Acto tercero,
Zombay surgió de entre la niebla. Rownie la miró. Nunca antes había salido de la ciudad. Nunca la había visto desde afuera. Nunca hasta ese momento había llegado a Zombay.
Las luces ardían en la oscuridad neblinosa. Constelaciones de faroles y velas brillaban en ventanas innumerables. Los faroles callejeros, escasos en el Lado Sur y abundantes en el Lado Norte, arrojaban su cálida luz sobre el pavimento helado.
La torre del reloj relucía en lo alto. Una luna de cristal marcaba los segundos a lo largo del vidrio emplomado en cada fase, iluminada por detrás con lámparas, servía de faro para las barcas que por la noche navegaban bajo el puente del camino del Violín.
Semele los condujo por el Lado Sur, entre la mezcla de edificios construidos uno sobre otro. Las casas se proyectaban en ángulos extraños, ancladas con cadenas de acero o apuntaladas con tablones clavados en los ladrillos para evitar que cayeran de lado.
Todo ese desorden parecía inclinarse sobre ellos.
Rownie comenzó a respirar con más libertad. Se llenó los pulmones de polvo del Lado Sur y fue reconfortante. Era su hogar. Como fuera, siguió atento a descubrir cualquier rastro de la choza de Graba, pues sabía que podría estar en cualquier parte.
Pezuñas mecánicas golpeaban el camino a intervalos regulares. Algunos faroles solitarios iluminaban ambos lados de la calle.
—¿Estamos cerca de la calle Préstamo? —preguntó Semele—. Creo que sí, pero quisiera estar segura.
—La estamos cruzando ahora —respondió Rownie.
Semele tiró de las riendas hacia el lado izquierdo y Horacio dio una vuelta precisa en esa dirección. La carreta casi se volteó. Rownie se aferró al asiento para evitar ser lanzado y por poco sale volando cuando la carreta se enderezó sobre sus cuatro ruedas con un crujido. En el interior, Tomás y Essa gruñeron.
—Gracias —dijo Semele despreocupadamente—. Sí, no falta mucho para llegar.
Rownie examinó las calles y avenidas familiares, tratando de adivinar cuál sería su destino.
—¿Hacia dónde vamos? —preguntó.
—A casa. No es poca cosa que te mostremos nuestro hogar y te invitemos a quedarte con nosotros. No es algo que hagamos con frecuencia —respondió Semele mientras conducía por la entrada al puente del camino del Violín.
Recorrieron la mitad del puente, después Semele tiró de las riendas y detuvo la carreta con una maniobra abrupta.
—No escucho ruedas ni pisadas en ninguna dirección, pero hazme el favor de mirar si hay alguien cerca, alguien que pueda vernos —dijo.
Rownie miró. Sólo vio niebla y el camino desierto. Las ventanas de los talleres y las casas en ambos lados del puente estaban cerradas y oscuras. Era muy tarde. El camino del Violín dormía.
—No veo a nadie —informó.
—Eso es bueno —dijo Semele.
Condujo la carreta a un pequeño callejón en el lado de río arriba. Después dio la vuelta y se detuvo frente a una pared nada interesante.
—Por favor, abre las puertas del establo —le pidió a Rownie.
—No veo ninguna puerta de establo —dijo mirando la pared frente a ellos.
—Te invito a que las veas —sugirió Semele, y él las vio y no se pudo explicar cómo fue que no las había descubierto la primera vez.
Rownie bajó de la carreta, empujó las dos puertas altas y las abrió de par en par. Semele metió la carreta y Rownie cerró tras ellos. La única luz que había era el brillo naranja del carbón de la barriga de la mula. Rownie no pudo ver más que paredes de piedra y paja vieja. Essa salió tambaleándose de la parte de atrás de la carreta.
—En casa —dijo—. Por aquí hay una cama que no es una hamaca y voy a buscarla.
—No tan rápido, no tan rápido —dijo Tomás desde el interior de la carreta—. Tenemos que colocar las máscaras en su lugar. El resto de las cosas puede esperar a mañana, pero las máscaras deben ser atendidas antes de que nadie se retire a su cama y sus mantas. Por favor, enséñale al chico dónde van sus máscaras.
Essa subió a la carreta de nuevo y salió con un montón de máscaras. El zorro estaba entre ellas, así como el gigante que Rownie usó brevemente en el escenario.
—Ten —dijo Essa—. Toma estas dos y sígueme.
Rownie tomó la del gigante y la del zorro, una en cada mano. Essa sostenía la máscara de la princesa y la del héroe y algunas más. También la media máscara que Patch había usado esa mañana. A Rownie le parecía que había pasado mucho tiempo, años y siglos. Desde entonces muchas cosas habían sucedido.
Siguió a Essa a través de un pasillo hasta una escalera de hierro que llevaba hacia arriba o hacia abajo.
—¡Por aquí! —dijo Essa, desde algún lugar en las alturas.
—¿Qué hay abajo? —preguntó Rownie.
Estaban en el camino del Violín y Rownie no creía que un puente tuviera escaleras hacia abajo.
—Barracas —dijo Essa—, hasta el fondo del pilote principal. La gente montaba vigilancia por los piratas y cosas por el estilo, pero ahora no les importa. Algunas partes del puente todavía tienen ventanitas alargadas y delgadas para disparar cosas desde allí.
Rownie oyó el ruido de engranajes girando. Casi podía oír las piernas de Graba en el sonido. Casi podía verla en la penumbra. Casi sentía cómo abría y cerraba sus garras en la cercanía. Estaba enfadado con Graba por sus maldiciones y sus pájaros, por haber hecho caer a Patch hasta el fondo, y estaba enojado por tener miedo y molesto por haber hecho que Graba se enfadara con él. Apartó todos esos sentimientos en un pequeño terrón de arcilla en su pecho y luego trató de ignorarlo.
La escalera llevaba a un espacio amplio y alto. Resortes y engranajes, pesas y péndulos ocupaban el área central, girando lentamente e intercalándose. Cajas y un desorden de telas y tablas cubrían el suelo. Rownie vio roperos abiertos llenos de disfraces, una mesa de trabajo con todo tipo de herramientas y algunos libreros. Eso era tan asombroso como todo lo demás. Rownie nunca había visto tantos libros juntos.
En las alturas ardían faroles, iluminando enormes círculos de vidrio emplomado empotrados en las cuatro paredes. Cada círculo mostraba la vista de una ciudad con sus edificios y una media luna gris. La visión le era familiar, pero ahora Rownie la miraba desde el interior. Se quedó mirando con la boca abierta y ni siquiera se dio cuenta.
Estaba dentro de la torre del reloj.