Capítulo 6

 

 

 

 

 

LAS CORONACIONES no eran un gran espectáculo en esa zona del mundo. Galila lo sabía por su propio país. Su designación como reina de Zyria había consistido en una simple ceremonia ante varios testigos.

En realidad, Karim la había elegido como su reina esa noche, en el campamento beduino, y eso era todo lo que la gente de Zyria necesitaba para aceptarla y reconocerla como monarca, pero se sentirían engañados si no organizasen una celebración formal en el palacio. Además, habría festividades por todo el país.

Galila estaba acostumbrada a coordinar ese tipo de eventos porque, además del trabajo humanitario, siempre se había encargado de organizar las fiestas en el palacio de Khalia. Su madre dejaba que ella hiciese todo el trabajo, desde elegir los menús a la decoración, y luego aparecía en el último minuto para cambiar el orden de los discursos o el color de las sillas, poniendo su sello en cada evento.

Pero, en esa ocasión, todos los detalles estarían a su cargo.

Galila había tenido en cuenta el mensaje que enviaría el evento. Evidentemente, tenía que transmitir que estaba encantada de convertirse en la esposa de Karim y que abrazaba su nuevo país. Y también tenía que destacar las ventajas de la unión con Khalia. Debía ser una celebración regia, pero no quería que la viesen como una derrochadora. Quería que supieran que estaba deseando empezar con su trabajo humanitario, pero no quería parecer crítica o sugerir que el gobierno de Zyria no atendía las necesidades de su gente.

El nudo gordiano era la lista de invitados y también las comidas kosher y otras costumbres religiosas que debía tomar en consideración.

Al final, Galila contrató a un grupo de profesionales para evitar errores. Sentó juntos a ministros y dignatarios que mantenían buenas relaciones y en las bolsas de regalo incluyó desde pañuelos de seda a pulseritas de plata o jarras de especias de Zyria, exhibiendo sus mejores productos.

Durante los discursos, el ministro del Tesoro la alabó por haber organizado la fiesta sin gastar todo el presupuesto y anunció que la reina había pedido que el dinero ahorrado se utilizase para crear una unidad médica móvil para atender a las zonas de más difícil acceso del país.

La idea fue recibida con aplausos, pero su marido la eclipsó un segundo después, anunciando que iba a construir un servicio de salud para mujeres que llevaría su nombre. Su reacción debió de ser cómica porque todos se rieron y aplaudieron mientras ella se cubría las mejillas con las manos.

Era un gesto político, se recordó a sí misma. Una forma de asegurar que fuese aceptada por su pueblo y cimentar su puesto en los libros de Historia, pero el gesto la emocionó, tal vez porque Karim la había mirado con sincero aprecio mientras decía:

–Espero que tengas un papel activo en el proyecto. Tu instinto y tu atención a los detalles son excelentes.

–¿Lo has dicho en serio? –le preguntó ella cuando empezó la cena.

–Por supuesto –respondió Karim, como molesto por la pregunta–. Me han informado de todas las decisiones que has tomado hasta ahora y estoy muy complacido. Has hecho un trabajo excelente.

Galila se llevó una sorpresa. Estaba convencida de que Karim no había pensado en ella desde la última vez que se vieron.

Miró a los cuatrocientos invitados, vestidos y enjoyados para la ocasión. El salón de banquetes había sido recubierto de tela para que pareciese una tienda beduina y el paisaje de Zyria y sus famosos monumentos eran proyectados en las paredes. Los centros de mesa eran antiguos faroles colocados entre flores autóctonas y el aroma a incienso permeaba el aire.

No sé si alguien se atreverá a comer estos bombones, pero es una idea muy ingeniosa –dijo Karim entonces.

Los bombones, creados por un artesano local, estaban hechos de leche de camella en forma de Zyria y Khalia unidos, la frontera consistía en un tenue cambio de color. Galila le había pedido a su hermano que enviase café y canela de Khalia mientras el lado de Zyria estaba hecho con nuez moscada y cardamomo.

–Gracias.

–Es un detalle sutil, pero brillante.

Galila se emocionó.

«No dependas de su aprobación».

Pero así era. En el fondo, necesitaba aprobación. Y ese era el problema de su matrimonio. Ella necesitaba creer que Karim la valoraba, que lo que sentía por ella era real y permanente.

Pero él ya estaba hablando con el invitado sentado a su derecha. Era lógico que después del breve cumplido desviase su atención hacia los invitados, pero no volvieron a hablar hasta que la cena terminó y pasaron al salón de baile.

Allí, Galila se había sentido libre para incluir influencias occidentales, con luces de discoteca y un DJ que pincharía música pop de todo el mundo, pero incluyendo algunas bandas árabes de gran éxito.

Aunque la primera canción fue una antigua balada que había sonado en la boda de Tahirah y el rey Jamil. Era una forma de asegurar a la antigua generación que las cosas estaban cambiando, pero a pasitos cortos.

Karim iba ataviado con una túnica ceremonial y ella llevaba una capa de seda bordada sobre un vestido de brocado, joyas en el pelo, en las muñecas, en el cuello y hasta un enorme y antiguo broche sobre una banda en la cintura.

Cuando la abrazó para abrir el baile, Karim bromeó diciendo que era como abrazar a un cactus.

–Sé que es una reliquia familiar que todas las reinas de Zyria llevan en las ocasiones especiales –dijo Galila, afectada por su proximidad a pesar de que él mantenía una prudente distancia.

–A mi gente le dio vergüenza explicarte que fue diseñado como cinturón de castidad. Las esposas del rey lo llevaban cuando él no estaba aquí para proteger sus intereses.

–Ah, ya entiendo –murmuró ella, poniéndose colorada–. Por si acaso tenían tentaciones.

Karim soltó una risita, algo que la sorprendió.

Pero ahora el rey está en casa, así que nos libraremos de él en cuanto sea posible.

El corazón de Galila se aceleró de alarma y anticipación. Aunque era ridículo. Ya habían tenido relaciones y sabía que encontraría placer con él.

¿Pero qué pasaría después? ¿Karim seguiría ignorándola? No sería capaz de soportarlo. ¿Cómo iba a entregarse a un hombre sabiendo que la rechazaría después?

 

 

Karim la llevó a la habitación en cuanto terminó el baile, despidiendo a continuación a las doncellas que estaban ayudándola a quitarse el vestido.

Siguiendo sus instrucciones, la habitación había sido decorada con pétalos de rosa, velas y bandejas de fruta. De algún sitio llegaban las notas de un instrumento de cuerda. Había dos pijamas de seda sobre la cama, pero acabarían en el suelo sin usarlos si se salía con la suya.

A solas con su mujer por primera vez desde que le hizo perder la cabeza en el estudio, Karim estaba nervioso, aunque no pensaba admitirlo. Bueno, en realidad había estado contando las horas hasta que pudiera librarse de su autoimpuesto control, pero no quería pensar en ello. Era una debilidad, sí, pero no podía retrasar la consumación del matrimonio para siempre.

En realidad, se decía a sí mismo que solo estaba obsesionado porque aún no lo habían hecho. Una vez que hubieran hecho el amor, la obsesión desaparecería.

–Deja que te ayude a quitarte el vestido.

Galila no lo miró a los ojos mientras le quitaba el elaborado broche y no dijo una palabra mientras desabrochaba una docena de botones, pero cuando tocó sus hombros para tirar de la capa lo miró por encima del hombro.

Karim vaciló durante un segundo, pero ella movió los hombros para ayudarlo a quitársela. El bordado de perlas y otras joyas la hacía increíblemente pesada y fue un alivio librarse de ella. Debajo, llevaba un vestido con escote palabra de honor adornado con el extravagante collar de plata y diamantes que Karim le había dado como regalo de boda.

Galila se dio la vuelta y cruzó los brazos sobre el pecho, mirándolo con gesto de incertidumbre.

–¿Qué ocurre?

–Nada –respondió ella, encogiéndose de hombros en un gesto defensivo.

Él se acercó para levantarle la barbilla con un dedo.

–Galila, ¿no me digas que eres tímida?

Parecía imposible después de las intimidades que habían compartido.

Ella volvió a encogerse de hombros, pero bajó la mirada.

–No hay prisa –le aseguró él, aunque era mentira.

Tan cerca de ella, sintiendo la suavidad de su mejilla, no sabía cómo había conseguido aguantar tanto tiempo. La hambrienta bestia que vivía dentro de él había despertado y estaba dispuesta a la caza.

–Estoy un poco nerviosa, no pasa nada –dijo ella entonces, llevándose una mano a la cabeza para quitarse la corona que sujetaba un velo plateado.

Yo lo haré –dijo Karim.

Pero mientras quitaba un número interminable de horquillas, pensó que debería haber delegado esa tarea en la persona que la puso. Era un proceso intricado y Galila hizo una mueca de dolor, aunque estaba siendo tan delicado como era posible. Perseveró y, por fin, fue capaz de quitarle la corona y el velo.

Ella se pasó una mano por el pelo y el gesto le pareció increíblemente erótico. Esa noche la encontraba especialmente fascinante. Las suaves curvas de sus pechos se marcaban bajo el brocado del vestido, la resplandeciente falda insinuaba la forma de sus piernas.

–Eres tan preciosa que me duele mirarte.

Esas palabras habían salido de un sitio que Karim no conocía, un sitio donde el deseo por ella era tan potente que apenas podía contenerlo.

–No puedo evitarlo.

–No es una desventaja –bromeó él, tomando sus manos para ponerlas sobre sus hombros.

Su cintura era tan estrecha como la de una bailarina y, con los zapatos de tacón, solo tenía que inclinar un poco la cabeza para capturar su boca.

Cuando rozó sus labios y notó que ella se estremecía, perdió la cabeza. Se apoderó de su boca en un beso carnal, apasionado. La clase de beso que había deseado, la clase de beso que debería saciarlo, pero solo conseguía atizar su deseo.

Karim sintió la misma pérdida de control que lo había dejado inmóvil en el estudio, mientras su mujer le hacía el amor con la boca.

Pero, de repente, ella se apartó.

–¿No quieres…?

Karim tuvo que apartar la mirada. No estaba preparado para soportar un rechazo.

–Sí quiero, pero… –Galila dio un paso atrás–. No me gustan estos juegos.

Parecía tan acongojada que Karim sintió una punzada de pesar.

¿Qué ocurre?

–Hazme el amor si quieres, pero no me digas que soy preciosa para luego actuar como si no pudieras soportarme. No me beses como si no pudieras cansarte nunca para luego apartarte como si te disgustase. No le digas a la gente que soy maravillosa cuando evidentemente no lo piensas. No puedo con esos altibajos. Sencillamente, no puedo.

Karim entornó los ojos.

–¿De qué estás hablando? Claro que me gustas.

–Solo quiero que seas sincero y consistente. Entiendo que me deseas, pero no tienes que darme coba. No actúes como si…

–¿Como si qué? –la interrumpió él, temiendo haberse traicionado demasiado.

–No sé lo que sientes, ese es el problema. A veces actúas como si te gustase y otras…

–Claro que me gustas, Galila, pero te dije desde el principio que no debías esperar amor por mi parte.

–No estoy hablando de amor, sino de aprecio, de afecto. Apenas me has dirigido la palabra desde aquel día en el estudio. Actúas como si no hubiera pasado nada y luego me dices un par de cosas amables, que soy guapa, que no puedes soportar mirarme, y crees que eso hará que desee… –Galila señaló la cama y luego dejó caer el brazo en un gesto de derrota.

No era eso lo que buscaba –dijo él, tragando saliva.

–Lo peor es que quiero acostarme contigo –le confesó ella–. Pero sé sincero, Karim. Si vas a ignorarme hasta la próxima vez que quieras acostarte conmigo, no pongas velas y pétalos de rosa, no actúes como si quisieras que esta noche sintiese algo por ti. No actúes como si este fuese un momento especial cuando después vas a tratarme como si no existiera.

Karim se apretó el puente de la nariz entre dos dedos. Aquello sería la primera vez para ella. ¿De verdad pensaba que él no estaba algo nervioso? ¿Que esa responsabilidad no lo hacía especial?

–Quería que estuvieses relajada.

–Pues no puedo estar relajada –respondió ella mientras se quitaba los pendientes–. Vamos a terminar con esto de una vez para que puedas encerrarte en tu habitación.

–¿Terminar con esto? –repitió Karim, con el estómago encogido–. Quiero que hacer el amor conmigo sea un placer para ti, no una tarea desagradable.

–¡Yo no soy como tú! –le espetó ella–. Yo no actúo fríamente. Y tú estás manipulándome. Tal vez no lo haces a propósito, no lo sé. Tal vez no te das cuenta de que estás hiriendo mis sentimientos, pero así es. No podría soportar eso una noche y menos una vida entera. Acepto que este es un matrimonio de conveniencia, no uno basado en el amor, pero no actúes como si te importase para luego demostrar que no te importo. No podría soportarlo.

Si le hubiese clavado un puñal en el corazón no le habría dolido tanto, pero empezaba a preguntarse si Galila le habría entregado su corazón a un hombre que la había rechazado.

–¿Quién te hizo eso? –le preguntó.

–Da igual –respondió ella, dándose la vuelta para quitarse las pulseras.

–Esto afecta a nuestro matrimonio, a nuestra relación –insistió Karim.

¿Por qué le importaba eso? Galila estaba dispuesta a hacer el amor, sabiendo que él no iba a involucrar sus sentimientos. Debería alegrarse, pero le desagradaba pensar que fuese a su lecho nupcial ocultándole algo, especialmente la emoción que había mostrado en otras ocasiones.

–¿Quién? –insistió Karim.

Ella permaneció en silencio durante unos segundos, mientras dejaba las joyas sobre una bandeja.

–Por lo que hemos descubierto sobre mi madre recientemente –empezó a decir luego en voz baja–, entiendo mejor por qué apartó a mis hermanos de su lado. Se había visto obligada a separarse de un hijo al que quería y me imagino que eso debió de romperle el corazón. Tal vez por eso también me apartó a mí de su lado, pero no fue siempre así. Cuando era pequeña… –Galila se encogió de hombros–. Pero nada de eso importa ahora.

El ardor de Karim se había apagado. Salvo una invasión que requiriese proteger a su país, no se podía imaginar nada más importante que lo que Galila estaba contándole.

–Sigue –le pidió.

Hablar de esto hace que me sienta tan patética y superficial como tú crees que soy –Galila seguía de espaldas y hablaba mirando al suelo–. Cuando era una niña me sentía especial porque yo era la preferida de mi madre. No quería saber nada de Zufar y Malak, pero a mí me adoraba. Me cepillaba el pelo y me vestía para que fuésemos iguales. Me llevaba a todas partes y siempre se mostraba orgullosa y feliz cuando la gente decía que me parecía a ella.

–Parece que hablas de una mascota, no de una hija.

–Lo era. Una muñeca viviente tal vez, si hubiera seguido siendo una niña –asintió ella–. Pero, cuando empecé a crecer, mi madre se apartó de mí. Sencillamente, dejó de quererme.

–¿Cómo sabes que dejó de quererte? ¿Qué pasó?

–En lugar de decir que era guapa me decía: «no me gusta el perfume que llevas», «te ríes demasiado alto», «ese carmín de labios no te queda bien».

–¿Hiciste algo que la enfadase?

Si lo hice, ella nunca me lo dijo –respondió Galila con tono amargo.

–Entonces, ¿por qué crees…? Ah, me dijiste una vez que no quería ser abuela. Tal vez estaba celosa de tu juventud.

–Estaba resentida porque yo tenía toda la vida por delante –murmuró ella–. Se habría muerto antes de acudir a mi boda. No podía soportar que yo fuese el centro de atención y siempre decía: «Te estás portando como Malak». Odiaba a mi hermano y no le importaba anunciarlo públicamente.

Galila nunca había reconocido eso en voz alta, pero se sintió un poco mejor. Como punzar una herida para que empezase a curar.

–Y ahora ya no puedes preguntarle por qué cambió de actitud hacia ti. Entiendo tu frustración, Galila.

–Ya estás haciéndolo otra vez –dijo ella entonces, dejando escapar un suspiro de frustración.

–¿A qué te refieres?

Hablas como si tuviéramos algo en común, como si te importase. ¿Pero qué pasará dentro de diez minutos, en una hora, por la mañana? ¿Mis sentimientos volverán a ser irrelevantes?

Él apartó la mirada, incómodo al revisar su propio comportamiento. Había querido protegerse a sí mismo, a su país, que se había tambaleado cuando su padre se quitó la vida. Pero no había visto que al intentar protegerse a sí mismo, le hacía daño a Galila.

–¿Soy yo, Karim? –le preguntó ella entonces–. Casi me había convencido a mí misma de que el comportamiento de mi madre era su problema, pero, si tú haces lo mismo, entonces debe de ser una carencia mía. Hay algo en mí que hace imposible que me quieran. ¿Qué es?

 

 

Su marido la miraba, inmóvil, como un hombre hecho de mármol. Ni siquiera parecía respirar. ¿Estaba intentando no herir sus sentimientos? Porque no aliviaba sus miedos con esa expresión impenetrable.

Por fin, Karim parpadeó.

–No hay nada malo en ti. Pensar eso es absurdo.

–Entonces, soy absurda, muy bien –dijo Galila, ofendida–. Sé que soy muy ingenua. Mis hermanos me dicen todo el tiempo que no debería esperar tanto de los demás, que no debería buscar amor. Pero no entiendo por qué pierdo el cariño de la gente que me importa. ¿Son las cosas que digo? ¿Debo guardar silencio y dejar que me admiren? ¿Pero por qué iban a querer admirarme? No soy tan bella, no soy una obra de arte. Mi cuello es demasiado largo y tengo los muslos de mi madre. Ayúdame a entenderlo, Karim. No puedo arreglarlo si no sé cuál es el problema.

–No hay ningún problema –dijo él, con una sequedad que fue como una daga en su corazón.

Galila levantó las manos en señal de derrota.

Muy bien, entonces… –empezó a decir, señalando la cama.

Pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. No sabía si podría hacerlo mientras luchaba para no desmoronarse.

–Galila, no hay nada malo en ti –dijo él entonces, tomando su mano–. Mírame –le pidió, esperando hasta que ella lo miró a los ojos–. Eres preciosa y encantadora. Es muy fácil…

Karim no terminó la frase y, cuando vio que volvía a esconderse tras un muro invisible, Galila intentó apartarse, pero él la sujetó.

–Escúchame. Contigo bajo la guardia y eso es algo que no hago nunca. Con nadie, salvo quizá con mi madre, pero hasta eso… no es cómodo para mí, no estoy acostumbrado.

–Tampoco es cómodo para mí bajar la guardia y luego ver que me desprecian, por eso sigo siendo virgen. Esa clase de intimidad no es fácil para mí a menos que mi corazón esté a salvo –Galila soltó sus manos y se apartó–. Tal vez soy tonta por pensar que hay alguna forma de sentirse a salvo, pero tu madre y tu padre siempre estuvieron enamorados. Es posible, Karim.

Él se apartó entonces, pasándose una mano por la cara mientras dejaba escapar un suspiro.

–Galila, tú no sabes…

–Sé lo que piensas, que estoy estropeando la noche de bodas –lo interrumpió ella–. Pero lo encuentro todo tan decepcionante, tan vacío… No sé si podría vivir en este estado de angustia durante el resto de mi vida. ¿Por qué a ti no te importa, Karim? Dime cómo se hace.

Él flexionó los hombros, como si sus palabras hubieran sido el golpe de un látigo.

–Me he entrenado para que no me importe, para guardar mis pensamientos y controlar mis deseos. Un hombre de mi posición no puede ser vulnerable. No puedo hacerlo, Galila. El país depende de mi fuerza, de mi carácter.

Ella asintió con la cabeza.

–Mi padre abdicó porque estaba desolado tras la muerte de mi madre, incluso sabiendo que había tenido una aventura. Y me temo que yo soy tan sentimental como él. No puedo ser como tú.

–No quiero que seas como yo –dijo él en voz baja–. Me gustas como eres, Galila.

Pero si no me conoces.

–Eso no es verdad, claro que te conozco. La fiesta de esta noche, por ejemplo. Podrías haberla hecho para encumbrarte. En lugar de eso, le has dado un significado. Y eres preciosa, tan preciosa que engañas haciendo pensar que eso es todo lo que eres, pero también eres inteligente, diplomática y amable. Saltas todos los obstáculos con gracia y sin hacer ningún esfuerzo. Es asombroso lo bien que te has adaptado a tu nuevo papel.

–Habría que dar las gracias a mi madre por prepararme para esta vida –señaló ella.

–Y humilde, además.

–Karim, es muy amable por tu parte decir esas cosas, pero…

–Yo no hablo por hablar –la interrumpió él–. Estoy diciendo lo que he visto durante nuestra corta relación. Tienes cualidades que no esperaba, cualidades que me atraen. La verdad es que sabía que tendría que casarme algún día, pero no esperaba encontrar a alguien que fuese un apoyo de verdad y es algo extraño para mí. No quiero acostumbrarme a tu presencia. Nunca he necesitado a nadie, ¿Por qué iba a necesitarte a ti? –siguió Karim, como hablando consigo mismo–. La verdad es que, aunque tú haces más fácil que cumpla con mis obligaciones, me siento débil por dejar que tú lleves parte del peso. Es una paradoja que aún no he podido resolver.

Galila veía la batalla entre la angustia y la resignación en sus hermosas facciones.

–¿Entiendes que es tu reticencia a permitirme compartir tu vida lo que está matándome? Cada vez que me apartas y actúas como si fuera un estorbo, me rompes el corazón. ¿Cómo voy a entregarme a ti esta noche para enfrentarme con tu rechazo mañana, cuando decidas que ya has compartido conmigo más que suficiente?

Karim apretó los dientes.

–Galila…

–Lo siento –dijo ella, sacudiendo la cabeza en un gesto de derrota–. No creo que pueda…

–No lo haré –la interrumpió él, su tono era afilado como una daga. La miraba como un guerrero a la defensiva, pero dispuesto a atacar–. No voy a dejarte fuera de mi vida, Galila.

Ella escudriñó su expresión. Era evidente que estaba decepcionado, que aquello iba contra sus deseos.

–Esa no es la promesa que quieres hacer, Karim.

Pero la estoy haciendo –afirmó él, alargando una mano para acariciarle la mejilla–. Porque haría cualquier cosa para poder tocarte –añadió, con voz ronca y aterciopelada–. Esa es la cuestión. Te estoy entregando un arma que podrías utilizar contra mí.

Parecía torturado, pero, si esa promesa era un arma, la desarmó tanto como a él. Sus ojos ardían y le temblaban las piernas, pero puso una mano sobre su torso y sintió los fieros latidos de su corazón.

–Es igual para mí. Tú lo sabes –susurró.

–Entonces, nuestras almas podrían estar destinadas al infierno porque he intentado resistirme…

Karim inclinó la cabeza y, en esa ocasión, cuando rozó su boca, Galila se derritió. Lo deseaba más de lo que quería admitir, aun sabiendo que podía romperle el corazón.

No podía negar el ansia de aquel beso salvaje. Karim se apoderó de sus labios, enredando su lengua con la suya, y Galila se vio empujada por una fuerza que la animaba y la debilitaba a la vez. El pulso que latía en su garganta se convirtió en una fiebre entre sus piernas. Sabía que había llegado el momento.

Ninguno de los dos podía apartarse ya del otro.

Ardiendo, Galila se agarró a él, gimiendo de frustración porque no quería soltarlo para quitarse el resto de la ropa. Por fin, intentó desabrochar la cremallera del vestido con una mano.

Él levantó la cabeza, mirándola con ojos brillantes y ávidos, un rubor oscuro cubría sus mejillas.

–Tenemos tiempo –dijo con voz ronca.

No estoy tan segura –repuso ella, casi sin voz, abrumada por el deseo.

Dejando escapar un gemido gutural, Karim la tomó en brazos para llevarla a la cama, sus angulosas facciones estaban tan tensas y fieras como las de un guerrero.

–Esto es lo que me da miedo –dijo, mientras la dejaba sobre el colchón y apoyaba las manos a cada lado de sus hombros–. Es tu primera vez y yo me siento como un animal. Si yo no controlo, ¿quién lo hará, Galila?

–Ven aquí –le ordenó ella, atrayendo su cabeza y gimiendo de torturada felicidad al sentir su peso y el calor de sus labios.

Se atacaron el uno al otro con erótica pasión, sus piernas se enredaban en el vestido mientras Galila intentaba hacer espacio para él. Tiró del cuello de su túnica para tocar sus hombros mientras Karim pasaba la lengua por su cuello. Tuvo que contenerse para no morderlo, para no dejarle una marca, tuvo que luchar para no arañarlo apasionadamente.

–Hazlo –dijo él, levantando la cabeza y revelando una sonrisa que era como el sol acariciando su piel desnuda–. Aráñame, muérdeme. Lo quiero todo. Todo lo que lleves dentro.

Galila pasó las uñas por su espalda, las clavó en sus nalgas, duras como el acero, pero flexionándose para empujar la firme carne contra su sensible monte de Venus.

Él agarró su cabeza para darle un beso devorador. Un beso que la satisfacía, pero atizaba aún más su deseo, llevándolos a los dos a un frenesí salvaje, a un estado de excitación insoportable.

Necesito sentirte –musitó, poniendo los labios sobre su garganta–. Por favor, Karim.

Su respuesta fue tirar del corpiño del vestido para desnudar sus pechos y devorarlos con su hambrienta boca. Galila se arqueó, gritando cuando tiró de un pezón con los labios.

–¿Demasiado fuerte? –susurró él.

–No, no –respondió ella, tirando de su túnica, intentando tocar su piel.

Él buscó el otro pezón con igual fervor mientras empezaba a levantar la falda del vestido. En cuanto consiguió librarse de las capas de brocado, buscó el encaje que ocultaba su más íntima carne.

Rugiendo de impaciencia, lo apartó a un lado y ella dejó escapar un gimoteo de gozo, de sorpresa y desesperado ardor.

–Karim –le suplicó.

–Estás tan húmeda para mí… –dijo él, incorporándose para besarla–. ¿Piensas en esa noche en la tienda, cuando te besé ahí? Porque yo sí lo hago. Todo el tiempo.

Abrió sus pliegues con los dedos y la acarició de arriba abajo, haciendo que Galila no pudiese articular palabra.

–Pienso en lo que hicimos en el estudio, en ti tocándote mientras me dabas placer –agregó, mordiendo sus labios mientras jugaba con sus dedos sobre los húmedos pliegues–. Pienso en hacerte mía de todas las formas posibles. Quiero que seas mía.

–Lo soy –dijo ella, abriendo las piernas e invitándolo a acariciarla más profundamente.

–Yo cuido de lo que es mío.

Karim siguió acariciándola, haciéndole el amor con los dedos, rozando con el pulgar el escondido capullo de nervios que la hacía sacudirse de placer.

Iba a morirse, pensó Galila. El deseo crecía hasta convertirse en un incendio sin control, hasta que solo era eso, calor, llamas, un ansia imparable. Se mordió los labios, deseando encontrar alivio, pero luchando para aguantar un poco más en ese paraíso.

–Karim –consiguió decir, sujetando su mano–. Quiero sentirte. Quiero que lo hagamos juntos.

Él se apartó un poco. Sus pómulos eran más marcados que nunca sobre unas mejillas hundidas. Parecía tenso como un cable, apretando los dientes por el esfuerzo de controlarse.

–Sí –murmuró, tirando del vestido.

Le pareció que tardaba una eternidad. Tal vez había pasado una eternidad porque no dejaban de parar para besarse y acariciarse.

De algún modo, consiguieron desnudarse y Galila gritó mientras rodaban por la cama. Sentir sus pechos hinchados aplastados contra el torso masculino, la ligera abrasión de sus fuertes muslos sobre su monte de Venus… era pura magia. No sabía que estar desnuda, piel con piel, sexo con sexo, pudiera ser tan maravilloso. No sabía que el abrumador tamaño de sus músculos pudiera ser un afrodisíaco.

–Galila –dijo él con tono ronco, salvaje.

–Estoy lista –musitó ella, a punto de llorar. Estaba tan lista que le dolía.

Karim se deslizó sobre ella y abrió sus pliegues con un dedo, preparándose para hundirse en su cueva. La besaba mientras lo hacía, la besaba como si fuera lo más precioso que hubiera visto nunca.

–Nadie más te dará esto –le prometió sobre su boca. Era una afirmación brutalmente posesiva, pero no había pronunciado nunca palabras más sinceras.

–Nadie podría hacerlo.

Galila estaba tensa de anticipación, esperando el dolor, preparándose, pero él la besaba con ternura mientras empujaba hacia delante.

Era tan grande que pensó que no podría hacerlo, pero, cuando por fin se convirtió en parte de ella, con la boca abierta sobre sus temblorosos labios y las caderas apretando las suyas, Galila dejó escapar un suspiro de alivio. Era una invasión extraña y, sin embargo, totalmente maravillosa.

Nadie volverá a darme esto –dijo Karim, con asombro y orgullo.

Se besaron con ternura, pero el beso se volvió carnal, apasionado, cuando él empezó a moverse.

Tenía razón. Aquel era un tipo de placer que no podía darse a sí misma, que ni siquiera se hubiera podido imaginar. Galila frotó la cara contra su torso, disfrutando del peso de su cuerpo, del roce de sus muslos, de la masculina invasión.

Se agarró a él con todas sus fuerzas, experimentando un torrente de sensaciones.

–Oh –murmuró, empezando a entender.

–Sí –dijo él con voz ronca, como si le hubiera leído el pensamiento.

Sus embestidas eran controladas. Mantenía un ritmo lento, dejando que se acostumbrase a la sensación, provocando círculos concéntricos de placer con cada envite.

Era tan maravilloso que no podía soportarlo y giró la cabeza para morder sus bíceps de acero. Karim dejó escapar un gemido gutural y aumentó el ritmo de sus embestidas. La hacía suya con intensidad redoblada y Galila levantaba las caderas para recibirlo. Los dos luchaban para llegar juntos al clímax, jadeando, tocándose, mordiéndose.

Entonces llegó allí, al cataclismo, y clavó los talones en su espalda, decidida a mantenerlo dentro de ella para siempre.

Karim empujó con fuerza por última vez y se estremeció cuando llegó a la culminación.

Se abrazaron, sujetándose el uno al otro mientras montaban las últimas olas de un placer que era casi doloroso. Si sus ojos estaban abiertos, estaba cegada. Si él había dicho algo, no lo oyó porque solo podía escuchar el estruendo de la sangre en sus oídos. El tiempo parecía haberse detenido y estaba como transfigurada. En ese momento, eran un solo ser.

No podrían mantener esa perfección para siempre y eso era una tragedia, pensó Galila. Cuando su pulso volvió a latir con normalidad, descubrió que dos lágrimas corrían por sus mejillas.

El supremo éxtasis se repitió dos veces antes del amanecer. Se dieron un delirante placer el uno al otro hasta que Galila se quedó dormida, pegada a él como si no quisiera apartarse nunca.

Por eso, despertarse en una cama vacía fue mucho más doloroso.

Karim había prometido no rechazarla, pero allí estaba, olvidada, abandonada y sola. Otra vez.