Xavier descubrió que tenía una nueva lista de problemas mientras sostenía a Essie entre sus brazos.
El primero, que lo último que necesitaba era cualquier tipo de relación sentimental con una mujer. El segundo, que con quien menos lo necesitaba era con aquella mujer en particular. Se le había metido bajo la piel de una forma que no le gustaba y de pronto, deseaba haber hecho caso a lo que su intuición le había dicho desde la primera vez que había posado sus ojos en ella: escapar de su lado a toda velocidad.
El tercero era que a Essie ni le gustaba ni confiaba en él y no tenía malditas las ganas de suplicarle para que cambiara de opinión.
El cuarto se debía a que era evidente que Essie ya había sufrido suficiente en el pasado y necesitaba a alguien que tuviera más voluntad de comprometerse que él.
Y, por último, se suponía que en ese momento estaba consolándola cuando lo que en realidad deseaba era hacer algo mucho menos noble.
Estaba terriblemente excitado y a no ser que Essie fuera tan inocente como un recién nacido, pronto se iba a dar cuenta. Porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que había deseado con tanta intensidad a una mujer.
Essie no era tan inocente como un recién nacido.
Aunque jamás le había permitido a Andrew demasiada intimidad, pensaba que estaba enamorada de él y que pasaría con él el resto de su vida y sus pequeñas escaramuzas, en las que Andrew siempre intentaba ir un poco más allá de los límites que ella ponía, la habían familiarizado con las reacciones de un hombre excitado.
Como ella nunca estaba tan excitada como él y de hecho ni siquiera tenía el menor interés en compartir ningún tipo de intimidad con Andrew, había llegado a la conclusión de que tenía algún problema.
Hasta bastantes meses después de haber roto su relación con Andrew, la joven no había sido consciente de que en realidad le disgustaban sus besos, su habitual indiferencia hacia lo que ella sentía, su falta de delicadeza cuando la acariciaba y su insistencia en hacerle responder a sus demandas.
Entonces había decidido que sí, que Andrew debía de tener razón y en realidad era frígida. Pero en aquel momento, mientras se recostaba contra el pecho de Xavier, el calor y la ansiedad que la invadían le indicaban que estaba muy lejos de serlo. De hecho, lo había sabido desde la primera vez que Xavier la había tocado. Y había sabido también que él la deseaba, tal como en aquel momento su cuerpo estaba evidenciando.
—Yo… estoy bien —balbuceó mientras se apartaba de él para reclinarse en su asiento. Xavier no intentó detenerla. Pero ya era demasiado tarde. Essie tenía grabada en la piel la sensación de su cuerpo entre los brazos de Xavier. Encajaban como dos piezas de un rompecabezas, sentía su aroma en cada poro de su piel. No le extrañaba que a Xavier le bastara chasquear los dedos para tener un ejército de mujeres tras él, pensó con pesar.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—¿Qué? —durante un instante terrible, Essie pensó que se refería al deseo que sentía por él, pero mientras aceptaba el pañuelo que Xavier le ofrecía, comprendió exactamente lo que le estaba preguntando—. No, de verdad que no. Es una vieja historia.
Pero no lo sería tanto si todavía la hacía llorar de aquella forma, pensó Xavier. Essie todavía tenía fantasmas a los que enfrentarse, y aquel era un tema en el que podía considerarse un experto.
Asintió lentamente.
—Piensa en hablar con alguien alguna vez, Essie. No conmigo, sino con alguien en quien confíes, ¿de acuerdo? Siempre ayuda.
Essie lo miró vacilante.
—¿De acuerdo? —repitió Xavier suavemente.
—De acuerdo —se sonó nuevamente la nariz. Debía de estar hecha un desastre, pensó mientras Xavier ponía el motor en marcha.
Lo observó estirarse y acomodarse en el asiento antes de volver al fluido tráfico de Sussex y sus nervios volvieron a reaccionar ante aquel despliegue de masculinidad. Era un hombre peligroso, la última persona sobre la faz de la tierra con la que querría tener una relación sentimental. Pero, caramba, había que reconocer que era dinamita pura, pensó con un ardor que a ella misma la impactó.
—Tuerce a la izquierda —estaban a solo unos metros del lugar en el que habían estado aparcados, pero el paisaje cambiaba drásticamente.
Al final de la carretera, se veía un conjunto de casas antiguas, cada una de ellas seis o siete veces más grande que la de Essie y con unos jardines inmensos. En cuanto se las dejaba atrás, lo único que había a ambos lados de la carretera eran inmensas extensiones de campo.
—Allí es —el Mercedes devoró el medio kilómetro que quedaba hasta casa de Essie en cuestión de segundos—. Esa es la casa —señaló su pequeña vivienda—. Puedes aparcar ahí.
—¿Esa es tu casa?
Essie no podía deducir por su tono de voz qué impresión le había causado.
—Para ser sincera, todavía es del banco. Estoy pagando una hipoteca.
Salió del coche antes de que Xavier pudiera abrirle la puerta y esperó a que se reuniera con ella frente a la puerta principal, observándolo con atención mientras él contemplaba los alrededores.
La brisa del verano mecía las copas de los árboles que rodeaban la casa y se oían en la distancia las campanas de la iglesia. Xavier se volvió hacia ella, pero Essie continuaba siendo incapaz de adivinar nada en su rostro.
—Este lugar es muy hermoso. Entiendo que vivas aquí.
—¿Ah sí?
Essie no se detuvo a averiguar lo que quería decir exactamente; abrió la puerta del jardín y caminó hasta la casa, sintiendo los alocados latidos de su corazón. Se le habían cruzado los cables, pensó aturdida. ¿De qué otra manera si no podía explicar que le gustara tanto verlo allí cuando había decidido que no quería nada con él?
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
—Solo ocho meses —contestó, mientras buscaba la llave en el bolso. Abrió la puerta—. Tuve que arreglar completamente el interior, así que durante una buena temporada estuve viviendo aquí, durmiendo en un saco de dormir y cocinando con un camping gas. Apenas tengo ningún mueble todavía, pero ya llegarán con el tiempo. Pero por lo menos ya tengo lo más importante: la casa y la zona en la que está situada.
Xavier la siguió al interior de la casa, mirando las paredes blancas e iluminadas por el sol de la tarde. Después se giró hacia Essie y comentó, mirándola a los ojos:
—Eres una mujer tranquila.
—En realidad no. En realidad solo quería encontrar algún sitio que estuviera un poco alejado del bullicio de la ciudad, ¿sabes? —estaba empezando a parlotear sin ton ni son y era consciente de ello—. Y esta casa era tan pequeña y estaba en tan mal estado que prácticamente no había nadie que estuviera interesado en ella y…
Xavier inclinó la cabeza para besarla y el tiempo se detuvo. Essie no quería responder. Sabía que era una locura. Pero no fue capaz de resistirse a aquel beso.
Se había encendido dentro de ella un fuego que Xavier avivaba peligrosamente con cada uno de sus besos, alimentando un deseo irresistible y terriblemente potente. El sabor y la fragancia de Xavier eran la quintaesencia para su mente. Su boca, ansiosa y hambrienta, era indescriptiblemente sensual.
Si en aquel momento Xavier quisiera hacer el amor, ella no sería capaz de detenerlo, pensó mientras se extendía por todo su cuerpo una languidez dulce como la miel. Las fantasías que invadían su mente desde que lo había conocido, se encarnaban en el intenso deseo que la devoraba.
Pero Xavier no iba a hacer el amor con ella. Alzó la cabeza lentamente y dijo:
—Bueno, voy a buscar las cosas al coche mientras tú te das un baño caliente. Si necesitas que alguien te frote la espalda, no dudes en llamarme —y sin más, dio media vuelta y salió de la casa.
Essie tomó aire, suspiró sintiéndose impotente y subió las estrechas escaleras de la casa a una velocidad vertiginosa.
Una vez en su pequeño dormitorio, se derrumbó en la cama y fijó la mirada en el suelo. Se había vuelto loca. ¿Cómo podía estar deseando, considerando siquiera, la posibilidad de comenzar una relación con Xavier?
¿Una relación?, se repitió burlona. Xavier no andaba buscando ningún tipo de relación. Lo único que quería era acostarse con ella y estaba dispuesto a pagar para obtener aquel privilegio.
Había dejado claro que la deseaba y ella, involuntariamente, había azuzado su deseo al rechazarlo, cosa que probablemente no le había ocurrido nunca. Por eso la había perseguido como un cazador a su presa. La suerte y las circunstancias se habían aliado con Xavier que, sin esperarlo siquiera, se había encontrado de pronto en una situación privilegiada. Podía comprar la clínica, encontrar a alguien que la dirigiera mientras él continuaba su vida de siempre y volar hasta Sussex cuando le apeteciera echar una canita al aire.
Essie se mordió el labio con amargura. Oh, sí, Xavier pensaba que de esa forma tendría exactamente lo que quería.
Pero no lo iba a conseguir. Essie se enderezó en la cama y tensó los labios. Así pensaba decírselo. Con todo el dinero que Xavier tenía, aquella clínica no significaba nada para él. Estaba segura de que podría comprársela diez veces a Peter sin ni siquiera enterarse.
No quería perder su trabajo ni que Jamie perdiera el suyo, pero tampoco quería convertirse en la amante de Xavier Grey. El corazón le latía de forma alarmante… Pero la oleada de excitación que acompañó a aquel pensamiento era más alarmante todavía.
Un baño. Necesitaba un baño que arrastrara el cansancio del día para enfrentarse después a Xavier fresca y relajada. No se maquillaría, ni siquiera se vestiría de forma especial: nada de emperifollarse. Xavier había conseguido meterse en su vida y en su casa, pero ya era suficiente y cuanto antes conociera el terreno en el que andaba metido, mejor para ambos.
Al bajar las escaleras veinte minutos después, la recibió un delicioso olor a comida. El pelo, todavía húmedo, formaba una exuberante melena de rizos de oro sobre sus hombros.
Para ser fiel a su decisión, se había puesto unos pantalones de algodón de color verde y una camiseta beige sin mangas. No llevaba una gota de maquillaje en el rostro y su único adorno eran un par de aretes dorados. Como hacía tanto calor, había decidido prescindir de zapatos e iba descalza.
Estaba tan deliciosamente juvenil que a Xavier le dio un vuelco el corazón al verla.
—¿Quieres una copa? —preguntó fríamente mientras señalaba la botella abierta de vino—. No sabía cuál te gustaba, así que he comprado blanco y tinto. El tinto ya está abierto y el blanco lo he dejado refrescándose en un balde con agua fría.
—Tomaré tinto —se sonrojó ligeramente. Todo el mundo tenía frigorífico. Y Xavier era un millonario canadiense que debía de estar acostumbrado a una vida de lujos. Recordó entonces lo que le había contado sobre su infancia y se relajó un poco. Tanto si había tenido frigorífico como si no, Xavier sabía lo que era luchar para salir adelante en la vida. Por lo menos eso tenía que concedérselo.
El vino estaba delicioso y Essie, a pesar de sus escasos conocimientos de enología, sabía que debía haberle costado una fortuna.
—Está riquísimo —comentó mientras se acercaba a la barra que dividía la cocina de la sala y se sentaba en uno de los taburetes.
—Es uno de los favoritos de Candy —contestó Xavier—. Ella simplifica las efusivas descripciones de los enólogos sobre el bouquet de este vino diciendo que está de rechupete.
—Y no la culpo. A mí toda esa verborrea me parece ridícula.
—Me lo imaginaba —esbozó una críptica sonrisa y se concentró en los filetes que estaba preparando.
Essie lo miraba, preguntándose por qué el hecho de que un hombre tan viril y atractivo como Xavier cocinara le parecía algo tan sexy. Se había quitado la corbata y desabrochado algunos de los botones de la camisa, dejando al descubierto el inicio del vello que cubría su pecho. De repente, Essie sentía sus piernas como si fueran de gelatina y su respiración tampoco andaba del todo bien.
—La ensalada ya está preparada y los champiñones con tomate se están calentando en el horno —dijo Xavier—. ¿Podrías poner los platos y los cubiertos? Creo que no falta nada más.
—Sí, por supuesto —contestó nerviosa. Se bajó de un salto del taburete y comenzó a moverse por la cocina, poniendo especial cuidado en no tocar a Xavier mientras alargaba el brazo para abrir el armario. Una vez puestos los platos en la mesa, salió de la cocina como si la persiguiera un rayo.
—No muerdo, Essie.
Xavier estaba sacando los filetes de la plancha en ese momento y por un instante, Essie pensó que no le había oído bien.
—¿Perdón?
Xavier la miró con expresión de reproche.
—¿Crees que me voy a abalanzar sobre ti? ¿Es eso? —preguntó con voz queda. La suavidad de su voz contrastaba seriamente con la intensidad de su mirada.
—Lo siento, pero no sé a qué te refieres —dijo muy tensa.
—Pero lo que no lamentas es continuar tratándome como si fuera un apestado. De hecho, creo que hoy estás más decidida que nunca a considerarme un enemigo.
—¿Un enemigo? —forzó una sonrisa que se suponía debía de ser fría—. Eso es una tontería.
Xavier se cruzó de brazos y la escrutó con la mirada.
—Vamos a comer —dijo de pronto, y se volvió hacia la cocina para sacar la verdura del horno—. No sé tú, pero yo estoy hambriento.
Ella también debería estarlo porque apenas había comido nada en todo el día, pero estando Xavier a tan poca distancia de ella, su flagrante masculinidad le anulaba el apetito.
Tras dejar la fuente de la ensalada y las verduras en el mostrador, Xavier se sentó y se sirvió otra copa de vino.
—Tú todavía estás de guardia, ¿verdad? Pueden llamarte a cualquier hora.
¿Cómo era posible que una pregunta tan sencilla sonara tan sugerente? Essie contestó fríamente, procurando que sus pensamientos no se reflejaran ni en su rostro ni en su voz.
—Sí, y si me llaman de alguna de las granjas no me gustaría presentarme oliendo a alcohol.
—Una actitud discreta.
¿Discreta? ¿Cómo podía hablar de discreción mientras ella sentía su muslo rozando su pierna por culpa del minúsculo espacio de la cocina?
Essie tragó saliva, tomó el cuchillo y el tenedor y probó el filete de solomillo a la pimienta. Estaba delicioso, tierno, jugoso y perfectamente cocinado. Recordó entonces que todavía no le había dado las gracias por haber hecho la comida.
—Has sido muy amable al traer la cena —le sonrió nerviosa.
—¿De verdad?
Essie lo miró a los ojos y distinguió en ellos un brillo de diversión. ¡Se estaba riendo de ella! Una oleada de indignación y enfado barrió los nervios que hasta entonces la invadían.
—Sí, de verdad —replicó fríamente. Fijó nuevamente la mirada en el plato y clavó el tenedor en un champiñón.
—Nunca había conocido a una mujer que se enfadara ni tan rápido ni tantas veces —le dijo Xavier secamente.
—Y supongo que has conocido a muchas —contestó, enfadada consigo misma por no haber sido capaz de disimular su mal humor.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Lo dice todo el mundo.
—¿Todo el mundo? —Essie era consciente de que la estaba estudiando con la mirada, pero se negaba a volverse—. Bueno, pues incluso aunque esa ridícula suposición fuera verdad, supongo que solo sería asunto mío. No creo que tenga que pedir disculpas porque me gusten las mujeres. Siempre he pensado que ese es uno de los motores que mueven el mundo: la atracción entre mujeres y hombres. Si no hubiera sido por eso, el planeta llevaría años desierto.
Tenía respuesta para todo. Essie apretó los dientes, admitiendo para sí que había perdido aquella batalla. Pero no la guerra, por supuesto.
—Mira, ¿por qué no hacemos una tregua, aunque solo sea durante el tiempo de la cena? —le pidió Xavier segundos después—. No quiero que se me indigeste y, francamente, me gusta disfrutar de la comida, sobre todo después de haberme pasado cuatro horas esclavizado en la cocina.
Essie lo miró entonces; las arrugas que rodeaban sus ojos anunciaban una sonrisa y ella no puedo evitar responderle de la misma manera.
—Así está mejor —exclamó Xavier al verla sonreír—. Eres demasiado seria, ¿sabes? Y ya conoces la historia de Jill, una niña que a fuerza de no jugar se convirtió en una chica aburrida.
—Muchas gracias —respondió con acritud—. Estoy segura de que eso es algo de lo que a ti nadie puede acusarte.
—¿De aburrido?
—No, de no jugar —le dirigió una mirada glacial.
—Tienes razón.
¡Aquel hombre era imposible! Essie comió otro trozo de carne… Que, por cierto, estaba absolutamente deliciosa y le recordaba a su estómago que estaba extremadamente hambrienta.
Cuando terminó su plato, Xavier se levantó y fue a buscar el postre, una deliciosa tarta de fresas de la que sirvió una gran porción a Essie, acompañada de una bola de helado.
—¡Al ataque! —le dijo divertido—. Me encantan las mujeres que comen bien.
El ambiente comenzaba a ser demasiado íntimo y familiar; Essie tenía que romper el hechizo cuanto antes.
—Xavier, acerca de tu oferta…
—Come —la interrumpió él con una sonrisa. Pero había algo en su rostro que indicaba que aquello, más que una sugerencia, era una orden.
Essie pensó en protestar, pero la tarta parecía estar pidiéndole a gritos que empezara comer. Así que tomó la cuchara y la hundió en aquella delicia de nata y fresas, que probó con un pequeño gemido de placer. Adoraba aquel postre.
Cuando terminó, bajó del taburete y se acercó a la cocina, aliviada al poder poner distancia entre ellos.
—Yo prepararé el café, ¿por qué no te sientas en la sala? —le sugirió.
—Yo los secaré —le indicó él, señalando los platos que Essie acababa de llevar al fregadero.
—No, son cuatro cosas —comentó rápidamente—, y siempre dejo que se sequen al aire, se supone que es más higiénico —además, compartir con Xavier el pequeño espacio de la cocina le parecía incluso peor que la de haber tenido que cenar en la proximidad de los taburetes.
Xavier asintió con la cabeza, pero en vez de dirigirse a la sala, se acercó a la puerta principal y desapareció en el exterior de la casa.
Obviamente, pretendía explorar el jardín. Y aunque era algo muy natural, sobre todo en aquel caluroso mes de junio, aquello la inquietó. No sabía por qué, pero le ponía nerviosa. Ya era suficientemente malo que hubiera estado en su casa, saber que iba a imaginárselo en aquel lugar que hasta entonces había sido todo suyo, pero el jardín era su verdadero refugio y no quería tener también recuerdos de él allí.
En ese momento, sonó el teléfono, irrumpiendo el curso de sus pensamientos. Después de dejar precipitadamente la fuente que tenía entre las manos, Essie se acercó al auricular.
—¿Essie? —era Peter. Essie jamás se había alegrado tanto de oír su voz.
—Hola Peter, ¿ha habido algún problema? —advirtió que Xavier entraba nuevamente en la casa.
—Siento tener que llamarte, Essie, pero parece ser que uno de los novillos del brigadier Kealy anda cojo y le gustaría que le echáramos un vistazo esta noche.
—De acuerdo, ahora mismo iré para allá —el brigadier tenía una pequeña granja con solo un par de vacas, un par de cabras, unas gallinas y dos sementales pura sangre que eran su orgullo y su alegría. Essie agradecía el cielo que no hubiera enfermado ninguno de los dos caballos. Eran dos animales muy hermosos, pero tenían muy mal carácter.
—Buena chica, llámame si necesitas algo.
Essie oía de fondo el llanto de uno de los pequeños de Peter y la voz de Carol gritando.
—Parece que ya tienes suficiente en tu propia casa, Peter. Nos veremos mañana por la mañana.
Colgó el teléfono. Xavier la miraba expectante.
—Tienes que atender una urgencia —dijo él.
—Me temo que sí —contestó Essie, caminando hacia las escaleras—. En cuanto me ponga los zapatos, salgo para allí. ¿Estarás mañana por aquí? Lo digo por esa conversación que hemos dejado pendiente.
—No, no estaré —contestó brevemente, recordando para sí que ese mismo día había pospuesto una importante reunión para poder verla a ella.
—Oh —Essie se detuvo al pie de las escaleras—. Entonces a lo mejor puedes llamarme mañana por la noche —apenas podía disimular su alivio.
—Posiblemente. ¿Tienes mi número de teléfono?
—Sí, me lo ha dado Peter —al ver que arqueaba una ceja con expresión interrogante, se apresuró a añadir—: Iba a llamarte para hablar de la oferta… de tu oferta —de pronto y sin saber por qué, se sentía extrañamente torpe, sin saber realmente qué decir—. Mira, el café ya está listo. Si no quieres, no tienes que marcharte todavía. Pero eso sí, acuérdate de cerrar bien la puerta cuando salgas.
Xavier asintió lentamente.
—Un café me vendría estupendamente.
Habían vuelto a tratarse con una rígida formalidad, pensó Essie mientras subía los escalones de par en par. ¿Y por qué diablos le había sugerido que se quedara en casa cuando ella se fuera? No era que le preocupara que curioseara entre sus cosas. No, aquel no era el estilo de Xavier. Era demasiado riguroso y honesto para hacer algo así.
¿Riguroso y honesto? ¿Pero qué demonios le pasaba?, se regañó a sí misma. No tenía ni la menor idea de cómo era Xavier y por lo que hasta entonces había averiguado, podía tratarse del hombre con menos principios de toda la tierra, se advirtió a sí misma con vehemencia.
Cuando bajó las escaleras, lo encontró sentado en una de las sillas, con una taza de humeante café entre las manos. El corazón le dio un vuelco al verlo allí, pero rápidamente se recuperó y le dijo fríamente:
—Bueno, me voy. Acuérdate de cerrar la puerta antes de salir.
—Sí, claro —se había levantado al verla acercarse y en ese momento Essie permanecía en el centro de la sala, preguntándose cuál sería la mejor forma de terminar aquella noche—. Adiós, Essie. Estoy seguro de que pronto volveremos a hablar.
—Sí, sí, claro —por el amor de Dios, se dijo irritada, ¿por qué tenía que temblarle la voz? En realidad, se había preparado para tener que evitar un beso o un abrazo, y la fría y educada despedida de Xavier la había tomado completamente desprevenida—. Bueno, tengo que irme.
Xavier asintió. Sus ojos grises tenían un aspecto tan frío como el cielo de invierno, pero no dijo nada. Después de unos segundos de incómodo silencio, incómodo al menos para Essie, esta giró bruscamente y tras tomar su maletín y las llaves del coche, salió.
Condujo como un autómata hasta la granja del brigadier, situada a unos veinte kilómetros de su casa, analizando hasta el agotamiento cada una de las palabras y los gestos de Xavier. Cuando por fin apareció la propiedad ante ella, se obligó a concentrarse en su trabajo.
El novillo, de solo dieciocho meses, era un hermoso animal de color oscuro y ojos expresivos que justificaban el nombre que el brigadier le había puesto: Terciopelo. La herida que tenía en la pata, supurante de pus, había puesto muy nervioso al animal.
Para cuando consiguió sujetarlo a un lado del establo, Essie ya tenía el costado izquierdo del cuerpo dolorido, pero lo peor llegó al final, cuando, una vez curada y limpia la herida, Terciopelo cambió repentinamente de postura y dejo caer una pata sobre el pie de Essie. Aunque la joven se había puesto unas botas antes de entrar, le sirvieron de poca protección frente a los ochocientos kilos del animal. Cuando salió del establo, era ella la que cojeaba visiblemente.
Le entregó la factura al brigadier y cojeó hasta el coche, pensando que se alegraba de que la mayor parte de su trabajo en la clínica consistiera en atender mascotas pequeñas y no bestias como la que acababa de tratar.
En cuanto se alejó de la granja, paró el coche y se bajó los pantalones, con el fin de examinar el estado de la pierna y el pie. Comprobó que tenía la pierna llena de arañazos y los dedos del pie le sangraban abundantemente.
—Bueno, así es la vida —se dijo con filosofía, antes de volver a subirse el pantalón e intentar ponerse el zapato, tarea que le resultó bastante más difícil. El pie se le había hinchado muy rápidamente y tenía ya todos los colores del arcoiris.
Permaneció durante algunos minutos sentada en el coche con las ventanillas abiertas, sintiendo la fragancia del verano acariciando su rostro. Era una noche tranquila y agradable y Essie intentaba impregnarse de aquella calma. Pero por mucho que lo intentara, no conseguía sentirse de aquella manera.
Era él, Xavier Grey, se dijo mientras ponía el motor en marcha cinco minutos después. Desde que se habían conocido, ya nada había vuelto a ser lo mismo. Suspiró, confundida.
Y no quería que le gustara. Aquel pensamiento le hizo clavar el pie herido sobre el pedal. Hizo una mueca cuando el coche volvió a detenerse a pocos metros de donde había estado aparcado anteriormente. Pero el caso era que le gustaba. Gimió ligeramente y se inclinó sobre el volante. Le gustaba más que cualquier otro hombre que hubiera conocido.
¿Gustarle?, se repitió burlona. Aquellas palabras no bastaban para describir los sentimientos complejos que la vinculaban a Xavier Grey. Oh, ni siquiera sabía cómo se sentía. Deseaba que no se hubiera fijado en ella en la iglesia, deseaba no haber respondido del modo que lo había hecho, deseaba… Deseaba cientos de cosas, pero ya era demasiado tarde.
Xavier estaba considerando seriamente la posibilidad de comprarle la clínica a Peter. Incluso había sugerido que utilizaría el piso de arriba cuando estuviera en Inglaterra y que ella y Jamie podían dirigir la clínica veterinaria. ¡Era absurdo! Una auténtica locura. No funcionaría. No podía funcionar. Se pasaría la vida con los nervios destrozados.
Puso el motor en marcha nuevamente, maldiciendo a Xavier Grey por haber entrado de aquella manera en su vida.
Cuando llegó al camino que conducía hacia su casa, tenía los músculos agarrotados por los nervios y en lo único que podía pensar era en un baño caliente. De modo que al ver que seguía aparcado el Mercedes azul frente a su casa, se llevó la impresión de su vida.
Miró el reloj. Habían pasado dos horas desde que se había marchado. ¿Cómo era posible que Xavier continuara allí? ¿A qué diablos pensaba que estaba jugando?
Se dirigió cojeando hasta la casa, sintiéndose como si la hubiera pisoteado una manada de toros. Estaba a solo unos metros de la puerta principal cuando esta se abrió. Xavier apareció tras ella.
—Todavía estás aquí —dijo Essie en tono acusador—. Ya son más de las doce.
—Estás cojeando —respondió él, ignorando por completo el enfado de su voz—. ¿Qué te ha pasado?
—Xavier —lo fulminó con la mirada mientras se acercaba a la casa. Él se apartó para dejarla pasar—. ¿Qué estás haciendo aquí todavía? Dijiste que te irías.
—No, en realidad yo no dije nada —cerró la puerta y la siguió a la sala, donde Essie se había dejado caer en el sofá—. Me temo que eso fue idea tuya.
—¿Y por qué no te has ido? —preguntó entre dientes.
—Veamos —le dirigió una tímida sonrisa, pero en el furioso rostro de Essie no se dibujó ningún gesto similar—. Podría decir que me he quedado dormido después de tomar el café. Este lugar es muy relajante, no se oye nada que rompa la tranquilidad del ambiente…
—¿Te has quedado dormido?
—No —la miraba sin parecer en absoluto arrepentido—. Pero quería quedarme, eso es todo. Todavía no hemos tenido oportunidad de hablar. Y creo que el asunto que tenemos pendiente es preferible que lo tratemos cara a cara en vez de por teléfono.
Essie lo miró fijamente. Tenía que andarse con cuidado; estaba convencida de que lo último que Xavier tenía en la cabeza cuando había decidido quedarse en su casa era mantener una conversación con ella.
—Mira, he tenido una noche agotadora. Ese novillo me ha pisoteado, me ha dado patadas… Me ha dejado en tal estado que lo único que ahora me apetece es darme un baño caliente y meterme en la cama. Así que, si no te importa, ¿por qué no dejamos la conversación para otro rato?
—Trato hecho —Xavier se mostró repentinamente solícito, pero el breve momento de triunfo de Essie se desvaneció en cuanto él continuó diciendo—: Pero ahora vamos a mirar ese pie.
—No, no te preocupes por eso. De eso puedo ocuparme yo perfectamente.
Pero Xavier ignoró su protesta y para horror de Essie, se arrodilló frente a ella, le quitó el zapato con increíble ternura y se sentó en el suelo mientras examinaba atentamente el pie de la joven.
—Esto tiene muy mal aspecto —la miró a los ojos. Essie sintió una sensación extraña en el estómago al advertir la seria preocupación que reflejaba su voz—. ¿Hasta dónde llegan? —señaló las magulladuras que parecían continuar por debajo del pantalón y se lo levantó hasta la rodilla—. Essie, tienes toda la pierna llena de moretones.
—No es nada —intentó apartar el pie, pero Xavier no se lo permitió—. Forma parte de mi trabajo.
—De un trabajo ridículo para una mujer, si quieres saber mi opinión —y entonces, antes de que Essie disparara su réplica, añadió lacónico—: Lo sé, lo sé, no me has preguntado mi opinión. ¿Qué tal te encuentras?
En realidad, Essie se encontraba pésimamente y el dolor del pie era cada vez más intenso, pero no iba a decírselo. Sabía que en cuanto se limpiara la herida, se pusiera la pomada que tenía para casos como aquel y se tomara un par de analgésicos, estaría mucho mejor.
—Estoy bien.
Xavier la miró con los ojos entrecerrados, diciéndole con su rostro que sabía que estaba mintiendo.
—De acuerdo. Te prepararé el baño y después vendré para ayudarte a subir.
—No vas a hacer nada —Essie estaba comenzando a sentirse atrapada y no le gustaba nada aquella sensación—. Puedo arreglármelas perfectamente sola, gracias. Me pasan cosas como esta continuamente.
—Mira, apoya así el pie —a pesar de su resistencia, le hizo reclinarse contra el respaldo del sofá, dejándola prácticamente tumbada y desapareció escaleras arriba antes de que ella pudiera decir nada.
Aquello era completamente ridículo, pensó Essie mientras oía correr el agua de la bañera. ¡No quería que Xavier estuviera en su baño! ¡No quería que estuviera en su casa! Ni en su vida…
La lucidez de su conciencia, que pretendía desafiar la validez de sus últimas palabras, le hizo decidirse a recuperar el control de la situación.
Xavier se había quedado en su casa para seducirla, pensó muy tensa, mientras cojeaba hacia las escaleras. Era posible que no estuviera acostumbrada a los sofisticados juegos de las mujeres con las que él salía, ¡pero incluso ella era capaz de darse cuenta de cuándo pretendían convertirla en una pieza de caza! En el fondo, todo se reducía a eso. Xavier se había propuesto perseguirla y acosarla aunque sabía que no quería tener nada que ver con él.
—¿Qué diablos piensas que estás haciendo?
Xavier llegó antes que ella al principio de las escaleras, como un ángel vengador. O como un demonio, quizá, se corrigió en silencio.
—¿Tú qué crees? —lo fulminó con la mirada, pero ni siquiera su enfado podía disimular el dolor que hacía palidecer su rostro.
—Lo que creo es que eres una cabezota y una estúpida. No es ningún signo de debilidad admitir que esta noche estás destrozada.
—Lo sé —¿cómo se atrevía a plantarse allí, delante de las escaleras, y decirle lo que podía y lo que no podía hacer?—. Pero cuido de mí misma durante trescientos cincuenta días al año, así que no sé por qué esta noche tiene que ser diferente.
—Porque estoy yo aquí. Y ahora, apártate un momento.
En cuanto Essie retrocedió para que Xavier pudiera pasar a la sala, este la levantó en brazos e, ignorando sus acaloradas protestas, subió las escaleras y la dejó en el pasillo.
—Voy a ver si está ya la bañera —entró en el baño y Essie se quedó mirándolo con impotencia. No quería que Xavier estuviera en su casa y tampoco lo necesitaba. Era una mujer independiente. Se había obligado a serlo y le gustaba.
Con furiosa determinación e ignorando las punzadas de dolor que se extendían por todo su cuerpo, se asomó a la puerta del baño.
—Ya puedes marcharte —lo miró y sintió que se le encogía el estómago al verlo enderezarse y volver el rostro hacia ella—. Estoy…
—Perfectamente —la interrumpió—, ya lo has dicho antes.
—¿Entonces por qué no me escuchas?
—Porque no creo que estés perfectamente —sin previa advertencia, se acercó a ella y le bajó los pantalones, revelando las magulladuras en todo su esplendor—. Y me atrevería a decir que tienes la cadera en el mismo estado —la desafió furioso.
—¿Cómo te atreves? —no creía haberse sentido más insultada y sorprendida en toda su vida—. ¿Cómo te atreves?
—Me atrevo a hacer cosas mucho peores que esa, créeme —gruñó irritado. Era evidente que a esas alturas estaba perdiendo ya la paciencia—. Ahora desnúdate y vamos a dejarnos de decir estupideces. A no ser que quieras que te desnude yo…
Essie abrió la boca para protestar, pero advirtió algo en el brillo de sus ojos que le hizo detenerse. Aquel hombre era perfectamente capaz de desnudarla, lo veía perfectamente en su mirada.
—Te odio.
—¿Y qué tiene eso de nuevo?
—Un verdadero caballero no se habría atrevido a hacer una cosa así —farfulló, mientras se subía los pantalones.
—Nunca he pretendido ser un caballero —la contradijo—. Y ahora, vete a tu dormitorio y desnúdate. Te esperaré abajo hasta que termines. ¿Tienes algo para las magulladuras?
Essie asintió malhumorada.
—Todavía me queda medio tubo de la pomada que me puse la última vez que me pasó algo parecido.
—Entonces luego te la pondré —dijo completamente serio.
Essie lo miró de reojo mientras se dirigía hacia el dormitorio. ¡Por encima de su cadáver! ¿De verdad se creía aquel tipo que le iba a permitir extenderle la pomada por la pierna? Estaba completamente loco.
—¿Essie?
La llamó, justo cuando ella estaba a punto de cerrar la puerta del dormitorio.
—¿Qué?
—Tienes las piernas más bonitas que he visto en mi vida —le dijo suavemente.
Aquellas palabras provocaron un auténtico alboroto en el estómago de Essie, que continuó mirándolo fijamente durante unos segundos antes de cerrar la puerta con un contundente portazo.