En un pequeño pueblo francés, a alguien se le ocurre que la mejor manera de esconder un cadáver es descuartizarlo e introducir los fragmentos del cuerpo por el conducto rectal de una vaca. Con este punto de partida no me dirás que no quieres seguir leyendo lo que viene a continuación. La misma treta sirve al cineasta Bruno Dumont para que los espectadores se queden enganchados a la miniserie P’tit Quinquin. La idea de un individuo presionando trozos de un cadáver por la obertura de un ano vacuno es suficiente para generar una sensación de perplejidad e incredulidad que sólo puede resolverse si uno continúa atento. No todo es lo que parece... y pronto iremos descubriendo lo que ha ocurrido, pero la ficción es lo bastante hábil como para cambiar la estupefacción ante la premisa inicial por la estupefacción de ver cómo los agentes enviados a resolver el caso son incluso más surrealistas que el asunto del muerto y de la vaca. Y son los primeros de una larga lista de secundarios excéntricos e hilarantes. Pues a pesar de todo, P’tit Quinquin es una comedia.
Con su bigote en perpetuo movimiento y más tics de los que serían recomendables en cualquier rostro, el bueno del comandante Van der Weyden y su ayudante, Carpentier, recorren el pueblo, intentando encontrar al culpable y, entre pista y pista, conociendo a los habitantes de la localidad, que son el corazón de esta miniserie de cuatro episodios. Entre ellos destaca Quinquin, el preadolescente gamberro que da nombre a la ficción y para el que la investigación de los dos detectives supone una novedad que le ayuda a combatir el tedioso aburrimiento de sus vacaciones de verano, que transcurren entre lanzamientos de petardos a turistas que visitan la zona y besos tiernos a un primer amor al que protege con recelo. Pedaleando por la localidad, Quinquin y sus amigos serán testigos directos de las peripecias de los dos agentes, que intentan sacar información a unos vecinos que sufren de un curioso mutismo ante las preguntas sobre el caso.
P’tit Quinquin une lo criminal y lo surrealista, lo trágico y lo cómico, en una mezcla muy divertida cuando uno entra en el juego. Bruno Dumont rompe de forma consciente los tópicos del género policíaco para darles la vuelta y ponerlos en evidencia (no hay que perderse la autopsia de la pobre vaca) y, en consecuencia, sigue los esquemas del género, descartando sospechosos como si fuera un whodunnit tradicional. Eso sí, el director no tiene intención de resolver la trama de forma convencional. En realidad, su único objetivo es divertirse y dar un cambio de registro respecto a sus trabajos en el cine. Y es que Bruno Dumont es un exponente del actual cine arte francés, conocido por filmes complejos como L’Humanité y Flandes (ambos ganadores del Grand Prix en Cannes). Pero a pesar del giro hacia la comedia, no ha renunciado a algunos de los elementos habituales de su filmografía, como el uso de actores locales y sin experiencia, el interés por el tema de la maldad inherente a la condición humana o los escenarios de Nord-Pas de Calais, donde nació y creció el director. Sin embargo, esto no quita que P’tit Quinquin sea una rareza, una incursión inédita del cine de autor europeo intelectual en un espacio tradicionalmente comercial como la televisión que acabó siendo considerada la mejor producción del año 2014 por la prestigiosa revista Cahiers du Cinema, por encima de películas de directores como David Cronenberg, Lars von Trier, Christopher Nolan o Richard Linklater.