Capítulo 2

 

 

 

 

 

GALILA se despertó con dolor de cabeza y náuseas, pero más por el bochorno que por la borrachera. Y, para complicarlo todo, su doncella le informó que debía presentarse ante su hermano inmediatamente.

A pesar de que la noche anterior había sido su noche de bodas, Zufar estaba de mal humor y quince minutos después de llegar a su despacho seguía echándole un sermón.

–No puedes traer la vergüenza a nuestra familia y pensar que no tiene importancia.

–¿Qué vergüenza? –exclamó ella cuando por fin le permitió hablar–. Un grupo de gente nos vio besándonos. Malak se porta mucho peor todo el tiempo.

–¿Tenías que provocar un escándalo el día de mi boda? ¿Alguien está hablando de la novia o de la ceremonia? No, todos comentan que vieron a la princesa portándose como una cualquiera.

–Y deberías agradecérmelo porque las cosas que decían sobre tu matrimonio y tu esposa no eran precisamente halagadoras –replicó Galila.

Ten cuidado, estás hablando con tu rey –le advirtió Zufar.

Su tono debería haberla asustado, pero Galila se negaba a tomarlo en serio.

–No sé qué quieres que haga. No puedo cambiar lo que ha pasado.

–Podrías empezar por prometer que mostrarás más decoro en el futuro. Nunca entenderé por qué nuestra madre no te casó con alguien que pudiese controlarte.

–Nuestra madre me veía como una competidora –respondió ella.

–No digas bobadas. Eres tú quien ve a todo el mundo como un competidor –le espetó Zufar–. Y no quiero que eclipses a la reina.

–No era mi intención…

Un golpecito en la puerta la interrumpió. Un criado asomó la cabeza en el despacho y entró para decirle algo a Zufar. Galila solo pudo entender: «insiste en verlo ahora mismo, Majestad».

La expresión de su hermano se endureció.

Dile que pase.

–Bueno, si hemos terminado… –empezó a decir Galila, levantándose para salir del despacho.

–No te vayas, esto también tiene que ver contigo. No sé por qué insiste en hablar conmigo, pero me imagino que se trata de ti.

–¿De quién hablas? –preguntó ella, mirando hacia la puerta.

–Del jeque Karim de Zyria.

–¿Ese es su nombre?

Se había imaginado que sería un ilustre invitado, pero no sabía…

–¿No sabías quién era el hombre que metió la mano bajo tu falda? –le espetó Zufar, golpeando el escritorio con el puño.

Galila iba a replicar, pero entonces él entró en el despacho.

El jeque Karim de Zyria.

Se había cambiado el atuendo ceremonial de la noche anterior por un traje de chaqueta de color gris, pero resultaba igualmente atractivo, un hombre que se hacía dueño del espacio que ocupase.

Un hombre que le quitaba el aliento.

Sus miradas se encontraron, pero él se limitó a saludarla con la cabeza antes de volverse hacia su hermano, y Galila se sintió inexplicablemente perdida.

 

 

Karim se había pasado la noche en vela, disgustado consigo mismo. Hablaba en serio cuando dijo que él no se aprovechaba de mujeres borrachas. Se consideraba un hombre honorable, pero temía que Galila tomase otra copa de coñac y siguiera contando los secretos familiares al primero que se encontrase.

Estaba luchando con su conciencia, intentando decidir si debía seducir a aquella mujer achispada en su habitación, donde al menos podría contenerla, cuando ella se le había echado encima.

El beso había sido como una potente droga, despertándolo a la vida en cuanto rozó sus labios. Como si hubiera estado muerto durante tres décadas. Existiendo, pero sin ver, ni saborear, ni oler. Ni sentir.

Ella lo había resucitado durante unos minutos y Karim había querido perderse en ese mundo y no salir nunca. Había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartarse, pero lo hizo, como haría cualquier hombre sensato para no caer en el abismo.

Tan intensa reacción había sido un aviso, y uno que debía recordar. Ahora sabía lo peligrosa que era Galila y debía estar preparado para contrarrestar el efecto que ejercía en él.

Lo que iba a hacer era abominable, pero tenía un fin honorable: proteger a su familia. El público despliegue de pasión había terminado con las preguntas sobre quién podría ser el padre de Adir, pero solo temporalmente.

Ahora debía desplegar el resto de su estrategia.

Esa mañana, Galila llevaba un pudoroso traje gris de chaqueta y falda, con una blusa de color fucsia debajo. Su pelo estaba sujeto en un discreto moño, pero era tan bella como la noche anterior y el rubor de sus mejillas le recordaba cómo se había sonrojado cuando empezó a acariciarla por debajo de la falda.

Esa reacción había sido tan seductora como su belleza, y no debía recordarlo o acabaría humillándose públicamente.

En general, él era capaz de ocultar sus emociones tras un muro de indiferencia. Y no le resultaba difícil porque llevaba haciéndolo toda su vida. Sin embargo, aquella mujer había creado un desgarro en su compostura, una grieta que debía ser sellada antes de que no pudiese atajarla

Debía pensar en la situación de manera lógica y fría, como hacía siempre.

–Yo esperaba más de un hombre de tu posición, Karim –dijo Zufar, sin levantarse del sillón–. Al menos, deberías haber tenido la delicadeza de marcharte a primera hora.

–Estoy dispuesto a reparar el daño que pudiese haber hecho a la reputación de tu familia –replicó él–. Me casaré con tu hermana.

Galila dejó escapar un gemido.

¿Qué? Yo no tengo la menor intención de casarme contigo.

–No me digas que estás prometida con otro hombre.

Karim tuvo que hacer un esfuerzo para controlar su ira. No había experimentado tal sentimiento de posesión en toda su vida.

–No, pero no tengo intención de casarme y menos con un desconocido –respondió Galila–. Y solo porque anoche nos besamos. Por favor, es ridículo.

–Es lo más práctico y pronto también tú te darás cuenta.

–¡No voy a darme cuenta de nada!

–Calla –dijo Zufar, levantándose del sillón.

Ella también se levantó, airada.

¡No me mandes callar! Yo decidiré con quién me caso, no tú. Agradezco tu amable proposición, Karim, pero no estoy dispuesta a aceptar.

–Evidentemente, tu hermana es una mujer de carácter –dijo él. La clase de mujer que solía evitar, pero había mucho más en riesgo que su preferencia por una vida sin dramas–. ¿Tu prometida era igual, Zufar? –le preguntó, sabiendo que era un golpe bajo–. ¿Es por eso por lo que se escapó con tu hermano?

–¿Qué?

Airado, Zufar se volvió hacia Galila, que había palidecido.

–Hermanastro, quería decir –agregó Karim, como si no tuviese importancia, aunque sabía que se arriesgaba a afrentar al rey.

–Galila –el tono de Zufar era tan severo que Karim se volvió hacia él, dispuesto a colocarse entre los dos si fuera necesario.

Pero Galila no parecía asustada en absoluto. De hecho, estaba fulminándolo con la mirada.

–¿Por qué haces esto?

–Necesito una esposa. O eso me dicen mis consejeros a la menor oportunidad. Tú eres una princesa, de modo que… ¿qué expresión usaste para describir al amante de tu madre? Talla, sí, eso es. Tienes talla suficiente para contraer matrimonio conmigo.

–¿No sabías su nombre, pero le contaste los secretos de nuestra familia? –exclamó Zufar.

–Estaba bebida –respondió ella, apartando la mirada–. Sé que no es una excusa, pero han sido unos meses muy difíciles para mí, Zufar. Tú lo sabes.

Su hermano la miró con gesto comprensivo, casi como si estuviera a punto de aceptar que eso justificaba su imprudente comportamiento.

–Si aceptas este matrimonio, los secretos de tu familia quedarán entre nosotros –dijo Karim entonces.

¿Y si no lo aceptase? –preguntó Zufar.

En realidad, era una apuesta falsa porque Karim había dedicado su vida a ocultar aquel secreto, pero el rey de Khalia no tenía por qué saberlo.

–¿Esto es un chantaje? –exclamó Galila–. ¿Por qué ibas a caer tan bajo?

Por su madre, que nunca debía saber la verdad sobre la aventura de su marido con la reina Namani y lo que provocó la ruptura de esa relación.

–No voy a hacerte daño, no te preocupes. Te trataré con delicadeza, como el pajarito que eres.

–¿Y me encerrarás en una jaula de oro? Ni siquiera me has pedido que me case contigo.

–¿Quieres casarte conmigo, Galila?

–No –respondió ella–. Nunca me casaría con alguien tan manipulador como tú.

–Anoche parecíamos hechos el uno para el otro.

Zufar se aclaró la garganta y Galila apretó los labios, poniéndose colorada hasta la raíz del pelo.

–¡Deja de hablar de eso! Hay otras mujeres, seguro que puedes elegir.

–Te quiero a ti.

–No voy a casarme contigo.

Karim se volvió hacia su hermano.

–He dejado claro lo que estoy dispuesto a hacer para conseguirla.

–¿Por qué? ¿Qué es lo que quieres? –le preguntó Zufar.

Karim quería evitar cualquier especulación sobre el misterioso amante de su madre. Si se descubría que el amante de la reina Namani había sido su padre, el rey Jamil, la noticia destruiría a su madre y pondría el trono en peligro. A saber lo que su recién descubierto hermanastro podría hacer si descubría la verdad.

–¿Es tan extraño que desee casarme con tu hermana?

–Lo de anoche fue una trampa –respondió Zufar–. Ni siquiera te habías presentado.

–¿Pero de qué estáis hablando? –exclamó Galila–. ¡No voy a casarme con él!

Karim había pensado bien su explicación durante la noche. Zufar era un hombre inteligente y se daría cuenta de que las razones por las que quería casarse con su hermana iban más allá de su encanto.

–La princesa Galila es una mujer muy bella y supongo que tendrá muchos pretendientes.

–Naturalmente –asintió Zufar.

–Pero una alianza entre Khalia y Zyria sería ventajosa para ambos países.

–¿Y crees que yo quiero una alianza con un hombre dispuesto a chantajearme? –se burló el rey de Khalia.

–Los dos queremos lo mejor para nuestros respectivos países, ¿no? En realidad, te estoy ahorrando tener que rechazar a muchos pretendientes de altura que podrían sentirse ofendidos. Y un pretendiente ofendido siempre es peligroso.

–Qué magnánimo –dijo Zufar, sarcástico–. Pero debo reconocer que no vas descaminado.

–Da igual, porque no voy a casarme con él y tú no puedes obligarme a hacerlo –intervino Galila, incrédula.

–No soy solo tu hermano, soy tu rey –le recordó él con tono serio.

Ella lo miró, desconcertada y al borde de las lágrimas.

–Pero no puedes…

No vas a manipularme con lágrimas de cocodrilo. Has cometido un error y tienes que hacerte responsable de él, Galila.

–Pero estamos en el siglo XXI –dijo ella, con voz temblorosa–. Podemos casarnos con la persona que elijamos…

–¿Me he casado yo con la persona que elegí? –la interrumpió su hermano–. Todos tenemos que hacer sacrificios. Tú has cometido un error y debes solucionarlo. Te hayan engañado o lo hayas hecho por voluntad propia, da igual –añadió, mirando a Karim.

Karim no se molestó en explicar que había sido por voluntad propia. Él no era un hombre que diese rienda suelta a sus pasiones, pero con Galila no había podido contenerse. Eso lo hacía recelar del acuerdo, pero era una preocupación para más adelante, cuando hubiese conseguido lo que quería.

«A Galila».

Aunque ella parecía desolada. De hecho, estaba temblando.

–Me niego. ¿Lo entiendes? No voy a casarme contigo.

Ven –dijo Karim, ofreciéndole su mano casi por compasión al ver su expresión angustiada–. Está hecho.

–No está hecho –insistió ella–. Voy a hablar con mi padre.

–Deberías informarle, estoy de acuerdo. Hazlo mientras yo negocio el contrato de matrimonio con tu hermano.

 

 

Su padre no la ayudó en absoluto. Cuando le contó la situación, se limitó a darle una palmadita en la mejilla, mirándola con los ojos enrojecidos.

–Es hora de que te cases –le dijo–. Hazle caso a tu hermano. Él sabe qué es lo mejor para ti.

«No, no lo sabe», pensó ella. Pero tampoco encontró apoyo en su hermano Malak, que ni siquiera respondió a su mensaje. Su amiga Amira había desaparecido, seducida por Adir, y Galila sentía celos. La fuga del palacio había sido dramática, pero al menos no se había visto forzada a un matrimonio que no deseaba.

No tenía a nadie. Ni siquiera podía hablar con Niesha, que se había convertido en reina de Khalia de la noche a la mañana. No podía verla sin pedir audiencia y no tenía tiempo para eso.

Cuando volvió a su habitación, una criada ya había guardado sus cosas en una bolsa de viaje por orden de Zufar y Karim estaba llamando a la puerta.

Galila abrió, intentando controlar un ataque de pánico.

¿Nos vamos?

Era un león, poderoso y frío, implacable. No le importaba el dolor que causase mientras se saliera con la suya.

–Nunca te perdonaré –le espetó.

–Guárdate las promesas para el día de la boda.

–No habrá boda –insistió Galila, fulminándolo con la mirada.

Estaba acostumbrada a poner a cualquier hombre en su sitio de ese modo, pero él le devolvió la mirada sin pestañear.

Desgraciadamente, ese contacto visual le provocó una inesperada oleada de deseo. Sus ojos eran aterciopelados y seductores, de un color castaño muy oscuro, casi negro.

Había chantajeado a su hermano y la había manipulado para casarse con ella, pero Galila no había podido dejar de pensar en él en toda la noche. En realidad, se sentía decepcionada porque los habían interrumpido, no mortificada como esperaba su hermano.

Pero el enigmático desconocido de la noche anterior era en realidad un canalla que la había utilizado y su frialdad y su indiferencia le recordaban que la atracción había sido solo por su parte.

Aunque hubiese llegado el momento de casarse, aunque tuviese que aceptar un matrimonio, debería unirse a un hombre que la desease. No a la hermana de Zufar, no a la princesa de Khalia, no a una conveniente aliada. «A ella».

Nadie debería esperar que aceptase aquella farsa de matrimonio.

Sin embargo, cuando salieron del palacio para subir al coche que los esperaba, fueron recibidos con aplausos. Para guardar las apariencias, su hermano había anunciado que Karim y ella estaban comprometidos en secreto, pero lo habían ocultado para no eclipsar la boda.

Le asqueaba la mentira, pero no podía hacer nada, de modo que aceptó las felicitaciones con una sonrisa. Si todos pensaban que aquel era un gran romance, la humillación de Karim cuando lo dejase plantado sería mayor.

Justo lo que se merecía.

 

 

–Así que tú eres el jeque de Zyria.

Karim levantó la mirada de su ordenador portátil. Ah, vaya, por fin su prometida se dignaba a dirigirle la palabra.

No había llorado ni suplicado mientras salían del palacio, pero lo había mirado con odio, dejando claro que, si no la hubiese escoltado personalmente hasta el coche y luego al helicóptero, no estaría allí.

No le gustaban las escenas, de modo que su silencio había sido un regalo. Al mismo tiempo, debía reconocer que Galila tenía más carácter de lo que había esperado.

Él no era alguien que buscase retos y conflictos, aunque tampoco se apartaba de ellos. Se encaraba con los obstáculos de frente, pero aquella mujer no parecía acobardarse por nada. Tenía una apariencia delicada, pero estaba empezando a ver que poseía un carácter de acero y esperaba que eso no diese lugar a discusiones para las que no tenía tiempo.

–Así es –respondió.

Galila miró su túnica enarcando una ceja. Se había puesto un traje de chaqueta para la reunión con su hermano, pero en general vestía el típico atuendo árabe, no por cuestiones religiosas o políticas, sino porque le parecía más cómodo.

–¿Dónde vamos?

A Zyria, por supuesto.

–¿Y por qué vamos en helicóptero?

–Es la forma más rápida de viajar.

Podía pilotarlo personalmente si era necesario, y lo haría si Galila no estuviese allí.

Ella hizo un gesto de desdén antes de girar la cabeza para mirar por la ventanilla, y Karim tuvo que disimular una sonrisa.

No iban a la capital de Zyria, Nabata, sino a un lugar remoto en medio del desierto.

–Mi madre está deseando conocerte. Pasa mucho tiempo en el palacio que mi padre construyó para ella lejos de la ciudad.

Para escapar de los amargos recuerdos.

Casi era un insulto llevar allí a la hija de la amante de su padre. La reina madre Tahirah no sabía nada de la infidelidad de su marido, por supuesto, y que no lo supiera nunca era la razón por la que había orquestado aquel matrimonio. Pero él sí lo sabía y le pesaba en la conciencia.

–¿Por qué me miras así? –le preguntó Galila entonces–. ¿Estoy despeinada?

–No, estás preciosa. Perfecta –respondió él, intentando sonreír.

Galila volvió a mirar por la ventanilla, pero Karim sabía que estaba mirándolo de soslayo, recelosa del cumplido.

–Mis sentimientos te dan igual y no me deseas en absoluto. No soy más que una esposa de conveniencia –murmuró.

Karim torció el gesto, sopesando sus palabras y el desdén que había en ellas.

–Nuestro matrimonio es necesario, pero eso no significa que no pueda tener éxito. Muchos matrimonios concertados son felices.

–Cuando ambas partes han aceptado tal matrimonio –replicó Galila.

Aterrizaron poco después y Karim se alegró. Galila iba a casarse con él y no había nada más que discutir.

–Es precioso –dijo ella, mirando las paredes de mármol rosa y las intricadas puertas labradas.

Aunque Karim estaba de acuerdo, el extravagante palacio siempre le había parecido turbador. Evidentemente, su padre había querido complacer a su mujer y no por una conciencia culpable. Lo había hecho construir antes de conocer a la reina Namani.

Tristemente, los sentimientos por su madre habían sido eclipsados por la pasión que sentía por su amante. Y su esposa y su hijo no habían sido incentivo suficiente para que siguiera viviendo cuando la reina Namani dio por terminada la aventura.

¿Qué podría haber sentido por ella si su primer, y supuestamente menor, enamoramiento había producido tal monumento? Karim no podía entender una pasión tan enloquecida y prefería no entenderla.

Tomó a Galila del brazo para subir por la escalera y notó que contenía el aliento. Se había ruborizado y esa reacción provocó una emoción inusitada en él, una emoción que le advirtió que estaba a punto de atarse a una bomba de relojería y debía tener cuidado.

En principio, que fueran compatibles físicamente podía ser excitante y prometer una unión satisfactoria, pero él sabía lo que dejarse llevar por las pasiones podía hacerle a un hombre. Se daba cuenta de que aprovechaba cualquier oportunidad para tocarla y soltó su brazo, disgustado consigo mismo.

Cuando la soltó, Galila lanzó sobre él una mirada helada. Tal vez era su imaginación, pero parecía haber levantado un muro invisible entre los dos y, por alguna razón, eso lo molestó.

–Espero que seas amable con mi madre.

Ella se irguió, ofendida.

–Yo siempre soy amable –replicó, dando un golpe de melena–. Anoche estaba siendo amable cuando dejé que me besaras.

Karim soltó una carcajada. No recordaba la última vez que había estado tan relajado como para reírse así. Cuando, además, ese comentario era una afrenta a su masculinidad. Él sabía lo potentes que habían sido esos besos y no le gustaba que Galila intentase despachar esa pasión como simple «amabilidad».

Sintió el impulso de demostrárselo, pero no, se negaba a permitir que lo desarmase.

Estoy deseando disfrutar de tu amabilidad.

Galila arrugó la nariz en un gesto encantador y Karim apartó la mirada.

No podía enamorarse de ella. Había visto con sus propios ojos lo que el amor por la reina Namani le había hecho a su padre y él no sería víctima de su hija.

 

 

A pesar de su remota ubicación, no habían ahorrado en gastos para construir el palacio en el desierto. Galila había vivido siempre rodeada de riquezas, pero incluso ella podía apreciar el esfuerzo de transportar toneladas de mármol hasta allí.

Dentro, en un patio interior, una fuente aportaba un musical tintineo y refrescaba el aire. Varias columnas sujetaban las tres plantas del edificio, con una enorme escalera en medio del vestíbulo que terminaba en una cúpula de cristal. Mosaicos verdes y azules cubrían las paredes hasta la altura de los ojos, el resto hasta el techo estaba pintado en delicados tonos de color oro, azul y mandarina.

–Es precioso, qué maravilla.

Karim la llevó a un salón en la segunda planta para presentarle a la reina madre Tahirah y la mujer se levantó para recibirlos. Su rostro, marcado por el dolor, le recordó el rostro de su padre.

–Es como cuando la reina Namani venía a visitarme. Su belleza sobrevive en ti, aunque no mi querida amiga –le dijo, tomando su mano–. Siento mucho la muerte de tu madre.

–Gracias –murmuró Galila, emocionada por tan genuino pésame–. No sabía que la hubiese conocido.

¿Era su imaginación o Karim se había puesto tenso? La miraba con gesto de censura, aunque no entendía por qué.

–Nos conocimos cuando éramos jóvenes –respondió Tahirah–. Pero perdimos el contacto tras la muerte de mi marido. Fue culpa mía, desde entonces abandoné mis deberes como reina y apenas salía de aquí. No podía enfrentarme con las responsabilidades del trono sin el amor de mi vida, Jamil. Por suerte, su hermano fue capaz de encargarse de todo hasta que Karim cumplió la mayoría de edad. Y ahora mi hijo ha encontrado la felicidad –la sonrisa de Tahirah era un débil rayo de luz en un rostro angustiado.

Sí, claro, los dos estaban encantados y felices, pensó Galila, irónica. Naturalmente, no lo dijo en voz alta. Tahirah podía estar rodeada de extravagancias, pero era la prueba viviente de que el dinero no podía comprar la felicidad. La muerte de su marido le había roto el corazón y nunca había podido recuperarse.

–Seguro que seremos muy felices.

«Por separado».

–¿Y la boda? –preguntó Tahirah.

–Dentro de un mes –respondió Karim–. Ya he ordenado que empiecen con los preparativos.

–Ah, muy bien. Entonces, es hora de entregarte mi anillo de compromiso. Lo he sacado de la caja fuerte –dijo la madre de Karim, llevándola a un sofá tapizado en satén.

Yo… no sé qué decir –murmuró Galila, mirando la caja de terciopelo.

Cuando la abrió, se quedó sin aliento. El anillo era un enorme diamante de color rosa, rodeado de baguettes de diamantes de menor tamaño. Era ostentoso, pero también una obra de arte.

Se le encogió el corazón por el amor que había en esa joya, algo que ella nunca tendría si se casaba con Karim.

–Es un anillo muy especial. Es un honor, Tahirah –murmuró, angustiada por esa farsa de matrimonio cuando aquel anillo dejaba claro que el matrimonio de la reina había sido por amor–. ¿Estás segura?

No quería aceptar algo tan precioso cuando estaba decidida a abandonar a Karim. Y lo antes posible.

–Claro que sí –respondió la reina–. Hace años que no me lo pongo, pero es precioso, ¿verdad? El padre de Karim me regalaba joyas maravillosas. Me construyó este palacio… –la mujer parpadeó para controlar las lágrimas, sus ojos estaban cargados de nostalgia–. Karim siempre había dicho que estaba esperando a la mujer adecuada y me alegro tanto de que por fin la haya encontrado…

Galila intentó esbozar una sonrisa que esperaba fuese interpretada como de felicidad y gratitud. No le importaba desafiar a su hermano y a Karim, pero engañar a Tahirah le parecía una falta de respeto y lamentaba tener que desilusionarla.

Karim sacó el anillo de la caja y tomó su mano. El calor de sus dedos la recorrió entera, tocándola en sitios secretos y provocando un anhelo que no entendía del todo. El anhelo de que hubiese algo especial entre ellos, algo real. Pero ella era una mujer moderna y no iba a sucumbir ante un hombre solo porque no podía luchar contra las circunstancias.

Después de ponerle el anillo, Karim se inclinó para besarla en la mejilla y, cuando se apartó de nuevo, Galila se sintió perdida.

Se miró las manos, con el pulso latiendo en su garganta, e intentó concentrarse en el anillo. Era maravilloso, pero le quedaba grande, se le caía.

–Se me rompería el corazón si lo perdiese. ¿Podrías quedarte con él hasta que lo arreglen?

Tahirah asintió con la cabeza.

–Si lo prefieres…

–No quiero perderlo. Es precioso y sé que significa mucho para ti.

–También a mí me queda grande ahora. Antes me quedaba perfecto, pero perdí el apetito cuando mi marido murió –le contó la madre de Karim, con expresión acongojada–. Un día me lo quité y no fui capaz de volver a ponérmelo. Me recordaba tanto lo que había perdido… Todo me lo recuerda.

 

 

Por eso iba a casarse con Galila, pensó Karim. Había visto esa tristeza en los ojos de su madre durante tres décadas. ¿Qué pasaría si descubría que su marido se había quitado la vida deliberadamente, que se había lanzado desde un balcón en lugar de enfrentarse a la vida sin la mujer a la que amaba de verdad, la reina Namani, su amiga?

Por suerte, Galila empezó a preguntar por el palacio y otros asuntos, sin dejar que su madre diese más vueltas a las tristezas del pasado.

–El almuerzo ya debe de estar servido –dijo Tahirah unos minutos después–. ¿Vamos al comedor?

Galila se excusó para arreglarse un poco.

Parece una joven encantadora –comentó Tahirah cuando salió de la habitación.

–Lo es –asintió Karim, aliviado porque Galila había sido capaz de desviar inteligentemente la conversación.

Su matrimonio era necesario y se había pasado la noche en vela pensando que tenerla como esposa sería sexualmente gratificante. Peligroso también, pero veía potencial en ella para ser su compañera. Siendo una princesa, había recibido una educación refinada y era capaz de tratar con todo tipo de gente, especialmente con mujeres de otra generación. Pero no quería que le gustase por ello, tenía que levantar la guardia.

Una criada entró en ese momento y cuando Karim vio lo que llevaba en las manos se volvió hacia su madre.

–¿Haboob? –murmuró mientras la mujer se inclinaba para colocar los precintos en las puertas del balcón.

Esa mañana había estado demasiado distraído como para comprobar el informe del tiempo, pero la tormenta de arena había llegado de repente, tal vez por eso su piloto no le había dicho nada. El viento azotaba violentamente las copas de las palmeras del oasis frente al que había sido construido el palacio, provocando remolinos de arena.

–Me temo que sí, pero aquí estamos a salvo –respondió su madre, tomándolo del brazo.

–Tengo que estar en Nabata esta tarde, así que tal vez debería irme ahora…

Una criada entró en ese momento con gesto angustiado. Por suerte, su madre estaba de espaldas, de modo que no pudo verla.

Karim supo inmediatamente cuál era el problema. Galila había desaparecido.

Tendrás que perdonarnos, madre, pero es mejor que nos vayamos ahora, antes de que la tormenta tome fuerza. Espero que te reúnas con nosotros en Nabata en cuanto sea posible y así tendrás la oportunidad de conocer mejor a Galila antes de la boda.

–Sí, claro –asintió ella, sin poder disimular su decepción–. Pero debería despedirme de Galila.

–No es necesario, volverás a verla muy pronto –Karim se inclinó para besarla en la mejilla y salió de la habitación intentando contener su ira.

Tenía que encontrar a la escurridiza princesa antes de que la atrapase la tormenta.