Todavía no he superado que AMC decidiera cancelar esta obra maestra que durante una temporada decidió ignorar las reglas básicas de la ficción de consumo rápido para imponer su propio ritmo, prácticamente antitelevisivo, y para construir una conspiración gubernamental que, llámame paranoico, parecía demasiado real como para que pudiera permanecer en antena. Rubicon quería indagar en la verdad, algo que no abunda precisamente en la pequeña pantalla, y mostrar al espectador los círculos de poder que deciden el rumbo del mundo y toman decisiones que luego vamos a ver en los informativos: qué país va a ser atacado y cómo crear los motivos para hacerlo, con qué dictador hay que negociar para proteger los intereses de unos pocos y quién va a ser el próximo enemigo de un país. Todo se firma y se ejecuta a partir de los datos e informes que se conciben en un despacho donde un grupo de expertos analistas tratan de anticiparse a los movimientos de la política internacional. Ellos son los protagonistas de Rubicon: individuos de unas capacidades intelectuales extraordinarias que creen estar sirviendo a Estados Unidos para que el país pueda protegerse de posibles enemigos. Pero uno de estos analistas, Will Travers ( James Badge Dale, al que ya vimos en 24 y en The Pacific), pronto descubrirá que en realidad están alimentando a un monstruo compuesto por hombres poderosos que tienen una agenda propia que nada tiene que ver con su país.
La extraña muerte de su jefe y amigo de confianza tras uno de sus informes es el suceso que lleva a Will Travers a empezar a observar a su alrededor con suspicacia. A pesar de que le ofrecen un ascenso y obtiene un cargo mejor, el personaje se pregunta si no estará participando de algún modo en una conspiración de la que no puede ver los hilos, si no es en realidad el peón de una partida que otros juegan por encima de él. Estas ideas, unidas a la tristeza de Will desde que perdió a su mujer en los atentados del once de septiembre, marcan el tono de una serie que se toma su tiempo para explorar cada una de sus capas.
Rubicon es, efectivamente, una serie lenta y sin efectismos, lo que la convierte en un producto para minorías. Contrariamente a lo que sucede con otras series de su género, en las que abundan las traiciones, los secretos desvelados en el último minuto y las explosiones, Rubicon apuesta por un realismo prácticamente extremo, con escenas en las que no sucede nada o muy poco, lo que confiere a la serie una sensación de verdad muy efectiva.
Rubicon es también una serie valiente que apunta hacia arriba a la hora de buscar explicaciones. A medida que el espectador avanza, se ve atrapado en una red de intereses que no es muy difícil suponer que existe también en la vida real. No son pocos los que argumentan que este interés por destapar lo indestapable, por alentar el espíritu crítico en el espectador, fue lo que llevó a AMC a no renovarla para una segunda temporada. La decisión no tuvo lógica, sobre todo teniendo en cuenta que sus cifras de audiencia, que se encontraban en torno al millón de espectadores, eran las propias de un canal por cable que, además, empezaba a dar sus primeros pasos en la ficción propia. Pero la decisión de no renovar fue firme y Jason Horwitch, creador de la serie, no pudo seguir con una trama que acabó con un cliffhanger. El misterio de Rubicon se quedó sin resolver, con un amargo final abierto y la sensación de haber sido vencidos.