Capítulo 2

 

 

 

 

 

Essie se sentía como una especie de fugitiva mientras entraba furtivamente en el vestíbulo del Blue Baron hora y media después de que Xavier hubiera abandonado la boda.

Antes de separarse de Janice, Essie le había pedido a su amiga que le contara todo lo que supiera sobre él, pero no había aprendido mucho más de lo que ya le había contado. Xavier pertenecía a una rama de la familia de Charlie que se había ido a vivir a Canadá antes de que Xavier naciera, pero al parecer, este tenía negocios en Inglaterra. Era además un hombre que se había forjado a sí mismo. Janice había puesto mucho énfasis en ese punto.

Una vez en su habitación, Essie se dejó caer en la cama y se abrazó a la almohada mientras contemplaba angustiada la noche que tenía por delante.

Por lo menos no tenía que pensar en lo que iba a ponerse, se dijo pesarosa. Solo se había llevado un par de vaqueros, una camiseta sin mangas, un vestido informal y el vestido de fiesta. Y las dos primeras opciones estaban definitivamente descartadas para una cita con Xavier Grey. Gimió desesperada, dio media vuelta en la cama y enterró la cabeza en la almohada.

Durante todo el día, había estado deseando pasar una noche relajada en su habitación, viendo tranquilamente la televisión. Pero se había comprometido a un encuentro que iba a ser cualquier cosa menos relajado. Ni siquiera se atrevía a pensar en cómo reaccionaría Xavier cuando le dijera quién era realmente.

Aun así, no se arrepentía de lo ocurrido. Se obligó a levantarse, se acercó al espejo que cubría una de las paredes del dormitorio y estudió su reflejo con espíritu crítico.

De acuerdo; era delgada y no excesivamente alta y quizá su aspecto no fuera tan robusto como el que se le suponía a una veterinaria, pero era condenadamente buena en su trabajo. Y lo estaba demostrando en la pequeña clínica de Sussex en la que trabajaba. La fuerza bruta no lo era todo. Frunció el ceño mientras se miraba. Aunque la mayoría de los casos que atendía eran relativos a animales domésticos, a veces tenía que enfrentarse a animales feroces, como el Gran Danés al que había atendido la semana anterior, un perro que se negaba a ser examinado. Su propietario había desaparecido, dejando que se las viera sola con un par de mandíbulas de tamaño considerable.

Sonrió al recordarlo. En aquel momento le parecía más fácil enfrentarse a diez perros como Monty que a un solo Xavier Grey. Al pensar en ello se borró la sonrisa de sus labios.

Un baño, se dijo. Necesitaba un baño relajante. Miró el reloj. Todavía le quedaban cuarenta minutos. Y después del baño, se arreglaría e intentaría hacer acopio de valor para enfrentarse a la velada que se avecinaba.

 

 

A las ocho y media en punto, Essie se adentraba en el vestíbulo del hotel Blue Baron convertida en una mujer elegante y sofisticada y dejando tras de sí la imagen aniñada que como dama de honor proyectaba en la boda.

Los responsables de aquel cambio de imagen eran muchos: el primero, el moño en el que había recogido sus rizos, dejando al descubierto su cuello. El segundo, el cuidadoso maquillaje con el que destacaba el azul violeta de sus ojos y la cremosidad de su piel. El tercero, un vestido de noche de seda azul con una chaqueta a juego. Y el cuarto, la determinación de poner fin a aquella velada con la cabeza bien alta.

Antes de bajar, había pensado que el hecho de que saliera del ascensor, desvelaría todos los malentendidos sobre su identidad. Y así habría sido si Xavier no hubiera estado enfrascado en una conversación con una de las recepcionistas del hotel.

Xavier no alzó la cabeza hasta que Essie estuvo prácticamente a su lado. De esa manera, la joven pudo advertir el brillo de sorpresa que apareció en sus ojos antes de saludarla.

—Janice, me alegro de que hayas llegado. He reservado mesa para las nueve, pero a lo mejor te apetece tomar primero una copa.

—Sí, gracias —contestó con frialdad y aplomo—. Me encantaría.

Xavier la condujo al restaurante agarrándola del brazo. Essie intentaba no pensar en lo atractivo que le había parecido nada más verlo. Al igual que ella, se había cambiado de ropa y el traje negro y la camisa blanca le sentaban peligrosamente bien.

—¿Qué quieres tomar?

Mientras se sentaba en uno de los elegantes taburetes del bar, Essie dejó que pasaran algunos segundos antes de mirar hacia él. Entonces dijo con voz serena:

—Creo que tomaré una ginebra con tónica.

—Buena elección, yo tomaré lo mismo.

En cuanto el camarero tomó nota de su pedido, Xavier fijó su intensa mirada en la joven y comentó:

—Estás diferente esta noche, Janice. Pareces mayor, más cosmopolita…

—¿De verdad? —arqueó las cejas significativamente, pero no se le ocurrió volver a batir las pestañas. Aquella noche iba a representar los veintiocho años que tenía, iba a comportarse como la mujer fuerte y sensata que era—. Bueno, siempre he pensado que no es conveniente quedarse con la primera impresión, Xavier —sonrió fríamente—. Puede inducir a error, ¿no crees?

—A veces —la miró con los ojos entrecerrados.

¿Sabría el aspecto que tenía cuando entrecerraba los ojos de aquella manera?, se preguntó Essie en silencio. Su masculinidad parecía multiplicarse por cien y su atractivo se hacía mortal. ¡Pero claro que lo sabía!, se contestó a sí misma. Aquello formaba parte de su escena de seducción.

—¿Qué te pasa? —preguntó Xavier con una brusquedad que la sorprendió.

—¿Qué me pasa? —contestó, incómoda.

—Sí, te encuentro rara, ¿qué te pasa?

—Nada —alzó la barbilla y se enfrentó a su mirada escrutadora—. Estoy perfectamente —en ese momento, el camarero, una réplica exacta de Tom Cruise puso frente a ellos dos vasos cubiertos de escarcha. Essie lo miró sonriendo—. Caramba, esto sí que es una copa.

—Y está tan rica como parece —contestó el joven, devolviéndole una sonrisa de franca admiración.

—Estoy segura —probó entonces su copa—. Está deliciosa, gracias —le agradeció sin perder la sonrisa.

Xavier observaba aquel intercambio sin decir palabra. Al cabo de unos segundos, alargó el brazo hacia su copa y la probó.

—Excelente —dijo en tono inexpresivo—. ¿Nos sentamos? —Xavier señaló una mesa para dos situada en una esquina de la sala y Essie abandonó su taburete con desgana. En la barra se sentía más segura, aunque solo fuera porque parecía retrasarse el inevitable momento en el que tendría que admitir su mentira.

Habían empezado a cruzar el salón cuando se oyó un grito de alegría que dejó a Xavier completamente paralizado. Essie lo oyó gruñir ligeramente, y, de pronto, una hermosa pelirroja, acompañada de un joven no menos atractivo lo llamó desde la puerta del restaurante. Xavier alzo la mano para saludarlos. Essie los había visto en la boda, pero no tenía idea de quiénes eran… hasta que la pelirroja se acercó, arrastrando a su pareja con ella.

—¡Xavier, qué sorpresa! ¿Todavía no has cenado? —preguntó alegremente—. Nosotros hemos reservado mesa para las nueve.

—Creía que tú y Harper ibais a salir con vuestros parientes ingleses —contestó Xavier.

—Y pensábamos hacerlo —la pelirroja sonreía a Essie mientras hablaba sin disimular su curiosidad—. Pero Harper no se encontraba bien y decidimos no salir. Pero ahora está mucho mejor, ¿verdad, cariño? —miró a Harper sonriendo antes de continuar—: ¿No piensas presentarnos Xavier?

—Janice, estos son Candy y Harper. Harper y Candy, Janice —y añadió secamente—: Candy es mi sobrina y Harper su prometido.

—¿Tu sobrina? —Essie intentó no parecer muy sorprendida, pero al parecer no lo consiguió del todo, porque Candy se apresuró a explicarle:

—Ya sé lo que estás pensando, pero mi madre, la hermana de Xavier, me tuvo cuando todavía era muy joven.

Essie sonrió y asintió, pero no alentó la conversación. Tenía la sensación de que no era un tema del que a la joven le resultara fácil hablar y no quería ponerla en una situación embarazosa. Además, estaba deseando que la otra pareja no decidiera reunirse con ellos, aunque, sin saber muy bien por qué, Candy le inspiraba una gran simpatía. El problema era que tenía que decirle a Xavier cuanto antes la verdad y lo último que necesitaba era tener público.

Tras unos segundos de incómodo silencio, Xavier dijo, en tono resignado:

—¿Queréis tomar un aperitivo con nosotros?

—Si no os parece mal —era obvio que se había dado cuenta de que su tío no se había alegrado al verla.

—Claro que no —contestó Essie con calor. Había algo extrañamente vulnerable en aquella joven. Essie no podía explicar exactamente lo que era, pero sentía que detrás de aquella adorable fachada, de aquellos ojos vívidamente azules y aquel pelo maravilloso, Candy no tenía tanta confianza en sí misma como aparentaba. Essie olvidó casi al instante su intención de quedarse a solas con Xavier, repentinamente decidida a que la joven pareja se sintiera bien recibida.

Aquella sensación continuó durante toda la velada. Cuando les hicieron pasar al restaurante, le pareció lo más natural que Candy y Harper se reunieran con ellos.

La cena fue magnífica, el vino insuperable y Xavier demostró ser un excelente anfitrión, educado y divertido. Pero a pesar de sus cultivados modales, Essie tenía la sensación de que la estaba observando como si fuera un científico contemplando un ejemplar al que consideraba interesante.

Aquel hombre era el epítome de la frialdad. Un hombre absolutamente controlado y, sin embargo, ameno e ingenioso en la conversación y absolutamente sexy. ¿Sexy? Essie se enfadó al descubrirse pensando en Xavier en esos términos. Aquel hombre era el enemigo y haría bien en no olvidarlo. En cuanto le dijera, si en algún momento conseguían quedarse a solas, quién era ella, lo más sabio sería batirse en retirada.

Se entretuvieron un buen rato con los cafés. En cuanto les pasaron la cuenta, de la que Xavier insistió en hacerse cargo, la pareja de jóvenes se levantó.

—Gracias por todo, Xavier —Candy se inclinó hacia su tío y le dio un cariñoso apretón en el brazo.

—¿No lo llamas tío? —le preguntó Essie.

—¿Tío? —Candy sonrió de oreja a oreja—. Si solo nos llevamos diez años. Además, nunca he podido ver a Xavier como a un tío. Es como si fuera mi hermano mayor —había verdadero cariño en su mirada y Essie advirtió que el semblante de Xavier se suavizaba como no lo había hecho hasta entonces.

Y le dolió. Era ridículo, irracional, pero le dolió con locura, porque sabía que Xavier jamás la miraría a ella de aquella forma.

¡Pero en realidad no quería que la mirara de ninguna manera! ¿En qué demonios estaba pensando? ¡Ella aborrecía a ese tipo de hombres! Lo aborrecía a él. Era el típico machista con una pagada idea de sí mismo. De acuerdo, aquella noche había sido divertida. Tenía que admitir que, a pesar de todo, se lo había pasado bien, pero eso era porque Xavier era un hombre acostumbrado a hacer de anfitrión.

Essie había aceptado tomar una copa de brandy, invitación que los más jóvenes habían rechazado, no porque le apeteciera realmente sino porque quería tener oportunidad de hablar con Xavier sin que hubiera nadie a su alrededor. Además, el alcohol podría servirle de apoyo.

En ese momento, mientras Xavier se reclinaba en su silla, tomó un sorbo de su copa, intentando pensar la mejor forma de empezar.

—¿Nunca te relajas?

—¿Qué? —preguntó Essie, enderezándose en su asiento y mirándolo con recelo.

—Llevas toda la noche nerviosa. Casi podía sentir tus vibraciones —comentó, arrastrando perezosamente las palabras—. Y esta tarde te pasaba lo mismo, aunque de manera diferente.

—No sé a qué te refieres —contestó muy tensa.

—Es como si fueras dos personas diferentes. Cambias de una imagen a otra como si fueras un camaleón. ¿Por qué estás tan en guardia esta noche? ¿Te pasa con todos los hombres o solo conmigo?

Aquello ya había ido suficientemente lejos y en vista de sus comentarios, aquel era el momento de decirle que había cometido un error, un gran error, pensó decidida. Pero Xavier la desinfló al inclinarse hacia ella y decir con inesperada ternura:

—Eres una farsante, Janice Beaver. Toda esa imagen de vividora no se corresponde con la mujer que verdaderamente eres. ¿Hay alguien que te haya hecho daño? ¿Es eso? Porque quien quiera que lo haya hecho, no se merece que arruines tu vida por ello. Créeme, sé lo que te digo.

—Xavier, por favor —aquello era terrible. Estaba haciéndole sentirse culpable. Tomó aire—. Esto no es lo que crees.

—Estoy seguro de que alguien te ha hecho daño —insistió, como si no la hubiera oído—. Y mucho.

Essie deseó entonces no haber comenzado nunca aquella locura. Tragó saliva y dijo con voz temblorosa.

—Pero esto no tiene nada que ver con eso. Además es algo que ocurrió hace mucho tiempo.

—El tiempo es algo relativo y podría ayudarte hablar sobre ello.

Essie tenía que explicarle quién era. Volvió a tomar aire y sintió que la invadía el masculino aroma de Xavier; en sus ojos grises se reflejaba un rayo de luz de la lámpara que había encima de la mesa. Y justo cuando Essie había abierto la boca para comenzar a hablar, para decírselo, el pianista dejó de tocar y leyó por el micrófono una nota que uno de los camareros acababa de entregarle.

—Siento interrumpir la sesión, pero se acaba de recibir una llamada urgente para la señorita Esther Russell. Si está aquí, quizá podría presentarse en recepción.

—¿Janice? —la voz de Xavier la asustó incluso más de lo que ya estaba—. No dejes que ese hombre te gane, no permitas que arruine tu vida. Porque eso es precisamente lo que sucederá si no tienes cuidado.

—Tengo que ir a recepción —se advertía una nota de histerismo en su voz. No podía creer lo que le estaba ocurriendo. Aquello era como una comedia de humor negro.

—¿A recepción? —Xavier frunció el ceño—. ¿Esther Russell? ¿No es esa la chica que hacía de dama de honor contigo? ¿Se aloja también en el hotel? ¿Sabes dónde localizarla?

—Sí… soy yo —farfulló Essie.

—¿Que eres tú? —la miraba como si hubiera perdido el juicio, y quizá hubiera sido así, pensó Essie aterrada. Quizá eso explicara por qué había sido tan increíblemente estúpida como para pensar que podía desafiar a Xavier Grey y ganar.

—Mira, tengo que contestar esa llamada —se levantó y Xavier la imitó. Sus modales continuaban siendo impecables en medio de aquella confusión—. Por favor, tú quédate —no quería que estuviera delante mientras ella hablaba por teléfono porque sabía que sería incapaz de decir una sola palabra coherente—. Volveré en seguida, te lo prometo, y entonces te lo explicaré todo. Pero el caso es que yo soy Esther Russell y es posible que esa llamada tenga que ver con mi trabajo. Tengo que irme.

Xavier asintió sin mover un solo músculo de la cara y Essie lo miró con impotencia antes de salir a toda velocidad del restaurante.

Las cosas no podían haberle salido peor, pensó mientras corría hacia el escritorio de recepción. ¿Y a qué diablos se debería aquella llamada? Solo podían ser Jamie o Peter y ninguno de ellos la habría molestado si no hubiera ocurrido algún desastre. Pero era incapaz de imaginarse cuál podría ser.

—¿Essie? —era Peter Hargreaves, el propietario de la clínica en la que trabajaba—. Essie, siento tener que molestarte, pero es urgente. ¿Te acuerdas del caballo del coronel Llewellyn? Bien, pues el caso es que ha empeorado y hace falta operarlo, pero no encuentro su historial. Ese animal vale una fortuna y ya sabes cuánto se preocupa por él el coronel. Así que necesito saber exactamente el tratamiento que ha seguido contigo. El maldito ordenador no funciona y no encuentro la copia de su caso en el fichero. ¿Tienes idea de dónde puede estar?

Essie pensó en silencio, pero no se le ocurría nada.

—¿Se lo has preguntado a Jamie?

—Jamie está en la granja de los Sanderson. El pony de su hija está enfermo, y ya conoces al viejo Sanderson. Debe de ser la única persona del mundo que no tiene teléfono.

—¿Y dices que ha ido a ver al pony de Jenny Sanderson? —preguntó Essie rápidamente.

—Sí, parece que tiene un cólico, que es lo que pensábamos que tenía también el caballo del coronel.

Essie pensaba a toda velocidad. Sabía que Jamie tenía la costumbre de guardar cada pedazo de papel que se encontraba en el último cajón de su escritorio: cartas, cheques, circulares, informes… todo terminaba allí dentro.

—¿Y no es posible que Jamie haya sacado el informe antes de ir a la granja? Si los síntomas eran similares, es posible que lo haya estudiado antes de irse, por si hay alguna relación entre los dos casos.

—¿Crees que puede haberse llevado ese maldito informe? —gruñó su jefe furioso.

Essie cruzó los dedos y contestó rápidamente, intentando proteger a su compañero.

—Estoy segura de que no, pero es posible que lo haya sacado y si ha tenido que salir rápidamente para la granja, a lo mejor lo ha guardado en su cajón.

—Espero por su bien que no se le haya ocurrido hacer una tontería como esa, sabiendo que tenemos el ordenador estropeado. Ahora mismo voy a comprobarlo.

Se hizo un silencio al otro lado del teléfono.

—¿Essie? —preguntó Peter al cabo de unos segundos—. Ya lo tengo. A ese jovencito estúpido ya solo le falta meter el fregadero de la cocina en su cajón. Es increíble —se oyó ruido de papeles—. Sí, estoy viendo exactamente lo que has hecho con ese caballo y es lo más conveniente. Muy bien, Essie. Siento haberte molestado. ¿Cómo ha ido la boda?

Essie era consciente de que se trataba de una pregunta de cortesía y sabía que Peter tenía mucha prisa por atender a ese caballo, así que contestó brevemente:

—Muy bien, gracias, Peter. Mira, estaré aquí hasta mañana a las diez, así que si me necesitas para cualquier cosa, llámame, ¿de acuerdo?

—Gracias, Essie, pero ahora que ya tengo el informe no tendré ningún problema. Jamie es un veterinario excelente, pero tiene que intentar mejorar en algunas cosas —se hizo una breve pausa—. Bueno, adiós. Procura disfrutar. Nos veremos el lunes.

—De acuerdo Peter, adiós.

Disfrutar. Essie permaneció con el teléfono en la mano durante algunos segundos antes de colgar y darle las gracias a la recepcionista. «Disfrutar» no era la mejor palabra para describir lo que iba a ocurrir a continuación.

 

 

La tétrica presencia de Xavier parecía llenar todo el restaurante cuando Essie volvió a entrar minutos después. Todo seguía igual: el pianista continuaba tocando, los otros comensales disfrutando de la comida, el murmullo de las conversaciones y las risas alegrando la tranquilidad que reinaba en la habitación… Pero en la distancia, estaba Xavier.

Essie ni siquiera sabía cómo era capaz de caminar mientras se acercaba a su mesa. El mal humor de Xavier se reflejaba en cada centímetro de su cuerpo. Pero consiguió llegar hasta allí, deslizarse en su asiento y mirar directamente a aquel semblante del hielo.

—¿Y bien? —fueron solo dos palabras, pero más explícitas que cualquier perorata.

—Lo siento —susurró Essie.

—No es suficiente —se quedó mirándola fijamente antes de decir con voz cortante—. Me estás diciendo que eres Esther Russell, ¿verdad? Lo que significa que eres la mejor amiga de Christine, y no su prima, y que además eres veterinaria, ¿no es cierto? —había en su voz una nota de incredulidad que ni siquiera la furia podía disimular y aquello le dio fuerzas a Essie. Xavier todavía pensaba que era prácticamente imposible que una mujer como ella fuera inteligente y profesional, pensó furiosa.

—Sí es cierto —alzó la barbilla con expresión desafiante.

—¿Y cuántos años tienes?

—Veintiocho. Y todo esto no habría sucedido si no hubieras sido tan grosero.

—¿Qué? —la brusquedad de su tono hizo que varios comensales volvieran la cabeza hacia ellos. En cuanto Xavier se dio cuenta, los fulminó de tal manera con la mirada que rápidamente volvieron a concentrarse en sus platos—. No puedo creer lo que acabas de decirme —gruñó—. ¿Me engañas con un montón de mentiras y ahora dices que la culpa es mía?

—En realidad no he sido yo exactamente la que ha mentido —replicó Essie rápidamente—. Tú te has acercado a mí y has dado por supuestas un montón de cosas antes de que yo abriera la boca. Has dado por sentado que era Janice, me has reprochado mi estilo de vida, mis costumbres, todo, ¡y ni siquiera nos habían presentado!

—Y tú me has mentido.

—Lo único que he hecho ha sido confirmar lo que tú habías dado por supuesto, eso ha sido todo. Y, ya que estamos en ello, tengo que decirte que todas tus suposiciones eran bastante ofensivas —dijo con amargura—. En cuanto nos viste a Janice y a mí no dudaste ni por un segundo quién era cada cual. Ni siquiera habías hablado con nosotras y ya me habías etiquetado como a una rubia tonta. ¿Me equivoco o no?

—¡Esto es una locura!

Essie no había visto a nadie tan furioso en toda su vida. En Xavier ya no quedaba un solo vestigio del hombre frío y controlado que segundos antes era, pensó asustada. Ese hombre estaba, literalmente, ardiendo de furia.

—¿Tengo razón o no? —insistió, negándose a dejarse intimidar.

—No tienes razón —replicó sombrío—. Si hubiera pensado que solo eras una rubia tonta, no te habría invitado a salir esta noche.

—Digas lo que digas, sabes perfectamente que tengo razón —le espetó ella, sosteniéndole la mirada al tiempo que se forzaba a dominar su pánico—. Admito que no debería haber continuado lo que tú has empezado, pero, si quieres saber la verdad, me ha parecido una oportunidad demasiado buena para desperdiciarla.

—¿La verdad? No creo que sepas lo que significa esa palabra.

—Claro que lo sé —respondió sin desviar la mirada. Essie escuchaba al mismo tiempo la voz de su conciencia que le decía que en realidad no pretendía haber llevado las cosas tan lejos, que debería haberle dicho la verdad en cuanto lo había visto aquella noche para evitar que ocurriera lo que en ese momento estaba ocurriendo, pero ya era demasiado tarde para arrepentimientos—: Normalmente soy una persona muy sincera, pero tu arrogancia me ha molestado.

—¿Mi arrogancia? —parecía incapaz de creer lo que estaba oyendo. Y quizá no lo fuera, pensó Essie. Probablemente nadie le había hablado así en toda su vida.

—Sí, tu arrogancia —respondió con voz ligeramente temblorosa—. No tenías ningún derecho a dar nada por sentado ni sobre mí ni sobre Janice. He tenido que trabajar duramente para ser lo que soy, Xavier Grey. Nadie me ha regalado nunca nada, pero soy una veterinaria muy buena. Y no me gusta que nadie me etiquete, y mucho menos alguien que ni siquiera me conoce. ¿Está claro?

—Desde luego.

—¡Y puedes ahorrarte ese estúpido desdén, porque conmigo no va a servirte de nada! —le reprochó colérica—. No me importa ni lo rico ni lo poderoso que seas. Sigues pareciéndome un pedante, presuntuoso y… —se interrumpió vacilante.

—Parece que se te han acabado pronto los adjetivos —respondió él inexpresivo. Por su rostro, era imposible adivinar lo que estaba pensando y Essie comprendió que lo mejor sería salir de allí antes de perder el control y terminar tirándole una copa encima.

—Adiós, señor Grey —se levantó bruscamente—. Y le devolveré el dinero de mi cena, gracias.

—Ahora eres tú la que estás siendo maleducada.

Essie era consciente del repentino interés que habían despertado a su alrededor mientras se marchaba, pero eran sobre todo los ojos grises de Xavier, que sentía fijos en su espalda, los que le impedían salir corriendo de allí a grandes zancadas.

El control le duró hasta que llegó a su habitación, pero una vez allí, cerró la puerta tras ella y se dejó caer hasta la alfombra. Sus piernas se negaban a sostenerla en pie un segundo más.

¿Cómo se habría atrevido a decirle todas esas cosas? No era que no se lo mereciera, pero ella normalmente no era así, por el amor de Dios. Aquel hombre había conseguido sacar a la luz la peor de sus facetas, pensó con tristeza. De hecho, aquel era un aspecto de su personalidad que parecía haber nacido en el preciso instante en el que había conocido a Xavier Grey.

Continuó sentada en el suelo durante algunos minutos con la espalda apoyada en la puerta mientras repasaba mentalmente todo lo ocurrido en el restaurante. Al final, se levantó y con mano temblorosa, descolgó el teléfono del hotel. Tras dar el número de su habitación, le explicó a la recepcionista:

—Esta noche he cenado en el restaurante del hotel, en una mesa reservada por el señor Grey, pero me gustaría pagar mi propia cena. ¿Eso es posible? —dio los detalles que consideró necesarios, le dio las gracias a la recepcionista y colgó el teléfono.

Qué desastre. Sacudió lentamente la cabeza. Y todo había ocurrido tan rápido… Aquella mañana, ni siquiera sabía que Xavier Grey existía, pero en ese momento dudaba que fuera capaz de olvidarlo en toda su vida. Su siguiente pensamiento le hizo sonreír débilmente. ¡Probablemente él tampoco la olvidaría durante algún tiempo!

Se quitó la chaqueta y el vestido y contempló su reflejo en el espejo. Haría inmediatamente el equipaje, pensó, para poder salir al día siguiente a primera hora y después se daría un baño relajante y se lavaría el pelo.

Cerca de hora y media después, tras haberse dado un baño tan largo que estuvo a punto de deshacerse en el agua y haberse lavado y secado el pelo, Essie permanecía sentada en la cama de su habitación, sin sentir ni el más mínimo asomo de sueño. Eran casi la una de la madrugada y se suponía que debía de estar agotada después de aquel día.

Pero el recuerdo de aquel canadiense hacía que la adrenalina corriera por sus venas como si fuera un río de fuego. No quería volver a verlo. Se mordió el labio al recordar su rostro durante los últimos minutos de conversación y se estremeció. ¡Prefería morir a tener que verlo otra vez! Pero tendría que desayunar… ¿Desayunaría Xavier en su habitación? Por supuesto, ella también podría llamar al servicio de habitaciones para pedir que al día siguiente le subieran el desayuno, pero también tendría que ir a pagar su estancia en recepción… Y entonces podría encontrárselo…

¡Oh, pero no podía ser tan mentecata! Era perfectamente capaz de manejar a Xavier Grey; había conseguido superar lo de Colin, ¿o no? Y también había sobrevivido a las consecuencias de cortar con Andrew en la universidad. Era curioso que hubiera relacionado a los dos hombres. O quizá no tanto, si pensaba en ello. El primero, su padrastro, la había convertido en una presa fácil para el segundo.

Pero aquel no era momento para reflexionar sobre el pasado. Se enderezó, abrió los ojos y volvió a descolgar el teléfono. Llamaría inmediatamente a recepción y pediría que le tuvieran preparada la cuenta para la primera hora de la mañana. En cuanto pagara, sin desayunar siquiera, tomaría el primer tren que fuera para su casa. Aquel había sido un episodio desafortunado, pero nada más. Volvía a tener las riendas sobre su vida.

Asintió para sí, ignorando el efecto que tenía en su estómago el recuerdo de aquel hombre de ojos fríos como el hielo y capaces de transformarse en la más cálida de las miradas. Y también en aquella dura boca que se había relajado en un gesto de ternura minutos antes de que Xavier hubiera averiguado quién era realmente ella.

¡Pero ella no quería que Xavier Grey fuera tierno con ella!, se dijo severa. Un hombre como él, rico y poderoso, salía con cientos de mujeres. Jamás miraría dos veces a una persona insignificante como ella. No tenía ni los contactos adecuados, ni los amigos adecuados… Ella no tenía la menor idea de cómo era su mundo. Y tampoco quería saberlo. Xavier solo la había encontrado atractiva físicamente. Si ella hubiera sido como él pensaba, habría intentado acostarse con ella y la habría olvidado a la mañana siguiente.

Las cosas no habían salido tal como esperaba, pero saberlo no le proporcionaba ningún consuelo y aquello la inquietaba todavía más. No, definitivamente, no quería encontrarse con Xavier Grey otra vez, afirmó con fuerza, y se aseguraría de que así fuera.