Cuando Breaking Bad se acercaba a su recta final y sólo le quedaban unas pocas entregas, su creador, Vince Gilligan, y los productores de la serie en Sony Pictures recibieron una oferta de 75 millones de dólares para hacer tres episodios más. Una cifra exorbitante comparada con los beneficios que había generado la serie hasta entonces: la propuesta era de 25 millones por cada episodio cuando durante los cinco años en emisión habían ganado 200.000 dólares por entrega. Y la oferta venía de un hombre que no bromea con los negocios: Jeffrey Katzenberg, presidente de DreamWorks, que quería dividir los tres episodios nuevos en fragmentos de seis minutos que planeaba ofrecer a la audiencia a través de un servicio en streaming de pago (iba a sacar un rendimiento brutal a la serie en su momento de máxima popularidad). Pero los creadores de Breaking Bad no aceptaron. Tenían muy claro dónde acababa la ficción y el camino que debía recorrer Walter White, y no lo querían cambiar. Rechazaron un trato que habría tenido beneficios millonarios.
Este mismo compromiso es el que se encuentra detrás de Better Call Saul, una nueva serie en forma de spin-off que expande el universo creado en Breaking Bad, pero que evita a toda costa tocar el legado dejado por la serie madre. De aquí que ni Walter White ni Jesse Pinkman aparezcan en la nueva serie. Los dos personajes ya terminaron su trayectoria en Breaking Bad. Y también por este motivo se ha elegido como protagonista a un personaje tan poco desarrollado en la serie original como Saul Goodman. El abogado experto en la defensa de delincuentes sin remedio se introdujo en Breaking Bad durante su segunda temporada con la función de ser un contrapunto cómico a las tramas dramáticas de los dos protagonistas. Y por esta razón, a pesar de ser un favorito del público (sobre todo gracias al genial trabajo del actor Bob Odenkirk), no sabemos prácticamente nada de él, excepto su falta de escrúpulos y su capacidad para salvar su propio pellejo. Es una hoja en blanco para los guionistas de Breaking Bad, una página donde puede escribirse un buen relato sin influir necesariamente en el anterior.
Better Call Saul nos propone un viaje al pasado, hacia los orígenes del personaje, seis años antes de que conociera a Walter White. Entonces ni siquiera utilizaba el nombre de Saul (un pseudónimo) y se presentaba con su nombre real, Jimmy McGill. Su carrera como abogado es más bien un desastre. Apenas llega a fin de mes y las facturas sin pagar se acumulan en la mesita de noche. Pero todo cambiará en el momento en que se cruce con otros personajes que lo llevarán a una transformación. De Jimmy a Saul. La serie narra esta evolución en un arco argumental similar al que llevó de Walter a Heisenberg en Breaking Bad.
El spin-off tiene el mismo tema central (las dificultades económicas que llevan a las buenas personas por el mal camino), pero el tono es más ligero, estando más cerca de la comedia que del drama, y siendo consciente de que lo que quiere ser es un complemento a Breaking Bad, no una serie que la supere. Este es su principal mérito como spin-off, que sabe que su objetivo es sumar, formar parte de algo mucho más grande. Los numerosos guiños a Breaking Bad, incluida la presencia de viejos conocidos, forman parte de la voluntad de Better Call Saul de expandir sin estropear. Y es así como un spin-off logra meterse al público en el bolsillo.