaba que, con la intimidad, incrementara. Estaba deseando que acabara la ceremonia y el banquete, quedarse a solas con ella y consumar el matrimonio. Allegra le deseaba. ¿No lo había demostrado en la playa? Su relación se basaría en el mutuo deseo sexual.
El cuarteto de cuerda comenzó a tocar la marcha nupcial. Emily inició el paseo por la alfombra roja, pero él no podía apartar los ojos de Allegra, que esperaba acompañada de su padre para caminar hacia él. ¿Había visto alguna vez a una mujer más hermosa que Allegra? Parecía una novia sacada de una película en blanco y negro. Le brillaba la piel, el maquillaje añadía intensidad al azul de sus ojos, su altura le confería un aspecto aristocrático y el rosado de sus labios, con el lunar, parecían hechos para ser besados. El vestido de seda seguía los movimientos del cuerpo de Allegra y a él le picaron las manos al imaginarse a sí mismo desvistiéndola para acariciar aquellas deliciosas curvas.
Draco respiró hondo y le sorprendió notar que se le había cerrado la garganta. Jamás se había emocionado en una boda, le recordaban demasiado a su exnovia, a las esperanzas y la energía que había invertido en aquella relación que había fracasado rotundamente, a su juvenil inocencia… Había asistido a bodas de amigos, colegas y gente con la que había hecho negocios, y nunca había sentido un nudo en la garganta. Era como si su vida hubiera estado encaminada a culminar en ese momento, como si todos los caminos le hubieran conducido a ese lugar, a esa persona que se acercaba a él.
Allegra se detuvo a su lado y, a través del velo, le miró a los ojos y le dedicó una temblorosa sonrisa que se le clavó en el pecho.
–Hola.
Draco tuvo que aclararse la garganta antes de hablar. La incertidumbre que vio en la mirada de ella, el ligero temblor de su voz, le hizo preguntarse si Allegra se veía presa de la misma e inesperada emoción que sentía él.
–Estás preciosa.
El sacerdote, con una amplia sonrisa, dio un paso hacia delante.
–Queridos fieles, estamos aquí congregados para…
Por fin llegó el momento de besar a la novia. Draco se acercó a Allegra y selló sus labios con un beso único en su experiencia; no debido a la solemnidad del momento ni a la presencia de los invitados, sino por el elemento sagrado del beso. Se habían hecho promesas el uno al otro y las habían sellado con el beso. Los labios de Allegra se aferraron a los suyos, sintió la mano de ella en su pecho a la altura del corazón.
Allegra olía a flores estivales y sus labios sabían a fresa. Mientras la abrazaba, rezó para que bajara su erección y así poder darse la vuelta y reunirse con los invitados. Prolongar el beso en la ceremonia nupcial siempre le había parecido de mal gusto, pero en esos momentos deseó que el tiempo se detuviese. Quería seguir allí y consumir la boca de Allegra hasta que la ardiente exigencia de su cuerpo se disipara… cosa que dudaba.
Se apartó de ella ligeramente y le puso las manos a ambos lados del rostro. Los ojos de Allegra brillaban como si estuviera a punto de llorar.
–Yia sou, Kyria Papandreou –dijo él.
Allegra pareció contener las lágrimas con un parpadeo.
–Gracias por traer a Emily. Significa mucho para mí. Y gracias por… todo lo demás.
¿Era ese el motivo de que Allegra estuviera tan emocionada? Se sintió desilusionado. Claro que era por eso, porque su amiga estaba allí. Se había encargado de todo con el fin de que Emily estuviera en la boda porque Allegra no contaba con el apoyo de una madre; además, ¿qué novia se casaba sin una dama de honor? Él había hecho lo mismo con su mejor amigo, pedirle que fuera el padrino; por lo tanto, le había parecido justo que Allegra también tuviera a su lado a una persona en la que confiaba y a la que quería.
–De nada, ha sido un placer –respondió Draco–. Se me ha ocurrido que podría hacer buena pareja con uno de mis amigos y compañero de la universidad, Loukas Kyprianos. Le gustan las inglesas.
–Aunque haya sido por eso, sigo agradeciéndote que te hayas tomado tantas molestias.
Draco la agarró del brazo y juntos se volvieron de cara a los invitados.
–¿Te parece que empecemos la fiesta?
Fue una excelente fiesta, pensó Allegra, a pesar de pasar la mayor parte del tiempo preguntándose cuáles eran los verdaderos motivos que habían impulsado a Draco a casarse con ella. No había conseguido quedarse a solas con él por lo que no había podido pedirle que explicara el significado de lo que su padre le había dicho. No obstante, aunque sabía que Draco podía ser implacable, también le conocía lo suficiente para saber que nunca cometería un acto delictivo. ¿Quiénes eran esos hombres que podrían haberla chantajeado y obligado a acostarse con ellos de no haber sido por la intervención de Draco? La idea de verse a sí misma en la cama con uno de los asociados de su padre era repugnante. Y si Draco no le hubiera propuesto matrimonio, ¿habría esperado su padre que se hubiera sometido a semejante vejación?
¿Había algún otro motivo por el que Draco le había ofrecido el matrimonio?
No. ¿Por qué si no había insistido en que su unión iba a ser solo temporal? Draco la deseaba, pero no la quería. Había hecho un gesto honorable, pero prometer amor y protección durante el resto de sus vidas era ir demasiado lejos.
Allegra, confusa, paseó la mirada por los invitados. A los griegos no les costaba ningún esfuerzo divertirse en las fiestas siempre que estuvieran rodeados de familiares y que hubiera comida y bebida. Aunque, por supuesto, allí no había ningún pariente de Draco. De repente, le sorprendió lo solo que él estaba; tenía amigos y asociados, pero no familiares. En las bodas, los familiares de ambos novios se juntaban para celebrar la unión.
Súbitamente echó de menos a su madre, a pesar de que esta nunca había sido una madre en el propio sentido de la palabra, pero añoraba a la madre que podría haber sido si las cosas hubieran sido diferentes. Y, por extraño que pareciera, tenía la sensación de que Draco le habría gustado. Draco era fuerte y disciplinado, al contrario que su padre, que tenía la tendencia a preocuparse solo por sí mismo. Draco tampoco era pretencioso, hacía cosas sin que nadie se enterara. ¿Le habría contado voluntariamente lo de esos otros hombres? Ni siquiera le había explicado su relación con Iona, había sido esta quien se lo había contado. Iona, mientras la había ayudado a vestirse para la ceremonia, también le había confesado que Draco le había hecho un plan de pensión con el fin de que tuviera una holgada jubilación.
Del brazo de Draco, recibió las felicitaciones de varios de los invitados. Y, como si Iona hubiera presentido que había pensado en ella, se acercó a ellos con las mejillas enrojecidas por el champán y los ojos brillando de felicidad. Agarró las manos de ambos con los ojos humedecidos por las lágrimas.
–Les deseo que sean felices, que se lleven bien, que sean buenos amigos.
Draco bajó la cabeza y besó a su ama de llaves en ambas mejillas.
–Así será. Lo prometo.
Allegra esperó a que Iona se alejara para charlar con otros invitados antes de alzar el rostro y mirar a Draco.
–Es una suerte para Iona tenerte. Me ha dicho que ahora estaría pidiendo limosna en la calle de no haber sido por ti.
Draco apartó el brazo de su cintura y le agarró la mano, acariciándosela con el pulgar.
–Lo que Iona necesitaba cuando su marido la dejó por una mujer más joven era una abogada como tú. Me recuerda a mi madre. Es una buena mujer, leal y trabajadora –Draco se quedó pensativo un momento–. Casi nunca hablas de tu madre. ¿No os llevabais bien?
Allegra hizo una mueca de disgusto.
–Mi madre nunca se sobrepuso a la muerte de mi hermano, la destruyó. Perdió las ganas de vivir. Mi padre ni reconoció ni reconocerá nunca que se suicidó, sigue empeñado en que fue un accidente debido a una sobredosis, que es lo que el médico puso en el certificado de defunción. Pero yo sé que no fue así, mi madre quería morir, no quería continuar viviendo.
Draco le agarró la mano como si se tratara de algo frágil y único.
–Debió ser muy duro para ti perder a tu madre en semejantes circunstancias. Sobre todo, teniendo en cuenta que tu padre no es precisamente paternal.
–Sí, bueno, el quería un hijo y heredero varón y, cuando mi hermano enfermó, quiso tener otro que, en el peor de los casos, le reemplazara. Pero en vez de un varón me tuvo a mí, una hembra que no estaba interesada en su negocio.
Draco arrugó el ceño.
–No es posible que tu padre te dijera…
–No tuvo que hacerlo –interrumpió Allegra–, lo entendí perfectamente sin que tuviera que decírmelo. Incluso mi madre, en los días malos, me dejó muy claro que yo les había decepcionado. Por eso me enviaron a un internado en Inglaterra cuando todavía era pequeña. Mi madre quería tenerme lejos para no recordarle constantemente su fracaso por no dar a luz un varón. Además, después de tenerme a mí, ya no pudo tener más hijos, se le desgarró el útero durante el parto y tuvieron que hacerle una histerectomía. De eso me enteré con el tiempo y me hizo entender muchas cosas respecto a mi infancia. Mi madre no era efusiva; sin embargo, había muchas fotos de ella abrazando a mi hermano. Cuando él murió, a mí las únicas personas que me abrazaban eran las niñeras.
¿Había hablado demasiado de sí misma? Ya casi nunca hacía comentarios sobre su infancia, ni siquiera con Emily. No le gustaba hacerse la víctima; no obstante, crecer sin amor paterno seguía marcándola. Pensaba poco en ello, pero cuando veía a alguien relacionándose con sus padres, en particular con su madre, esa herida volvía a abrirse. Draco y ella tenían eso en común, habían perdido a sus madres de pequeños. Si alguien podía comprenderla era Draco.
Draco lanzó un suspiro y le acarició las manos sosteniéndole la mirada.
–Siempre he admirado lo bien que te has manejado en la vida; sobre todo, teniendo en cuenta las trágicas circunstancias en las que naciste. Pero no tenía idea de que sintieras tal carencia de cariño.
«Y ahora me he casado con un hombre que no me quiere. Qué suerte tengo».
–Debo ser justa, creo que mi padre me quiere a su manera; al menos, ahora que por mí se ha salvado su adorado negocio –Allegra le devolvió la mirada con un «nada de secretos» en los ojos–. Mi padre me ha dicho que había otros hombres que tenían puestos los ojos en mí. ¿Por qué no me lo has dicho?
Draco volvió a fruncir el ceño con expresión pensativa.
–No quería que te preocuparas por eso. El problema ya está resuelto.
–Ha sido un gesto muy honorable…
Draco encogió los hombros quitándole importancia al asunto.
–Supuse que «mejor lo malo conocido…» –respondió él con expresión inescrutable.
–Estoy empezando a pensar que no te conozco en absoluto. Eres una cajita de sorpresas.
–No le des demasiada importancia a mi comportamiento –dijo él con expresión difícil de interpretar–. Tu padre no es una de mis personas favoritas; no obstante, a veces he excusado su comportamiento porque sé lo duro que debió ser perder a su hijo. Es algo difícil de superar. Aunque ahora parece haberlo conseguido.
–Sí, sus aventuras amorosas eran lo que le procuraban consuelo –dijo Allegra–. A mi madre no parecía importarle, lo aceptaba como si fuera algo normal. Aunque yo era pequeña, a mí sí me molestaba. Solía preguntarme si mi madre habría superado el trauma de perder un hijo si mi padre le hubiera sido fiel.
–Quizá sí o quizás no, depende –Draco le apretó la mano cariñosamente–. Qué conversación el día de nuestra boda, ¿eh?
Allegra sonrió.
–No es una boda normal, ¿no te parece? Me he sentido culpable cuando Iona nos ha felicitado. Espero que acabe detestándome cuando se entere de que no estoy locamente enamorada de ti como lo están las demás mujeres del planeta.
Draco la miró con una fijeza que la hizo presentir que veía en sus ojos más de lo que ella quería que viera. El corazón comenzó a latirle con fuerza. ¿Se había traicionado a sí misma? ¿Le había mostrado lo vulnerable que él la hacía sentir? No solo por la atracción física, sino también por los sentimientos respecto a él que no podía controlar.
No debía enamorarse de Draco. No podía hacerlo. No podía. No podía. Él no la correspondería jamás. Draco había echado la llave a las puertas de su corazón y mejor no olvidarlo. No se había casado con ella solo por la cuestión física, pero no la amaba. Draco la estaba protegiendo como habría hecho cualquier hombre decente. A lo más que podía aspirar era a que el deseo de Draco por ella durase un tiempo, pero era una débil esperanza.
Entonces, Draco volvió a entrelazar el brazo con el suyo.
–¿No tienes que lanzar el ramo de flores?