Confianza rota

Bernie Williams observó el que sería el último partido de sus 16 años de carrera desde la banca; no participó en la derrota decisiva de 8–3 en el cuarto partido de la Serie de División de la Liga Americana de 2006 contra los Tigers de Detroit. La autopsia de los Yankees de 2006 se parecía mucho a los análisis post mórtem de las dos temporadas previas. Los Yankees presentaron una alineación espectacular y anotaron 930 carreras, la mayor cifra del béisbol, pero no pudieron batear al llegar octubre; en particular, Alex Rodríguez. Sus lanzadores fueron, otra vez, viejos y pedestres; de hecho, ocuparon el sexto sitio en la liga de ERA, y no fueron lo bastante profundos. Con su temporada en entredicho en ese cuarto partido, los Yankees dieron la bola a Jaret Wright en una situación en la cual la victoria era obligatoria. Wright nunca más ganaría otro partido de Ligas Mayores. El pitcher no salió de la cuarta entrada y dejó a los Yankees en un agujero de 4–0 del cual no pudieron escapar.

Los Yankees se fueron sin gloria de su segunda eliminación consecutiva en primera ronda desde que los Red Sox invirtieran la balanza del poder en esa Serie de Campeonato de la Liga Americana de 2004, aunque sólo después de haberse quedado a medio camino de eliminar a Detroit. Los Yankees ganaron el primer juego y mantuvieron el liderazgo en la quinta entrada del segundo juego, con Mike Mussina en el montículo en Nueva York.

Mussina concedió carreras en la quinta, sexta y séptima, y la mejor ofensiva del béisbol no anotó nada más durante el resto del encuentro. Los Yankees perdieron 4–3. Detroit superó a los Yankees 17–3 a lo largo de las últimas 23 entradas de la serie para enviarlos a casa, a otro invierno de ira y caos.

De alguna manera, los Yankees de 2006 se las arreglaron para no superar la primera ronda, a pesar de haber empleado los bates de Jeter, Rodríguez, Johnny Damon, Bobby Abreu, Gary Sheffield, Hideki Matsui, Jason Giambi, Jorge Posada y Robinson Canó, uno de los conjuntos más profundos de bateadores de primero en un equipo. ¿O acaso fue que perdieron precisamente por esa plétora? Torre, que trabajaba rodeado de lesiones y egos, se esforzaba por encontrar la combinación perfecta de jugadores.

Damon, contratado como agente libre cuando Boston mostró poco interés en conservarlo, dio energía y un sorprendente poder a la alineación. Bateó un récord en su carrera de 24 jonrones. Cashman agregó a Abreu en un hábil intercambio a media temporada con Filadelfia, después de que los outfielders Sheffield y Matsui sufrieran lesiones que les costarían la mayor parte de la temporada. Williams invirtió algún tiempo en las tres posiciones del outfield, al igual que Melky Cabrera, y también fue bateador designado. Jason Giambi faltó a 23 partidos debido a su colección acostumbrada de calamidades físicas y dividió su tiempo entre las funciones de primera base y bateador designado cuando formó parte de la alineación. El problema fue que los Yankees llegaron a octubre muy lejos de ser un equipo establecido. De los siete bateadores ya mencionados, dos de ellos estarían fuera de la alineación en cualquier momento dado.

A finales de septiembre, cuando Sheffield se preparaba para reintegrarse al equipo después de cuatro meses de incapacidad debido a una cirugía de muñeca, Torre lo llamó a su oficina. El mánager deseaba hablar con Sheffield acerca de la posibilidad de que jugara en primea base cuando volviera.

“Ahora que ya tenemos a Abreu … ”, comenzó Torre.

“Ya ordené mi guante de primera base”, lo interrumpió Sheffield.

“Perfecto. Sé que puedes hacerlo”.

Torre comentó: “Él era un jugador de equipo. Finalizó un par de partidos en tercera base para mí cuando tuvimos que sacar chicos del juego y mover a la gente. Él estaba dispuesto a hacer todo. Incluso a ser catcher. ‘Yo haré lo que sea’, me dijo. Llegó un día y me trajo un VHS de cuando era catcher en la liga infantil. Era un gran compañero de equipo. Lo único es que era inconsistente en sus estados de ánimo”.

Torre probó a Sheffield en la primera base durante la última semana de la temporada. Torre no estaba seguro de que Giambi, que también tenía problemas en la muñeca, pudiera jugar en esa posición.

“Se veía bien”, dijo Torre sobre Sheffield como primera base. “Y luego, una vez que comenzamos los playoffs, tuvo una regresión defensiva. Comenzó a atrapar la bola muy raro. Y en términos ofensivos, no tuvo suficiente tiempo para prepararse. Nosotros lo forzamos, pero resulta difícil no hacerlo porque tú sabes lo que él puede ofrecer. Sin embargo, él ya no era el mismo sujeto. Si él hubiera sido la misma fuerza ofensiva, yo nunca lo hubiera sacado del partido por nadie; pero, en ese momento, yo buscaba algo que animara al equipo”.

En el tercer juego en Detroit, contra el zurdo Kenny Rogers, los dos jugadores que Torre decidió que no iniciaran fueron Sheffield y Cabrera. Torre eligió a Giambi para iniciar en primera base y a Williams como bateador designado, que bateó en el octavo turno. Williams era un bateador de .353 contra Rogers en 34 turnos a lo largo de su carrera. Sheffield tenía a 1–de–8 en la serie y bateaba .222 desde que regresó al equipo el 22 de septiembre. Torre buscó a Sheffield en la casa club antes de publicar la alineación.

“Voy a cambiar la alineación”, le dijo Torre. “Quiero meter a Bernie en la alineación”.

“De acuerdo”, respondió Sheffield.

Unos minutos más tarde, después de que Torre se marchara por el pasillo hacia su oficina, Rodríguez asomó la cabeza tras la puerta del mánager.

“¿Puedo hablar contigo?”, le pregunto Rodríguez, que había bateado en el sexto turno en el primer y segundo juego casi sin éxito y que tenía el cuarto turno para el tercer juego.

“Claro”.

“¿Sabes? Cuando te marchaste después de hablar con Gary, él comenzó a arrojar cosas por todas partes”.

“Bueno, no puedo evitarlo. Yo le dije. No envié a nadie para decirle. Yo se lo dije. Si él quiere tener un problema conmigo, pudo haberlo tenido”.

“No te preocupes. Yo me encargaré”.

“De acuerdo. Gracias”.

Torre comentó: “Ése fue un intento más de Alex de ser el líder; de ser Jeter, básicamente”.

Los Yankees fueron derrotados 6–0 dado que Rogers superó a un ineficiente Randy Johnson, que concedió cinco carreras en menos de seis entradas y aumentó su ERA en postemporada como Yankee a 6,92. Rogers aplastó a los Yankees con cinco hits y dos outs en la octava entrada antes de que los relevistas Joel Zumaya y Todd Jones cerraran. Giambi y Williams obtuvieron un combinado de 0–de–7. Rodríguez tuvo a 0–de–3 y recibió un golpe de pelotazo, con lo cual se deslizó de manera cada vez más profunda hacia un pánico de proporciones cercanas a la parálisis para batear. Rodríguez obtuvo 1–de–11 a lo largo de los tres primeros partidos de la serie, no conectó hits en sus últimos diez turnos al bate, había sido eliminado en cuatro ocasiones por strikes, había bateado con diez corredores en base y no había traído a home a ninguno de ellos; además, como si fuera incapaz de apretar el gatillo, se había quedado inmóvil ante 12 strikes.

Un nuevo día trajo otro partido de ruleta con la alineación. A excepción de Jeter y Posada, Torre no tenía a nadie en su antes formidable alineación que abanicara bien el bate. En esta ocasión, contra el diestro Jeremy Bonderman en el cuarto partido, Williams y Giambi fueron los dos excéntricos hombres que se quedaron fuera, con Sheffield de regreso como cuarto al bate y primera base, y Cabrera en el noveno turno como bateador designado. La noticia principal de la alineación, no obstante, era que Rodríguez batearía en el octavo puesto. Torre no habló con Rodríguez al respecto antes de publicar la alineación en la casa club.

“En ese momento, nuestra posición era precaria y yo sólo intentaba aportar un poco de energía”, explicó Torre, “de manera que lo hice y lo publiqué. Entonces, los reporteros me preguntaron en la conferencia de prensa previa al partido, por qué le había asignado el octavo turno. Les respondí: ‘¿Saben? Es triste que no me hayan formulado esta pregunta, la cual hubiera sido mejor: ¿por qué no juega Giambi contra el diestro?’. Nadie me hizo esa pregunta. Todo se refería a Alex.

“Sin embargo, el bateo de Alex era una mierda y yo estaba empeñado en intentar poner gente con más potencia antes que él. Yo no intentaba provocar su furia a propósito. No obstante, como conozco a Alex, sin importar la explicación que yo le diera, él no me hubiera comprendido. No supe qué decirle para apaciguarlo sin dejar de comunicarle la verdad”.

Rodríguez no buscó a Torre para preguntarle sobre la alineación.

“No”, dijo Torre. “Esa noche, él se acercó a mí en la pista, después de que aterrizamos en Nueva York, y me dio un abrazo. Eso fue todo”.

Rodríguez obtuvo 0–de–3 una vez más. Para la serie .071, bateó con 11 corredores en base y no trajo a ninguno de ellos a home, no tuvo bases por bolas, no conectó ningún extrabase y vio más de cuatro lanzamientos sólo en dos ocasiones en 15 apariciones en la caja de bateo.

Jeter y Posada se combinaron para batear .500 en la serie. El resto del equipo, el mismo que había anotado 930 carreras en la temporada regular, bateó .173.

Poco después de la eliminación de los Yankees, Steinbrenner publicó una declaración a través de su gente de relaciones públicas, la cual se había convertido casi en su único medio de comunicación, para decir: “Estén seguros de que regresaremos a trabajar de inmediato a intentar corregir este triste fracaso y a brindar un campeonato a los Yankees, como es nuestra meta cada año”.

Los Yankees habían ganado 97 partidos, habían atraído a 4,2 millones de personas al Yankee Stadium, habían llegado a los playoffs por 12 temporadas consecutivas, habían superado a todos los demás equipos de béisbol por al menos 60 carreras, habían empleado a 36 jugadores pasados, presentes o futuros del Juego de Estrellas … y su propietario lo había reducido todo a “un triste fracaso”.

Torre soportó la mayor carga de la frustración creciente en la organización. Las derrotas en los playoffs borraban la historia de empuje de esos fallidos equipos de los Yankees. Los Yankees vinieron de abajo para llegar a los playoffs en 2006 por tercera ocasión en cuatro temporadas consecutivas. En 2004 iniciaron 8–11 y comenzaron el mes de junio en el segundo lugar. En 2005 comenzaron 11–19 y recibieron julio con un récord de .500. En 2006 iban detrás de Boston durante la mayor parte de los primeros cuatro meses y llegaron a agosto en segundo lugar. En 2007 iniciaron 21–29 y eran un equipo de .500 cuando inició la segunda mitad de la temporada. En cada uno de los casos, Torre llevó al equipo a los playoffs. El costo de jugar desde atrás, año tras año, fue la constante ansiedad organizacional que invadía las largas temporadas. No había margen de error ni ventaja suficiente para sentirse tranquilos.

Durante la temporada de 2006, por ejemplo, los Yankees sufrieron una derrota pasmosa, 19–1, ante los Indians de Cleveland, el equipo de la ciudad natal de Steinbrenner, el 4 de julio, cumpleaños de Steinbrenner. La derrota dejó a los Yankees en segundo lugar, cuatro partidos detrás de los Red Sox. Steve Swindal, que disfrutaba felizmente del día feriado a bordo de un yate, llamó a Cashman y comenzó a gritarle.

“¡Yo les pago a ti y a Joe todo ese dinero!”, dijo Swindal como parte de su rabieta.

Torre comentó: “Cash se enfadó y yo me enfadé. Hablé con Steve al día siguiente y le dije: ‘Steve, tienes que comprender: nosotros tratamos de ganar el juego. Y si perdemos 2–1 o 18–6, no hay diferencia alguna’”.

Tres días más tarde, los Yankees jugaban contra los Rays en St. Petersburg. Swindal entró a la casa club para visitantes. La oficina para el mánager visitante es la primera puerta a la izquierda después de entrar a la casa club en Tropicana Field. Cuando Swindal llegó, Torre lo guió hacia su oficina.

“Cierra la puerta”, le pidió Torre.

Swindal tomó asiento.

“Permíteme decirte algo”, comenzó Torre: “despídenos, despídeme o confía en lo que hacemos. Si crees que no ganamos porque no prestamos atención, estás muy equivocado. Eso fue ridículo”.

“Bueno”, respondió Swindal con una risa nerviosa, “ya sabes cómo soy”.

“Sí”, dijo Torre, “y lo resolveremos. Pero tú nos contrataste por una razón. Puedes creer en lo que hacemos o dejarnos partir”.

La derrota en los playoffs de 2006 contra Detroit disminuyó aún más la cuenta de buena voluntad que Torre había construido con la organización Yankee, una realidad que se haría evidente en la mañana posterior al cuarto partido.

Horas después de que los Yankees perdieran el cuarto partido contra los Tigers, la página posterior del Daily News de Nueva York del día siguiente publicó una fotografía de Torre y declaró con mayúsculas, sin la típica vacilación de un signo de interrogación, “¡FUERA DE AQUÍ!”. El artículo decía que Steinbrenner despediría a Torre y lo sustituiría por Lou Piniella (aunque Piniella estaba enfrascado en discusiones para firmar su contrato como director de los Cubs y no había tenido contacto alguno con los oficiales de los Yankees). Los reporteros comenzaron a merodear el jardín del hogar de Torre en Westchester, Nueva York. Steinbrenner y el resto de las oficinas generales de los Yankees no hicieron declaraciones públicas acerca del estatus de Torre en dos días y permitieron que la especulación creciera con libertad, aunque sí condujeron una conferencia telefónica de alto nivel que incluyó a Steinbrenner, a Cashman, a Torre, al presidente Randy Levine, al jefe de operaciones Lonn Trost y al director asociado Steve Swindal. En varias ocasiones, los encargados de tomar decisiones de los Yankees mencionaron la idea de que tal vez Torre se había “distraído” de sus labores como mánager de Nueva York; incluso, hicieron referencias a las labores de caridad que él realiza para su fundación a favor de las víctimas de abuso por parte de miembros de su familia, la fundación Safe at Home.

“Me dolió el hecho de que aseguraran que yo estaba distraído por algo”, dijo Torre. “Les pregunté: ‘¿Qué fue lo que sucedió de pronto en la postemporada que me distrajo y que no hubiera sucedido durante la temporada regular, cuando ganamos tantos partidos como cualquier otro equipo de béisbol?’”.

De hecho, los Yankees ganaron 97 partidos, la mayor cifra en la Liga Americana, y empataron con los Mets de Nueva York en el primer sitio en el béisbol. Anotaron más carreras que ningún otro equipo de béisbol. Derrotaron a Detroit en el primer juego en la serie de mejores de cinco, 8–4, y tomaron una delantera de 3–1 hasta la quinta entrada del segundo juego con el diestro veterano Mike Mussina en el montículo del Yankee Stadium.

En apariencia, fue entonces cuando las “distracciones” comenzaron a manifestarse, pues, de súbito, los Yankees perdieron su dominio sobre la serie.

Ali, al escuchar a su esposo en la conferencia telefónica, exclamó en un susurro: “¿De qué te defiendes? Si quieren despedirte, que lo hagan. Así de simple”.

Torre no percibió mucho apoyo de sus jefes en el otro extremo de la línea telefónica. Los Yankees habían llegado a creer que cualquier cosa menor que el campeonato mundial era un fracaso. Desde luego, esa idea era posible sólo debido a los cuatro campeonatos que ganaron en los primeros cinco años de Torre en el puesto. Ningún otro equipo desde 1953 había ganado cuatro títulos de la Serie Mundial en cinco años, un lapso de 53 años que cubrió el advenimiento de la libre agencia, el principio de la expansión y la integración plena de las ligas mayores. El crédito de la confianza por aquellos títulos se había terminado para Torre. Si iba a ser juzgado con severidad y casi por completo por dos partidos y medio contra los Tigers (23 entradas en las cuales Mussina, Randy Johnson y Jaret Wright fueron superados como pitchers y los Yankees batearon .163), bueno, ésa era la verdad brutal del puesto. En cada temporada, los Yankees jugaban como si metieran todas sus apuestas en el partido y el mánager tenía que asumir las consecuencias si no le tocaba en suerte una mano ganadora. Torre conocía esa realidad. Al final de la conferencia telefónica, dejó de defenderse a sí mismo y a su récord y le ofreció un consejo a George Steinbrenner.

“George, siempre quiero que te sientas orgulloso de lo que hago”, le dijo Torre; “pero, si desde el fondo de tu corazón sientes que debes hacer un cambio, entonces eso es lo que debes hacer. No suplico por mi empleo. Estoy aquí para decirte que voy a trabajar de la misma manera como siempre lo he hecho para ti. ¿Qué podría hacer de forma distinta? Sólo puedo ser quien soy. Sin embargo, si te sientes más cómodo al hacer un cambio, entonces eso es lo que debes hacer”.

Cuando la conferencia telefónica terminó, nada había sido decidido. Steinbrenner necesitaba pensar al respecto. Torre colgó sin saber si podría dirigir de nuevo a los Yankees. Pasó otro día. Aún nada. Torre era incapaz de aceptar ninguna pregunta de los medios porque no tenía idea de su situación. Lo que sí hizo fue pedir a Jason Zillo, el director de relaciones públicas de los Yankees, que hiciera algo con los reporteros acampados en su jardín frontal. De inmediato, Zillo proporcionó el servicio solicitado y llamó a las fuentes de noticias para pedirles que dieran fin a la vigilia infructuosa.

Al día siguiente, por fin, los Yankees anunciaron que Torre se reuniría con los reporteros a la una de la tarde en el Yankee Stadium. Para Torre, sin embargo, había un pequeño impedimento para los planes de una conferencia de prensa: aún no tenía idea de si dirigiría a los Yankees. Aún no había recibido noticia alguna de Steinbrenner. Torre se preparaba para asistir a la conferencia de prensa cuando decidió hacer algo para terminar con esa incertidumbre: llamar a Cashman.

“Cash, ¿te has enterado de algo?”, le preguntó Torre.

“No”, replicó Cashman. “No me he enterado de nada”.

“Hazme un favor”, le pidió Torre.

“Claro, ¿de qué se trata, Joe?”, le preguntó Cashman.

“Llámales y diles que me despidan ahora mismo. Si les toma tanto tiempo tomar una maldita decisión, diles que busquen a alguien más. No quiero estar aquí. Esto es ridículo”.

Era el típico Torre. Una de sus características más fuertes al trabajar para Steinbrenner era que, desde el momento en que fue contratado, nunca necesitó tanto el trabajo como para convertirse en lacayo de Steinbrenner. Al Jefe le agradaba que sus mánagers y ejecutivos se sintieran en deuda con él (ninguno de ellos se sintió más en deuda con él que el “verdadero Yankee” Billy Martin, que se refería a él con la mayor deferencia: “Señor Steinbrenner”), pero Torre sentía que trabajar con los Yankees era como jugar con dinero de la casa. Él llamaba “George” a Steinbrenner.

Sin embargo, el edicto de “despídanme” a Cashman era también un rasgo típico de Torre porque se trataba de una reacción emocional. Con frecuencia, Ali le decía que se tomaba las cosas demasiado a pecho y que reaccionaba de forma muy emotiva, y éste parecía ser otro ejemplo de ello.

Cashman le pidió a Torre que tuviera un poco más de paciencia y éste, por fin, accedió. Podría presentarse en la conferencia de prensa y responder preguntas según su mejor entender, que era muy poco en lo que se refería al estatus de su empleo. Cinco minutos antes de que la conferencia de prensa comenzara, el teléfono de Torre sonó. Era Steinbrenner.

“Queremos que dirijas el año próximo”, dijo el Jefe.

Después de haber sido “despedido” por la página trasera del Daily News, después de que lo acusaran de estar “distraído” mientras laboraba como mánager del equipo con más victorias en la liga, después de haber sido colocado en un limbo durante dos días hasta cinco minutos antes de la conferencia de prensa, Torre reaccionó a la ofrenda de paz de Steinbrenner de la mejor manera que conocía: le dio las gracias cortésmente a Stein brenner.

Ésta sería la última conversación significativa que Torre sostendría con Steinbrenner. El cambio en su relación no tenía nada que ver con la situación laboral de Torre. Por el contrario, se relacionó con la salud de Steinbrenner. Nadie le comentó a Torre ningún detalle específico que afligiera la salud de Steinbrenner, pero, para toda la familia Yankee, resultaba evidente que la agudeza física y mental del Jefe disminuía con rapidez. Steinbrenner y Torre habían conversado con frecuencia a lo largo de los años y habían desarrollado una relación cordial y respetuosa. Torre tenía una facilidad natural para manejar a Steinbrenner.

“Lo volvía loco que todo tuviera sentido cuando hablaba con él”, comentó Torre. “Recuerdo que en una ocasión le dije: ‘George, tenemos que hablar de esto’. Él respondió: ‘No quiero hablar al respecto porque vas a convencerme’. No recuerdo cuál era el tema. Reí. Él dijo: ‘No quiero hablar contigo sobre eso porque tú lo expresarás de tal manera que lo volverás muy sencillo’”.

Las bromas y las conversaciones disminuyeron hasta casi desaparecer. Alrededor de un mes después de que Steinbrenner aceptara el regreso de Torre para la temporada de 2007, cerca del Día de Acción de Gracias de 2006, Torre se encontró por casualidad con Steinbrenner en Tampa después de viajar hacia allá en un avión privado con su familia. Steinbrenner, de 76 años, esperaba la llegada de sus nietos en el aeropuerto.

“Hola, amigo”, saludó Steinbrenner. Además del intercambio de bromas, no hubo conversación alguna. Steinbrenner, como ya acostumbraba hacer con regularidad, portaba anteojos oscuros en lugares cerrados. Lo que sorprendió a Torre es que la mano de Steinbrenner temblaba y que prefirió metérsela en el bolsillo para intentar calmar el temblor.

“Él estaba bien”, recordó Torre, “pero podías ver que ya no tenía la energía que antes tuvo”.

Torre no tuvo conocimiento de ningún diagnóstico; no obstante, para 2007 resultó evidente que el viejo león había llegado a su invierno. Torre supo que Steinbrenner se había retirado de la operación cotidiana y de las planeaciones a largo plazo. Cierto día se encontró con Steinbrenner en el estacionamiento de Legends Field mientras el Jefe se subía a su automóvil. Torre conducía un carrito de golf. Steinbrenner se aproximó a él y colocó un pie en el carrito de golf y una mano sobre el techo para equilibrarse. Lo que Torre notó fue que la mano de Steinbrenner temblaba en el techo del carrito. Más o menos en la misma época, uno de los jugadores estrella de los Yankees también se encontró con Steinbrenner en el estacionamiento. Después del encuentro, el jugador dijo:

“Con toda honestidad, ni siquiera estoy seguro de que él supiera quién era yo”.

“Yo hablo con él de tiempo en tiempo”, dijo Torre cierto día en el campamento de entrenamiento de primavera de 2007, en la oficina del mánager. “Él ya no viene más por aquí. Antes solía presentarse aquí a diario. Le encantaba. Pero ya no puede sentarse por allí y hablar contigo. Es muy triste. Sin importar lo que opines de él, nunca querrías ver a nadie en esas condiciones; básicamente, que pierda su espíritu. No quieres ver que eso suceda.

“Recuerdo que un día nos sentamos juntos en mi sofá, hace varios años, y le dije lo mismo que siempre le decía: ‘¿Sabes? Si sólo pudieras hacerme un favor. Sólo comprende: quiero que te sientas orgulloso. No puedo controlar el hecho de que la gente me otorgue el crédito por lo que sucede. Cada vez que eso pasa, yo siempre te doy el crédito porque tú me trajiste aquí y porque nos proporcionas los recursos para hacerlo. Pero no me culpes y no te enojes conmigo por eso, porque yo no puedo controlarlo’.

“Él respondió: ‘Oh, no es así. No es eso lo que siento’. Yo sabía que yo tenía razón. Y eso nos impidió tener la relación más cercana que pudimos tener. En lugar de que él percibiera esto como ‘conseguí al mejor tipo y estoy orgulloso de eso’, lo que él sentía era ‘él recibe demasiado crédito’. Y porque a George le gusta mantener el control y atemorizar a la gente, creo que eliminó eso conmigo. Él no podía controlarme y no podía atemorizarme y creo que eso lo frustraba.

“Le dije: ‘Me gustaría que entre nosotros dos hubiera una situación en la cual, si vieras que algo no te gusta, sólo me llamaras. ¿De acuerdo? Sólo llámame. Una cosa que nunca perderé de vista es que tú eres el Jefe. Siempre respetaré eso. Nunca querré llegar al punto de pensar que yo soy superior a eso porque ése no es el caso’”.

Lo que Torre apreciaba de Steinbrenner era que el Jefe siempre era accesible. Era capaz de llegar a la carrera a la oficina de Torre en cualquier momento, de llamarlo por teléfono o convocarlo, a él y a sus demás asesores de béisbol, a otra reunión de emergencia en la sala ejecutiva en el tercer piso de Legends Field. A Torre le agradaba saber que Steinbrenner siempre estaba allí y sabía dónde estaba parado con él.

Sin embargo, ya no fue igual en 2007 debido a la salud de Steinbrenner. Uno de sus últimos aliados verdaderos, Cashman, se alejaría cada vez más de él en términos filosóficos y Williams estaría implicado por completo en ello.

Williams, de 37 años, era un agente libre que deseaba volver a la única organización que siempre había conocido. El muchacho de 22 años que había accedido a las ligas mayores en 1991 con un aspecto tan inocente que sus compañeros de equipo lo apodaron “Bambi” (su error fue confundir su ingenuidad con falta de competitividad), llegó a ganar cuatro anillos de campeonato, conectar 2.336 hits, participar en cinco Juegos de Estrellas, ganar un título de bateo y ganar $103 millones. Después de todo eso, Williams aún transmitía esa misma ingenuidad juvenil que fascinaba a los aficionados de los Yankees. Williams era uno de los suyos. Ellos lo habían visto crecer, resolver situaciones decisivas y, sin embargo, permanecer humilde, inocente y sincero.

La belleza de Williams radicaba en que no había cambiado mucho, vestido con el mismo uniforme y con la misma sobriedad placentera en la mirada. Antes de que se dijera que Manny era Manny, una frase pegajosa para disculpar la tontería infantil de Manny Ramírez, se decía que Bernie era Bernie. Después de que los Yankees vencieran a los Rangers de Texas en el decisivo cuarto partido de la Serie de División de 1996, Williams llamó a Torre a su habitación de hotel.

“Tengo un problema”, le dijo Williams.

“¿De qué se trata?”, le preguntó Torre y temió lo peor.

“Mi familia viajó hasta aquí y cuesta $500 cambiar los boletos para regresar un día antes. ¿Conoces a alguien en la aerolínea?”

Williams ganaba $3 millones en 1996.

“Detalles como ésos eran lo que lo hacía encantador, en verdad”, comentó Torre. “Bernie Williams siempre esperaba lo mejor. Siempre recordaré que le hicieron el último out en la Serie de División de 1997, un fly hacia el campo central con un corredor en segunda base. Prácticamente tuve que bajarlo de los escalones que conducían a la casa club. Le dije: ‘Bernie, las cosas no siempre van a resultar como tú quieres’. Él estaba devastado”.

A sus compañeros de equipo les encantaba que Bernie fuera Bernie. En una ocasión se marchó del Yankee Stadium después de un partido nocturno y olvidó a su propio hijo, que jugaba videojuegos. Cuando llegó a la casa y se percató de su distracción, llamó a Andy Pettitte y le preguntó: “Andy, ¿puedes traerlo a casa?”.

En otra ocasión, después del partido decisivo de una Serie Mundial, Williams condujo a casa sin su esposa. Waleska Williams se quedó en la sala de espera con el entrenador Steve Donahue.

El último día de la temporada de 2005, los Yankees se trasladaron al Fenway Park en Boston. Sabían que, si ganaban el partido, abrirían la Serie de División en casa contra los Angels; si perdían, abrirían contra ellos de gira en Anaheim. Antes del partido, Williams le preguntó a Torre: “¿Te importa si me voy a casa con mi esposa después del partido?” Torre respondió: “Bernie, si perdemos hoy iremos a Anaheim”. “¿En serio?” replicó Williams.

Williams llamaba por teléfono a la casa club de los Yankees desde su hogar en los surburbios de Westchester a la una de la tarde y, como un jugador de liga infantil, decía: “Aquí llueve. ¿Vamos a jugar hoy en la noche?”.

Se sabía que en algunas ocasiones reportaba tarde al trabajo. Williams llegó tarde, por ejemplo, para el sexto juego de la Serie Mundial de 2001; apenas llegó a tiempo después de que el conductor de su taxi pasara las estrictas medidas de seguridad y las barricadas establecidas alrededor del estadio.

Hubo otra ocasión en la cual Torre se acercó a Williams en el comedor de la casa club para visitantes en Tampa Bay. Williams se preparaba un emparedado.

“¿Cómo estás, Bernie?” preguntó Torre.

“Perdí el autobús. Lamento llegar tarde”, se disculpó Williams.

“Bernie”, le dijo Torre con una sonrisa. “Ni siquiera sabía que habías llegado tarde, pero gracias por disculparte. Ese emparedado te costará $200”.

Williams se rió.

Williams ocupó un sitio especial en la historia de los Yankees. Él jugó en un equipo de los Yankees que perdió 91 partidos en 1991 y estuvo presente en la reconstrucción y en el ascenso de una dinastía moderna. Williams jugó en 2006 bajo un acuerdo de un año por $1,5 millones. Era una ganga, dado que su promedio era .281, con 12 jonrones y 61 carreras impulsadas. Ya no era un jugador cotidiano, ni siquiera un outfielder central de medio tiempo, y él y Torre lo sabían. Williams quería jugar un año más como jugador de banca, iniciar en el outfield de manera ocasional en caso de que se presentara alguna lesión o fuera necesario un día de descanso para uno de los outfielders principales: Damon, Abreu, Cabrera y Matsui.

Poco después de que los Yankees perdieran la Serie de División de la Liga Americana de 2006 contra Detroit, Cashman tuvo una junta con Torre y el equipo de entrenadores en la cual discutieron si Williams aún tendría una función dentro del equipo para 2007. Cashman dijo que todos en esa sala estaban de acuerdo en que Williams estaba acabado. Sin embargo, a medida que la alineación de los Yankees comenzó a tomar forma a lo largo del invierno, Torre llegó a creer que Williams resurgiría como su mejor opción en la banca.

Torre sabía que aún podía contar con él para brindar un turno de calidad al bate en un momento decisivo y tenía el beneficio agregado de ser bateador ambidiestro, lo que causaba decisiones complicadas a los mánagers contrarios cuando éstos intentaban elegir a sus pitchers relevistas con el fin de ganar alguna ventaja para sus equipos. En las dos temporadas previas, a los 36 y 37 años, Williams bateó .317 y .321 con corredores en posición de anotar y dos outs.

Torre le dijo a Cashman que quería traer de regreso a Williams por un acuerdo similar al que tuvo en 2006. Cashman no quiso ni escuchar hablar al respecto. Tenía una idea mejor, dijo, y sacó algunos números. Entonces, comenzó a dar a Torre algunas cifras de hits de emergentes y porcentajes de colocación en base de Josh Phelps y Doug Mientkiewicz. Ése era el plan de Cashman: obtendría mejores resultados con una combinación de Josh Phelps y Doug Mientkiewicz, que si contrataban de nuevo a Bernie Williams por un año más. Torre estaba atónito.

“Cash”, dijo Torre, “Bernie Williams quizá no juegue mucho en el outfield porque no hay espacio allí; sin embargo, como jugador de banca, como bateador ambidiestro, sé que, si yo dirijo en el otro dugout y sé que ellos tienen sentado allí a Bernie Williams, va a afectar en mis decisiones sobre a quién meto a jugar y cómo dirijo el partido. Si conoces al jugador que Bernie fue, y no está tan alejado de ello, sabes que el peligro sigue allí”.

Cashman se aferró a las cifras de porcentaje de colocación en base.

“No puedo rebatir eso”, dijo Torre. “Para mí y para algunos de los demás mánagers, ¿la llegada de Mientkiewicz como bateador emergente va a atemorizarme como lo hace Bernie Williams? ¿Incluso si tiene un mejor porcentaje de colocación en base?”

Cashman no cedió. A él también le preocupaba la incomodidad de tener que eliminar a un ícono como Williams si éste demostraba que en verdad estaba acabado. Torre comentó: “Fue como hablar con un muro de ladrillos. Nunca avanzamos en ningún sentido”.

La batalla filosófica no fue una batalla en absoluto. La fe de Cashman en los números obtuvo una victoria decisiva sobre la confianza de Torre en sus jugadores. Cashman no le ofreció a Williams un contrato en las ligas mayores. Estaba abierto a la idea de permitir que Williams asistiera al campamento para hacer el intento con un acuerdo de ligas menores. El orgullo de Williams de ser un Yankee fue demasiado para eso. En múltiples ocasiones, Torre intentó convencerlo de asistir al campamento como invitado fuera de la alineación. Williams no aceptaría ese escenario. La ausencia de una verdadera oferta de ligas mayores le comunicó a Williams todo lo que él necesitaba saber: los Yankees ya no lo requerían.

“Hablé con él alrededor de tres o cuatro veces”, dijo Torre, “e intenté convencerlo de venir. Hice todo menos prometerle que formaría parte del equipo. No podía hacer eso. Hasta el día de hoy no sé lo que pasaba por la mente de Bernie. Sabía que el hecho de haber sido eliminado lo lastimaba. Sólo creo que, en su mente, Cashman se resistía a pagarle durante tanto tiempo y a pagarle tanto dinero. Él sentía que no le debía nada, aunque no estoy seguro de que ésa sea la manera de percibir las cosas. Y luego Cashman se enojó con Bernie; estaba enojado por algo”.

En enero de 2008, Cashman, de forma inadvertida, reveló lo que en realidad sentía acerca de Williams en ciertos comentarios que hizo en un simposio en el Colegio William Paterson en Nueva Jersey, un suceso que Cashman no imaginó que estaba destinado a aparecer en los periódicos. Cashman atacó a Williams y dijo que había tenido una “temporada terrible” en 2005, que Torre había metido a jugar a Williams en 2006 “en lugar de otros que podían habernos ayudado a ganar” y que Williams se había involucrado más en su carrera musical, “lo cual lo alejó de su juego”.

El Plan Mientkiewicz-Phelps fue, desde todos los puntos de vista, un error. Mientkiewicz se fracturó la muñeca derecha y participó sólo en 72 partidos. (Williams jugó en al menos 119 partidos en sus últimas 12 temporadas, después de la temporada de 1994, que fue acortada por la huelga de jugadores). Phelps fue despedido en junio después de jugar sólo 36 partidos. Sumados, Mientkiewicz y Phelps batearon .200 en todos los partidos como jugadores de la banca, con cinco hits en sus 25 turnos.

“No sé cuántas veces durante ese año miré a Don Mattingly y le dije: ‘Éste es un buen momento para Bernie’”, comentó Torre. “Tienes una oportunidad para un bateador sustituto y ellos tienen a un diestro y a un zurdo en el bulpen, y con Bernie, tú neutralizas sus opciones”.

Los Yankees participaron en seis Series Mundiales bajo la dirección de Torre y Williams bateó en el tercero o cuarto turnos en la alineación en cada una de éstas. Con sus expresivos ojos, su swing fluido y su físico de corredor, Williams no era el típico bateador del medio de la alineación en equipos de campeonato. Nunca bateó más de 30 jonrones, pero era lo bastante fuerte como para soportar ese tipo de responsabilidad.

“Bernie era un hijo de puta; la presión del juego nunca le molestó”, dijo Torre. “Nunca lo incomodó. ¿Sabes? Tú intentas explicar todas estas cosas y, a menos que tengas idea de lo que ves, resulta difícil de racionalizar con números concretos.

“No creo que a Bernie le preocupara cómo lucía en el campo; sólo era quien era. Creo que los buenos jugadores entran al terreno de juego con la conciencia de que existe el peligro de hacer un mal papel y eso no les molesta en absoluto. Bernie nunca pensaba que algo negativo podía suceder, hasta que sucedía”.

Para Torre, la eliminación de Williams por parte de Cashman fue también, en parte, un repudio a la confianza y la comprensión del mánager hacia sus jugadores. Los golpes a sus cimientos como el mánager seguro de los Yankees de Nueva York se acumulaban: los ataques a través de la propia cadena de la franquicia y la guerra fría con Steinbrenner en 2005, la virtual despedida y la subsecuente indefinición después de la Serie de División de 2006 y ahora esto; es decir, la decisión de Cashman de confiar en su fe en las cifras en lugar de confiar en la fe de Torre en Bernie Williams.

“Lo que en verdad me encabronó más que nada fue lo de Bernie Williams, cuando mi opinión fue ignorada por completo”, afirmó Torre. “Yo intenté luchar por un caso perdido y eso nunca lo olvidaré”.

El futuro de Joe como mánager de los Yankees de Nueva York fue una adición de último minuto al menú de un almuerzo a beneficio de los Boys and Girls Clubs de Tampa Bay en el Hotel Tampa Marriot Waterside, el 9 de marzo de 2007. Desde hacía mucho tiempo, los Boys and Girls Clubs habían sido una de las instituciones de beneficencia preferidas por George Steinbrenner; podías encontrar su nombre adosado a uno de sus edificios como prueba de su generosidad. En cada campamento de entrenamiento de primavera, Steinbrenner se aseguraba de que su personal y sus peloteros se unieran a su intención de ayudar a los Boys and Girls Clubs, asistiendo al almuerzo que había crecido hasta convertirse en uno de sus eventos más grandes de recaudación de fondos. Brian Cashman decidió aprovechar el almuerzo de 2007, lejos de los ojos penetrantes de los medios de comunicación de Nueva York, para sacar a colación el tema espinoso de lo que debían hacer con Torre. Durante los cinco meses previos, este tema se había convertido en el elefante en la sala que nadie quería reconocer debido a su carácter incómodo. El futuro de Torre, más allá de esa temporada de 2007, era incierto. Cashman se dirigió a Torre y le preguntó:

“¿Qué es lo que quieres hacer, Joe?”

Al instante, Torre reconoció la oportunidad. El director general no le hubiera formulado esa pregunta de no haber querido que Torre regresara. Eso constituía un suceso de gran importancia. Torre se encontraba en el último año de su contrato, un estatus de más peso que sus 11 temporadas consecutivas guiando a los Yankees hasta los playoffs, cuatro de las cuales habían culminado en campeonatos mundiales. El final próximo del acuerdo lo colocaba con firmeza en la mirilla de sus críticos, algunos de los cuales resultaron estar dentro de su propia organización. Cuando Torre se marchaba para asistir al entrenamiento de primavera, su esposa Ali lo despidió con un beso, un abrazo y esta advertencia: “Éste será tu año más difícil porque ellos siempre se referirán a él como el último año de tu contrato”.

Torre comentó: “Creo que en ocasiones fui ingenuo, pero nunca esperé que fuera más difícil. Esto se debe a que siempre pensé que me encontraba en el último año de mi contrato, sin importar lo que éste señalara. Incluso si cuentas con un contrato, siempre existe la amenaza de que te despidan. Pero nunca me di cuenta de cuánta razón tenía Ali”.

Sin un contrato para 2008, Torre era un mánager próximo a ser sustituido, más herido aún por todo lo que representó su despido simulado después de la temporada de 2006, que fue como ser sometido a todos los protocolos de un escuadrón de fusilamiento: la venda en los ojos, los cartuchos cargados, la orden de “¡preparen, apunten, fuego!”, pero con salvas en lugar de balas.

La decisión más importante del departamento de operaciones del béisbol en el campamento de entrenamiento de primavera era qué hacer con Torre. Cashman abrió la puerta para una extensión cuando se dirigió a Torre en el almuerzo de beneficencia del 9 de marzo. Cashman ni siquiera estaba seguro de si Torre tenía planes para dirigir más allá de 2007. Torre no dudó al responder. Sin importar lo difíciles y dolorosos que habían resultado los efectos colaterales de la derrota en la Serie de División de 2006, Torre no había perdido ni un ápice de entusiasmo por su empleo. Odiaba los ataques internos, la búsqueda insensata de crédito y la asignación de culpas; además, aborrecía saber que no todo el mundo en esas oficinas generales lo apoyaba por completo. No obstante, a Torre le encantaba dirigir personas y juegos de pelota tanto como siempre.

“Me gustaría continuar con mi trabajo de mánager”, respondió Torre. “Aún lo disfruto”.

“De acuerdo”, dijo Cashman. “Tú eres mi tipo. Mientras yo esté aquí, prefiero que nadie más que tú dirija este equipo, excepto tú. ¿Cuánto tiempo más quieres dedicarte a esto?”

Torre comprendió que, de pronto, la puerta para una extensión de contrato se abría por completo. Fue lo bastante sensato como para no mencionar el tema a lo largo del invierno, después de estar a punto de ser despedido, pero era lo bastante inteligente como para saber que ésta era la oportunidad precisa para establecerlo. Torre tuvo una idea.

“¿Cuánto tiempo tienes de contrato?”, le preguntó Torre a Cashman.

“Hasta el año próximo”.

“De acuerdo. Sólo emparéjame contigo. Tendremos las mismas condiciones. Auméntalo al año próximo para que ambos tengamos los mismos términos”.

“Estoy de acuerdo”, aceptó Cashman.

Torre ganaba $7 millones en 2007, el último año de su contrato. Una extensión de un año, si no tenía ninguna otra función, al menos serviría para eliminar su estatus de mánager próximo a la sustitución y disminuiría el tamaño del tiro al blanco en sus espaldas. También minimizaría las especulaciones de que en cualquier momento podía ser despedido, una espada de Damocles que puede perjudicar a todo un equipo, no sólo al mánager.

Para Torre fue una noticia excelente que Cashman quisiera extender su contrato; en especial debido a su influencia dentro de la organización.

“Cuando él dijo eso, yo pensé: ‘Es sólo una formalidad’”, comentó Torre. “Pensé que era un tiro seguro. El director general me pregunta durante cuánto tiempo quiero dirigir y yo sólo asumí … desde luego, no debí asumir nada porque él dijo: ‘Sólo quiero saber qué voy a decirles a ellos’”.

“Ellos”. Era un nuevo concepto en el régimen de Steinbrenner. Dado que Steinbrenner ya no era lo bastante saludable para ser el Jefe, el gobernante absoluto con poder absoluto, la estructura de poder de los Yankees se había vuelto borrosa y aún necesitaba definirse. Los hijos de Steinbrenner, Hank y Hal, estaban presentes, pero aún no se involucraban por completo en las operaciones diarias del club. Trost y Levine conducían las operaciones de negocios de la franquicia, pero también contribuían en los asuntos de béisbol. Uno de los yernos de Steinbrenner, Félix López, se interesaba cada vez más en todos los aspectos del negocio de los Yankees de Nueva York y representó uno de los ascensos más asombrosos en la historia corporativa estadounidense. López llegó a sala de consejo de los Yankees por medio de la jardinería. Conoció a Jessica Steinbrenner, la hija del Jefe, mientras se encargaba de su jardín. Contrajo nupcias con la hija del Jefe y de inmediato se convirtió en un experto en béisbol.

Otro yerno, Steve Swindal, era el director general asociado del equipo y el sucesor escogido por Steinbrenner. Steve Swindal contrajo nupcias con Jennifer, otra hija del Jefe. Él dirigió Bay Transportation Corporation, una empresa de remolque marino que fue adquirida por la compañía American Shipbuilding, propiedad de Steinbrenner. Cuando los Yankees jugaron en Miami contra los Marlins en 1997, Steinbrenner le preguntó si le gustaría convertirse en director general asociado de los Yankees. A Swindal le encantó la idea. Disfrutaba su trabajo y tendía a mantenerse con un perfil bajo alejado de la publicidad.

Entonces, el 15 de junio de 2005, para ser exactos, Swindal estaba sentado junto a George Steinbrenner en una conferencia de prensa para anunciar los planes de construcción y financiamiento de un nuevo Yankee Stadium, cuando Steinbrenner anuncio que Swindal, en lugar de sus propios hijos, lo remplazaría algún día como cabeza de los Yankees. Casi todos los presentes en la sala se sorprendieron al escuchar que Steinbrenner señalaba a Swindal como su sucesor. Una persona en particular estaba sorprendida: el mismo Swindal. Steinbrenner nunca le había dicho que él era su elección para dirigir al equipo; nunca había discutido sus planes de sucesión con él.

“Fue una novedad para mí”, comentó Swindal.

Steve Swindal era el hombre que se convertiría en el rey de una de las propiedades más valiosas dentro del deporte profesional, los Yankees de Nueva York, la cual se había convertido en una icónica franquicia global con un valor de alrededor de $2,000 millones si se incluía la cadena YES, la cadena regional de deportes más exitosa en la industria de la televisión.

La autoridad de Swindal pronto desaparecería por completo gracias a una de las juergas más costosas en la historia de la bebida.

Sólo tres semanas y un día antes de la reunión de Cashman con Torre (era la noche del Día de San Valentín y la segunda noche del campamento de entrenamiento de los Yankees), Swindal conducía su Mercedes Benz modelo 2007 en St. Petersburg. Un poco después de las dos de la mañana, Swindal dio una vuelta brusca hacia la izquierda en la intersección de la Avenida Central y la calle 31 y se adelantó a otro auto. El otro vehículo tuvo que frenar de manera abrupta para evitar una colisión. Resultó que ese vehículo era una patrulla conducida por el oficial Terri Nagel. En ese momento, en la esquina de la Avenida Central y la calle 31, las operaciones futuras de los Yankees de Nueva York también dieron un giro abrupto.

Nagel siguió al Mercedes, que aceleró por la zona de 35 millas por hora a una velocidad de 61 millas por hora. El oficial detuvo al Mercedes alrededor de 18 cuadras después. Eran las 2:12 de la mañana. Swindal falló un examen de sobriedad y se negó a someterse al control de alcoholemia. Fue arrestado por conducir bajo la influencia de sustancias, llevado a prisión, registrado a las 4:26 de la mañana y liberado a las 9:53 de la mañana. Pronto, su reporte policial apareció por todas partes en Internet.

Los Yankees emitieron una declaración que decía: “El señor Swindal se disculpa profundamente por su distracción durante el entrenamiento de primavera de los Yankees”. ¿Distracción? Claro, conducir bajo la influencia de sustancias está mal porque, bueno, nadie quiere que eso distraiga a los millonarios que practican cómo batear y atrapar pelotas.

A pesar de las frases cómicamente benignas, Steve Swindal pronto dejaría de tener relación alguna con los Yankees de Nueva York. Lo que sucedió es que él aún no lo sabía. Alrededor de cuatro semanas después, Jennifer Swindal entregó la documentación para una demanda de divorcio en el departamento de ley familiar de la Corte de Circuito del Condado de Hillsborough y citó “diferencias irreconciliables”, lo que condujo a la separación de la pareja, sí, en el Día de San Valentín. En la demanda, Jennifer Swindal solicitó conservar el hogar conyugal, valuado en $2,3 millones, en el vecindario exclusivo de David Island en Tampa. Swindal quedaba fuera de la familia, lo que significaba que también quedó fuera de los Yankees.

Entre el arresto y el divorcio, Swindal continuó presentándose a trabajar cada día en Legends Fields, el grandioso aunque triste complejo de entrenamiento de primavera que estaba lleno de concreto, bardas y oficiales de seguridad. Él y los Yankees mantuvieron las apariencias mientras los abogados comenzaban a redactar documentos de divorcio y de separación de bienes. Swindal se mantuvo involucrado en la cotidianidad de los asuntos del club, lo que significó que Cashman necesitó presentar su idea de una extensión de contrato para Torre tanto a Swindal como a Levine antes de presentársela al Jefe para su aprobación. En otras épocas, cuando la salud de Steinbrenner era mejor, Cashman y Torre hubieran podido negociar con el Jefe de manera directa y entonces éste hubiera podido posponer la idea o darle luz verde, tal vez después de entregársela a alguno de sus lugartenientes para que se encargara de las negociaciones. Sin embargo, dado que la vitalidad de Steinbrenner estaba en entredicho, también lo estaba la estructura usual del poder en las oficinas generales de los Yankees. Es por eso que Cashman le explicó a Torre que necesitaba comunicarles a “ellos” la idea de una extensión del contrato.

Pasó un par de días sin que Cashman le notificara a Torre lo que “ellos” habían respondido. Por fin, Torre decidió preguntarle a Cashman qué sucedía. Torre había alquilado una casa para el entrenamiento de primavera y los propietarios querían saber si él alquilaría el inmueble otra vez en 2008.

“Cash, tenemos que tomar una decisión sobre la casa que alquilamos aquí”, le dijo Torre. “¿Tienes alguna noticia sobre el contrato?”

“Bueno, hablé con Swindal”, le adelantó Cashman.

“¿Y qué dijo?”

“Dijo: ‘Cuánto dinero va a querer?’”.

“Oh. De acuerdo”.

La respuesta de Swindal a Cashman no fue motivante para Torre. Cuando Torre fue contratado después de la temporada de 1995, los Yankees no habían ganado una serie de playoffs desde 1981, la más larga sequía jamás vista en el Yankee Stadium desde que fuera construido en 1923. Los Yankees atraían a un promedio de 23.360 aficionados por partido cuando Torre firmó su contrato, es decir, menos que otras 14 franquicias entre las cuales se incluían los Rangers de Texas, los Reds de Cincinnati y los Marlins de Florida. Sin embargo, bajo la dirección de Torre, los Yankees habían llegado a los playoffs en cada temporada y habían ganado 17 series de postemporada, incluso cuatro series mundiales, y la asistencia por partido aumentó 124 por ciento hasta alcanzar la cifra más alta de las ligas mayores: 52.445 aficionados. Los Yankees amasaban cantidades pasmosas de dinero debido a la demanda de boletos de temporada; nada mejor para un club que vender sus boletos y tener el dinero en la mano incluso meses antes de que iniciara la temporada, y la demanda de boletos de temporada se incrementó por la certeza casi absoluta de que, cada octubre, los Yankees serían anfitriones de los partidos de playoffs. Desde 1996 hasta 2006, los Yankees jugaron 59 partidos de postemporada en el Yankee Stadium, dos más de los que se jugaron en la historia entera de 94 años hasta ese momento en el Fenway Park, en Boston.

“Lo que hace atractivos los boletos de temporada es la expectativa de los partidos de postemporada”, explicó un ejecutivo de negocios de alto rango de un club de la Liga Nacional. “Y para asegurarte de obtener esos boletos de postemporada que todo el mundo desea, tienes que tener tus boletos de temporada. La oportunidad de presenciar partidos de postemporada es el gran atractivo”.

Torre se encontraba al timón durante ese periodo de éxito asombroso y riqueza para los Yankees. Sin embargo, cuando Cashman presentó a Swindal la idea de agregar un año más al contrato de Torre, Swindal reaccionó primero no al mérito de la misma, sino a su costo. Como una chuchería en una venta de garaje, el valor de Torre para la franquicia se reducía a su precio en dinero. Ésta no era una buena señal para Torre. Y estaba a punto de ser peor.

Cashman aún necesitaba comunicar la idea de una extensión a Levine antes de que ésta llegara hasta Steinbrenner. Lo hizo el 13 de marzo, fecha que resultó ser el día posterior a una derrota de los Yankees en un partido de exhibición contra Boston, con un marcador adverso de 7–5. De inmediato, Levine dijo a Cashman que olvidara su intención de acudir al Jefe en esos momentos.

“Yo no iría ante el Jefe ahora mismo”, le dijo Levine a Cashman, de acuerdo con lo que éste le reportó después a Torre. “No después de que el equipo ha perdido un par de partidos consecutivos. No es buen momento para esto”.

Torre estaba incrédulo. ¿No era un buen momento? Torre había ganado 1.079 partidos como mánager de los Yankees, con un promedio de 98 triunfos por año, y había ganado 21 partidos de Serie Mundial. Ningún hombre vivo había obtenido más triunfos que ésos. ¿Y ahora Levine decía que, sólo porque los Yankees habían perdido dos partidos de exhibición de principios de primavera, no era posible que Cashman le presentara a Steinbrenner la idea de una extensión de contrato para Torre? ¿Cómo era posible que, después de 11 años seguidos en postemporada, el futuro de Torre fuera juzgado por dos insignificantes partidos de entrenamiento de primavera? ¿Cómo era posible que su valor estuviera vinculado a un partido de la noche anterior, tan insignificante que la alineación de los Yankees estaba llena de jugadores a quienes el mismo Steinbrenner no hubiera sido capaz de identificar si hacía uno de sus viejos, tempestuosos y presurosos recorridos por la casa club, los mismos que casi había abandonado a medida que avanzaba su edad? ¿Cómo era posible que el empleo futuro de Torre estuviera en suspenso debido a una derrota con Todd Pratt como catcher, Alberto González como shortstop, Chris Basak como tercera base, Josh Phelps como primera base y Kevin Reese en el campo derecho? ¿Cómo era posible que un partido como ése tuviera tanta importancia?

Torre llegó a su límite. Los Yankees ya le habían dicho suficiente. El despido fingido, las dudas por el costo y ahora esto: su extensión considerada indigna de mención por dos derrotas en entrenamiento de primavera después de 11 años en el puesto.

“Olvídalo”, le dijo Torre a Cashman.

“¿Qué quieres decir?”, le preguntó Cashman.

“Sólo olvídalo”, le dijo Torre. “No te molestes más en preguntar. Ya no quiero más conversaciones acerca de una extensión. Sólo déjalo así. Y si surge el tema, diles que esperaré hasta después de la temporada para hablar al respecto. Sólo olvídalo por ahora. No quiero sentir como si concursara para este puesto. Eso es lo último que quiero hacer: pensar en eso mientras hago mi trabajo. No puedo hacerlo.

“Escucha: a ustedes o les complace lo que hago o piensan que alguien más podría hacerlo mejor. No van a herir mis sentimientos. Ésa es la realidad”.

Cashman asintió.

“Yo no quiero que tengas que pensar en ello mientras haces tu trabajo”, dijo Cashman. “No cambies nada. Sólo haz lo que tú haces”.

Listo. Estaba hecho. El globo sonda sobre una extensión, pero estalló en pedazos antes incluso de elevarse desde el suelo. Los peligros de lo que Ali predijo como el año más difícil de la vida de su esposo estaban a la vista. Torre era un mánager sin seguridad en su puesto y, le gustara o no, concursaba para el puesto que había desempeñado durante 11 años. Fue el principio del fin.