Estaba ya a punto de terminar la jornada cuando llegó a la clínica un ramo de rosas, acompañado de una pequeña tarjeta que decía:
No tuve oportunidad de expresar mi arrepentimiento por mi mala educación, así que me he tomado la libertad de enviarte esto.
Iba firmada con una simple X.
Essie se quedó mirando fijamente las flores durante casi treinta segundos cuando Carol le colocó el ramo entre las manos. El tumulto de emociones que se apoderó de ella, fortaleció su decisión de hacer algo respecto a Xavier Grey.
Seis días después, recibió una pequeña figura de porcelana: una joven lechera ordeñando a su vaca que debía costar una fortuna. En la tarjeta correspondiente, Xavier le decía que al verla se había acordado de ella. El paquete había sido enviado desde Alemania. Essie mantuvo bajo control cualquier buen sentimiento que pudiera haber despertado aquel regalo.
Al cabo de dos semanas, y un día después de que hubiera tirado el ramo seco, hizo su aparición un conjunto de orquídeas. En aquella ocasión, el contenido de la tarjeta la obligó a sentarse: «nos veremos pronto», decía.
Pero después de lo que había averiguado sobre él, Xavier Grey no iba a recibir la bienvenida que esperaba, se dijo Essie, negándose a reconocer el vuelco que le había dado el corazón al leer la tarjeta.
Sin embargo, no estaba pensando en Xavier cuando a las cuatro de la tarde regresaba a la clínica. Todavía continuaba envuelta en el arrebol de la exitosa visita a su último paciente, para la que habían reclamado su asistencia tres horas atrás.
La señora Bloomsbury, una anciana que vivía en una pintoresca casa de campo situada a varios kilómetros de la clínica, y cuya vida giraba alrededor de una perrita, Ginny, la había llamado para decirle que tenía miedo de que Ginny no pudiera parir a sus cachorros de forma natural.
En cuanto había visto a la pequeña criatura sufriendo miserablemente en el cesto que le habían preparado para el parto, Essie había comprendido que la señora Bloomsbury estaba en lo cierto: el parto iba a ser problemático. Tras un minucioso examen, había descubierto que un cachorro de gran tamaño se había atravesado en el conducto del parto.
Pero con la ayuda de los forceps y una inyección, habían conseguido sacar al cachorro sano y salvo. Quince minutos después, nacía el segundo, un cachorro bastante más pequeño.
Para cuando Essie había salido de la casa, dejando a una resplandeciente señora Bloomsbury en su interior, la nueva familia de Ginny ya estaba mamando con fricción.
Había sido una tarde magnífica, pensó Essie satisfecha.
El Mercedes estaba aparcado en el mismo lugar que Xavier lo había dejado semanas atrás. Al verlo, la alegría de Essie se esfumó como por encanto.
Xavier. Se aferró con tanta fuerza al volante que sus nudillos palidecieron, En fin, sabía que tenía que llegar algún día y quizá fuera mejor que el reencuentro se produjera cuanto antes. Sabía que iba a ser difícil, pero por lo menos a esas alturas ya sabía que no peligraba el trabajo de Jamie.
Peter les había comentado que había aceptado la oferta de Xavier el día que Essie había recibido el ramo de flores y seguramente las cosas progresaban sin ninguna clase de problema.
Essie entró en silencio en la clínica. Se dirigió a la cocina a través de la zona de recepción y después de haber saludado a Marion, una mujer de mediana edad que se ocupaba de la recepción. Suspiró aliviada al encontrar la cocina vacía. Jamie había tenido que salir a hacer una visita después de las consultas matutinas y se alegraba de que no hubiera regresado todavía. No le apetecía hablar con nadie.
Encendió la cafetera y se preparó un café bien cargado que se tomó casi de un trago mientras intentaba analizar cómo iba a proceder.
Y de pronto, oyó tras ella un lacónico saludo que le hizo volverse como si acabara de recibir un disparo.
—Eh, hola —la saludó Xavier.
—Hola —se sonrojó violentamente mientras se obligaba a sí misma a mantenerle la mirada. Advirtió que Xavier sonreía, aunque su mirada continuaba siendo, como siempre, indescifrable—. He visto tu coche.
Xavier asintió lentamente, sin dejar de mirarla.
—Estaba con Peter —y como continuaban mirándose en silencio, preguntó—: ¿Cómo te encuentras? ¿Ya se te han quitado los moretones?
—Sí, ya estoy bien, gracias —debería agradecerle las flores y la figurita que le había enviado, se decía desesperadamente, pero teniendo en cuenta lo que quería decirle, no le parecía apropiado. Aun así, tomó aire y dijo, con voz tensa—: Has sido muy amable al enviarme las flores y la figurita, pero no deberías haberte molestado. No esperaba nada parecido.
—Ya sé que no lo esperabas —Essie estaba tensa como las cuerdas de un violín y la intuición le decía a Xavier que era fruto de algo más que de su habitual recelo. Tomó aire y decidió agarrar el toro por los cuernos—. ¿Qué te pasa, Essie?
—¿Por qué me mentiste? Me he enterado de que ya tienes un ático en Londres —lo acusó acaloradamente.
Así que era eso. Debería haberse imaginado que lo averiguaría. De hecho, se lo había imaginado. Pero no esperaba que lo hiciera tan pronto.
—No te he mentido —respondió fríamente.
—Sí, claro que me has mentido. La madre de Charlie sabe que tienes un apartamento en…
—No niego que tenga un apartamento en algún lugar —la interrumpió—, pero no te he mentido. Me he gastado una fortuna en hoteles y esa es la razón por la que me compré el apartamento. Sin embargo, no me gusta la vida en la ciudad, tal como te dije, y prefiero poder contar con un refugio como este para cuando lo necesite.
¿Un refugio para cuando lo necesitara? Essie no recordaba haber estado nunca tan enfadada. Había recibido todo tipo de calificativos en su momento, pero jamás nadie se había atrevido a considerarla un «refugio».
—¿Has vendido el ático? —le preguntó.
—No, no lo he vendido —le contestó, en un tono que indicaba que eso no era asunto suyo—. Es una excelente base de operaciones cuando estoy trabajando.
—¿Entonces por qué te has comprado esta casa? —como si no lo supiera, pensó con amargura. Quería poder disfrutar de cuando en cuando de su amante en aquel refugio. Aquello parecía una mala novela.
—Para relajarme —estaba intentando no perder la calma—. Todo el mundo necesita relajarse de vez en cuando, ¿es que no lo sabes?
—¡Relajarte! Supongo que te crees que he nacido ayer.
Por un momento, Xavier estuvo a punto de lanzarle una respuesta dura y cortante, pero vio su rostro, lo miró con atención, y advirtió el miedo y la desconfianza que Essie intentaba ocultar. Su expresión tuvo un extraño efecto en él. Un efecto que no se atrevía a analizar, pero que le decía que si no conseguía aliviar en ese momento la tensión, no tendría ninguna posibilidad de mantener una relación con Essie en el futuro.
Y la deseaba. Incluso en ese momento, en medio de aquella discusión, le bastaba mirarla para sentir que la sangre fluía por sus venas como un río de lava caliente.
—Me estás preguntando que por qué he comprado la casa y la clínica de Peter —dijo Xavier lentamente—, y creo que ya te he dado algunas de las razones. Aunque admito que ninguna de ellas es la más importante.
Se interrumpió. Era consciente de que Essie lo estaba mirando como un animal herido acorralado en una trampa, esperando que alguien lo atacara y dispuesto a morder y resistirse hasta la muerte.
—He comprado este lugar sobre todo por ti —alzó la mano al advertir que Essie pretendía hablar—. No, déjame terminar, por favor, Essie.
Vio que alzaba la barbilla con gesto de indignación, pero al menos permaneció en silencio.
—Crees que te deseo y tienes razón. Te deseo desde la primera vez que te vi, antes de saber siquiera como eras. Pero ahora que te conozco, te deseo mucho más —observaba el impacto que sus palabras tenían en aquellos hermosos ojos violeta—. Te seguí hasta aquí porque no conseguía apartarte de mi mente y quería averiguar por qué estabas tan enfadada —continuó—. Después descubrí que estabas a punto de perder tu trabajo y como consecuencia también tu casa.
—Y, por supuesto, estaba también el pobre Jamie —dijo Essie despectivamente, forzándose a ser sarcástica para disimular su confusión.
Xavier sonrió lentamente.
—No quiero acostarme con Jamie, Essie —dijo con una mueca burlona.
Vio que la joven abría los ojos como platos y reconoció en ellos el desprecio. Pero al instante regresó el recelo, un recelo más fuerte que el anterior, una coraza de desconfianza.
—¿Entonces vas a comprar la casa y la clínica y todo lo que puedas para acostarte conmigo? —lo sospechaba desde el principio, pero no por eso dejaba de resultarle incomprensible.
—Esa sería la guinda del pastel, pero no tiene por qué ocurrir —dijo Xavier—. No espero que renuncies a tus principios, si es eso lo que estás pensando. Me siento atraído por ti, me gustaría conocerte más y luego, si las cosas funcionan, quisiera que fuéramos algo más que amigos. Pero eso depende exclusivamente de ti. Nunca he forzado a una mujer a acostarse conmigo y no pienso empezar a hacerlo ahora.
Essie lo miró fijamente sin saber qué decir. Se humedeció los labios, consciente de que Xavier seguía su gesto con atención y consiguió decir:
—¿Continúas insistiendo en que esto no es un chantaje?
—Esa es una palabra muy fea.
—Este asunto también lo es.
—Essie, voy a decirte una cosa. Es algo que no tiene nada que ver con esta situación, no esencialmente por lo menos, pero podría explicar algunas cosas —señaló uno de los taburetes de la cocina mientras él se reclinaba contra una pared y hundía las manos en sus bolsillos.
Aquella pose tan natural realzaba su virilidad hasta tal punto que Essie se descubrió deseando abalanzarse sobre él. Las rodillas le temblaban de debilidad. Pero dispuesta a conservar ante todo la dignidad, consiguió sentarse en el taburete.
—Ya te hablé de mi madre. Dejó Inglaterra embarazada por un hombre que no era su marido. Era el mejor amigo de su marido y ese tipo no fue capaz de quedarse a su lado después de que naciera Natalie. Nuestro apellido se convirtió en sinónimo de mala vida y cuando violaron a Natalie, la policía prácticamente cerró los ojos. De tal madre, tal hija, respondieron cuando fui a denunciarlo. Un Grey era un Grey y ya no había nada más que hablar.
Essie se quedó mirándolo fijamente. No quería seguir escuchándolo. No quería que tuviera que decírselo, pero por el bien de Xavier, no por el suyo, y eso era lo que más la asustaba.
—Estuve trabajando desde los quince a los dieciocho años y comencé a ganar dinero, más dinero del que cualquier otro de mis compañeros podría esperar ganar cuando terminara sus estudios. Trabajaba veinticuatro horas al día si era necesario porque estaba decidido a hacer las cosas bien. Descubrí algo en lo que era bueno, ¿sabes lo que eso significa?
Essie asintió lentamente. Sí, lo sabía. Así se había sentido ella exactamente cuando había descubierto su pasión por la veterinaria.
—Y conocí a una chica —se volvió en ese punto. Fijó la mirada en la ventana, pero parecía no ver nada.
Essie se sentía repentinamente incómoda. Y eso la horrorizaba. No quería que le importara que Xavier hubiera querido a otra mujer, se dijo con vehemencia. Eso no tenía nada que ver con ella.
—Bueno, me imagino que no es correcto decir que conocí a Bobbie —continuó él con voz inexpresiva—, porque en realidad la conocía desde siempre. Era la hija del alcalde y tenía la misma edad que yo, pero ella había disfrutado de una infancia privilegiada —se interrumpió un instante—. Comenzamos a salir. Yo todavía era muy ingenuo en aquella época, pero sabía que no era el primer hombre con el que ella salía. No me importaba, estaba enamorado. Un buen día, ella me llevó a su casa para que conociera a sus padres.
Volvió a mirarla y se encogió ligeramente de hombros al explicarle:
—Fueron encantadores conmigo, hasta que se enteraron de cual era mi apellido. Entonces se pusieron hechos una furia. Los hermanos de Bobbie me sacaron al jardín y allí me dieron una paliza.
—¿Pero ella no intentó detenerlos? —susurró Essie suavemente—. ¿Y qué decían sus padres?
—Su padre era el que dirigía los golpes —dijo Xavier, con una nota de humor negro—. Me despidieron con el típico «no vuelvas a acercarte por aquí». A Bobbie no parecía importarle lo suficiente como para desafiarlos. Yo me decía que estaba asustada e intenté verla más veces, hasta que una de sus amigas me lo explicó: no pertenecía a una familia digna y ella no quería volver a verme otra vez.
—Oh, Xavier…
—Al cabo de dos meses sucedieron dos cosas importantes —continuó diciendo él—. Mi madre murió y yo tuve uno de esos golpes de suerte que llegan una sola vez en la vida y lo agarré con ambas manos. Antes de darme cuenta siquiera de lo que estaba pasando, había ganado mi primer millón y en la pequeña ciudad en la que me crié, eso era una gran noticia. Me convertí de pronto en un tipo al que todo el mundo quería conocer. Acababa de mudarme con Candy y un ama de llaves que vivía con nosotros a una casa nueva cuando Bobbie y su padre aparecieron por allí una noche.
Xavier sacudió lentamente la cabeza al recordarlo, antes de decir:
—Al parecer estaba embarazada y, según ellos, yo era el padre. No parecía importarles que no la hubiera visto desde hacía semanas.
—¿Y tú qué hiciste? —ella misma se dio cuenta de que era una pregunta estúpida. Conociendo a Xavier, sabía exactamente lo que habría hecho.
—Les dije que salieran inmediatamente de mi casa —parecía sentir satisfacción al recordarlo—. El padre de Bobbie tuvo un comportamiento repugnante. Me amenazó con destrozarme el futuro, él conocía a un montón de gente, si no me casaba con Bobbie.
—¿Y?
—Estuvo intentando chantajearme durante un par de semanas y a continuación llegó Bobbie, intentando probar suerte con argucias sentimentales. Cuando vieron que ninguna de las dos estrategias funcionaba, las cosas empeoraron. Fue repugnante. Yo conocía al tipo con el que Bobbie había estado saliendo. Acababa de terminar la carrera y sus padres estaban cargados de dinero.
—¿No había ninguna posibilidad de que el hijo fuera tuyo?
—No, al menos que se hubiera quedado embarazada con trece meses de retraso.
—¿Hiciste algo?
—¿Para demostrar mi inocencia, quieres decir? —preguntó con sarcasmo—. ¿Yo? ¿Xavier Grey? ¿Y quién demonios me habría creído? No, esperé y cuando nació el niño insistí en que le hicieran las pruebas de paternidad. Fue toda una experiencia —hizo una mueca—. Pero demostré que el hijo de Bobbie no era mío y me aseguré de que la noticia apareciera en la portada de los diarios locales. No seré yo el que niegue que el dinero reporta grandes ventajas —dijo con ironía.
La miró fijamente y continuó diciendo:
—Así que, confía en mí Essie. Aunque solo fuera por eso, jamás te haría chantaje, y menos para que te acuestes conmigo. Cuando lo consiga, será porque tú lo desees tanto como yo.
—¿Cuando lo consigas? —debería haber frialdad e indignación en su voz, así era como ella quería que sonara, pero su voz sonaba débil y temblorosa.
—Cuando te consiga —afirmó. E inmediatamente, caminó hasta ella y la abrazó. Deslizó un brazo por su cintura, instándola a estrecharse contra él.
El masculino aroma que Essie había evocado involuntariamente tantas veces la envolvió, encendiendo todos sus sentidos.
Xavier no la besó, tal como ella esperaba. La miró a los ojos con una intensidad que hacía imposible desviar la mirada.
—¿Y qué me dices de ti? —dijo suavemente—. Tú ya lo sabes todo sobre mí, pero yo no sé qué te ha llevado a convertirte en la mujer que eres.
—¿En la mujer que soy? —a Essie no le gustaba el rumbo que estaban tomando las cosas e intentó apartarse—. No sabes nada sobre mí.
—Quizá no sepa muchas cosas, pero sé que eres terriblemente hermosa —ella continuaba resistiéndose para escapar a su abrazo, pero él ignoraba su resistencia—, y tienes un cuerpo que volvería loco a cualquier hombre. También sé que tienes veintiocho años, estás soltera y adoras tu trabajo. Todo me parecería perfectamente normal si hubiera algún hombre en tu vida, o si lo hubiera habido durante estos años. Pero según la madre de Enoch, hace siglos que no tienes una cita, ¿por qué?
Malditos chismes familiares. Essie sabía que se había puesto completamente roja.
—Eso no tiene absolutamente nada que ver contigo.
—Ese tipo que te hizo daño… ¿de verdad era tan malo? —preguntó Xavier suavemente.
Aquello no podía continuar. Essie sabía que Xavier debía estar percibiendo la tensión que se enroscaba en cada una de sus células, pero no podía evitarlo. Su amabilidad le provocaba ganas de llorar.
—No es lo que tú piensas —dijo por fin, con la voz ligeramente temblorosa.
—No sabes lo que pienso. No tienes idea de las imágenes que conjura mi mente cada vez que pienso en lo que pudo hacerte ese canalla.
—No quiero hablar sobre ello —repuso Essie con voz firme.
—De acuerdo —respondió él, sorprendiéndola por completo. No esperaba convencerlo tan fácilmente—. No lo conozco, pero me entran ganas de matarlo por lo que te hizo. No sé si sabiéndolo, en un futuro te resultará más fácil o más difícil hablarme de lo que te ocurrió.
Alzó la cabeza y la miró a los ojos. Essie fue capaz de sostenerle la mirada durante algunos segundos.
El futuro. Hablaba como si tuvieran un futuro juntos, pensó Essie, golpeada por el pánico. Bajó entonces las pestañas, como si quisiera ocultar sus ojos, y dijo con voz ligeramente temblorosa:
—Tengo que marcharme. Tengo muchas cosas que hacer.
—Sé como te sientes.
Essie sintió sus labios, cálidos y firmes, contra su boca: Xavier volvía a besarla. Y en aquella ocasión, lo hacía lentamente, dejando caer una suave lluvia de besos por su rostro, desde su frente hasta la barbilla, hasta conseguir que la joven se relajara contra él.
El sedoso cabello de Essie olía a fruta y su piel era como la miel caliente. Intentar dominar el deseo era para Xavier una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida.
Pero Essie se merecía algo mejor que eso, se dijo con rígido control.
—Xavier —era Essie en ese momento la que lo estaba besando. Conservar en aquellas circunstancias el control, era más complicado todavía.
Xavier exploró la delicada línea de su cuello con los labios y la joven gimió suavemente. Acarició a continuación la suave plenitud de sus senos, y sintió endurecerse sus pezones bajo sus dedos mientras ella gemía de placer.
¿Habría sido ese tipo el primero?, se preguntó Xavier. Y deseó que la respuesta fuera negativa. Porque no le gustaría que la única experiencia sexual de Essie hubiera sido algo que había terminado tan mal, tan violentamente quizá. Apartó aquel pensamiento de su mente y la estrechó contra él, sintiendo todo su cuerpo contra el suyo. No le gustaba pensar que ningún otro hombre la había tocado. Era absurdo, completamente ilógico, le decía su cerebro.
Sus besos eran cada vez más profundos, más hambrientos. Essie se aferraba a él como si ya nunca fuera a soltarlo.
Ambos oyeron el chirrido de la puerta de atrás, seguido por el inconfundible silbido de Jamie. Por un instante, ninguno de ellos reaccionó, pero al final fue Essie la que lo apartó y se volvió a toda velocidad hacia el fregadero.
—Café —más que una palabra, parecía un graznido. Se aclaró la garganta y justo antes de que la puerta se abriera consiguió decir, con un poco más de coherencia—: Prepararé algo de café.
Se concentró en llenar la cafetera y en cuanto Jamie entró, fue capaz de devolverle su alegre saludo.
Xavier pronto se enfrascó en una conversación con Jamie. Essie lo escuchaba con cierto resentimiento, advirtiendo que su voz era tan firme y serena como habitualmente. Tampoco en su aspecto había nada que sugiriera que solo unos minutos antes se habían fundido en un apasionado abrazo y que la deseaba. Porque la deseaba: su cuerpo le había dado todas las pruebas que necesitaba sobre ello.
Aquel pensamiento la hizo sonrojarse y sintió un profundo alivio cuando el café comenzó salir. Pocos minutos después, salía dignamente de la cocina.
En cuanto estuvo en el vestíbulo, corrió hacia el guardarropa, se encerró allí y contempló en el espejo su reflejo.
Estaba resplandeciente. Los ojos le brillaban y los labios… Cerró los ojos un instante. Sus labios tenían el aspecto de haber sido besados.
No estaba preparada para una cosa así. De pronto, la alegría se desvaneció. Apoyó la cabeza contra el frío espejo y sintió el escozor de las lágrimas. No, no estaba preparada para algo así. No era el tipo de persona que podía lanzarse a una aventura sabiendo que no había ninguna posibilidad de que durara. Y aquello no iba a durar. Xavier nunca pretendería algo diferente.
Se mordió el labio, abrió los ojos y se lavó la cara con agua fría. Se la secó lentamente y se pasó los dedos por el pelo, intentando restaurar el orden de sus rizos. Después se sentó en la única silla del guardarropa, intentando pensar con sensatez.
No podía tener una aventura con Xavier y en el caso de que este le ofreciera algo más permanente, saldría huyendo despavorida, admitió. ¿Y por qué? Porque tenía miedo de comprometerse con un hombre otra vez. No confiaba en que las cosas pudieran permanecer ni en que él no tuviera intenciones ocultas. Ese era el fondo del problema. Lo cual la dejaba…
Frunció el ceño y se levantó bruscamente, irritada consigo misma, con Xavier y con el mundo en general. Aquello no solo era culpa de ella. Xavier no era un hombre al que fuera fácil olvidar, pero tener una aventura con él… Era imposible esperar nada más; de un hombre como él, lo único que cabía esperar era ser capaz de aprender a vivir tras el dolor de la separación. Y ella no quería eso. No quería volver a sufrir.
Pero Xavier iba a comprar la clínica y la situación cada vez era más peligrosa. Sacudió la cabeza. La única solución que se le ocurría era explicarle de una vez por todas cómo se sentía.
Eran las seis y media cuando Essie terminó la consulta y, tal como esperaba, Xavier todavía no había salido de la clínica. Jamie ya le había dicho que estaba reunido con Peter, ultimando los detalles de la venta y que Peter ya había puesto fecha a su salida de Inglaterra. Obviamente, aquella información no alivió en absoluto el pánico que durante toda la tarde había estado sacudiendo a Essie.
—¿Puedo llevarte a tu casa? —Xavier asomó la cabeza por la puerta de su consulta dos segundos después de que hubiera salido el último paciente.
—He traído mi coche, gracias. Siempre vengo en coche, por si surge alguna urgencia, aunque estén Peter o Jamie de guardia. Es conveniente que haya algo más que el viejo Mini de Peter y además…
Xavier interrumpió su incoherente balbuceo pronunciando su nombre en voz baja y profunda.
—No, no quiero que me lleves a casa —replicó Essie, con voz triste.
—¿Por qué?
—¿De verdad quieres saberlo?
Xavier asintió lentamente.
—De acuerdo —y empezó a explicarle, tal como había planeado previamente, cómo se sentía. Xavier la escuchó en silencio hasta que terminó.
—¿Y eso es todo?
Essie se quedó mirándolo fijamente, incapaz de adivinar lo que iba a suceder a continuación.
—Xavier, acabo de decirte que no quiero tener ningún tipo de relación contigo. Y no voy a cambiar de opinión. Si estás comprando esta clínica pensando que las cosas pueden llegar a ser diferentes, te equivocas.
—Estupendo —permanecía imperturbable—. En ese caso, solo seremos amigos.
—Los amigos no se besan como me has besado esta tarde…
—Exacto —le sonrió. Su boca emanaba aquel magnetismo capaz de poner todos los nervios de Essie en tensión—. Entonces no más besos.
Essie asintió con la cabeza.
—Es una pena. Una auténtica pena, pero si eso es lo que quieres…
—Eso es lo que quiero.
—Entonces seremos solo amigos y compañeros de trabajo.
—¿Compañeros de trabajo? —pestañeó sin comprender. ¿Por qué siempre tendría la sensación de que durante las conversaciones con Xavier, cada vez que daba un paso adelante, tenía que retroceder por lo menos dos?
—Obviamente, si Peter se va y tenemos que contratar a un veterinario nuevo y a otra administrativa, las cosas van a cambiar. Quiero convertir esta clínica en un negocio, pero no podré estar continuamente aquí para dirigirlo, de modo que necesitaré que alguien se encargue de hacerlo.
Essie pestañeó nuevamente.
—Y para poder explicarte mi propuesta —añadió suavemente—, me gustaría invitarte a cenar. Será una cena entre amigos, estaremos en un restaurante, rodeados de gente, si eso te hace sentirte más segura.
—¿Te refieres a esta noche? —preguntó Essie, haciendo un esfuerzo para parecer natural.
—Claro.
—De acuerdo —lo menos que podía hacer era escuchar lo que tenía que decirle, después de lo bien que él se había tomado su rechazo a mantener una relación más íntima con él—. Yo… nos veremos más tarde. ¿Dónde y a qué hora quedamos?
—¿No puedo ir a buscarte a tu casa, aunque sea como amigo?
Essie negó con la cabeza. Y odió la sonrisa de diversión de Xavier cuando este dijo:
—A las ocho y media entonces, en el hotel Willow Pond.
—Allí estaré —contestó, intentando imprimir energía a su voz.
—Estupendo —la presionó suavemente contra él, sintiendo al instante la reacción de su propio cuerpo—. Estaré esperándote.
—¿Van a ir Peter y Jamie?
—Creo que ya conoces la respuesta a esa pregunta —respondió Xavier, mirándola fijamente.
Sí, la conocía. De hecho, ni siquiera estaba del todo segura de por qué la había hecho. ¿Quizá porque no se fiaba de lo rápidamente que Xavier había aceptado su nuevo estatus?
—¿Pero se trata de una cena de trabajo? —lo presionó tenaz.
—Sí, es una cena de trabajo —Xavier inclinó la cabeza y acarició suavemente sus brazos—. Una cena de trabajo entre dos amigos que necesitan hablar en privado, ¿de acuerdo? —se volvió para encaminarse hacia la puerta. Antes de salir, miró hacia atrás y le explicó—. Por cierto, Essie, siempre me despido con un beso de mis amigas. Ya sabes, los canadienses somos muy amistosos.
—Eres el único canadiense que conozco —consiguió decir.
—¿De verdad?
Aquel hombre era increíblemente atractivo, pensó Essie. Atractivo, duro y tan seguro de sí mismo que resultaba aterrador. Después de todo lo que había pasado, el horror de la infancia y la lucha para amasar su fortuna, no era extraño que fuera un hombre duro. Pero también podía ser amable, delicado y maravillosamente tierno. Essie cerró de un portazo aquella peligrosa ruta de sus pensamientos y dijo con voz deliberadamente despreocupada:
—Creo que con uno es más que suficiente cuando ese uno es Xavier Grey.
—No sé por qué, pero tengo la sensación de que más que un cumplido, eso es una especie de insulto —dijo Xavier, arrastrando lentamente las palabras—. Pero no importa, algún día serás capaz de apreciar mis cualidades —y sin más, se marchó.