Capítulo 3

 

 

 

 

 

Me estás diciendo que saliste a toda velocidad del hotel sin ver a ese pobre hombre otra vez? ¿Ni siquiera le dejaste una nota diciéndole que lo sentías?

Essie miró a Jamie con el ceño fruncido.

—No era ningún «pobre hombre», Jamie —respondió fríamente—. Y tampoco salí a toda velocidad.

—¿No?

—¡No!

—De acuerdo, de acuerdo —Jamie alzó las manos para apaciguarla y como Essie continuaba fulminándolo con la mirada, añadió en tono conciliador—: Pero es que todo esto es tan impropio de ti…

Essie frunció el ceño un instante y suspiró.

—Lo sé Jamie. Y supongo que por eso te lo he contado, porque me siento culpable. Pero ese hombre es un tipo terrible, arrogante y…

—¿Y?

Essie se encogió de hombros. No sabía cómo explicar lo inexplicable y deseaba no haberle contado nada a Jamie. Y no lo habría hecho si no hubiera sido porque ambos estaban todavía bajo los efectos de la noticia que les había dado Peter aquella mañana: quería vender la clínica e irse a vivir a otra ciudad. Inmediatamente después, Jamie le había sugerido que comieran juntos para analizar las posibilidades que tenían. Una vez agotado el tema, Jamie le había preguntado por la boda y Essie, que había bajado sus defensas ante la repentina inestabilidad de su futuro, le había contado todo lo ocurrido.

—En cualquier caso, ya ha pasado todo y ya tenemos suficientes problemas de los que preocuparnos.

Jamie asintió consternado. Había empezado a trabajar en la clínica un año antes que Essie y ambos consideraban sus trabajos como algo seguro. Peter Hargreaves había adquirido aquella vieja clínica doce meses antes de haber contratado a Jamie y la había reformado totalmente, transformándola en un moderno establecimiento. Pretendía convertir aquella clínica en el trabajo de su vida, o por lo menos eso era lo que les había dicho, pero al parecer le habían hecho una oferta que no podía rechazar: un viejo amigo suyo que trabajaba en Nueva Zelanda le había propuesto que fuera su socio. Al parecer, la oferta era demasiado buena como para desaprovecharla.

Hasta el momento, solo había aparecido un posible comprador al que traspasar la clínica, pero era un viejo veterinario que pretendía llevar a trabajar con él a sus dos hijos, ambos veterinarios también, si la compraba. Peter había vacilado hasta entonces, porque eso significaría tener que despedir a Essie y a Jamie, pero el tiempo apremiaba y no podía continuar retrasando el momento de venderla

—¿Tú qué piensas hacer? —preguntó Jamie con tristeza—. Quizá tengamos que irnos a otra parte del país.

Essie asintió lentamente. Ya había pensado en ello y la perspectiva de abandonar su casa le parecía aún peor que la de perder el trabajo. Pero las posibilidades de encontrar otro puesto de veterinaria cerca de allí eran prácticamente nulas.

—Supongo que lo que tendremos que hacer es empezar a buscar trabajo —se esforzó en esbozar una sonrisa para consolar a Jamie. Su situación era más dramática que la suya, puesto que estaba comprometido con una chica del pueblo.

Normalmente, Essie disfrutaba del paseo de vuelta desde el pub a la clínica, pero aquel día era incapaz de fijarse en los árboles que bordeaban el camino o en las hermosas casas de aquella parte de la ciudad. Tampoco tenía ganas de intercambiar bromas con Jamie.

Y, cuando estaban girando ya hacia el camino de grava que conducía a la clínica, se quedó completamente paralizada. Jamie caminó unos cuantos pasos antes de darse cuenta de que no lo seguía. Se detuvo él también y al ver la cara de Essie, retrocedió precipitadamente.

—¿Qué ocurre Essie?

Durante unos segundos, Essie fue incapaz de contestar. La visión de un Mercedes azul oscuro aparcado en frente de los escalones de la entrada principal la había dejado sin habla. Pero no tenía por qué ser suyo, se aseguró con fervor. Tenía que haber cientos de Mercedes como aquel. Lo que ocurría era que no se había fijado en ellos hasta el día de la boda. Miró la matrícula y el corazón comenzó a latirle con violencia.

—Ese coche…

—Bonito, ¿eh? —comentó Jamie.

—Creo que es… del hombre del que te he estado hablando —susurró Essie débilmente.

—No hombre, no. Un tipo como ese no se molestaría en intentar buscarte, Essie… ¿O sí?

—Quizá —la impresión había oscurecido los ojos violeta de Essie—. Sí, de hecho, creo que es algo muy propio de él.

—Bueno, en cualquier caso no puedes quedarte fuera toda la tarde —comentó Jamie intentando ser razonable—, y tenemos que preparar el quirófano. Vamos. Ni siquiera estás segura de que sea él.

Pero Essie estaba segura. Y, además, resultó ser él.

—Essie —en cuanto Jamie y ella entraron en el vestíbulo, Peter apareció como por arte de magia al final de las escaleras—. ¿Puedes venir un momento? Hay alguien que quiere verte.

Evidentemente, Xavier ya había conseguido hechizar a su jefe, pensó la joven sombría. Peter nunca era tan afable con una visita inesperada. Guardaba su privacidad celosamente; de hecho, ella y Jamie solo habían estado en su casa, que tenía en la parte de arriba de la clínica, en una ocasión, con motivo de la Navidad.

Essie subió las escaleras sintiéndose como María Antonieta de camino a la guillotina. En cuanto llegó al último escalón, Peter la instó a entrar en su casa.

—Os dejaré solos un momento —dijo—. Tengo que hablar con Jamie sobre esas vacas con cólico a las que hemos ido a ver esta mañana. Uno de los trabajadores se había dejado dos sacos de nabos en el establo, el maldito idiota… Y no se le ha ocurrido decírnoslo cuando hemos ido a verlas, no sé cómo…

Peter cerró la puerta tras él sin dejar de hablar y Essie se encontró entonces en medio de la habitación, frente a Xavier Grey, que se había levantado nada más entrar ella.

—¿Prefieres que te llame Essie o Esther? —era la misma voz ronca y profunda que la había perseguido en sueños desde el día de la boda. Essie tuvo que esforzarse para no empezar a temblar ante el impacto que aquella voz tuvo en sus maltrechos nervios.

Xavier tenía un aspecto maravilloso. Pero aquel pensamiento no era en absoluto bienvenido en esas circunstancias. Sobre todo, teniendo en cuanta que ella estaba echa un desastre. Después de haber pasado la mañana trabajando, solo había tenido tiempo de lavarse las manos y peinarse. Llevaba unos viejos vaqueros y una sudadera y era vergonzosamente consciente de que todavía conservaba el olor de las vacas.

Xavier Grey permanecía frío, sin expresión, absolutamente imperturbable. Pero sus pensamientos corrían a toda velocidad. Essie era más adorable de lo que la recordaba. Estando ahí enfrente, con su maravillosa cascada de rizos recogida en una cola de caballo y libre de maquillaje, podía robarle la respiración a cualquiera.

—Todo el mundo me llama Essie —le sorprendió la firmeza de su voz, teniendo en cuenta que se sentía como un amasijo de nervios.

—¿Y no te importa?

—¿Por qué habría de importarme?

Essie no era un nombre para ella; aquella mujer era demasiado frágil, demasiado hermosa para que la llamaran así. Esther era el nombre que le daban los persas a las estrellas; y la elusiva belleza de las estrellas encajaba perfectamente con ella. Pero en vista de lo susceptible que era a cualquier comentario sobre su aspecto, era preferible que no se lo dijera. Para Xavier Grey era una experiencia nueva tener que cuidar lo que iba a decir. Y descubrió que no le gustaba. Fue ese el motivo por el que contestó cortante:

—Por nada.

Essie lo miró con recelo. ¿Qué diablos estaría haciendo allí?

—Señor Grey…

—Llámame Xavier, por favor.

—No sé lo que estás haciendo aquí, pero si pretendes ponerme las cosas difíciles…

—Por supuesto que no —estaba siendo demasiado duro, demasiado cortante, pero lo había herido en lo más vivo al interpretar que había ido allí para vengarse. ¿Qué opinión tenía aquella mujer sobre él?, se preguntó en silencio. Forzándose a hablar en un tono más conciliador, añadió—: He venido a disculparme, eso es todo.

—¿Tú? ¿A disculparte? —inmediatamente bajó el tono de voz—. No tienes por qué hacerlo. Fui yo la que… —aquel hombre era el más atractivo del mundo, se descubrió pensando. Y no había terminado de hacerlo cuando ya la aterraban las implicaciones de que su cerebro hubiera sido capaz de generar un pensamiento así.

—Al contrario —dijo Xavier suavemente—. Fui yo el que se precipitó a sacar conclusiones que no tenía ningún derecho a asumir. Pretendía decírtelo al día siguiente de nuestra discusión, pero te fuiste antes de que pudiera hacerlo.

—Tenía que volver a la clínica.

Xavier la miró con los ojos entrecerrados.

—Como creo que ya te comenté, tenía previsto viajar a Alemania esa misma mañana, de modo que hasta ahora no me ha sido posible propiciar un nuevo encuentro.

¿Propiciar un nuevo encuentro? Aquel tipo era ridículamente educado.

—Mira, voy a estar por esta zona durante un día o dos. Quizá podrías permitir que te invitara a cenar, para intentar arreglar las cosas —le pidió Xavier suavemente.

Essie se quedó mirándolo fijamente, intentando pensar la fórmula más educada para rechazar la invitación.

—Lo siento —forzó una sonrisa—. Me temo que en este momento estoy absolutamente sobrecargada de trabajo. No voy a poder salir ninguna noche contigo.

—Pero supongo que paras en algún momento para comer, ¿no?

Su tono sugería que era perfectamente consciente de que había ido a almorzar con Jamie. Essie se sonrojó violentamente, pero la brusquedad de la pregunta de Xavier le dio fuerzas para responder:

—Por supuesto —ella también podía ser fría como el hielo si se lo proponía—. Pero normalmente me limito a comer un par de sándwiches y por la noche, llego a casa en tal estado —señaló sus pantalones—, que lo único que me apetece es darme un baño y relajarme viendo la televisión.

—Entonces debe de quedarte muy poco tiempo para divertirte.

Essie no era capaz de calibrar su tono de voz, pero sabía que no le gustaba y aquella sequedad mezclada con cinismo, incredulidad y cientos de insinuaciones no bienvenidas, intensificaron el color de sus mejillas. Desde que lo conocía, aquel hombre no había parado de insultarla y llamarla mentirosa y ya estaba comenzando a hartarse.

—No todos estamos tan interesados como usted en divertirnos, señor Grey —repuso con frío desdén—. Algunos tenemos que trabajar para vivir.

Xavier se quedó mirándola en silencio durante cerca de quince segundos. A continuación, esbozó una sonrisa que solo podía ser descrita como desdeñosa.

En ese momento, no había nada que le apeteciera más a Essie que abofetearlo.

—Mucho trabajo y nada de diversión —dijo Xavier arrastrando suavemente las palabras. No añadió nada más, pero no hacía falta que lo hiciera para saber que estaba llamándola aburrida.

—No pretendo ser mal educada —replicó ella con acidez—, pero estoy ocupada, señor Grey. Y si ya ha dicho todo lo que ha venido a decirme, me gustaría regresar al quirófano.

—¿Estás diciéndome entonces que ni siquiera vas a cenar conmigo, después de que yo me haya desplazado hasta aquí para hacer las paces? —preguntó fríamente—. ¿No te parece un gesto… de mala educación?

—¿Mala educación? —Essie dominó rápidamente su cólera. ¡No iba dejarse llevar por las provocaciones!—. Pensaba que habías dicho que ibas a estar por la zona un par de días —le recordó con falsa dulzura—. Y estoy segura de que estarás demasiado ocupado para preocuparte de si voy a cenar o no contigo.

A pesar de tener un aspecto tan frágil, aquella mujer era tan venenosa como una cobra, pensó Xavier, sombrío.

—Pero yo quiero cenar contigo, Essie —algo le decía que lo mejor que podía hacer era largarse inmediatamente de allí y olvidarse de Esther Russell para siempre, pero decidió ignorarlo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había deseado a una mujer como deseaba a Esther. Y más tiempo todavía desde la última vez que alguien lo había rechazado.

—Y lo que quieres lo consigues, ¿no es eso? —Xavier estaba tan cerca de ella que podía distinguir su deliciosa fragancia. Y no le hacía ninguna gracia el efecto que aquel aroma tenía en sus sentidos.

—Exactamente —contestó, con una sonrisa carente de humor.

—Pues bien, esta vez no lo vas a conseguir —en realidad, ni la propia Essie sabía por qué estaba tan enfadada, pero el caso era que empezaba a olvidarse ya de toda precaución—. Y tengo que decirte que eres el hombre más arrogante, presuntuoso, vanidoso…

—¿Vas a volver a recitar la lista de mis virtudes? —la tomó de la muñeca y la atrajo hacia él antes de que Essie pudiera reaccionar. La besó con dureza y enfado. En el primer momento, Essie ni siquiera podía creer lo que estaba pasando; y aquella incredulidad operó en contra de su enfado porque cuando llegó el momento en el que podría haber respondido, estaba ya embriagada de deseo.

Era consciente de que debería sentirse ofendida. Quizá incluso asustada ante el poder y la fuerza de los musculosos brazos que la abrazaban, pero ambos sentimientos estaban completamente ausentes. Eso era lo más peligroso. Pero no podía evitarlo. La excitación danzaba en cada poro de su piel. Y un calor intenso y casi doloroso le hacía arquearse contra él mientras el beso cambiaba de la dureza a la persuasión.

Con la cabeza apoyada contra el brazo de Xavier, Essie se oyó a sí misma gemir de placer. Pero ni siquiera así fue capaz de romper el hechizo. Podía sentir los latidos del corazón de Xavier contra su pecho, la inconfundible dureza de su excitación contra su vientre, pero jamás en su vida la habían besado de aquella manera y cualquier pensamiento lúcido quedaba sepultado por la exquisita locura de aquella sensación.

Había leído novelas en las que las mujeres eran arrastradas por oleadas de pasión, había visto películas en las que una mujer era capaz de desmayarse de deseo, pero jamás había imaginado que esos sentimientos fueran reales. Sin embargo, lo que le estaba ocurriendo era real. Xavier era real. Y tenía que reconocer que besaba como los ángeles. Andrew la había llamado frígida más de una vez. Cada vez que detenía sus intentos de llevar demasiado lejos un beso o insistía en pararle las manos se lo decía. Pero no lo era. Xavier Grey acababa de demostrarlo.

Xavier deslizó las manos bajo la sudadera y las subió hasta alcanzar sus senos.

Essie gimió arrebatada de placer al tiempo que pensaba desesperada que aquello estaba terriblemente mal. Pero entonces, oyó a Xavier susurrar su nombre contra sus labios y se arqueó furiosamente contra él. Solo el sonido de pasos en la escalera consiguió separarlos.

Para cuando Peter Hargreaves entró en la habitación, Xavier estaba asomado a la ventana y Essie sentada a una prudente distancia de él. El millonario se volvió hacia el recién llegado y comentó:

—Tu casa está en un lugar ideal, Peter. Tienes una vista magnífica.

—Maravillosa, ¿verdad? —Peter apenas la miró mientras se acercaba a Xavier—. Sentiré dejar esta casa, pero Carol y yo pensamos que la oferta que nos han hecho en Nueva Zelanda es demasiado buena para rechazarla. Además, este es un buen momento para irnos, ahora que los niños todavía son pequeños.

Xavier asintió. Durante una décima de segundo, escrutó con la mirada el sonrojado rostro de Essie, antes de volver a prestar atención a su interlocutor.

—Creo que Essie estaba a punto de marcharse, pero me gustaría hablar un momento contigo si tienes tiempo.

—Por supuesto que sí.

Peter era un genio, pensó Essie. Había visto el Mercedes y el Rolex que llevaba Xavier en la muñeca y había comprendido que era un hombre rico.

—Adiós, Essie —Xavier la miró fijamente y en aquella ocasión estuvo claro como el cristal que le estaba diciendo que se marchara.

Essie se quedó mirándolo durante un instante con el orgullo herido. Aquel beso no había significado nada para él. ¡Absolutamente nada! Lo había utilizado para darle una lección, pensó desolada. Y había tenido mucho más éxito del que seguramente esperaba. Porque prácticamente le había suplicado que hiciera el amor con ella. Y con su actitud, Xavier acababa de dejar muy claro que ella no significaba nada para él y que la invitación a cenar había sido únicamente un gesto de educación. Nada más.

Essie se enderezó y, dándole a sus palabras toda la frialdad de la que fue capaz, se despidió:

—Adiós, señor Grey —e, inmediatamente, salió.

Una vez en el descansillo y tras haber cerrado la puerta, permaneció completamente quieta durante algunos segundos, intentando recuperar la compostura. Debía haberse vuelto loca, esa era la única explicación para su comportamiento. Cerró los ojos con fuerza, intentando vencer el sentimiento de humillación. ¿Cómo podía haber dejado que Xavier Grey, que cualquier hombre, la tratara de esa forma?

Bajó lentamente las escaleras, luchando contra la tentación de ponerse a llorar como un bebé o subir a abofetear a Xavier. Pero ninguna de aquellas opciones era válida. Porque no podía culpar a nadie, salvo a sí misma, de lo ocurrido. Por mucho que le doliera la verdad, sabía que había sido ella la que había comenzado aquella ridícula farsa.

Essie no se enteró de cuándo se marchó Xavier, pero no fue capaz de sacárselo de la cabeza en toda la tarde. Eran más de las siete cuando salió de la clínica, agotada y sombría. Sin embargo, al llegar a la tapia de su pequeño jardín, rebosante de jazmines y madreselvas, la ya familiar sensación de placer consiguió penetrar su cansancio físico y mental.

Aquella diminuta vivienda se encontraba en un estado lamentable la primera vez que la había visto, pero meses de duro trabajo habían conseguido transformarla en un verdadero hogar, suficientemente grande para una persona. Contaba con un baño y un dormitorio en el piso de arriba y una estancia que hacía las veces de cuarto de estar y cocina en el de abajo.

El piso era de dimensiones liliputienses, aunque aun así le había costado mucho arreglarlo, pero el jardín era otra cosa. Además de ser bastante espacioso, había sido el orgullo y la alegría de la anciana dama que habitaba antes aquella casa y Essie lo adoraba.

Al abrir la puerta de la entrada, dejó que su mirada vagara por el suelo de madera y los sofás y las sillas, iluminados a aquella hora por los últimos rayos del sol. Al igual que siempre, la paz y la alegría la inundaron al entrar. Aquello era suyo, todo suyo. No le importaba saber que probablemente tendría que estar pagando aquella casa durante el resto de su vida: era suya.

El repentino sonido del teléfono interrumpió su ensueño, haciéndole volver bruscamente al mundo real. Gimió malhumorada antes de descolgar. Esperaba que no se tratara de una urgencia. Supuestamente, aquel mes era Jamie el que tenía que hacer las guardias, pero si él ya había ido a atender otra llamada, Peter podía llamarla a ella.

—Esther Russell —aquella distante contestación jamás había detenido a Peter, pero Essie no dejaba de conservar la esperanza de que alguna vez lo hiciera—: ¿En qué puedo ayudarlo?

—Así que esta vez vas a usar tu verdadero nombre —aquella voz ronca y profunda hizo que el corazón le dejara de latir—. Te sienta mucho mejor que Essie.

—¿Quién es? ¿Quién me llama? —sabía exactamente quién era, pero no iba a darle la satisfacción de decírselo.

—Xavier.

—Oh… —tuvo que tragar saliva antes de poder preguntar—: ¿Cómo has conseguido mi número de teléfono?

—No creo que sea un número secreto…

—No, por supuesto que no, pero… —se le quebró la voz y tomó aire—. Creía que esta tarde ya habíamos dicho todo lo que había que decir.

—¿De verdad? Es extraño, porque yo tengo la sensación de que no nos hemos dicho nada.

Essie aborrecía a aquel hombre. Lo odiaba con toda su alma.

Se hizo un largo silencio y aunque Essie no quería ser la primera en romperlo, se descubrió preguntando:

—¿Qué es lo que quieres?

Si hubiera sido sincero en su respuesta, Essie le habría colgado el teléfono inmediatamente, se dijo él antes de contestar:

—No quiero nada, Essie.

Y ella era tan ingenua como para creérselo.

En aquella ocasión, estaba decidida a no romper el silencio. Tras unos treinta segundos de espera, Xavier dijo con voz fría y distante:

—¿No me crees?

—No, no te creo.

—¿Por qué?

—Porque los hombres que quieren sexo siempre ocultan sus intenciones —no había terminado de decirlo cuando ya se estaba arrepintiendo. Era peligroso revelar nada de sí misma a Xavier Grey y con aquella frase había dicho ya demasiado—. Mira, Xavier, acabo de llegar a casa, quiero ducharme y comer algo así que, si no tienes nada más que decir…

—¿Habría alguna diferencia si lo hubiera?

—No.

—Estupendo —y colgó el teléfono.