Capítulo 7

 

DRACO bajó el ancla y respiró hondo. Le encantaba estar en medio del mar, lejos de todas las cargas y responsabilidades que le acompañaban desde la adolescencia, cuando la vida le había resultado muy dura e insoportablemente cruel. Ahí, lejos de todo, podía respirar. Podía reflexionar sobre sus logros en vez de obsesionarse con lo que no había conseguido.

No sabía por qué le había hablado a Alegra de su exnovia y menos aún por qué lo había hecho con tanto detalle. Le gustaba estar ahí con ella, quizá le gustaba demasiado. El deseo que sentían el uno por el otro no parecía que fuera a disiparse pronto; al menos, por su parte. No comprendía por qué le gustaba tanto Allegra. Por supuesto, era hermosa, pero no era la primera vez que se acostaba con una mujer hermosa.

No, era más que eso. Allegra le cautivaba, era una mujer inteligente y divertida. Y le encantaba el fervor con que reaccionaba a sus caricias. Pero siempre había sido así. ¿No era por eso por lo que había mantenido la distancia con ella?

Sin embargo, ahora era todo lo contrario.

Y eso era algo de lo que su cuerpo se sentía entusiasmado. Más que entusiasmado. Exultante, eufórico, feliz.

Pero con Allegra era algo más que el placer físico del acto sexual, algo más profundo. Allegra confiaba en él y eso confería a su relación una nueva dimensión, una cualidad única. La falta de experiencia de Allegra era poco común en las mujeres de su edad, cosa que le agradaba. No quería pecar de machista, pero le complacía que Allegra no hubiera compartido su cuerpo con muchos hombres. Daba a su relación más importancia, era como si Allegra hubiera estado esperándole. ¿Y qué hombre no quería una esposa enloquecida con él? Al menos, ayudaría a que le fuera fiel. Si Allegra le deseaba, no pensaría en romper la relación antes de que él estuviera dispuesto a terminarla. El hecho de que ella le deseara ayudaría a cumplir la promesa que se habían hecho aquella mañana.

Sin embargo, en lo que se refería al amor…

Tenía cariño a Allegra, a su manera. Cariño, preocupación, ternura, amor… ¿no era todo lo mismo? Pero ¿enamorarse de ella? No, no iba a cometer ese error otra vez si podía evitarlo. No era tan cínico como para no reconocer que eso ocurría con mucha gente, gente que reprimía sus emociones menos que él. Gente menos… disciplinada. Pero él no era así.

Ya no.

La vida y la experiencia le habían enseñado esa lección. Enamorarse había sido una estupidez y una muestra de falta de madurez por su parte, y había pagado un alto precio por ello, un precio que se negaba a volver a pagar. Podía vivir uno o dos años satisfactoriamente con Allegra como esposa sin complicaciones.

Se abusaba demasiado de la palabra amor. La gente hablaba de ello como si fuera un talismán. Pero ¿sabía la gente de lo que estaba hablando? El padre de Allegra era un ejemplo de lo poco que significaba la palabra amor. Cosimo Kallas le decía constantemente a su esposa que la amaba; sin embargo, ¿cuánto tardaría en aburrirse de Elena y encontrar a otra mujer con quien entretenerse?

Al menos, Draco tenía la disciplina necesaria para evitar esas indiscreciones. Su padre le había dado un buen ejemplo, su lealtad había sido inquebrantable, nunca había roto una promesa por mucho que le hubiera costado. Él jamás le habría propuesto a Allegra el matrimonio de no haber estado seguro de poder serle fiel mientras se desearan el uno al otro.

Había sido la solución perfecta para ambos. Allegra trabajaba y no tenía planes inmediatos de casarse y tener hijos. Él, por su trabajo, viajaba constantemente por todo el mundo. De esta manera, los dos podían disfrutar juntos hasta que llegara el momento de dejarlo y seguir rumbos distintos.

¿Cómo no iba a gustarle Allegra? Era guapa, divertida, sensual e inteligente. Él estaba cansado de salir con mujeres con las que no podía llevar una conversación interesante y que carecían de sentido del humor. Estaba cansado de que le tomaran por un gurú o que quisieran estar con él por ser famoso.

A Draco le gustaba que Allegra le tratara como a un igual. Le gustaba que discutiera con él, que le plantara cara. A pesar de su fuerte personalidad, ella no se dejaba intimidar por él ni se dejaba comer el terreno. Le gustaba enzarzarse con ella en una discusión, le excitaba tanto como los juegos amorosos antes del acto sexual.

Por fin, cuando acabó de dejar listo el barco, Draco bajó y encontró a Allegra bebiendo agua en la cocina. Se había duchado y llevaba unos pantalones de yoga y un jersey ligero y desbocado color gris caído por un hombro que había dejado al descubierto, y se había recogido en una coleta el cabello mojado. Si aquella mañana había estado deslumbrante con el vestido de novia, ahora, vestida con ropa de andar por casa, no estaba menos hermosa.

El corazón le dio un vuelco.

Allegra dejó el vaso y alzó la barbilla con ese gesto aristocrático tan suyo, como si no hubieran estado desnudos en la cama y sudando apenas una hora atrás.

–No esperabas que hiciera la cena, ¿verdad?

Draco sonrió al ver un brillo retador en los ojos de ella. Después de la íntima conversación, Allegra se estaba distanciando de él y levantando nuevas defensas. ¿Se sentía desbordada por la intensidad de su encuentro sexual? De ser así, la comprendía perfectamente. A él tampoco le vendría mal recuperarse y restablecer el equilibrio de poder entre los dos. El sexo cambiaba mucho las relaciones, el buen sexo. Y su experiencia juntos había sido extraordinaria.

–¿Tienes hambre?

Allegra se humedeció los labios con la lengua y le miró la boca brevemente antes de volver a alzar la barbilla.

–Depende del menú.

Draco se acercó a ella, dejándole espacio suficiente para apartarse si así lo quería, pero Allegra se quedó donde estaba sin que sus ojos azules mostraran la batalla que su cuerpo estaba librando. Pero él lo sintió. Sintió la excitación sexual de ella y la sangre le hirvió en las venas.

Draco acarició la mandíbula de Allegra con la yema de un dedo y la sintió temblar.

–¿Qué te parece si empezamos con un pequeño aperitivo?

Draco acarició con la punta de la lengua el lunar que Allegra tenía junto a la boca; después, le lamió el labio inferior. Allegra lanzó un gemido al tiempo que le ponía las manos en el pecho y a él le temblaron las rodillas y la entrepierna le ardió y se le hinchó.

Draco, haciéndola abrir los labios, la estrechó contra sí, agarrándola por las nalgas, torturándose a sí mismo.

–Te deseo –eran las dos únicas palabras que quería pronunciar. Las dos únicas palabras que quería oírle a ella. Las dos únicas palabras que, en esos momentos, tenían significado para él.

–Yo también te deseo –Allegra le rodeó el cuello con los brazos, abrió la boca y, con un lamido, le invitó.

Su pasión era como un incendio que había roto toda barrera de contención. Le palpitaba el cuerpo entero, le vibraba. Besó a Allegra profundamente, tanteó hasta el último rincón de la boca de ella y se embriagó con su aroma.

La lengua de Allegra entró en un duelo con la suya. Ella comenzó a tirarle del pelo y a soltárselo, enloqueciéndole. La intoxicante mezcla de placer y dolor redobló su deseo hasta transformarlo en algo oscuro y desconocido, en una fuerza incontrolable.

Draco la alzó, la sentó en un mostrador y se colocó entre los muslos de Allegra. Ella le rodeó la cintura con las piernas y se apretó la boca contra la de él casi a modo de combate. Era como si a Allegra le doliera la atracción que sentía por él, como si quisiera castigarle por ello.

Draco profundizó el beso, penetrándole la boca con la lengua hasta hacerla suspirar y gemir. Allegra le agarró la cabeza y le hincó los dedos en el cuero cabelludo, pero a él le gustaron la aspereza y el apremio de ella, le encantó que Allegra se hubiera convertido en un felino.

Le subió el jersey, le agarró los senos y acarició los pezones con los pulgares. Su boca se lanzó a un viaje de descubrimiento por la suave garganta de Allegra y por el aromático valle entre sus pechos. Después, se los lamió hasta hacerla retorcerse de placer y mover las caderas en un silencioso ruego.

Draco le sacó el jersey por la cabeza y lo tiró al suelo; después, volvió a agarrarle los senos mientras veía en los ojos de Allegra puro deleite. Le soltó los pechos para quitarse la camisa; al dejar su pecho al desnudo, ella le besó, quemándole con los labios, humedeciéndole con la lengua…

Draco le bajó los pantalones de yoga y ella saltó del mostrador para sacar los pies de los pantalones, quedándose solo con un par de zapatillas deportivas negras con lazos rosas.

Entonces, Draco la tomó en sus brazos, la llevó a uno de los sofás de cuero y la tumbó en él. A continuación, se despojó del resto de la ropa, se tumbó al lado de ella y la besó con fiereza.

–Debería ir por un preservativo –dijo él apartando la boca de la de ella y sujetándole las muñecas.

–Estoy tomando la píldora. Hazme el amor. Ya.

Hacía mucho tiempo que Draco no había hecho el amor sin utilizar preservativo; pero dadas las circunstancias, no veía motivo por el que no pudiera consumar el acto sexual sin protección. Además, Allegra estaba tomando anticonceptivos.

Draco le puso las manos en el rostro y la miró a los ojos.

–¿Estás segura?

El deseo había agrandado las pupilas de Allegra, los besos le habían hinchado la boca y la habían enrojecido.

–Estamos casados y no vamos a acostarnos con nadie más, ¿no? No tengo ninguna enfermedad venérea ni nada, pero si necesitas hacerte alguna prueba…

–Ya lo he hecho –la interrumpió él–. Me hice unas pruebas hace seis meses, cuando puse fin a una relación pasajera. Desde entonces no he estado con nadie.

Allegra, sorprendida, agrandó los ojos.

–¿Con nadie? ¿Con nadie en absoluto?

Draco le retiró del rostro una imaginaria hebra de cabello.

–Cuando te vi aquella noche recordé la atracción que siempre ha habido entre nosotros y que no es solo física, sino también intelectual. Esa noche me di cuenta de que te deseaba y, con los problemas financieros de tu padre, diseñé un plan para tenerte a mi lado antes de que se me adelantara otro. Yo ya había empezado a darle dinero a tu padre. ¿Qué importancia tenía darle un poco más para conseguir lo que quería?

–¿No es demasiado… frío? –preguntó ella.

–¿Te parece frío esto? –Draco la besó suavemente, dándole tiempo para responder con el fervor y la pasión con que sabía que ella respondería.

Allegra abrió la boca y volvió a rodearle el cuello con los brazos.

Draco le besó entre los pechos y también el ombligo antes de chupárselo. Allegra lanzó un gemido de placer.

Allegra contuvo la respiración cuando él le separó los labios mayores y puso al descubierto los secretos, el aroma y la suavidad de ella. Se intoxicó con la reacción de Allegra a sus labios y lamidos. Allegra se arqueó y tembló cuando llegó a un orgasmo que él sintió en su lengua.

Ella dejó caer la cabeza en los cojines del sofá y Draco la penetró con un suave empellón. Contuvo un gruñido, pero no consiguió desacelerar el ritmo. Ya no podía hacerlo. El deseo le llevó a la desesperación y le hizo estallar con un ardor que le erizó el cuerpo entero.

Draco flotaba… flotaba… flotaba… Por fin, somnoliento, acarició el delgado muslo de Allegra.

–Espero no haberte metido prisa. He perdido el control.

Ella se acurrucó a su lado, adormilada.

–No, ha sido maravilloso. Realmente maravilloso.

Draco la miró y la vio sonreír.

–Hacemos buena pareja, Allegra.

–La mejor.

Draco le revolvió el cabello cariñosamente.

–Lo mejor está aún por venir.

 

 

Allegra se despertó un poco antes del amanecer. Solo podía oír el suave rumor de las olas batiendo ligeramente la cubierta del barco. Draco dormía con el pecho pegado a su espalda, un brazo alrededor de su cintura y las piernas entrelazadas con las de ella.

Se quedó escuchando la respiración de él, sintiendo en la espalda el movimiento del pecho de Draco al tomar y soltar el aire. Bajó los ojos y los clavó en el anillo de casados de Draco.

Las cortinas estaban descorridas, nadie podía verles allí anclados enfrente de aquella cala aislada. Las estrellas brillaban como diamantes en el oscuro y aterciopelado firmamento. Hacía mucho que no miraba las estrellas en todo su esplendor.

Draco suspiró y le agarró con más fuerza la cintura.

–¿Estás despierta?

Allegra sintió en las nalgas el movimiento del miembro viril.

–No estarás dispuesto a empezar otra vez, ¿verdad?

Draco lanzó una queda carcajada y la hizo volverse de cara a él.

–No voy a permitir que te levantes de la cama sin pasarlo bien antes.

Allegra le acarició los labios con la yema de un dedo.

–Lo estoy pasando muy bien. Mucho mejor de lo que habría podido imaginar nunca.

Draco le agarró los dedos de una mano, se los besó y la miró a los ojos.

–¿No estás dolorida?

Disimuladamente, Allegra juntó las piernas, pero no consiguió contener una ligera punzada de dolor.

–No…

–¿Nada en absoluto? –insistió Draco, no dejándose engañar.

–Bueno, quizá un poco –respondió ella mordiéndose los labios–. Dada mi falta de práctica, ha sido bastante ejercicio.

Draco le acarició la frente con exquisita ternura y a ella se le hizo un nudo en la garganta.

–Perdóname, Allegra. Debería haber tenido más cuidado.

–Es poco frecuente en una mujer de mi edad no tener una vida sexual muy activa.

Draco le alzó la barbilla.

–Soy perfectamente consciente de lo difícil que es para una mujer encontrar un equilibrio entre el trabajo y las relaciones íntimas. Muchos hombres no soportan no ser el centro de atención de una mujer. Y también hay trabajos más exigentes que otros.

–Sí, la verdad es que he tenido que luchar mucho para llegar donde estoy –comentó ella–. Y, a pesar de todos los sacrificios que he hecho, no he conseguido que me hagan socia en el despacho de abogados en el que trabajo, y creo que nunca lo lograré.

–¿Es eso lo que quieres, que te hagan socia?

Durante años, esa había sido la meta de ella. Se había entregado por entero a su trabajo con el fin de lograr reconocimiento y el mismo trato que los socios del bufete de abogados. Sin embargo, últimamente su motivación había disminuido. Seguía gustándole su trabajo, pero no le satisfacía tanto como antes; a veces, se sorprendía a sí misma pensando más en los aspectos negativos que en los positivos de este.

–No sé, quizá haya llegado el momento de pensar en cambiar de bufete. Creo que así ya no puedo seguir.

–¿Ya no da más de sí tu trabajo en ese bufete?

–Es eso… entre otras cosas –otras cosas como la sensación de que le faltaba algo. Algo más importante que el hecho de ser socia en un bufete de abogados.

–¿Has pensado alguna vez en trabajar en Grecia? Podrías montar tu propio bufete. Podrías ayudar a mujeres como Iona.

Allegra, decidida a independizarse de su padre, siempre se había resistido a trabajar en su país natal. Sin embargo, sabía que ahí podría mejorar profesionalmente y encontraría también mayores satisfacciones personales.

–Por el momento, lo que me preocupa es cómo compaginar mi trabajo en Londres con todo lo demás.

–No espero de ti que dejes el trabajo ni te acoples a mis necesidades –dijo Draco–. Tienes derecho a trabajar donde quieras. Yo también tengo negocios en Inglaterra. He hecho ese comentario por si se te ocurriera considerar esa posibilidad.

–¿Qué sentido tendría montar mi propio bufete para desmontarlo una vez que nos divorciemos?

Los ojos de Draco se tornaron más oscuros de repente, más intensos.

–¿No tendrás que marcharte también cuando quieras tener hijos?

–Eh, un momento. Has pasado del trabajo a tener hijos en un abrir y cerrar de ojos. Ya sabes lo que opino al respecto –pero sentía lo opuesto, a pesar de sus palabras.

«Quiero tener hijos. Quiero tener hijos contigo».

¿Por qué le había llevado tanto tiempo reconocer que el vacío que sentía en su vida se debía a que no tenía hijos? Nunca se había visto a sí misma como madre; pero, estando con Draco, no podía dejar de pensar en ello. Sin embargo, el orgullo le impedía sincerarse con él.

Draco se levantó y se puso una bata.

–¿Qué te pasa? No te he pedido que tengamos un hijo juntos. Simplemente he hecho un comentario.

–¿Por qué hablar de ello? –dijo Allegra lanzándole una breve mirada–. No vamos a seguir casados toda la vida. Ese ha sido el trato, ¿no?

–Dejémoslo. Olvida lo que he dicho.

–No, vamos a hablar de ello –le contradijo Allegra–. Es evidente que has pensado en ello; aunque, cuando lo mencionaste por primera vez, creí que estabas de broma. Pero tú no tienes familia y la mayoría de los hombres en este país quieren tener hijos; sobre todo, los hombres tan ricos como tú. No estabas bromeando, ¿verdad?

Draco lanzó un suspiro.

–Sí, era una broma. Pero ahora… me pregunto si no…

Allegra no estaba segura de querer tener una discusión que sabía cómo iba a terminar. Hablarían de tener un hijo juntos, pero eso no significaba que Draco fuera a enamorarse de ella y a seguir casado con ella durante el resto de sus vidas.

–Para los hombres es muy fácil –dijo Allegra–, no tenéis que dejar de trabajar para criar a un hijo, no tenéis que estar preñados durante nueve meses y no tenéis que dar de mamar ni pasar años renunciando a vuestra carrera profesional. Queréis las ventajas, pero no es necesario que renunciéis a nada.

–Sé que tener un hijo es un compromiso muy grande para una mujer –respondió Draco–, pero tú estás en una situación privilegiada en comparación con otras mujeres. Con o sin marido, podrías contratar a alguien y seguir trabajando.

–¿Te refieres a contratar a una niñera? –Allegra conocía bien a las niñeras, la habían criado–. Yo jamás permitiría que a mi hijo lo criara una desconocida.

Allegra se levantó y, a los pocos segundos, sintió a Draco a sus espaldas. Draco le puso las manos en los hombros y la hizo volverse de cara a él. Sus oscuros ojos mostraban preocupación, no censura, lo que la desarmó completamente.

–Este tema te resulta doloroso, ¿verdad? En ese caso, mejor lo dejamos. No quiero que te disgustes. Esta semana es para disfrutar.

Allegra disfrutaba con él mucho más de lo que le convenía.

–Sí, es un tema doloroso. Me crié con niñeras y no me gustaba nada. Cuando me acostumbraba a una, se marchaba, en muchas ocasiones porque la relación de la niñera con mi padre acababa. Estoy segura de que fue por eso por lo que a mi madre le pareció bien enviarme a un internado; de esa manera, evitaba tener en casa a las amantes de mi padre.

–¿Te resultó duro el internado? –preguntó Draco apretándole ligeramente los hombros.

–No me gustaba –respondió Allegra–, me sentía marginada. Yo era medio griega, no era como las demás niñas ricas inglesas del internado. Sin embargo, tampoco lo pasaba bien cuando volvía a casa en vacaciones. Mi madre no me hacía mucho caso.

Draco frunció el ceño.

–¿Por qué crees que tus padres no se divorciaron?

–No lo sé, supongo que mi padre no quiso dejar a mi madre después de la muerte de Dion para no sentirse culpable. Al final, fue ella quien le dejó. Yo creía que iba a volver a casarse rápidamente, pero no lo ha hecho hasta ahora, después de dejar a Elena embarazada.

–Elena parece contenta.

–Sí, así es, ¿por qué no iba a estarlo? –dijo Allegra–. Tiene un niño precioso y se ha casado con un hombre del que está enamorada. ¿Por qué no iba a estar contenta?

–Creía que Elena te caía bien.

–Y así es –respondió ella–. Es dulce, cariñosa, sensible e íntegra. Lo único que me preocupa es que no consiga evitar que mi padre pierda el interés por ella.

«La misma preocupación que tengo yo respecto a ti».

–Ahora que ha tenido un hijo, puede que tu padre siente por fin la cabeza –comentó Draco–. No obstante, entiendo que Elena te preocupe.

Allegra lo miró fijamente.

–¿No ves la similitud? –preguntó ella.

Draco pareció sorprendido.

–¿Qué similitud? ¿A qué te refieres?

–A nuestra situación y la de ellos.

Draco apretó la mandíbula visiblemente.

–No, no la veo en absoluto. Ambas situaciones son completamente diferentes. Te he dicho que nuestro matrimonio no va a durar mucho, pero he prometido que te seré fiel mientras dure; y, al contrario que tu padre, yo cumplo mi palabra. No tienes motivos para sentirte insegura conmigo. Jamás he sido infiel cuando estaba con una mujer. Nunca.

–Pero no estamos enamorados; por ese motivo, lo nuestro es peor que lo de mi padre y Elena.

–Quizá no estemos enamorados, pero nos entendemos y nos respetamos –Draco le tendió una mano–. Ven aquí.

Allegra le obedeció sin pensar. Él le rodeó la cintura y la abrazó. Y ella se dejó abrazar. Le dio igual que Draco no la quisiera, ella sí le quería.