La aventura de ir al cine por el mundo
¿Alguna vez has ido al cine lejos de tu casa? ¡No, en otra ciudad no es suficientemente lejos! Me refiero a ir al cine muy, muy, muy lejos de tu casa: a miles de kilómetros de distancia. Ir al cine en otro país es toda una experiencia. En especial, para amantes del celuloide, como yo mismo…
¡Uy! ¡Perdona! Que no me he presentado: Mi nombre es Antonio y tengo treinta años, Soy crítico de cine profesional, y escribo para periódicos, revistas, y de vez en cuando, para algún blog. El cine es mi pasión. Desde que tengo quince años, cuando vi un auténtico peliculón: “Star Wars, Episodio IV”. Vi esta película con uno de mis primos, más mayor que yo, y desde entonces, me enamoré del “séptimo arte”.
Aunque soy español, hace muchos años que no vivo en España. Mi mujer, Marisa, trabaja para una ONG llamada “Médicos Sin Fronteras”. Ella es médico. Gracias a su trabajo, hemos viajado por todo el mundo. A veces, nos encanta el país en el que nos toca vivir durante unos meses o años. Otras veces, son países un poco peligrosos y apenas podemos salir de casa. Marisa ama su trabajo, y yo amo el mío.
Hoy en día, gracias a Internet, yo puedo ver películas esté donde esté, en cualquier lugar. Así, los dos podemos vivir y disfrutar de nuestras pasiones. Una de las ventajas de haber vivido en tantos países, en casi todos los continentes (América del Sur, África, Oceanía, Asia...) es poder ver películas un poco… digamos… “raras” que no habría podido ver en España. No te puedes imaginar la cantidad de películas que se hacen, cada año, y no llegan a nuestras pantallas. ¡Hay miles de ellas! Lo mejor de haber vivido en lugares exóticos es haberlas podido ver. Bueno, y además de verlas, haberlas disfrutado en su contexto. Hay lugares en los que ir al cine es una verdadera y total aventura. ¿No os lo creéis? Pues tengo unas cuantas anécdotas e historias para demostrarlo.
Hace unos ocho años Marisa y yo nos fuimos a nuestro primer destino: La India. Allí, llegamos a un pequeño pueblo en la ladera de una montaña donde la ONG empezaba a trabajar. La misión de Marisa era ayudar a las mujeres del pueblo a mantener una mejor salud e higiene femenina y en el hogar. Mi misión, al principio, arreglar la pequeña y húmeda casa que nos habían dado para vivir. Recuerdo que a las dos semanas comencé a recibir películas del festival de Cannes para ver y escribir críticas. Algunas películas de amor, un par de acción, y algún documental muy interesante. Pronto todo el pueblo sabía que yo era el experto en cine.
Y un día, el alcalde del lugar me invitó al “cine” del pueblo. El cine del pueblo se montaba cada mes en un pequeño establo, cuando el tiempo lo permitía. Casi siempre repetían las películas durante dos o tres meses seguidos, pero tuve suerte y para mi primera vez, tocó un auténtico estreno de Bollywood. Aquella noche todo el pueblo estaba allí, deseando ver al “extranjero” que “amaba Bollywood”. ¡Qué vergüenza! Aquella gente ni sospechaba que yo no iba a entender “ni papa” de aquella película…
Cuando se hizo de noche, comenzó la película. Al principio, me sorprendió mucho porque… ¡todo el mundo seguía hablando sin parar! La gente comentaba cada detalle de la película: si los personajes les gustaban, aplaudían, si no les gustaban, les abucheaban. Muy pronto vi que aquella película era un drama con amor, humor y mucha música. En occidente habría sido un musical del más puro estilo de “Los Miserables”. En La India, era una fiesta no sólo en la pantalla, sino también para aquel pueblo. De repente, giré la cabeza a la derecha y ¡me caí de la silla del susto! A treinta centímetros de mí tenía una vaca, tumbada, que también estaba viendo la película. Aquello era una locura, pero en La India, la vaca es un animal sagrado, y respetan todas sus decisiones y gustos, incluso el de ir al cine.
Un par de años después, Marisa recibió un nuevo destino. Esta vez, viviríamos en Mozambique, en África. Una de sus compañeras había enfermado y tendría que sustituirla por tan sólo unos meses. Aquel lugar era aún más pobre que el pueblo de la India. Sin embargo, la gente era muy feliz, amable, trabajadora y acogedora. El cine allí era un auténtico lujo, y la conexión a Internet, también, asi que durante esos meses me dediqué a leer libros sobre cine. Aprendí muchas cosas nuevas.
A los tres meses de estar allí, llegó al pueblo una especie de circo ambulante para celebrar una de las fiestas de la comunidad. ¿Lo adivinas? ¡Tenían un cine! Bueno, más bien, un proyector y una pantalla (que habían visto años mejores…) Sin embargo, al llegar la noche, ¡todo funcionaba perfectamente! Esta vez, la película era un viejo título de acción de Hollywood, que en el resto del mundo, había sido un estreno unos dos o tres años antes. En esta ocasión, las estrellas eran nuestras compañeras, ya que el cine era totalmente al aire libre, a las afueras del pueblo. Las estrellas, y mucho más, porque había todo tipo de ruidos de animales, insectos… la naturaleza, en general, acompañaba la proyección Justo en mitad de la película, en la oscuridad, empezamos a ver algunos movimientos. Al mismo tiempo, se oía un ruido como de fuertes tambores… ¿tambores? ¡En absoluto! Un enorme elefante, gigantesco y salvaje, apareció por allí para darnos las buenas noches… ¡y de nuevo un buen susto! En este caso, no fui yo el único en asustarste: todo el público salió corriendo de camino a sus casas. Poco después me enteré de que los elefantes tienen épocas de gran actividad nocturna, viajando para encontrar comida y agua. Yo desde entonces, no he vuelto a ir a un cine tan “salvaje”.
Como véis, ir al cine por el mundo puede ser toda una aventura en sí misma. En otros lugares, como algunas zonas de China, en lugar de palomitas los films se acompañan con insectos fritos para picotear. En España, la gran mayoría de las películas incluyen doblaje, por lo que pocas veces se escuchan las voces originales de los actores. Estas y muchas otras anécdotas, puedes descrubrirlas si… ¡vas al cine en todo el mundo!