Capítulo 6

 

EL SOL se ocultaba por el horizonte cuando Draco empezó a sacar el lujoso barco del embarcadero de su isla. Allegra, a su lado y con un chal sobre los hombros, agitó la mano a modo de despedida de los invitados que se habían congregado en el muelle y en la playa, incluida Emily, que sujetaba orgullosa el ramo de la novia.

Emily estaba cerca del padrino de Draco, Loukas Kyprianos, no apartaba los ojos de él, parecía como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Al contrario que Draco, que tenía la tendencia a sonreír, Loukas era más reservado, daba la impresión de ser un hombre que prefería estar solo. Emily no era la clase de chica que perdía el sentido por un hombre bien parecido, pero se inclinaba por los hombres que albergaban secretos, ella también tenía alguno que otro.

Draco maniobró el barco en dirección oeste, a la puesta de un sol que parecía una bola de fuego suspendida en un horizonte azul brumoso. Unas nubes reflejaban los rayos dorados del sol sobre la superficie del mar y los grises y azules arriba, en el firmamento.

Una suave brisa le revolvía el cabello, que parecía debatirse entre permanecer sujeto en el moño o soltarse y caer por sus hombros y espalda. Se apartó unas hebras de la cara y resistió la tentación de cubrir la mano que Draco tenía en el timón.

Draco le sonrió.

–¿Estás bien? ¿Te mareas en los barcos?

Ella sacudió la cabeza.

–No, no suelo marearme. Aunque creo que será mejor no decirlo en voz alta por si acaso.

–Ya verás como no te mareas. Según el informe meteorológico, el tiempo va a seguir siendo bueno –Draco desvió la mirada hacia el embarcadero–. ¿Qué tal Emily con Loukas?

Allegra ladeó la cabeza.

–¿Te has propuesto que liguen?

Draco se encogió de hombros.

–Si ligan, bien. Si no, también.

–Loukas no parece necesitar ayuda para eso –dijo Allegra–. ¿Quién es? Su cara me resulta familiar, pero no recuerdo haberle visto nunca.

–Pasa desapercibido; mejor dicho, lo intenta –respondió Draco–. Nos conocimos en la universidad. Yo estudiaba Economía y él, Ingeniería Informática. Loukas ha diseñado algunos de los sistemas de seguridad más sofisticados del mundo. Son tan seguros que la mayoría de las agencias gubernamentales, como el MI5 y el FBI, utilizan los sistemas desarrollados por él.

«Buena suerte, Em».

–¿Y está buscando una mujer con la que casarse? –preguntó Allegra.

Draco esbozó una ladeada sonrisa.

–No, Loukas no hace eso. Sus padres se divorciaron cuando él era pequeño y, al parecer, fue un proceso muy doloroso, lleno de recriminaciones y uno de esos a los que ambas partes utilizan al niño. Loukas nunca habla de ello y yo, por supuesto, no le pregunto. Tanto su padre como su madre volvieron a casarse y volvieron a divorciarse, su padre lo ha hecho varias veces. Lo único que sé es que Loukas no se casará nunca. No puedes imaginar lo que me costó convencerle de que viniera a nuestra boda, fue como si le hubiera invitado a una lobotomía.

–¿Le has dicho que ha sido un matrimonio de…?

–No –respondió él tajantemente–. Somos amigos, pero no tanto. Nadie es amigo de Loukas hasta ese extremo. Absolutamente nadie.

Allegra se mordió los labios mientras contemplaba el horizonte. ¿Por qué Draco no le había dicho a su mejor amigo qué clase de matrimonio era el suyo? ¿Era realmente por lo reservado que era Loukas? ¿Por qué no contarle a su amigo la verdad? ¿O lo había hecho para protegerla, para que nadie le tuviera lástima?

–Yo sí se lo he dicho a Emily.

–Lo sé.

–¿Lo sabes? –Allegra, sorprendida, lo miró.

–Imaginé que lo harías. Es una chica estupenda, parece tener la cabeza sobre los hombros.

–¿Sabe ella que lo sabes?

–No.

–Perdona, pero no podía mentirle –confesó Allegra–. Al resto, sí; pero a Em, no. Además, se habría dado cuenta de todas maneras. Sabe que no soy la clase de persona que se enamora de un día para otro. Pero no te preocupes, no se lo dirá a nadie. Emily es completamente de fiar y una amiga leal.

–Me alegra saberlo.

Se hizo un silencio en el que solo se oían las olas del mar batiendo suavemente la cubierta de la embarcación.

–¿Quieres ponerte al timón un rato? –le preguntó Draco.

–No sé… ¿Y si me choco con otro barco?

–No hay ningún barco a la vista. Vamos, ponte delante de mí y te ayudaré a manejar el timón.

Allegra se colocó delante del timón y él detrás de ella con los brazos a ambos lados de su cuerpo y las manos sobre las suyas agarradas al timón. ¡Quién habría dicho que manejar un barco pudiera ser tan excitante! El cálido cuerpo de Draco hizo que cada terminación nerviosa de su sexo estuviera dispuesta para la faena. Las grandes manos de él, de dedos largos y fuertes, cubrían las suyas por completo.

Tenía las nalgas pegadas a él, su hinchado miembro le recordó lo que le esperaba. Se estremeció cuando Draco se pegó más a ella y le raspó la mejilla con la barba incipiente mientras la ayudaba a esquivar una ola mayor que las otras. El barco se mecía sobre el agua, apretándola más contra él, obnubilándole los sentidos.

–Te deseo –dijo Draco.

–Jamás lo habría adivinado.

Él lanzó una suave carcajada.

–Descarada –Draco le lamió la oreja y la hizo temblar–. En realidad, te deseo desde aquella noche en Londres.

A Allegra se le erizó la piel cuando él le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

–Qué extraño, no lo noté.

Draco le besó la nuca.

–¿Y ahora? ¿Lo notas?

–Creo que la luna de miel está a punto de empezar.

Draco la hizo volverse para darle la cara, sus ojos parecían una pintura negra.

–Será mejor que eche el ancla.

Allegra le rodeó el cuello con los brazos y le dedicó una sonrisa sensual.

–Se me ocurre algo mejor.

Él sonrió y le dio un breve beso en la boca.

–Ve abajo, yo iré tan pronto como termine de echar el ancla y de organizar esto.

 

 

Allegra bajó a la zona salón del yate en la que había un bar, sofás y un televisor grande; parte de la estancia estaba dedicada a la cocina y había otra zona separada que hacía de comedor. El dormitorio principal, cuatro en total, era enorme.

El lujo no era algo a lo que estuviera desacostumbrada, pero nunca había visto un yate como el de Draco: sofás y otomanos de cuero, lámparas Swarovski y espesas alfombras color crema; en cubierta, una piscina caliente y un spa en el baño de la cabina principal.

Vio una botella de champán en una cubeta para el hielo de plata y dos copas al lado que habían dejado los empleados de Draco; también les habían llevado el equipaje, habían deshecho las maletas y habían colocado toda la ropa en los armarios del camarote principal. El frigorífico y la alacena estaban llenos de comida, tanto fresca como cocinada, y de vino y champán como para un regimiento.

La enorme cama del camarote principal la hizo estremecer con la misma excitación que sintió al oír a Draco decir que la deseaba desde aquella noche en Londres seis meses atrás. Creía que se había reído de ella por esperar tanto y por estirar la copa de vino una hora. Pero detrás de ese brillo en los ojos había habido deseo. ¿Qué había visto Draco en ella que despertara su interés? ¿Se había dado cuenta entonces de que podía serle útil como esposa?

No. Ahora sabía que los motivos de Draco habían sido honorables. ¿Por qué lo había hecho? Draco, en realidad, había salvado a su padre y, de paso, a ella también.

Allegra se sentó en la cama y suspiró. ¿Por qué le molestaba que Draco no estuviera enamorado de ella? Para mucha gente el sexo no tenía nada que ver con el amor y tampoco era un requisito para el matrimonio. Otros se conformaban con que su unión se basara en la camaradería y el respeto mutuo. Además, el amor no duraba mucho, el deslumbre se disipaba en un par de años como mucho; después, con suerte, era sustituido por el cariño. Por supuesto, no creía que su matrimonio durara más que eso.

No estaba enamorada de Draco, pero… ¿y si sucumbía a su irresistible encanto? Le había contado más cosas sobre sí misma que a ninguna otra persona. De hecho, Draco le caía bien, muy bien. Le gustaban su compañía, su sonrisa, su mirada, su cuerpo…

¡Y qué cuerpo!

El corazón le latió con fuerza al oír las pisadas de él. ¿Por qué no se le había ocurrido comprar lencería sexy? Porque había pensado en resistirse a él, pero ¿cuánto había durado? Un beso. ¡Un beso! ¿Y si fracasaba en la cama? ¿Y si no lograba tener un orgasmo con él? ¿Y si tardaba siglos y Draco se cansaba y ella acababa teniendo que fingir una vez más? Entonces, se avergonzaría de sí misma y se pondría más nerviosa de ahí en adelante y…

La puerta del camarote se abrió y Allegra se puso en pie de un salto.

–Mmmm… Creo que voy a tomar una copa. ¿Te apetece un poco de champán? A mí sí. El que tenemos es muy bueno, incluso he visitado ese viñedo. Era precioso, estaba en un lugar muy pintoresco.

Allegra, presa de un ataque de nervios y timidez, comenzó a desarticular el aro metálico que rodeaba el corcho.

Draco se le acercó, le quitó la botella y volvió a dejarla en la cubeta. Después, le puso las manos en la cintura y la miró con ternura.

–Estás nerviosa –declaró él.

Allegra se mordió los labios mientras sentía un profundo calor en las mejillas.

–Lo de la playa ha podido ser una excepción, puede que no lo vuelva a conseguir.

–Nadie tiene prisa aquí, ágape mou. Puedes decirme lo que quieras, lo que necesites. Ni siquiera tenemos que hacerlo esta noche si no te apetece. Hemos tenido un día muy ajetreado.

–¿Quieres que…?

Draco le acarició la mejilla.

–Claro que quiero, pero no si a ti no te apetece.

«Me apetece desde que cumplí dieciséis años».

Allegra clavó los ojos en la boca de él.

–No he traído lencería bonita.

–¿Crees que lo notaría? –Draco sonrió–. Solo quiero verte a ti.

Allegra tembló al ver un profundo deseo en los ojos de él. Deseo por la carne de una mujer.

Le rodeó el cuello con los brazos y se frotó el cuerpo con el de Draco.

–Hazme el amor… por favor.

Draco le dio un beso que hablaba de la profunda pasión que apenas podía contener. Restregó los labios contra los de ella y después, con la lengua, se los abrió. Le acarició la lengua con la suya, despertando sus sentidos. Ella jadeó en la boca de Draco mientras le empujaba con las caderas. Draco le puso las manos en la cintura y en las caderas, tirando de ella hacia sí para hacerla sentir su erección. El erotismo despertó todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo.

Draco profundizó el beso con un empellón de la lengua, un movimiento que hizo que su sexo se humedeciera al instante, una respuesta instintiva e involuntaria que demostraba su anhelo y desesperación.

Con una mano, Draco la despojó del vestido y este cayó arremolinado a sus pies. Rápidamente, ella comenzó a desabrocharle los botones de la camisa, la ansiedad entorpeciéndole la tarea. Con cada botón que desabrochaba le daba un beso en el pecho e inhalaba el intoxicante aroma de él con una mezcla de olor a lima y a cuero.

Draco le quitó el sujetador y, con ternura, le tomó los pechos con ambas manos. Apartó la boca de la suya y la paseó por su garganta y sus senos. La barba incipiente de Draco le raspó la piel y ella gimió de placer. Draco abrió la boca y le chupó un pezón, excitándola más y más; le besó ambos pechos y ella tembló de pies a cabeza.

Nunca nadie había prestado tanta atención a sus senos, nunca nadie los había acariciado con tanta pasión, nunca nadie los había tocado y besado con tanto respeto.

Draco volvió a besarle la boca, sometiéndola a otra concienzuda exploración, mientras sus lenguas danzaban hasta que su deseo por él se tornó casi insoportable.

La pasión la hizo gemir y, enfebrecida, acarició el cuerpo de él. Al ir a desabrocharle el cinturón, paseó las manos por el liso vientre de Draco, por su vello viril.

Draco, dispuesto a ayudarla, se quitó la camisa, se bajó la cremallera de los pantalones y se los quitó antes de despojarse de los zapatos y los calcetines.

A Allegra le enterneció el hecho de que Draco se hubiera desnudado primero antes de quitarle las bragas. Demostraba una sensibilidad que nunca había visto en otros amantes. Draco esperó a estar completamente desnudo para ponerle las manos en las caderas y bajárselas.

Él paseó la mirada por todo su cuerpo, el deseo era casi tangible en sus ojos. Allegra se abrazó a él, la erección de Draco contra su vientre.

Draco la guio hacia la cama, la hizo tumbarse y después se colocó a su lado. Entonces, le puso una mano en la tripa, muy cerca del centro de su feminidad.

–No quiero meterte prisa –declaró él.

«¡Méteme prisa! ¡Méteme prisa!»

Allegra había perdido el don de la palabra, lo único que salió de su garganta fueron jadeos y pequeños gritos cuando Draco bajó la mano. Contuvo la respiración cuando él le cubrió el ombligo con la boca y comenzó a chupárselo.

Draco bajó la boca hasta su sexo, se lo lamió y, después, le separó los labios mayores con las manos y comenzó a besarle el clítoris, causando una multitud de sensaciones que la sacudieron como si fuera una muñeca de trapo. Se arqueó y gritó cuando su carne rompió en un canto que resonó en todo su cuerpo hasta que, por fin, se aquietó, dejándola lánguida y con sensación de flotar.

Allegra acarició el miembro de Draco, suplicándole silenciosamente que la penetrara. Tras un momento, Draco le apartó la mano con suavidad.

–¿Estás tomando la píldora o quieres que me ponga un preservativo?

–Estoy tomando una dosis baja para regular mi ciclo.

–En ese caso, creo que deberíamos utilizar protección; al menos, por el momento.

A Allegra le enterneció que él le hubiera ofrecido una elección y no la hubiera penetrado sin consultar con ella antes sobre medidas anticonceptivas.

Draco sacó un preservativo del cajón de la mesilla de noche y se lo puso. Después, se colocó sobre ella, pero ladeándose para no cargarla con todo su peso.

Eso fue otra cosa que le sorprendió. ¿Cuántas veces sus amantes la habían montado sin prestar atención a su comodidad?

Draco le apartó el cabello del rostro, la miró con pasión, pero también con una preocupación propia de un hombre que tenía en cuenta el consentimiento de ella en cada momento del acto sexual.

–Si prefieres que no sigamos no tienes más que decírmelo.

Allegra enterró las manos en los espesos cabellos de él.

–Si te paras ahora jamás te lo perdonaré. Te deseo. Te deseo, te deseo.

Sintió un hormigueo en el vientre al ver la sonrisa ladeada de Draco. Él le dio un beso embriagador que aumentó su deseo hasta hacerla retorcerse y arquearse en busca de lo que anhelaba. Por fin, Draco la penetró con un suave, pero firme empellón y ella jadeó de excitación y alivio. Su cuerpo le dio la bienvenida, cerniéndose sobre él como si no quisiera soltarle nunca. Draco se adentró más en ella, más y más, y aceleró el ritmo de sus empellones.

Allegra le acompañó en todo momento, era parte de él, estaba consumida por las sensaciones que le recorrían el cuerpo de pies a cabeza. Se sintió al borde de un precipicio sin lograr saltar al abismo. Gimió y arqueó las caderas, cambió de postura con el fin de poder levantar el vuelo.

Draco colocó una mano entre sus cuerpos, le acarició el clítoris y, por fin, Allegra voló. Fuegos artificiales, rayos de luz, corrientes eléctricas… sintió todo eso en su cuerpo. La razón la abandonó; en esos momentos, toda ella era carne y sensaciones. Sensaciones que acompañaron el último empellón de Draco.

Él se puso tenso, entregándose al placer del orgasmo, abrazado a ella hasta que, por fin, las oleadas de placer fueron desvaneciéndose.

Allegra pensó que nunca se había sentido tan unida a otra persona. Su cuerpo había respondido al de Draco como nunca antes lo había hecho con ningún hombre y, en ese momento, se dio cuenta de que no se trataba solo de sexo. Habían hecho el amor. Draco había venerado su cuerpo, no lo había explotado. Lo había acariciado, no la había forzado. Lo había respetado y había despertado en ella una pasión que jamás había sentido con otro hombre. Nunca había deseado a nadie tanto como a Draco, nunca había respondido así a las caricias y los tocamientos sexuales.

Draco se ladeó ligeramente apoyándose en un codo y con la mano del otro brazo le acarició una mejilla. La miró intensamente a los ojos, haciéndola sentirse más unida a él si cabía. Le pareció que veía a Draco tal y como era y le gustó lo que veía.

–Has estado maravillosa.

Allegra sonrió tímidamente. Era una tontería sentir timidez después de lo que habían hecho, no obstante…

–Supongo que tus amantes no suelen quejarse de ti.

Draco le acarició los cabellos, haciéndola temblar de placer.

–Es muy importante tener en cuenta las necesidades del otro, lo que le gusta a una mujer puede que no le guste a otra. La comunicación es fundamental, igual que lo es el respeto.

Allegra acarició la escultural perfección de los labios de Draco y sintió una punzada de deseo al recordar el éxtasis que esa boca le había procurado. El placer de la carne aún resonaba en todo su cuerpo.

De repente un pensamiento le asaltó. ¿Y si dejaba de satisfacer a Draco? ¿Y si Draco se cansaba de ella y se iba con otra? Había sido testigo de la vergüenza que había sentido su madre al verse rechazada por su esposo, lo que la había deprimido más y la había hastiado de la vida. Por su parte, se había preguntado si su padre, dada su incapacidad para reconfortar y apoyar a su esposa, no había sido culpable hasta cierto punto del suicidio de esta. Y se preguntó si él sería capaz de apoyar a Elena.

Draco le acarició la frente.

–Ya estás otra vez con el ceño fruncido. ¿Qué te pasa?

–Nada –respondió Allegra tras un suspiro.

Draco le puso el dedo pulgar en el labio inferior y se lo acarició.

–Dímelo, agape mou. También es bueno comunicarse emocionalmente, no solo físicamente. ¿No te parece?

Allegra le miró fijamente la barbilla, no se atrevió a mirarlo a los ojos.

–Me estaba preguntando cuánto va a durar esto.

–¿Esto?

Allegra se lamió el labio inferior, saboreó la sal del pulgar de Draco.

–Nosotros. Nuestra relación sexual. La pasión, con el tiempo, se disipa. ¿Qué vas a hacer entonces? ¿Te vas a ir con otra?

Draco arrugó la frente.

–¿No me has oído prometerte hoy mismo serte fiel? Mientras estemos casados te seré fiel y espero que tú hagas lo mismo.

«Mientras estemos casados». Allegra lo miró a los ojos con la esperanza de que Draco hubiera sido sincero. Pero ¿cómo podía estar segura?

–Nuestra situación es algo especial –insistió ella–. Las bases de nuestro matrimonio son distintas a la de la mayoría de las parejas. ¿Y si te enamoras de otra? Podrías encontrar a una mujer en el trabajo o en otra parte y…

Draco le agarró una hebra de cabello y jugueteó con ella.

–¿Y si te enamoras tú de otro?

Le costó un gran esfuerzo aguantarle la mirada. Se apartó de él, bajó las piernas de la cama y alargó el brazo para agarrar algo con lo que cubrir su desnudez. La camisa de Draco fue lo que encontró más a mano, se la puso y se cubrió sin abrocharse los botones.

¿Cómo podía enamorarse de otro cuando solo podía pensar en Draco?

–Creo que eso es muy poco probable.

–En ese caso, ¿por qué piensas que me puede ocurrir a mí?

–Porque ocurre y es algo que no se puede controlar –contestó Allegra–. Lo sé por experiencia, a muchos de mis clientes les ha pasado que, de repente, conocen a otra persona y adiós matrimonio. Y a la mayoría no les había pasado por la cabeza que eso pudiera ocurrirles a ellos. Muchas mujeres se ven abandonadas porque sus maridos se encaprichan de otras más jóvenes y guapas que ellas. A los hombres les resulta más fácil; sobre todo, cuando hay hijos por medio. Se necesita mucha dedicación para cuidar de los hijos y algunos hombres no soportan dejar de ser el centro de atención.

Allegra hizo una pausa y respiró hondo antes de continuar:

–Mi padre es un clásico ejemplo. Después de la muerte de Dion, se cansó de la depresión de mi madre y se echó una amante, a la que siguieron muchas más. Apenas habíamos enterrado a mi madre cuando trajo a vivir a casa a la última de sus conquistas.

Draco se levantó de la cama y se puso los pantalones.

–No todos los hombres son como tu padre, Allegra. Lo de tu familia fue una tragedia. La pérdida de un hijo puede causar estragos incluso en una relación sólida, y la de tus padres no lo era. Y ahora, te pido que no me compares con él, es un insulto. Además, yo no soy capaz de las emociones de las que hablas.

Allegra frunció el ceño.

–Pero no eres incapaz de amar, lo he visto en la forma como tratas a Iona. Y sé que querías mucho a tu padre y que debiste pasarlo muy mal cuando murió porque te niegas a hablar de ello. ¿Y qué me dices de cómo lo dejaste todo ayer para ir a ver a Yanni? Te preocupas por la gente, Draco, te preocupas mucho. Puede que no lo consideres amor, pero es como lo describirían muchas personas.

La sonrisa de Draco mostraba un toque de cinismo.

–Sí, me preocupo por la gente y, en cierto sentido, podría considerarse amor. Pero en lo que se refiere al amor entre un hombre y una mujer… solo me enamoré en una ocasión y me tomaron el pelo de mala manera. No voy a repetir el mismo error.

–¿Qué pasó entre ella y tú?

Draco comenzó a caminar hacia la puerta, pero ella le puso una mano en el brazo, parándole.

–Cuéntamelo, Draco –dijo Allegra–. Yo te he hablado de mí misma; sin embargo, tú te niegas a hablarme de ti. Me gustaría que lo hicieras, así te comprendería mejor.

–No hay nada que comprender –dijo él, pero sin apartarse de ella–. Tenía diecinueve años y poseía la arrogancia de la juventud. Creía que ella me quería tanto como yo a ella. No era así.

Allegra se le encendió una lucecilla en la cabeza.

–¿Tenías diecinueve años?

Draco le dedicó una triste sonrisa.

–Sí, fue justo cuando te me insinuaste. Yo estaba algo dolido y me desquité contigo. En otras circunstancias me habría sentido halagado, pero en esos momentos odiaba a las mujeres.

Allegra se mordió los labios.

–Lo siento. No me extraña que… que te enfadaras tanto.

Draco le acarició el labio inferior con la yema de un dedo.

–No debí hacer que pagaras tú mi frustración –respondió él apartando la mano–. Por eso, un par de años después, te eché en cara que hubieras quedado con ese tipo. Él me recordaba a mi ex.

Y Allegra le había detestado por eso.

–Pero, a los diecinueve, ¿no eras demasiado joven para pensar en el matrimonio?

–Para mucha gente lo era, pero yo llevaba solo desde la muerte de mi padre –contestó Draco–. Quería compartir la vida con alguien. Al final, resultó que no estaba tan preparado para ello como creía.

Allegra se preguntó si llegaría el día en que Draco estuviera dispuesto a formar una familia. Su compromiso con ella era temporal: dos o tres años a lo sumo. Eso, por supuesto, sin mencionar el amor. ¿Iba a ser suficiente para ella?

–Ojalá te hubiera hecho caso cuando me advertiste sobre ese chico, me habría ahorrado muchos problemas.

Draco le sonrió; después, se dio la vuelta para calzarse y ponerse una camiseta.

–Voy a subir a cubierta a ver qué tal va todo. Te dejo para que descanses o lo que te apetezca. Cenaremos después de que eche el ancla para pasar la noche en frente de una cala no muy lejos de aquí.

Allegra dejó caer los hombros cuando la puerta se cerró tras él. Se estaba comportando como una tonta. ¿Qué importancia tenía que Draco no la quisiera, que se negara a enamorarse de ella? Eso no era obstáculo para tener una relación satisfactoria, mucho más satisfactoria que cualquiera de las que había tenido anteriormente. Por supuesto, no era el cuento de hadas que secretamente deseaba, pero los cuentos de hadas no tenían nada que ver con la realidad.

Su relación con Draco era realista. Se deseaban y los dos eran personas inteligentes y racionales que tenían mucho en común.

Además, ella no estaba enamorada de Draco.

Y todo iría bien si seguía siendo así.