Hasta la mañana siguiente, Essie no fue consciente de lo definitiva que había sido la marcha de Xavier.
Había dormido muy poco y después de levantarse a las cinco de la mañana y obligarse a desayunar café con unas tostadas, llegó a la clínica cerca de las siete, temiendo encontrarse a Xavier y al mismo tiempo, deseando verlo. Estaba hecha un auténtico lío.
No vio el Mercedes aparcado frente a la fachada delantera de la casa, así que entró por la puerta trasera y miró en el aparcamiento para los clientes. Pero en él solo estaba el coche de Quinn.
Debía de haberse ido temprano. Y no tenía idea de cuándo volvería, aunque tendría que ponerse en contacto con él durante los próximos días para informarle de cómo iba la clínica y averiguar si quería sustituirla.
Al entrar en su despacho con una taza de café en la mano, vio un sobre encima de su escritorio en el que figuraba su nombre escrito con la ya familiar letra de Xavier.
Se sentó lentamente y bebió varios tragos de café mientras permanecía con la mirada fija en el sobre.
—Venga, Essie —si dijo en voz alta—. Si has tenido fuerza suficiente para rechazarlo, también tendrás fuerzas para abrir esta carta —se inclinó hacia delante, tomó el sobre y lo abrió con mucho cuidado, como si temiera que la fuera a morder.
No mordía. Pero lo que Xavier había escrito era algo infinitamente peor:
Me voy esta noche, Essie, y no volveré. No quiero que pierdas tu trabajo y tu casa por culpa de un error que yo he cometido.
Un error. Pensaba que enamorarse de ella había sido un error, pensó Essie desolada.
Y con ese fin, voy a hacerme cargo de la hipoteca de tu casa y a poner la clínica a tu nombre. Será un acuerdo legal que no implicará ningún tipo de compromiso ni ataduras. Preferiría que estuviéramos en contacto a través de nuestros abogados. No digas que no lo aceptas, este lugar significa todo para ti y para mí no supone ningún problema económico. Durante estos últimos meses, me has demostrado que tienes una gran cabeza para los negocios y que te entregas con corazón a tu trabajo. Ahora, al no tener ninguna hipoteca sobre tu cabeza, podrás disfrutar todavía más de él. Buena suerte. X.
Essie nunca sabría durante cuánto tiempo permaneció allí, dejando que las lágrimas empaparan su rostro y con el corazón roto en mil pedazos. Pero hasta que no asomó Quinn la cabeza en su despacho y lo oyó pronunciar su nombre, no apartó la mirada de la carta que tenía delante.
—¿Qué te pasa, Essie? —entró inmediatamente en el despacho. Cuando Jamie entró varios minutos después, la joven seguía llorando. Al ver entrar a su colega, Quinn señaló el teléfono—. Llama a un médico —le dijo.
—No —Essie intentó controlarse—. No, enseguida estoy bien, es solo, es solo que…
—¿Qué ocurre, Essie?
Ambos hombres estaban arrodillados frente a ella. Essie sacudió débilmente la cabeza y susurró:
—He cometido el mayor error de mi vida.
—No puede ser tan terrible. ¿Qué ha pasado? ¿Has hecho un diagnóstico equivocado? —Quinn le hizo un gesto para que se callara.
Essie, conmovida por su ternura y en respuesta a su preocupación, les tendió la carta de Xavier sin decir palabra.
—Me pidió que me casara con él —sollozó—. Me dijo que estaba enamorado de mí.
—¿Y tú lo amas? —preguntó Quinn.
Essie asintió lentamente.
—Pero él no lo sabe… Y lo rechacé. Estaba asustada. Tenía miedo del amor, del compromiso y todo lo demás…
—Díselo —le aconsejó Quinn, como si fuera algo realmente fácil—. Si realmente te quiere, lo comprenderá. Y si algo demuestra esta carta es que te quiere. Así que dile lo que nos acabas de decir a nosotros.
—No lo comprendes —los miró mientras ellos se levantaban—. Después de lo que le dije ayer no me creería.
—De eso no puedes estar segura —añadió Jamie—. Y merece la pena intentarlo. ¿Qué tienes que perder?
Nada. Essie ya había perdido todo lo que realmente importaba, pensó derrotada. Pero inmediatamente se irguió, decidida a seguir adelante. No había sido el derrotismo el que la había ayudado a superar los años de crueldad vividos bajo el mismo techo de Colin o la traición de Andrew.
Le explicaría a Xavier lo que había aprendido. Le diría que estaba enamorada de él, que llevaba meses enamorada de él. Que él le había hecho mostrar y comprender el pasado y que estaba dispuesta a seguir hacia delante con él, si todavía estaba dispuesto a hacerlo.
La secretaria de Xavier era fría como el hielo y estrictamente profesional, pero le había costado disimular su irritación al decirle:
—Señorita Russell, esta es la tercera vez que llama y la respuesta es la misma que la de ayer y la de antes de ayer: el señor Grey no puede ser molestado.
—¿Y cuándo podré hablar con él?
—No tengo ni idea.
—¿Le ha dicho ya que lo he llamado?
—Le he pasado todos sus recados —dijo la secretaria pacientemente—, pero tiene que comprender que es un hombre muy ocupado.
—Necesito hablar con él urgentemente —Essie se interrumpió. Aquello no iba a llevarla a ninguna parte—. Quizá sea mejor entonces que me pase por allí. Sí, es lo que haré. Si no le importa, dígale al señor Grey que iré mañana a verlo y que esperaré todo lo que sea necesario para hacerlo.
La secretaria arqueó las cejas y Xavier, que estaba escuchando la llamada, sacudió la cabeza, al tiempo que hacía un duro gesto con la mano.
—No creo que sea una buena idea, señorita Russell.
—Oh, al contrario, creo que es una idea excelente.
—Quizá tenga que estar días esperando para nada.
—Estoy dispuesta a esperar durante semanas y le aseguro que no será para nada, porque pienso ver al señor Grey —le contestó con calma.
—Atenderé esa llamada en mi despacho —le dijo entonces Xavier a su secretaria.
—Señorita Rusell —mintió ella—, el señor Grey acaba de llegar y puede brindarle un par de minutos.
Segundos después, Essie oía la voz grave y profunda de Xavier.
—Hola, Essie.
—Hola —contestó casi sin aliento. Tomó aire, intentando dominar el deseo irresistible de echarse a llorar y gritarle su amor—. Llevo días intentando hablar contigo, pero por lo visto estás muy ocupado.
—No tenemos nada de lo que hablar. Nuestros abogados se están ocupando de todo y creo que eso es lo mejor para los dos.
—Xavier, no puedo aceptar ese regalo.
—Claro que puedes. En cualquier caso, cuando tengas todos los papeles en regla, podrás decidir lo que quieres hacer o dejar de hacer con la clínica. Y ahora, si eso es todo, tengo un importante…
—No, eso no es todo. No es ni siquiera el principio —lo interrumpió Essie, aterrada ante la posibilidad de que pudiera colgarle el teléfono—. Quería decirte que me equivoqué, que estaba demasiado alterada el día que hablamos. Cuando te dije que no te quería, no sabía lo que estaba diciendo. Xavier, te amo.
Se hizo un largo silencio al otro lado de la línea que Xavier terminó rompiendo con voz fría y remota:
—Aprecio tu sinceridad, Essie, créeme. Y la prefiero a esta especie de gratitud completamente fuera de lugar que te ha hecho llamarme ahora.
—¡No es gratitud! Bueno, te estoy agradecida, por supuesto, pero no es esa la razón por la que te he dicho que te amo —protestó—. Estuve luchando durante semanas contra ese sentimiento, ahora me doy cuenta de ello.
—¿Y cuándo tuvo lugar esa revelación? ¿Cuando escuchaste mi lacónica historia? ¿O ha sido quizá tu agradecimiento el que te anima a sacrificarte a mí?
—No, no es nada de eso —volvió a decir—. Y no era una historia lacrimógena, eso no es propio de ti.
—Essie, tú no sabes absolutamente nada de mí.
Oh, aquello era terrible. Mucho peor de lo que Essie había imaginado. Xavier se había recluido tras una formidable coraza que jamás podría atravesar.
—Xavier, escúchame, por favor, escucha…
—No, Essie —aquel era un inequívoco final—, terminemos esto dignamente. Tuve la presunción de pensar que podría conseguir que me amaras y me equivoqué. Todo este asunto ha sido culpa mía y lo reconozco. Los dos sabemos que compré la clínica para poder estar cerca de ti, pero ahora es tuya. Eres una gran veterinaria y con Jamie y Quinn cuentas con un gran equipo. Estoy seguro de que todo saldrá bien.
—No, nada podrá salir bien si no estás tú aquí…
—Adiós, Essie.
Essie permaneció durante algunos segundos con el auricular en la mano, incapaz de creer que la hubiera colgado el teléfono.
No tardó en comprender que Xavier se había ido para siempre y que ella no tenía forma de conseguir que volviera.
* * * * * *
Los siete días siguientes fueron como siete semanas, pero al final de la semana, Essie comprendió que por fin había madurado.
Era increíble, con todo lo que había tenido que pasar a lo largo de su vida, no haberlo hecho hasta entonces, reflexionó, mientras fijaba la mirada en los documentos que le había enviado el abogado. Pero así era.
Durante mucho tiempo, su vida había girado alrededor de la necesidad de protegerse. Había estado tan encerrada en el sufrimiento y en las decepciones de las que había sido víctima que cuando Xavier le había ofrecido el verdadero amor se había asustado.
Xavier era su única posibilidad de ser feliz, el único futuro que deseaba y tenía que encontrar la manera de convencerlo de ello. Pero una llamada de teléfono no funcionaría; tenía que ir a verlo, aunque la perspectiva era bastante desalentadora. Sabía que tenía negocios en Dorking y en Crawley, pero sus oficinas y su ático estaban en Londres, así que allí le resultaría más fácil encontrarlo. No lo avisaría, por supuesto. En aquel momento, la sorpresa era su mejor arma. ¿Y si él no quería verla? Irguió los hombros con determinación: no aceptaría un no como respuesta. Y si no estaba allí, esperaría día tras día hasta que volviera.
Quinn y Jamie, en cuanto les contó lo que pensaba hacer, le dijeron que no tenía que preocuparse por nada y se mostraron dispuestos a encargarse de la clínica durante todo el tiempo que ella necesitara.
Llegó a Londres a la mañana siguiente, justo antes de las nueve, y a las diez menos cuarto estaba tomando café con la secretaria de Xavier, que resultó ser mucho más amable de lo que parecía por teléfono. A las once, Quinn se presentó corriendo en la oficina, con el pasaporte de Essie y un billete de avión para Canadá.
Candy había sufrido un accidente, un accidente terrible, según le había explicado la secretaria de Xavier, y estaba debatiéndose entre la vida y la muerte en un hospital situado muy cerca de la casa en la que vivía con Xavier. El accidente había tenido lugar tres días atrás y Xavier había volado inmediatamente a Canadá. Al parecer estaba devastado.
Durante todo el viaje a Vancouver, Essie estuvo reprochándose el haberlo dejado solo en aquellas circunstancias. Si no hubiera sido tan estúpida, si hubiera sido suficientemente valiente cuando Xavier le había ofrecido el cielo, él no tendría que haberse enfrentado en soledad a todo aquello.
Y Candy… Pobre Candy. Harper había muerto en el accidente que la había llevado a ella a la Unidad de Cuidados Intensivos. Ella tenía veintitrés años y él veinticinco, tenían toda la vida por delante…
Essie se puso en funcionamiento en cuanto llegaron al aeropuerto. Con un maletín en una mano y un papel con el teléfono y la dirección del hospital y de la casa de Xavier en la otra, se encaminó hacia un taxi.
Decidió ir en primer lugar al hospital. Eran poco antes de las nueve cuando llegaba a la zona de espera del hospital y era atendida por una amable enfermera.
—Ahora mismo iré a hablar con el señor Grey —le dijo la enfermera—, y le diré que está usted aquí.
—¿Todavía no se ha marchado?
—No, todavía no. Normalmente se queda hasta media noche y suele volver a las seis o siete de la mañana —le explicó la enfermera con pesar—. Como no descanse, pronto se convertirá en otro de nuestros pacientes. ¿Me ha dicho usted que es una amiga suya que acaba de llegar de Inglaterra?
Essie tomó aire. Tenía que verlo sin ser anunciada, tenía que pillarlo desprevenido para impedir que se ocultara tras su fría máscara. Y lo que iba a decir, no era exactamente una mentira.
—Soy su prometida —dijo con firmeza—. ¿Podría darle una sorpresa? Me encantaría hacerlo, por favor. No sabe que he venido y estoy segura de que se alegrará de verme.
—No sé… Su sobrina está en coma, y el señor Grey ha sido muy tajante en cuanto a las visitas. La prensa nos acosa constantemente y…
—Pero yo no soy periodista, ¡soy su prometida!
—Lo comprendo, pero…
—Por favor, estoy dispuesta a asumir toda la responsabilidad.
—Bueno, no debería, pero… —miró a Essie y dijo en tono conspirador—: De acuerdo, pero si surge algún problema, diré que le he pedido que esperara y no me ha hecho caso, ¿de acuerdo?
—No habrá ningún problema —contestó Essie, con mucha más confianza de la que realmente sentía y siguió a la enfermera por uno de los largos pasillos del hospital.
—La habitación de la señorita Grey es la doscientos setenta y cuatro.
Era la última puerta a la izquierda y la enfermera se detuvo poco antes de alcanzarla, señalándola con un gesto de cabeza. Se trataba de una puerta de madera de color verde pálido y cristal.
—Muchas gracias —le dijo Essie y esperó a que la enfermera se volviera para mirar a través del cristal. La cama estaba colocada de tal manera que se veía completamente desde allí. Los tubos y cables a los que estaba conectaba su ocupante eran escalofriantes, pero fue la figura que estaba al otro lado de la cama la que cautivó toda la atención de Essie.
Xavier estaba inclinado hacia delante, con los codos apoyados sobre las rodillas y la cabeza entre las manos, en una pose de absoluta depresión.
Essie se llevó la mano a la garganta mientras rezaba silenciosa y vehementemente por encontrar las palabras adecuadas para hablar con él. Tenía que hacerse comprender. De alguna manera, Xavier tenía que creer que lo amaba y que aquel sentimiento no tenía nada que ver con la pena ni con ningún otro sentimiento, ni siquiera con el saber hasta qué punto lo había fallado.
Xavier llevaba sentado al lado de la cama de Candy una eternidad, esperando alguna señal, cualquiera, de que iba a volver al mundo real. Hablaba con ella constantemente, animándola a luchar, a vivir, ofreciéndole toda su fuerza y su determinación. Pero estaba cansado. Sabía que estaba cansado sin necesidad de que las enfermeras y los médicos lo regañaran constantemente por ello. Ya les había dicho que descansaría en cuanto supiera que Candy iba a salir adelante, pero hasta entonces…
Todavía le costaba creer que aquello fuera cierto. Candy era tan hermosa, estaba tan viva… Y de pronto se convertía en aquel fantasma que apenas se distinguía del color de las sábanas. Cuántas veces le había pedido perdón a Natalie, su hermana, por no haber sido capaz de cuidar mejor de su hija, por no haber sido capaz de protegerla…
Y la imagen de otra joven, aquella con los ojos de color violeta y el pelo como el maíz, invadía también la habitación. Incluso en medio de su angustia y su dolor por Candy, la ausencia de Essie lo estaba destrozando.
Él nunca se había lamentado por lo perdido. Y era el primero en admitir que no se podía perder lo que nunca se había tenido, pero eso había sido antes de conocer a Essie. Essie… qué nombre tan ridículo para una mujer tan hermosa.
Maldita fuera, cuánto la deseaba, cuánto la necesitaba en ese momento. Daría años de su vida, los que fuera, por poder retroceder en el tiempo para poder decirle cómo se sentía.
Pero no era posible dar marcha atrás, tenía que seguir adelante, aunque todavía no supiera cómo hacerlo. El futuro se extendía ante él como un túnel negro y, por primera vez en su vida de adulto, estaba asustado. Lo asustaba estar perdiendo las riendas de su trabajo, de su vida. Pero sobre todo, lo asustaba la perspectiva de pasarse semanas, meses, años, sin volver a ver el rostro de Essie.
Alzó entonces la mirada hacia la puerta sin saber por qué. Se quedó mirando el rostro que se asomaba a través del cristal y se pasó la mano por la frente. El corazón le había dado un vuelco y casi se había mareado por lo que había imaginado. Las enfermeras se asomaban constantemente para ver a Candy, pero aquella vez tenía la impresión de haber visto el rostro de Essie. Se estaba volviendo loco, pensó con sarcasmo. Seguro que alguno de sus más feroces competidores en el negocio se alegraría de ello.
Y entonces abrió los ojos nuevamente al oír que la puerta se abría y vio a Essie a menos de cinco metros de distancia, con sus increíbles ojos violeta fijos en él y el rostro blanco como el papel.
—¿Xavier?
—¿Essie?
La voz de Essie lo sacó del trance. Justo en ese momento, entró la enfermera.
—Tenemos que poner cómoda a Candy, señor Grey, ¿le importaría salir un momento de la habitación?
Xavier asintió bruscamente, sin apartar la mirada del tenso rostro de Essie.
—Estaremos en la sala del café.
—De acuerdo, señor Grey, no tenga prisa. Tardaremos un rato.
Parecía tan cansado, pensó Essie mientras Xavier la tomaba del brazo y la conducía a través del pasillo.
—¿Qué estás haciendo aquí, Essie? —le preguntó mientras caminaban.
—Quería estar cerca de ti —había llegado el momento de decirle toda la verdad—. Tenía que estar cerca de ti. Te quiero mucho, y estas dos últimas semanas han sido tan terribles…
—No nos hagas pasar por esto, Essie. No es que no aprecie que hayas venido, aunque sea una locura, pero hace unas semanas estabas completamente segura de lo que sentías. Y nada ha cambiado.
—Tienes razón, no ha cambiado nada, Xavier —contestó ella precipitadamente. Te amaba entonces y lo sabía, pero estaba demasiado asustada para admitirlo, demasiado atada al pasado. Quizá haya sido tu marcha lo que me ha hecho verlo, no lo sé, pero de pronto me di cuenta de que… no podía vivir sin ti.
Tragó saliva; las lágrimas brillaban en sus ojos. No podía perderlo. Tenía que obligarlo a comprenderla.
—Por favor, Xavier, créeme —le dijo, con la garganta atenazada por el miedo de que ya fuera demasiado tarde—, porque ya no sé qué puedo decir o hacer para convencerte. Fui débil y cobarde, sé que no me merezco otra oportunidad, pero…
—¡No digas eso! Te mereces todo lo bueno que pueda ofrecerte esta vida, Essie y yo te deseo lo mejor. Pero mi madre se casó con su primer marido por gratitud, porque le había permitido escapar de un hombre miserable y el resultado fue un desastre.
—Xavier, escúchame —habían llegado ya a la pequeña salita. He venido aquí para decirte que te amo —se aferraba a su chaqueta y fijaba la mirada en su adorado rostro—. No me importa la clínica, ni que me hayas comprado la casa. ¿Es que no te puede entrar eso en la cabeza? Hoy he ido a tu oficina para decírtelo.
—Essie…
—No, déjame terminar. No te atrevas a decir nada —dijo con fiereza, luchando contra las lágrimas que se agolpaban en sus ojos—. No puedo vivir sin ti. No puedo estar en el mundo sabiendo que tú estás en él y que pueden pasar días, semanas o años sin que pienses en mí. No puedo soportarlo. Lo quiero todo de ti, Xavier. Quiero estar a tu lado, quiero ser tu esposa… Quiero que tengamos hijos….
Las últimas palabras fueron casi un gemido. Xavier ya no era capaz de soportarlo más. La estrechó en sus brazos con un movimiento casi salvaje y cubrió su rostro de besos, mientras murmuraba palabras de amor contra su piel húmeda y sedosa.
Permanecieron juntos, con los corazones palpitantes y los labios unidos, meciéndose lentamente. Essie rebosaba felicidad. Xavier la creía, lo había visto en su rostro segundos antes de que la besara.
Tiempo después, Xavier alzó la mirada para mirarla a los ojos y dijo con voz ronca:
—Te amo, mi resplandeciente estrella.
—Yo también te amo —sonrió a través de las lágrimas—. He sido tan estúpida, Xavier. Y esto de Candy… No he estado a tu lado cuando más me has necesitado…
—Pero no volverá a ocurrir —deslizó suavemente la mano por su mejilla—. Candy se pondrá bien. Ahora que por fin estamos juntos, no hay nada imposible.
—¿Y me perdonas?
—No hay nada que perdonar —la estrechó contra su pecho—. Estabas asustada y después de tu experiencia con el sexo opuesto, nadie puede culparte por haber deseado huir de este canadiense grande e insolente que irrumpió de pronto en tu vida.
—Grande quizá, pero nunca insolente —sonrió Essie, abrazándose a su cuello.
Lo miraba con el corazón en los ojos, mostrándole lo único que a Xavier en ese momento le importaba: Essie estaba a su lado y lo estaría para siempre.