Quieren que dirija?”
Joe Torre comenzó la reunión con esa pregunta sencilla. Estaban sentados en la oficina de George Steinbrenner en Legends Field. Hubo un tiempo, apenas 24 meses antes, cuando Torre podía mirar al Jefe a los ojos al formular esa pregunta y obtener una respuesta que le permitía saber con exactitud dónde estaba parado. No obstante, Steinbrenner ya no era el Jefe; era el anciano patriarca de un tribunal de siete hombres. En todo caso, los miembros de su familia y los lugartenientes de sus oficinas generales tuvieron el gesto de respetar la tradición y la formalidad. Steinbrenner tomó asiento ante su escritorio y los demás se sentaron alrededor de la mesa que se extendía a lo largo frente a él. Estaba Torre, desde luego; los dos hijos de Steinbrenner, Hal y Hank; su yerno Félix López; el presidente del equipo Randy Levine; el jefe de operaciones Lonn Trost; y el director general Brian Cashman, que tomó asiento detrás del hombro derecho de Torre.
El 18 de octubre de 2007, diez días después de que los Yankees perdieran la Serie de División contra Cleveland y tras diez días de espera pública a que Steinbrenner cumpliera la advertencia en el tercer juego de que Torre no regresaría después de una derrota, la pregunta planteada por Torre ahora era del dominio de las otras siete personas presentes en la sala. Steinbrenner, desgarbado, permaneció sentado en su sillón; los anteojos oscuros le cubrían la mayor parte del rostro. De tiempo en tiempo se los quitaba, volvía a ponérselos, se los quitaba, se los ponía … No aportó casi nada a la reunión, excepto cuando, en ocasiones, repetía la última frase de lo que alguno de los presentes había dicho.
El elemento extraño y triste de la escena era que los hombres estaban rodeados por viejas reminiscencias de la vitalidad y la voluntad de acero de ganar de Steinbrenner. George Steinbrenner siempre se había visualizado a sí mismo como una mezcla entre un personaje de Hemingway y un líder militar, un hombre viril que no cedía un palmo, que se ufanaba de haber aportado una mentalidad de football al béisbol, y la sala reflejaba su orgullo por dicha obstinación. En una mesa detrás de él había una fotografía suya como halfback del equipo de football del Williams College de 1951 en el instante de estirarse para atrapar un pase mientras un defensa de la Universidad Ball State le da un codazo en la espalda. A Steinbrenner le agradaba contar a la gente que no atrapó ese balón y que el defensa de Ball State “lo había hecho caer sobre su trasero”. El hombre, Steinbrenner quería que todos lo supieran, era muy fuerte.
Había una fotografía del caballo Comanche. ¿Por qué Comanche? A Steinbrenner le gustaba la idea de que el caballo era el único sobreviviente de la Batalla de Little Bighorn. Él admiraba a los sobrevivientes. Había también una fotografía del general George S. Patton. Un miembro del personal de Patton se la había regalado. No se trataba del típico retrato militar. Patton aparece en el acto de orinar en el río Rhin. Había una fotografía de su abuelo George M. Steinbrenner primero, que se casó con una chica alemana y que fundó la línea Kinsman Shipping de buques cargueros, los cuales transportaban minerales y granos a través de los Grandes Lagos.
Desde luego, estaban los aforismos de los cuales Steinbrenner gustaba rodearse, en términos literales. Algunos de ellos estaban enmarcados en cuadros y otros más yacían debajo de la cubierta de vidrio de su escritorio.
“La medida de un hombre es su manera de soportar el infortunio”, Plutarco.
“Y no camines hacia donde conduzca el sendero. En lugar de ello, camina por donde no existe sendero alguno y traza un camino”, Ralph Waldo Emerson.
“No puedes encabezar la caballería si no puedes sentarte sobre la silla de montar”.
“La velocidad del líder determina el avance del grupo”.
Y su favorita:
“Estoy herido, pero no estoy muerto. Me recostaré, descansaré un poco y luego me levantaré y lucharé de nuevo”, anónimo.
Los tiempos eran distintos ahora. Para Steinbrenner era momento de descansar, no de luchar. Era su oficina, pero no era su reunión. Ya no se trataba sólo de su decisión.
La reunión había sido idea de Torre. Hank, Hal, Félix, Levine, Trost y Cashman habían comentado la idea de qué hacer con Torre durante la mayor parte de la semana. ¿Le ofrecían otro contrato y, si era así, durante cuánto tiempo y por cuánto dinero? ¿Siquiera les interesaba que volviera? Mientras deliberaban, Torre le dijo a Cashman que quería reunirse con el grupo cara a cara. Esta solicitud no era muy distinta a su manera de dirigir: miras a alguien a los ojos y dependes de la honestidad directa en lugar de depender de las fugas y de la información de segunda mano. Los seis lugartenientes de los Yankees pensaron que era una buena idea. Para entonces, ya habían decidido que ofrecerían a Torre nada más que un año garantizado.
El día anterior a la junta, mientras ambas partes finalizaban arreglos para la cita, Cashman le informó a Torre que era probable que no obtuviera nada mejor que una oferta de un año.
“Ellos sólo quieren darte un año”, le dijo Cashman por teléfono.
“¿Y qué hay de un segundo año?”, preguntó Torre.
“No creo que piensen ofrecerte eso”.
“Cash, tengo una idea: ¿qué tal un contrato por dos años? En realidad no importa el dinero. Dos años y, si me despiden en el primer año, el segundo año está garantizado. Pero si me despiden después del primer año, no recibo la cantidad completa del segundo año, sólo una compensación. El dinero no importa. Es decir, siempre y cuando no sea una cantidad ridícula. No es por el dinero. Es por el segundo año”.
Torre había logrado superar el año más difícil de su carrera con las fugas de información, los ataques encubiertos, la constante mención de la posibilidad de ser despedido y la sensación de que la gente dentro de su organización estaba en su contra. Estaba harto de todo eso. De ninguna manera soportaría otra temporada semejante. Y existía un escenario que hubiera preparado la mesa para ese tipo de temporada una vez más: trabajar bajo un contrato de un año. Ese escenario lo convertiría en un directivo a punto de ser sustituido una vez más e iniciarían de nuevo las fugas de información, los ataques encubiertos y la vigilia fúnebre a partir de la primera racha de tres partidos perdidos en abril.
Todo lo que Torre quería era dirigir una temporada más en relativa calma; por tanto, el segundo año del contrato ayudaría a proporcionarle esa clase de estabilidad. El segundo año no era otra cosa que una póliza de seguro. De cualquier manera, Torre planeaba retirarse después de esa temporada.
“No podía aceptar un acuerdo por un año”, comentó Torre. “No podía soportar de nuevo lo que fue el peor año de mi vida profesional. No podía someter a mi familia a eso otra vez. No podía someter a mis entrenadores a eso una vez más. Todo lo que yo quería era un año durante el cual nadie me cuestionara acerca de cómo iba a perder mi empleo”.
El 18 de octubre, Torre, Cashman y Trost abordaron un jet privado en Westchester, Nueva York, para volar hacia Tampa. Torre les había dicho a sus entrenadores que no estaba seguro de lo que iba a suceder.
“En ese momento pensé que las probabilidades eran 60/40 de que no regresaría”, dijo el entrenador de tercera base Larry Bowa. “Ya sabes, Joe era muy discreto con todo. Dijo: ‘Estaré en contacto con ustedes, muchachos’. Egoístamente, yo quería que él regresara porque me encantaba ser entrenador aquí; pero él tenía que hacer lo que tuviera que hacer. Regresar por un contrato de un año no hubiera sido justo para él ni para los jugadores porque él se marcharía pronto. Sin duda.
“Para un sujeto como él, con lo que ha hecho por la ciudad y por el equipo, es lo único que creo que fue muy injusto. No creo que haya sido tratado de la manera adecuada. O sea, yo pienso que Joe se ganó el derecho de irse en sus propios términos y debió tener el derecho de abrir ese nuevo estadio. Al menos debieron decirle: ‘De acuerdo, te daremos este año y para el nuevo estadio tienes la opción de decidir si quieres quedarte o no o si quieres ser asesor’. En verdad, pensé que eso iba a suceder por lo que Joe significa para la ciudad, para los jugadores que jugaban allí y para la organización. Y no ocurrió así. Resultó ser un final horrible”.
En el viaje aéreo hacia Tampa, Cashman repitió su advertencia a Torre acerca de la duración del contrato; una vez más eligió el pronombre con todo cuidado, como si quisiera distanciarse de lo que estaba a punto de suceder.
“No creo que ellos acepten más de un año”, dijo Cashman. “¿Qué harás entonces?”
“No lo sé”, dijo Torre. “No sé qué es lo que haré. Sólo iré allá”.
Torre ponía su fe en el poder de la comunicación personal y anticipaba que una reunión cara a cara con los lugartenientes daría como resultado una negociación honesta. Mantenía la esperanza de que existía una manera de dirigir a los Yankees en 2008 sin tener una soga al cuello desde el primer día del entrenamiento de primavera. Lo primero que quería saber era si, en primer lugar, ellos querían que se quedara.
“¿Quieren que dirija?”
Levine y Hal respondieron que sí, que querían que regresara, y fue una decisión unánime de todos los presentes en la oficina. Hal dijo que se habían decidido por una oferta: un contrato de un año por $5 millones, una disminución de 33 por ciento de su salario en 2007. Hal le dijo: “Quiero que dirijas porque eres bueno con los jugadores jóvenes”.
Torre se preguntó por qué, si ése era el caso, le ofrecían sólo un año.
Si los Yankees llegaban a la postemporada, Torre ganaría otro millón de dólares. Podría obtener un millón adicional si los Yankees llegaban a la Serie de Campeonato de la Liga y otro más si llegaban a la Serie Mundial. Levine clasificó el dinero de los bonos como “incentivos”, lo cual implicó en la reunión, y después ante los reporteros, que Torre necesitaba ser motivado.
“Es importante motivar a la gente”, dijo más tarde Levine a los reporteros, “y la mayoría de la gente en su vida cotidiana tiene que ser motivada con base en su desempeño”.
¿Motivado? Los Yankees de 2007 se habían recuperado del sexto peor comienzo de 50 partidos en la historia de la franquicia para llegar a los playoffs. Habían empleado a 14 pitchers abridores distintos (ningún equipo Yankee, excepto el equipo de 1946, en tiempos de guerra, necesitó más); sin embargo, habían ganado 94 partidos. Se habían recuperado de un récord adverso el 7 de julio para jugar béisbol de .675 en la recta final. Tres quintas partes de su rotación original eran un desastre (Kei Igawa y Carl Pavano combinados sumaron tres victorias y Mike Mussina tuvo la peor temporada de su carrera); no obstante, ocuparon el tercer sitio en el número de partidos ganados de todo el béisbol.
¿Ayudó Torre a lograr todo eso y de pronto perdió la motivación durante, exactamente, los playoffs? ¿O la caída de los Yankees tuvo relación con el hecho de que su as lanzara dos de los peores partidos en la historia de la postemporada y con el extraño ataque de los insectos de Lake Erie?
Más tarde, Torre les diría a los reporteros que consideraba que los incentivos eran “un insulto”. Al hacerlo no se refería a la idea de los incentivos o al dinero mismo, sino a la opinión de los ejecutivos Yankees de que él necesitaba un estímulo de ese tipo para sentirse “motivado”.
“No necesito motivación para hacer lo que hago”, les dijo Torre a los ejecutivos Yankees en la reunión. “Ustedes tienen que comprender eso”.
Torre dijo: “Siempre tuve un bono de $1 millón por ganar la Serie Mundial. De hecho, en mi último contrato, cuando lo estructuramos, Steve Swindal y yo teníamos diferentes grados, si tú ganas-ganas-ganas. Así era cuando llegué en un inicio, incluso desde mi primer año, cuando obtenía tanto dinero por alcanzar distintos niveles. Entonces, dije: ‘Admitámoslo: lo único que en realidad vale es la Serie Mundial. El único bono que quiero que incluyan es el de la Serie Mundial’”.
Sin importar cuánto molestara a Torre la idea de que necesitaba incentivos para sentirse motivado, lo que en realidad lo detuvo fue la duración del contrato. Claro, tal vez los siete ejecutivos reunidos en la sala querían que volviera, pero querían que volviera sólo a la misma posición comprometida desde la cual había dirigido durante la temporada de 2007: con una soga alrededor del cuello y una trampa bajo los pies. Ellos querían que dirigiera a los Yankees sólo desde una posición expuesta.
No había manera alguna de que Torre regresara bajo esas condiciones, no cuando él sabía que aquello significaba ser colocado en la mirilla de ser despedido y socavado desde el primer día. Los siete ejecutivos, mientras tanto, no tomarían en consideración ningún otro acuerdo que no fuera ése.
“Volviendo a la primera pregunta que les formulé: ‘¿Quieren que dirija?’, la respuesta que ellos me dieron no fue honesta”, comentó Torre. “Ellos respondieron que querían que dirigiera. Si ellos querían que dirigiera, hubieran encontrado la manera de que así fuera. Y ése nunca fue el caso porque nunca hubo una movida de su parte. La negociación es algo que tiene lugar entre dos partes. Eso no sucedió. Fue: ‘Tómalo o déjalo’. Y mi sensación fue que sólo porque yo había estado allí durante tanto tiempo ellos se sintieron obligados a hacerme una oferta”.
Con toda calma, Torre intentó defender su caso. Por ejemplo, señaló que, a lo largo de su estancia en el puesto, el número de asistentes al Yankee Stadium se había disparado un 90 por ciento. Los Yankees ocupaban los lugares medios en cuanto a asistencia en el primer año de Torre, 1996: eran el séptimo lugar de 14 equipos, con 2,2 millones de aficionados. En 2007, los Yankees ocupaban el primer lugar, con 4,2 millones de aficionados. Habló acerca de ingresos por publicidad que él mismo trajo a los Yankees de empresas que querían asociarse con uno de los mánagers más exitosos en la historia moderna. Bajo la dirección de Torre, desde luego, los Yankees eran una garantía de postemporada: un perfecto 12 de 12 en apariciones en postemporada con gallardetes en la mitad de esos años y campeonatos mundiales en un tercio de los mismos. La promesa del béisbol de octubre había ayudado a motivar las ventas de los boletos de temporada y ofrecía otro mes de ingresos cuando la mayoría de los estadios estaban a oscuras. Incluso, cuando los equipos de Torre no ganaron la Serie Mundial en la “sequía” de siete años, los Yankees fueron, por mucho, el mejor equipo de béisbol. De hecho, durante esa “sequía” entre 2001 y 2007, los Yankees fueron mejores que cualquier otro equipo de béisbol por una diferencia de al menos 37 triunfos.
Nada de lo anterior tuvo significado alguno para las otras siete personas en la sala; en todo caso, no un significado suficiente para siquiera considerar la posibilidad de un segundo año.
“La razón por la cual fui a Tampa”, comentó Torre, “es que quería ver a alguien cara a cara y quería averiguar si cualquiera de los puntos que mencioné tenía sentido. Es decir, dónde estaba la asistencia cuando llegué allí y dónde estaba ahora, los ingresos que se habían generado desde entonces. tal vez todas esas cosas de alguna manera podrían anular parte del hecho de que ellos pensaban que me pagaban demasiado dinero y que yo ya había permanecido demasiado tiempo allí. Y entonces nadie tuvo el valor de sólo decirme: ‘Sal de aquí’. Ésa fue la peor parte”.
No hubo negociaciones. Cuando los reporteros le preguntaron a Cashman más tarde por qué los Yankees se habían negado a negociar, él respondió: “Es muy complicado debido a los dólares”.
Pero los dólares no tuvieron relación alguna con ello. Incluso, Torre les dijo más tarde a los reporteros que el salario de $5 millones era “generoso”. Él no pedía negociar los dólares. Él pedía negociar un año de cierta seguridad y paz. Los Yankees no lo aceptaron. Cuando los siete ejecutivos dejaron en claro que su oferta era de “tómala o déjala”, Torre comprendió que el más grande pilar de su estilo directivo había sido destruido: la confianza había desaparecido. Él sabía que sus patrones no confiaban en él. Para un hombre que había convertido a la confianza en el ingrediente más importante de los equipos de campeonato (confianza entre compañeros de equipo, confianza de esos jugadores en la honestidad e integridad del mánager y el personal), no podía continuar sin ésta. Entonces se convirtió en una decisión fácil: les dijo a los siete ejecutivos que no podía aceptar su oferta.
“Sí, dejé un montón de dinero sobre la mesa”, dijo Torre, “pero no me importó un carajo porque yo sabía por lo que había pasado el año anterior, sentado detrás de ese escritorio cada día, aterrado de venir al estadio. Habría sido lo mismo.
“O sea, si hubiera podido ir directo de mi casa al dugout, habría sido maravilloso. Pero esa otra mierda con la cual tenía que lidiar. yo no quería más de eso y no existe un precio que pudiera ponerle. No podía hacerlo ni por todo el dinero del mundo por un año así. Y en serio, yo sólo quería dirigir un año más, pero quería dirigir ese único año en paz”.
Entonces, eso fue todo. La Era de Torre de 12 años de duración había llegado a un final no negociable. La etapa de Torre como director de los Yankees de Nueva York finalizó con una reunión que duró un poco más de diez minutos. Cuando Torre se levantó de su asiento en la oficina de Steinbrenner, Hal Steinbrenner le dijo: “La puerta estará abierta para ti. ¡Siempre puedes trabajar para la cadena YES!”.
Torre estaba demasiado perplejo como para hablar, atrapado entre la ofuscación y la ira. ¿Era verdad que el hijo del Jefe le había ofrecido el consuelo de trabajar para la cadena de televisión regional de los Yankees después de haberse negado a negociar con el segundo director con más victorias en la historia de la franquicia? “Guau”, pensó Torre. “No han entendido nada”.
Torre estrechó las manos de todos los presentes en la sala, empezando por George. El anciano se quitó los anteojos oscuros y le dijo: “Buena suerte, Joe”.
“Gracias otra vez, Jefe”, respondió Torre.
Félix fue el único que salió de la sala con Torre hacia los elevadores, situados en el área de recepción de las oficinas del tercer piso. Entonces, apareció Cashman.
“Joe, Lonn y yo no volaremos de regreso contigo”, le dijo Cashman. “Nos quedaremos aquí”.
Al ver a Cashman, Torre recordó algo de pronto: esa propuesta de dos años que le había hecho a Cashman por teléfono antes de la reunión, aquella que incluía la compensación. La oferta nunca se discutió en la oficina de Steinbrenner. Torre imaginaba que Cashman ya había presentado esa opción a los demás ejecutivos y tenía curiosidad de saber qué había sucedido.
“Cash”, le dijo Torre, “¿no les interesó la propuesta de la compensación, la que te comenté por teléfono?”
Cashman dirigió una mirada de duda a Torre, como si se tratara de algo nuevo.
“Oh, en realidad no la entendí”, dijo Cashman. “Recuérdamela, ¿cómo era?”
“Un contrato por dos años, no importa la cantidad. Si me despiden durante el primer año, me pagan ambos años. Si me despiden después del primer año, me pagan una cantidad reducida que podemos negociar”.
“Lo veré”.
Cashman regresó a la oficina de Steinbrenner.
Torre no podía creerlo.
“Pensé: ‘Bueno, ¡mierda! ¡Nunca se lo dijo!’”, comentó Torre.
Habían pasado 12 años juntos, Cashman primero como asistente del director general Bob Watson y luego como director general de tres equipos consecutivos de campeonato mundial, con Torre como mánager. Torre le había regalado a Cashman la tarjeta de alineación para el juego decisivo de la Serie Mundial de 1998, el equipo con el cual los Yankees se establecieron como uno de los más grandes equipos de béisbol de todos los tiempos con un récord de 125 victorias, postemporada incluida. Torre y Cashman habían compartido cenas, champaña, risas y discusiones. Doce años. Era una eternidad en el béisbol para que un ejecutivo y un mánager trabajaran juntos.
Sin embargo, en ese instante cuando Torre buscaba alguna manera de salvar su empleo, y cuando había acudido a Cashman en ese momento de necesidad, Cashman ni siquiera pasó a sus jefes una propuesta de Torre; una propuesta sencilla que no era tan difícil de comprender. Doce años juntos y terminaban así.
Si lo pensaba bien, reflexionó Torre, Cashman no había dicho nada durante toda la reunión. Cashman era el director general que había convencido a Steinbrenner, después de la temporada de 2005, que pusiera por escrito que él tendría el control sobre todas las operaciones de béisbol. El mánager es una parte muy importante de las operaciones de béisbol. Y cuando el futuro empleo del mánager estaba en discusión, ¿cómo era posible que el poderoso director general no tuviera nada que decir?
“Cash estaba sentado detrás de mi hombro derecho”, dijo Torre, “y no emitió sonido alguno a lo largo de toda la reunión”. Cashman, por su parte, sólo dijo: “Era la junta de Joe”.
Sólo mucho tiempo después, Torre comenzó a ver la imagen completa de lo que sucedió en su relación laboral con Cashman. Las diferencias personales que tuvieron en el entrenamiento de primavera de 2006, la conversión de Cashman a la religión de las estadísticas, su desinterés en traer de regreso a Bernie Williams, su envío de extrañas sugerencias de alineación basadas en estadísticas, su falta de apoyo a Ron Guidry como entrenador de pitchers, su desapego de la responsabilidad de “ellos” al hacer una oferta a Torre, su carencia de comentarios o apoyo en la reunión para decidir el futuro de Torre, no haber transmitido personalmente la propuesta de Torre a Steinbrenner para encontrar una manera de llegar a un acuerdo …
A fin de cuentas, ¿dónde podía Torre encontrar apoyo? Steve Swindal, gracias a un cargo por conducir un auto bajo la influencia de sustancias, había sido expulsado de la organización y de la familia Steinbrenner. George Steinbrenner no estaba lo bastante saludable como para negociar con Torre de manera directa. Y ahora, Cashman se había envuelto en silencio con el empleo de Torre en peligro. Los aliados de Torre se habían reducido a cero.
“Yo pensé que Cash era un aliado, en verdad lo creí”, dijo Torre. “Ya sabes, teníamos algunas diferencias en cuanto a los entrenadores y a la utilidad de los mismos. Sé que no estimaba mucho a Guidry. Y Zimmer. Tú sabes, Zimmer no podía confiar en Cash y yo estuve en desacuerdo con él durante mucho tiempo. Entonces, ya sabes, comienzas a pensar en cosas. Tengo una. no quisiera decir que es una debilidad, pero me gusta creer que quiero confiar en la gente. Y confío en la gente hasta que se demuestre que estoy equivocado. Y esto no me impedirá confiar en alguien más mañana porque la única manera como yo puedo hacer mi trabajo es ser este tipo de persona”.
Torre aún conservaba una débil esperanza en que la propuesta de dos años podría ser el camino hacia un acuerdo. Entonces, esperó junto a los elevadores.
“Ése fue el último esfuerzo de mi parte para recordarles: ‘¿Tiene esto algún sentido para que trabajemos juntos?’”, dijo Torre. “No había acertijos. No les dije cosas con enojo ni nada semejante. Era más como: ‘Si así lo quieren, así es como es’. Era sólo un intento por moverme un poco y hacerles un ofrecimiento con el que quizá pudieran vivir. Yo sólo quería estar seguro, antes de alejarme de todo eso, de darles todas las oportunidades para que me retuvieran”.
No más de 30 segundos después de dejar a Torre en el área de recepción, Cashman regresó. A los Steinbrenner, a Levine y a Trost les tomó menos de un minuto rechazar por completo la idea.
“No, ellos no tienen interés en hacerlo así”, le informó Cashman a Torre.
No tenían interés. Rechazado en menos de un minuto. Eso era todo. Era un hecho consumado. La Era de Torre había finalizado de manera oficial. Torre entró al elevador y oprimió el botón de la planta baja. Un sentimiento fuerte lo inundó.
“Alivio”, confesó Torre. “Un sentimiento de alivio”.
El alivio provino de saber que aquella había sido una decisión muy fácil. Torre voló a solas de regreso a casa.