Capítulo 4

 

 

 

 

 

Al salir al jardín después de la ducha, Essie, rodeada del olor a rosas y la deliciosa brisa de la noche, se ajustó el cinturón de la bata con el ceño fruncido.

Normalmente, le encantaba aquel momento del día en el que la naturaleza se preparaba para la noche y la invadía la relajante sensación de tener el trabajo hecho, al menos por unas horas. Pero aquella noche… aquella noche, estaba hecha un auténtico lío, pensó irritada. Y todo por culpa de Xavier. Nada había vuelto a ser lo mismo desde que lo había conocido.

Caminó hasta el viejo banco de madera que había bajo un lilo y se dejó caer en él con un profundo suspiro. De pronto, todo comenzaba a salir mal. Hacía solo una semana, tenía un trabajo del que disfrutaba con pasión, una casa que le encantaba y su futuro se extendía ante ella como una barca sobre el mar en calma. Había sido conocer a Xavier y descubrirse repentinamente en medio de una tormenta que amenazaba con llevárselo todo. Iba a tener que luchar duramente para conservar lo que tenía.

Se inclinó sobre el respaldo del banco y dejó que su mente vagara como pocas veces se lo permitía.

Tenía solo diez años cuando su padre había muerto en un accidente de coche y doce cuando su madre se había casado con Colin Fulton. Los años siguientes, hasta que por fin había escapado a la universidad, habían sido un infierno.

Colin era viudo y al mudarse a la casa de la madre de Essie se había llevado con él a sus tres hijos. Al principio, Essie pensaba que iba a ser maravilloso. Pero pocos días después de la ceremonia, el atento padre que había cortejado a su madre durante seis meses se había convertido en un déspota autoritario que no dudaba en utilizar sus puños para implementar su tiránico régimen. Entonces había podido comprender Essie por qué sus hijos eran tan callados y retraídos, por qué jamás hablaban, a menos que alguien se dirigiera a ellos.

Pero ella se había revelado. Los ojos de Essie se oscurecieron. Había luchado contra su padrastro de todas y cada una de las maneras y si no hubiera sido por su temor a dejar sola a su madre con él, se habría ido de casa mucho antes. Pero su madre había muerto justo un mes después de que Essie hubiera conseguido la nota máxima que le permitiría ir a la universidad, y aunque el certificado de defunción decía que había muerto de un ataque al corazón, Essie siempre había pensado que Collin la había matado con su crueldad. Tras la muerte de su madre, concretamente después del funeral, se había enterado a través de uno de los amigos de Colin de que la primera mujer de este se había suicidado. Y la verdad era que entendía perfectamente sus motivos.

Pero, de alguna manera, la muerte de su madre la había liberado. Essie había dejado la casa familiar menos de veinticuatro horas después y jamás había vuelto a ponerse en contacto con su padrastro.

Uno de sus hermanastros, el mayor de los tres hijos de Colin, la había escrito poco después de que Essie hubiera terminado los estudios; se había marchado ya de casa y, a partir de entonces, se veían de vez en cuando. Él, al igual que Essie, odiaba a Colin, pero su padrastro tenía todavía dos hijas viviendo con él que, según su hermano, nunca se marcharían de casa. Su padre les había quebrado la voluntad a muy temprana edad convirtiéndolas en dos marionetas a las que manejaba a su antojo.

Essie se estremeció al pensar en ello. La atormentaba imaginarse la existencia que esas dos jovencitas iban a llevar. Se tensó en el banco. Hacía falta vivir con un hombre violento y cruel para comprender verdaderamente lo que era el terror, pensó con amargura. El miedo constante, la degradación, la batalla interna para no sucumbir a sus demandas, para no convertirse en su esclava; e incluso la vergüenza de sentirse aliviada cuando desahogaba con otro su furia, porque eso significaba que, al menos durante un rato, no repararía en ella.

Essie estaba hecha un desastre emocionalmente cuando había ido a la universidad. Durante la primera semana del curso había conocido a Andrew, un joven amable y delicado que parecía adorarla. Essie se había enamorado perdidamente de él. Y Andrew la había utilizado… y cómo.

Se levantó bruscamente, se acercó al rosal que trepaba por la vieja tapia del jardín y aspiró la fragancia de las rosas con los ojos cerrados. Pero aquella noche no era capaz de cerrarle la puerta a los recuerdos. Por alguna razón, parecían decididos a correr libremente por su mente.

Entonces Essie no se había dado cuenta de que Andrew la consideraba únicamente un trofeo: «la chica más guapa de la universidad», así era como la llamaba. Hasta que una de sus amigas, que estaba saliendo con un amigo de Andrew, había sido incapaz de seguir permitiendo que la engañara.

Al parecer, Andrew había tenido centenares de aventuras mientras se suponía que estaba devotamente entregado solo a ella. Y Essie, estúpidamente incrédula, había estado lavándole la ropa, cocinándole e incluso prestándole dinero durante todo ese tiempo. Estaba tan emocionada al haber encontrado alguien que la amara que nunca tenía la sensación de ser suficientemente maravillosa. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?

Había tenido que trabajar durante cada hora del día y la noche para financiarse los estudios, estudiar desesperadamente para conseguir buenas notas y atender a Andrew durante su tiempo libre. No le extrañaba que, al terminar con él, hubiera quedado con los nervios destrozados.

Pero al final había demostrado ser más fuerte que el dolor y la angustia. Fijó la mirada en su casa y asintió lentamente. Mucho más fuerte. Le había llevado tiempo, pero lo había conseguido y por fin sabía exactamente lo que esperaba de la vida. Y, desde luego, en sus proyectos no estaba incluido ningún hombre. Su trabajo y su casa eran todo lo que necesitaba.

¿Y Xavier Grey? Aquel absurdo pensamiento, le hizo girar violentamente y endurecer el gesto de su boca. Xavier Grey no era nadie, nada, no podía serlo. No permitiría que ningún hombre se metiera en su vida otra vez.

 

* * * * * *

—Peter, no puedes hacerme esto. No puedes. Por favor, Peter, piénsatelo bien.

—De acuerdo, Essie, entonces dime que otras alternativas tengo, ¿eh? ¿Acaso ha encontrado ya Jamie otro trabajo? ¿Lo has encontrado tú? Y si acepto la oferta de McFarlane vendrá con sus dos hijos y no necesitará a nadie más. De esta forma, podréis conservar vuestro puesto de trabajo, vuestras casas… Nada cambiará.

¿Que nada cambiaría? ¿Acaso se había vuelto loco? Essie se quedó mirando fijamente a su jefe. Peter estaba claramente irritado con ella por la falta de entusiasmo con la que había recibido una noticia que él consideraba magnífica. Xavier Grey había hecho una oferta excelente por la casa y la clínica y estaba completamente de acuerdo en que Essie y Jamie conservaran su puesto de trabajo. Tenía intención de utilizar la vivienda cuando tuviera que estar en Inglaterra. Al parecer, tenía negocios en Dorking y Crawley y consideraba que la clínica estaba a la distancia ideal de ambas localidades.

—Pero Xavier Grey no es veterinario. ¿Para qué diablos quiere una clínica, Peter? Podría comprarse un apartamento en cualquier otra parte, por el amor de Dios. Esto es una locura.

Peter miró a la joven que tenía frente a él, a la que siempre había considerado adorable, y dijo secamente:

—¿Por qué no se lo preguntas tú? Me comentó que iba a llamarte la otra noche, la primera vez que me dijo que podía estar interesado en la propiedad. Pero por lo visto no lo hizo.

Essie miró a su jefe, sonrojándose al recordar la llamada de teléfono de Xavier.

—Sí, me llamó. Pero… yo estaba ocupada —farfulló—. Lo llamaré de todas formas —añadió con vigor—. Porque no entiendo absolutamente nada.

—De acuerdo, Essie —Peter conocía parte de la historia de Essie; esta se la había contado a Carol antes de comenzar a trabajar en la clínica. Esa fue la razón por la que su voz se suavizó al añadir—: Pero recuerda que también estamos hablando del trabajo de Jamie, ¿de acuerdo? Ten, este es el número de teléfono de Xavier. Llámalo desde aquí si quieres.

Aquello era injusto. Essie lo dijo con la mirada antes de volverse y dirigirse al pequeño despacho de la clínica. Además, ya llamaría a Xavier desde la privacidad de su propia casa más tarde. ¡No quería que nadie oyera lo que tenía que decirle!

No tuvo que tomarse la molestia de llamarlo porque un par de horas después de la conversación que Essie había mantenido con Peter, apareció Xavier en la clínica.

Essie se lo encontró en el vestíbulo justo en el momento en el que ella acababa de terminar una operación y Xavier llegaba. La impresión de encontrárselo allí de manera tan inesperada, hizo que su cerebro dejara de funcionar durante algunos segundos.

Pero pronto comenzó a trabajar nuevamente, aunque de manera completamente errónea. Para empezar, le decía que aquel hombre estaba imponente. Tenía un aspecto duro y atractivo como el de cualquier protagonista de una película del Oeste. Y a continuación cometió la traición de recordarle que había estado reproduciendo constantemente aquella imagen desde la última vez que lo había visto y que incluso en los momentos en los que más concentrada estaba con alguno de sus pacientes, su imagen permanecía allí, en el perímetro de su conciencia.

—Buenos días —dijo Xavier suavemente.

Peter, que acababa de asomarse desde la puerta de su casa, intervino haciendo gala de un tacto muy poco habitual en él.

—Sube cuando estés listo, Xavier. Ya sabes el camino.

Xavier advirtió que Essie lo miraba con los ojos entrecerrados. Era evidente que no estaba especialmente entusiasmada con aquella visita.

—Buenos días —lo saludó Essie—. Peter no me había dicho que ibas a venir.

—No lo sabía. De hecho, ni siquiera lo sabía yo hasta hace un momento.

—Peter me ha dicho que quieres comprar la clínica, ¿es cierto?

No era así como Essie pretendía hablar con él. Ella quería llamarlo desde su casa, sentada en el cuarto de estar tras haberse tomado una ginebra con tónica que le permitiera mantenerse fría y controlada. Pero en ese momento su voz traicionaba sus nervios. Así que, obligándose a mantener el tono relajado que había empleado para saludarlo, añadió:

—¿Es eso cierto?

—Sí.

—¿Por qué?

—Por muchas razones.

Essie lo miró fijamente. Por supuesto, tenía derecho a comprar lo que quisiera, se dijo con firmeza, y esto no tenía nada que ver con ella.

—¿Y podrías decirme alguna de ellas?

—¿Te interesan de verdad? —replicó lacónicamente él.

—Por supuesto —le espetó con dureza—, trabajo aquí.

Xavier cruzó los brazos sobre aquel pecho cuya visión bastaba para robarle a Essie la respiración. Tenía los brazos tan bronceados como la última vez que lo había visto e iba vestido con unos vaqueros negros y una camisa negra que realzaban peligrosamente la sobrecogedora impresión de masculinidad que siempre transmitía.

—Sí, trabajas aquí, Essie —dijo con voz sedosa y mirada penetrante—. Pero eso no significa que tenga que decirte las razones por las que he hecho un negocio con tu jefe.

—No —admitió reluctante—, pero a menos que te avergüences de ellas, en estas circunstancias me parece una petición razonable.

—Quizá sí, quizá no. En cualquier caso, no creo que sea un tema del que se pueda hablar en medio de una jornada de trabajo. Si insistes, podemos hablar de ello más tarde. ¿Te parece bien a la hora de cenar?

Lo decía como si Essie lo estuviera forzando a cenar con ella. Se quedó mirándolo fijamente. Al cabo de unos segundos, consiguió decir con un hilo de voz:

—Esta tarde tengo una operación a última hora y después estaré de guardia.

—¿A qué hora terminas aproximadamente?

—Sobre las siete, a las siete y media quizá.

—Estupendo —sonrió—. Pasaré a buscarte alrededor de las siete.

—¿Y no te iría bien a la hora de la comida? Puedo parar durante media hora…

—Lo siento —la interrumpió—. Hasta las siete voy a estar muy ocupado.

—Pero después yo tendré que ir a casa a cambiarme…

—No importa. Esperaré.

Había vuelto a adoptar aquella cadencia perezosa que caracterizaba su hablar. Había conseguido lo que quería y estaba nuevamente dispuesto a desplegar sus encantos, pensó Essie furiosa. ¡Odiaba a aquel hombre!

—Podría tenerte años esperándote. Nunca se sabe lo que puede durar una consulta.

Xavier la miró fijamente a los ojos.

—Pero no lo harás, Essie. Confía en mí.

Caramba. Así que pensaba que además de a los humanos, tenía control absoluto sobre el reino animal, pensó Essie con ironía. Quería decir algo realmente frío y cortante, pero tenía la mente completamente en blanco y lo único que fue capaz de responder fue:

—Muy bien, pero entonces después no digas que no te había advertido que iba a estar de guardia.

—Recordaré que me lo has advertido, Essie —Xavier sabía que no debería hacerlo, que Essie estaba tan furiosa como asustada. Pero el deseo de besarla era más fuerte que cualquier precaución. De modo que alargó el brazo y tomó su rostro con delicadeza mientras inclinaba la cabeza para buscar su boca.

Essie cerró con fuerza los labios, pero no fue capaz de disimular el temblor que la sacudió al sentir el roce de los de Xavier. Aquello lo llenó de júbilo. Era posible que a Essie no le gustara, pero entre ellos había una atracción que ella sentía con tanta fuerza como él.

—No —Essie se apartó bruscamente, pero ya era demasiado tarde. La explosión de deseo producida por aquel roce era evidente.

—Me deseas, Essie —musitó él—. Tu cuerpo me conoce, aunque tu mente esté decidida a convertirnos en adversarios.

—No —retrocedió y dijo furiosa—: ¡Aléjate de mí!

—Me deseas —fue la respuesta de Xavier. Deslizó la mirada sobre el cuerpo de Essie de tal manera que sus pezones reaccionaron como si acabara de acariciarlos. A pesar de sí misma, se cruzó de brazos y abrió los ojos como platos, intentando resistirse al hechizo de su mirada.

—No —su voz sonaba más fuerte, pero también le temblaba más que antes. Estaba desolada por la rapidez con la que Xavier había conseguido dominar sus sentidos. Aquella sensación le recordaba a la sutil dominación ejercida por Andrew y a la fuerza bruta de su padrastro. Y todo en su ser se rebelaba contra aquellos ignominiosos recuerdos—. Todos los hombres sois iguales, ¿verdad? —añadió con amargura—. Solo os interesa una cosa…

—Essie…

Había visto algo en el rostro de la joven que lo había impresionado, pero Essie no le permitió continuar. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta que conducía al quirófano.

Oyó que Xavier la llamaba, pero no la siguió. Essie se refugió en la sala de recuperación que había al lado del quirófano y permaneció en aquella habitación durante algunos minutos. En cuanto amainó la velocidad de los latidos de su corazón y fue capaz de razonar nuevamente, la invadió una terrible sensación de vergüenza. ¿Qué pensaría Xavier de ella? Solo la había besado, si es que realmente aquella delicada caricia podía recibir el nombre de beso, y ella había reaccionado como un gato escaldado. Debía de pensar que se había vuelto loca o algo peor.

El gato que había operado aquella mañana, un animal que había salido bastante mal parado de una pelea contra otro felino, la miraba con los ojos abiertos como platos. Y cuando Essie fue capaz de concentrarse en algo que no fuera el horror que le causaba su propia conducta, se fijó en él, se acercó a su jaula y susurró:

—Oh, Winston, ojalá para mí fuera todo tan fácil como para ti —abrió la jaula y observó las cicatrices del gato.

Essie permaneció un buen rato en la sala de recuperación, acariciando al animal hasta que este se quedó completamente dormido. Se acercó a continuación a revisar a los pacientes de otras jaulas y cuando terminó fue a la cocina, donde se preparó una taza de café bien cargado. Se avecinaba un día particularmente cansado.

 

 

El destino, que Essie empezaba a sospechar que Xavier también controlaba a su antojo, hizo que la operación acabara antes de lo que había previsto. De manera que para las siete, prácticamente ya había terminado todo el trabajo pendiente.

Xavier había llegado cerca de las siete y diez, a tiempo de ver en la sala de espera al que iba a ser el último paciente de Essie: un enorme Dobermann.

Essie no esperaba ver allí a Xavier y cuando había asomado la cabeza por la puerta de la consulta para pedirle a su paciente que entrara, había pasado un momento difícil. Lo había visto sentado con las piernas cruzadas y los brazos relajadamente apoyados sobre el banco de la sala de espera, hablando animadamente con el propietario del Dobermann. Cuando Essie había entrado en la sala, él había alzado la cabeza y había sonreído. Un detalle completamente intrascendente si aquella sonrisa no hubiera transformado su habitualmente severo rostro en una cara capaz de parar el corazón de cualquier mujer con sangre en las venas.

Pero ella había sabido controlar perfectamente la situación, se dijo Essie mientras regresaba minutos después a la sala de espera. Se había mostrado tan fría, tranquila y eficaz como las circunstancias lo requerían.

—¿Tienes que atender a muchas bestias como esa? —preguntó Xavier, levantándose al verla entrar.

—¿Qué? ¿A qué te refieres?

—A ese animal al que acabas de atender —señaló hacia el vestíbulo con un movimiento de cabeza—. No me gustaría tener que acercarme a esas mandíbulas.

Essie lo miró con dureza, pensando que estaba tratándola con condescendencia. Se sorprendió al ver que era completamente sincero. Y le encantó darse cuenta de que lo había impresionado.

—Oh, Cuthbert es tan cariñoso como un gatito. Casi todos los perros grandes lo son; con los que hay que tener cuidado es con los más pequeños, que al menor descuido son capaces de arrancarte la nariz.

—¿Te han mordido muchas veces?

—Alguna, pero al final acabas teniendo un sexto sentido que te indica cuáles van a reaccionar de ese modo. La mayor parte de los animales se portan estupendamente si sabes cómo tratarlos.

Era la primera vez que hablaban de algo, que tenían una auténtica conversación. Y a Xavier le sorprendió darse cuenta de lo importante que eso era para él. Tanto como le había sorprendido descubrirse hablando con Peter Hargreaves sobre la posibilidad de comprar la clínica. Todo aquel asunto era una auténtica locura, pero había perdido ya la cuenta de las veces que se lo había dicho a sí mismo.

—Me gustaría ver el lugar en el que trabajas, la sala de operaciones y todo eso —intentó mantener la naturalidad de su tono—. Peter pensaba enseñármelo, pero si tienes un minuto…

Se hizo un instante de silencio. Essie lo escrutó con la mirada y respondió vacilante:

—¿De verdad lo quieres ver?

—Claro que sí.

—¿Por qué?

Porque sabía que todo aquello era muy importante para ella y quería comprender el motivo.

—Soy un hombre curioso, eso es todo. Pero si prefieres que no lo vea…

En aquella ocasión el silencio se prolongó todavía más. Pero al final, Essie contestó en voz baja:

—No, te lo enseñaré si realmente te interesa.

—Gracias —dijo Xavier quedamente, sosteniéndole la mirada hasta que Essie la desvió.

No debería haber aceptado enseñarle la clínica. Aquella idea estuvo inmediatamente acompañada por una oleada de pánico. Debería haberle dicho que eso podría hacerlo con Peter y dejarle claro que no podía haber ningún punto de conexión entre ellos.

Pero, para su sorpresa, aquella pequeña visita a la clínica salió sorprendentemente bien. A los pocos minutos, Essie se descubrió a sí misma suficientemente relajada como para contestar las preguntas de Xavier con naturalidad.

De hecho, hasta que volvieron a salir a la parte trasera de la casa, donde Xavier había dejado aparcado su coche, no fue consciente de que durante los últimos quince minutos se había dejado llevar por la estrategia de Xavier. Y entonces volvió a recordarse que era una ingenua y una estúpida, un lujo que no podía permitirse estando cerca de Xavier Grey.

Lo estuvo observando mientras le abría la puerta para que se metiera en el coche antes que él. Realmente, sus modales eran impecables.

—¿Ocurre algo?

Xavier acababa de sentarse a su lado y estaba mirándola con atención.

—¿Que si ocurre algo? —todo, ocurría absolutamente todo—. No, nada. Solo estoy un poco cansada, eso es todo. Hoy ha sido un día agotador —forzó una sonrisa—. Mira, si prefieres que quedemos más tarde, por mí estupendo —dijo rápidamente. No quería ver a Xavier en su casa—. Tengo que ducharme y cambiarme de ropa y no me importa ir sola a casa y quedar contigo en otra parte. A lo mejor te apetece relajarte tomando una copa. Yo no puedo beber estando de guardia. Además, necesito llevar mi coche a casa.

Xavier le dirigió una mirada implacable.

—Ya he pensado en todo eso antes —dijo tranquilamente.

—¿Ah sí?

Xavier señaló el asiento trasero del coche. Había en él un par de cajas llenas de provisiones: ensaladas, vinos…

—Yo prepararé la cena mientras te duchas y te cambias de ropa. Y después podrás disfrutar de una buena cena y un buen vino. Una sola copa no te hará ningún daño.

Essie pensó en su diminuta cocina y pestañeó. Y después se imaginó bañándose mientras Xavier trabajaba en la cocina y volvió a pestañear.

—No hace falta que cocines para mí —contestó rápidamente. Demasiado rápidamente, quizá—. Peter puede ponerse en contacto conmigo a través del móvil y…

—Insisto.

Essie tragó saliva.

—Y deja de tenerme miedo.

—¿Qué? —Essie irguió la espalda y alzó la barbilla—. No te tengo miedo, no seas ridículo —dijo con frío desdén—. Es solo que tengo la cocina muy pequeña y apenas tengo nada que…

—Me basta con un horno, un par de platos y un par de copas, ¿los tienes? —la interrumpió Xavier fríamente.

—Sí, pero…

—Entonces no necesitas nada más.

Claro que sí. Essie necesitaba desesperadamente conservar su anonimato en un restaurante rebosante de gente. Observó a Xavier mientras este rodeaba su resplandeciente coche y se deslizaba en el asiento del conductor. El estómago le dio un vuelco al sentirlo tan cerca de ella. Olía maravillosamente bien y parecía tan… tan…

—¿Hacia dónde vamos? —Xavier se volvió hacia ella, diciéndole con la mirada que no estaba dispuesto a discutir ni un segundo más.

Essie se sobresaltó al oír su voz, pero esperaba que Xavier no lo hubiera notado. No quería que supiera lo nerviosa que estaba. Le dio las instrucciones pertinentes y añadió:

—Está a solo un par de minutos en coche, pero en el último kilómetro la carretera empeora bastante. Hay muchas curvas.

—No habrá ningún problema.

Quizá él no viera ningún problema. Pero ella ya lo tenía. Se trataba de un problema enorme, gigante. Y era el de ir sentado a su lado. Essie permanecía tensa y en silencio, con las manos firmemente apoyadas en el regazo mientras fijaba la mirada en la carretera. Aquello era una locura. ¿Cómo se habría metido en un lío como aquel?, se preguntaba. Y seguramente, Peter no podía estar hablando en serio de lo de comprar la clínica. Era todo tan extraño.

Allí estaba él, con su ropa de diseño y su Rolex, conduciendo su impresionante Mercedes y haciéndole preguntas para que creyera que estaba sinceramente interesado en aquella pequeña clínica veterinaria. Pero un hombre como él no se gastaría miles de libras solo para ponerla en su sitio, ¿o sí? ¿Pretendería quizá convertirla en su empleada y controlar así su vida laboral? No, era imposible, nadie llevaría tan lejos su rencor… ¿o sí? Además, estaba segura de que a Xavier ni siquiera le gustaban los animales.

—¿Te gustan los animales? —se oyó preguntar, antes de tener tiempo de reconsiderar sus palabras.

—Sí, aunque tengo que reconocer que he tenido poco contacto con ellos. Mi infancia no ha sido de las más propicias para tener mascotas.

—¿Por qué? —Essie se volvió hacia su duro y frío perfil.

—Casi no había comida para llenarnos el estómago, así que mucho menos para alimentar a un perro o a un gato —replicó brevemente.

Era la última respuesta que Essie esperaba. Se quedó mirándolo fijamente.

—Lo siento. No pretendía meterme en tu vida.

—Lo sé —estaban ya muy cerca de casa de Essie, pero Xavier desvió el coche hacia la cuneta, apagó el motor y se volvió hacia ella—. Tengo que decirte unas cuantas cosas antes de que sigamos, Essie. Pareces creer que vengo de una familia rica, que he tenido una infancia privilegiada.

—No, no exactamente. Janice me explicó que habías levantado tu solo tu fortuna —lo interrumpió ella rápidamente.

—Sea como sea tu casa, te aseguro que me parecerá un palacio comparada con el cuchitril en el que crecí —continuó Xavier quedamente—. Cuando mi madre dejó Inglaterra, estaba embarazada de su primer hijo, Natalie, mi hermanastra. No tenía ni ocho meses cuando su padre abandonó a mi madre, dejándola completamente sola en un país desconocido.

Había dejado de mirarla para fijar la vista en la carretera. Essie era consciente de que hablar de aquellas cosas estaba siendo terriblemente difícil para él.

—Mi madre no era mala con nosotros, nunca nos maltrató físicamente, pero fue una mujer con una agitada vida amorosa. Cuando se quedó embarazada de mí, no sabía quién era mi padre. Los siguientes años los pasó bebiendo y asistiendo a fiestas. No tengo muchos recuerdos de esa época, pero Natalie, que era mayor que yo tuvo que llevar el peso de toda la casa. Fue ella la que me crió. Mi madre rara vez se pasaba por allí y cuando lo hacía, nunca estaba sobria. Y cuando Natalie tenía catorce años, uno de los hombres que mi madre llevaba a casa… —se interrumpió bruscamente, tomó aire y apretó los dientes.

—Oh, no —Essie sentía los intensos latidos de su corazón. Aquello era terrible.

—El resultado de la violación fue Candy. Natalie murió al dar a luz, tenía solo quince años. Mi madre, sintiéndose culpable, dejó de beber, pero había maltratado de tal manera su cuerpo que ya nunca estuvo bien. Aun así, cuidó de Candy hasta que estuvo demasiado enferma para hacerlo. Para entonces yo tenía ya dieciocho años y dinero suficiente para mantener a la familia.

—Lo siento tanto, Xavier…

Xavier se encogió de hombros. Parecía molestarlo haber revelado tantos datos de su vida.

—No importa, todo eso pertenece ya al pasado. Pero quería que supieras que no nací con una cucharilla de plata en la boca y me basta ver a una persona para saber si está o no dispuesta a trabajar. Eres una persona trabajadora y ese otro tipo, ¿Jack?

—Jamie —lo corrigió Essie rápidamente.

—Exacto, Jamie. Tuve una larga conversación con él la última vez que estuve aquí, y tengo que decir que me gustó.

Jamie no se lo había contado. Essie sintió una punzada de dolor, pero rápidamente intervino el sentido común. ¿Cómo iba a decírselo sabiendo lo que sentía por Xavier?

—Entonces… ¿te sientes ya mejor ante la perspectiva de llevarme a tu casa?

¿Mejor? Essie se sentía cien veces peor, pensó asustada. No quería saber que la infancia de Xavier había sido tan terrible, ni que había querido tanto a su hermana, ni que cuidaba a Candy como si fuera su hija. No le extrañaba que Candy lo quisiera tanto. Había sido todo para ella: su madre, su padre, su amigo, su confidente…

Pero Candy era Candy y lo que Xavier sentía por su sobrina no tenía nada que ver con lo que sentía por ella. Ella no se creía que los motivos por los que Xavier había comprado la clínica fueran puramente filantrópicos.

—¿Essie?

Le había preguntado que si se sentía mejor ante la perspectiva de pasar la velada en su casa después de lo que le había contado. E iba a tener que encontrar una mentira convincente para responder. Vaciló un instante, tiempo suficiente para que Xavier fijara sus astutos ojos en ella.

—¿Qué te pasa? —preguntó Xavier bruscamente—. ¿Nunca le das una oportunidad a nadie?

—¿Y tú? —replicó al instante.

Xavier tomó aire y lo soltó lentamente antes de contestar.

—No, supongo que no. ¿Pero no dicen que las mujeres son el sexo débil?

—¿Y débil quiere decir también incrédulo? —preguntó en tono acusador.

Xavier se reclinó en su asiento.

—¿Quién fue, Essie? —le preguntó suavemente—. ¿Quién fue el canalla que te rompió el corazón?

Essie apretó los puños.

—Ese hombre ha dejado de ser importante —dijo con voz dura—. Además, no creo que seas tú la persona más indicada para hablar. He oído decir que eres un rompecorazones.

—¿De verdad?

—Sí, de verdad —respondió con fiereza—. Y no sé por qué estás aquí ahora, pero si crees que vas a poder chantajearme para que me acueste contigo, utilizando mi trabajo como…

—¡Ya está bien!

Essie se quedó petrificada. Por un instante, aquel grito la trasladó de nuevo a una infancia en la que los gritos eran el preludio de los malos tratos de Colin. Pero rápidamente se obligó a decir:

—No te atrevas a pegarme. No te atrevas.

—¿A pegarte? —Essie se había transformado. Continuaba siendo la mujer de siempre, pero a sus ojos se asomaba un ser indefenso y asustado que, sin embargo, estaba dispuesto a no dejarse avasallar. Xavier se quedó literalmente estupefacto—. Que haya elevado la voz no quiere decir que te vaya a pegar, Essie. Jamás te haría ningún daño.

Essie continuaba completamente quieta, mirándolo en silencio.

—¿Era eso lo que él te hacía, Essie? ¿Te pegaba? —era increíble, pero en aquel momento habría sido capaz de matar al hombre que le había hecho tanto daño—. No todos los hombres son así, cariño.

Hubo algo en la delicadeza de su última palabra que la quebró. La furia, la desilusión, la humillación… eran sentimientos con los que estaba acostumbrada a luchar. Pero no la ternura.

Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, por su nariz, por su boca sin que pudiera hacer nada para detenerlas. Y cuando Xavier la estrechó contra él, susurrando palabras de consuelo, no fue capaz de moverse. De hecho, no quería moverse.