Me llamo Sean y tengo 21 años. Soy de Nueva York, pero vivo en Barcelona, España, desde hace seis meses. Estoy estudiando Literatura Castellana y tengo mucha suerte de poder disfrutar de esta experiencia en España. Pero a veces… me pasan cosas locas y divertidas como la que hoy os voy a explicar.
Llegué a España en marzo y me puse a vivir con unos chicos y chicas muy simpáticos, compartiendo con ellos un piso precioso en el centro de la ciudad. Es un placer poder vivir en el centro de una ciudad tan bonita. Todo está muy cerca, incluso la universidad. En esta casa vivimos cuatro compañeros de piso.
Sara es de Sevilla y tiene veintiséis años, estudia arquitectura. José es de Barcelona, tiene veinte años, estudia ingeniería y es un apasionado del fútbol. Por último está Andrea, una chica del sur de Francia. Sus padres son españoles, estudia publicidad y también es bailarina de flamenco. ¿No os parece que son increíbles? Nos llevamos todos muy bien y vivir con ellos es muy sencillo.
¿Conocéis Barcelona? Es una de las ciudades más grandes de España, y se encuentra en la zona noreste del país.
Es una ciudad que vive pegada al mar, por lo tanto tiene lo mejor de una gran ciudad (discotecas, grandes universidades, tiendas para ir de compras, restaurantes, museos…), pero también lo mejor de estar cerca de la playa en España (buen tiempo, el mar, cientos de playas preciosas…). Además, Barcelona está rodeada de montañas por todas partes y está muy cerca de los Pirineos, las montañas más altas de España donde puedes esquiar durante todo el invierno y parte de la primavera. Es un lugar para quedarse, ¿no os parece?
La primavera pasó rápidamente en Barcelona. Yo estaba muy ocupado estudiando y por las tardes jugaba al fútbol con José y su equipo. En España, el curso termina en el mes de junio. ¡Había aprobado todas mis asignaturas con muy buenas notas! Ahora, tenía todo el verano por delante, lleno de planes, al lado de la playa y con muchos amigos para pasármelo bien.
Además, en España en verano en todos los pueblos hay fiestas tradicionales y populares de las que siempre había oído hablar, aunque muchas eran muy raras y no las entendía muy bien… Mi amigo José me llamó un día de julio y me invitó a ir a una fiesta en un pueblo de Valencia que se iba a celebrar en agosto. Dijo que era seguramente la mejor fiesta en la que habría estado en mi vida, y que no podía faltar. Yo le pregunté: ¿por qué esa fiesta es tan espectacular? Y él… ¡no me dijo nada! Dijo que quería que fuera una sorpresa para mí, que sólo me iba a decir el nombre de la fiesta. La fiesta se llamaba… La tomatina.
Por supuesto que que había muchas páginas de internet y sitios donde yo habría podido buscar información sobre la misteriosa “ tomatina”, pero mi amigo me hizo prometerle que no buscaría nada. José compró dos billetes de autobús y los trajo a casa. Así fue como me enteré de que el pueblo al que íbamos a ir de fiesta se llamaba “Buñol”. ¡Por fin sabía algo más sobre la misteriosa fiesta de verano a la que iba a ir! Buñol era, sin embargo, un pueblo muy pequeño en medio de la provincia de Valencia. ¿Qué tipo de “gran” fiesta se podría hacer en un lugar tan pequeño? Seguía el misterio.
Una semana antes de la fiesta, Sara, mi compañera de piso, me había explicado lo que significaba “tomatina”. “Tomatina” era algo así como tomate pequeño. ¿Qué era entonces la fiesta? Una fiesta de un pueblo buscando el tomate más pequeño del mundo? ¡Qué lío! Como os podéis imaginar en aquel momento yo estaba deseando ir de fiesta, pero al mismo tiempo pensaba… ¿a dónde diablos estoy yendo?
El día de “La Tomatina” nos levantamos muy pronto…¡a las 3 de la mañana! Desayunamos muy rápido y nos fuimos corriendo a la estación de autobuses. Allí, había un montón de jóvenes estudiantes como nosotros, cientos y cientos, esperando autobuses para Buñol. Nos sentamos a esperar nuestro autobús y pude hablar con una chica de Francia.
Se llamaba Anne y me dijo que la Tomatina era la mejor fiesta a la que había ido en su vida. Y que este ¡era el tercer año seguido que viajaba a Buñol para estar allí el día de La Tomatina! Estuve hablando con Anne durante mucho rato. Ella no hablaba español y su inglés era muy raro –tenía un gracioso acento francés cuando hablaba en inglés - pero era muy simpática. Y también era guapísima, rubia, con la piel muy blanca y los ojos verdes. Sin embargo, tuvimos que dejar de hablar, porque su autobús era el número quince y el mío era el número ocho. ¡Qué lastima! ¿Verdad?
El autobús ya fue una gran fiesta. Estaba lleno a tope de gente joven con ganas de marcha. Todo el mundo iba cantando canciones (en español, yo no me enteraba de mucho, eran muy difíciles) y bebiendo sangría para evitar el calor que hacía ese día. Pero el viaje… ¡fue larguísimo! ¡Más de cinco horas para intentar llegar a la famosa Tomatina!
Por fin, llegamos a Buñol. ¡Allí había miles de personas! Todo el mundo estaba muy feliz, y muchos llevaban gafas para bucear, bañadores, pantalones cortos, sandalias, gorros impermeables… ¿Para qué eran todas esas cosas? Poco a poco, fuimos andando hasta llegar al centro del pueblo, donde ya casi no cabía nadie más. De repente, empezó a sonar una música, y la gente bailaba por todas partes. ¿Esto era la Tomatina? Pues no me parecía tan espectacular…
Me di cuenta de que la música procedía de unos enormes camiones. En los enormes camiones había gente, que tiraba algo a los que estaban en la calle. ¿Qué era? Era algo rojo y redondo… parecía… ¡eran tomates! En ese momento empecé a reirme un montón. Mi amigo José me dijo ¿qué te parece? ¡Yo no podía estar más feliz! Aquello era una locura, imagínatelo: miles de personas riendo, saltando, bailando y ¡tirándose tomates los unos a los otros! Poco a poco, todo se volvió rojo y todo el mundo se divertía un montón.
La Tomatina empezó pronto y ¡duró toda la mañana! Al terminar, yo estaba lleno de tomate de arriba a abajo, estaba rojo como si yo mismo fuera un tomate. Aunque no os lo creáis, es totalmente cierto. Sabéis qué es lo mejor de todo? Que al terminar todo, la gente sigue en las calles, la música no para y la fiesta sigue. Por eso, nos quedamos allí todo el día, comimos un plato típico de Valencia, paella, y bebimos una bebida típica, sangría.
Justo después de comer decidimos ir a dar una vuelta por el pueblo. Cuando llegamos a la plaza mayor llegó la última sorpresa del día… ¡Anne estaba allí! Nos acercamos y nos presentó a sus amigas. Entonces el baile de la fiesta empezó, y todos bailamos juntos y seguimos hablando. Nos divertimos mucho, y creo que aquel fue el comienzo de una gran amistad… Ahora Anne y yo vamos juntos a todas las fiestas y creo que muy pronto le pediré que salgamos juntos al cine algún día…Si todo va bien, la Tomatina será a partir de ahora algo más que una gran fiesta - será también un lugar para encontrar el amor. ¿Quién sabe?