Essie y Xavier se casaron meses después en una playa del Caribe. Eligieron aquel lugar porque para ambos significaba dejar atrás un pasado de sufrimiento y engaños. Mientras permanecían de pie en aquella arena virgen, viendo cómo el sol se hundía en el horizonte tiñendo el cielo de índigo y oro, Essie se sentía a punto de entrar en el paraíso.
Llevaba un vestido de manga corta, de chiffón oro pálido, el pelo adornado con orquídeas diminutas y los pies desnudos.
No se merecía tanta felicidad, se dijo a sí misma, mirando hacia Candy que, la sonreía desde su silla de ruedas.
Les habían prometido que Candy se recuperaría completamente con el tiempo, pero de momento, continuaba teniendo un aspecto frágil y extremadamente delicado.
Xavier y Essie habían retrasado la boda hasta que Candy estuviera suficientemente bien para ser la dama de honor de Essie, algo que las dos deseaban. Los médicos se habían mostrado de acuerdo en que el anuncio de la boda había sacado a Essie de la apatía en la que se había hundido cuando había recuperado la conciencia.
Pero en ese momento, Essie no estaba pensando en Candy, por mucho que quisiera a la sobrina de Xavier. No, su cuerpo y su alma estaban completamente entregados a Xavier.
Este la agarraba con fuerza del brazo mientras el sacerdote oficiaba la ceremonia. Iba vestido con una camisa blanca de seda sin cuello y unos pantalones de lino.
La claridad de sus ropas realzaba su oscura y viril masculinidad… Estaba tan atractivo que quitaba la respiración… Y era suyo, todo suyo.
Essie miró el anillo de compromiso, que se había cambiado temporalmente de mano para la ceremonia, y su mente voló hasta el día en el que Xavier se lo había regalado.
—Eres mi Esther, mi estrella —le había susurrado, mientras deslizaba el anillo en su dedo—. Mi estrella de la mañana, mi sol, mi luna, mi universo. Mi razón para vivir.
Y lo era. Lo sabía. Y por fin había llegado el momento de demostrarlo.
—Sí, quiero —respondió a la pregunta del sacerdote con voz clara y confiada. Con aquellas palabras quedaban convertidos en esposos.
Sonrió a Xavier con dulzura y este la miró con todo el amor del mundo en sus ojos.
Se habían encontrado el uno al otro. Frente a todos los obstáculos, se habían encontrado y ella jamás lo dejaría marcharse. Él lo era todo para ella, ella lo era todo para él y tenían por delante todo un futuro que compartir.
—Y yo os declaro marido y mujer —dijo entonces el sacerdote—. Xavier, puedes besar a la novia.
Y Xavier la besó.