Cuando no puedes apartar los ojos de la pantalla, es cuando te das cuenta de que estás viendo una serie en mayúsculas. Y con True Detective no sólo me quedé petrificado frente al televisor, sino que juraría que no parpadeé durante las ocho horas que duró su primera temporada. Ojos abiertos, como los de un psicópata, para seguir la narración de otro posible psicópata. Rust Cohle mira a cámara con un cigarrillo en los dedos y unas latas de cerveza sobre la mesa, y tú lo observas atento porque no puedes hacer nada más ante el talento que despliega un Matthew McConaughey, que arrastra las palabras de cada frase y hace literalmente lo que quiere con sus dos entrevistadores, y por extensión con la audiencia, convertida en una víctima de su ejercicio de magnetismo.
Cuando un actor está en estado de gracia, basta con darle un personaje complejo que tenga monólogos para enmarcar y dejarlo que se luzca como quiera. En True Detective le han puesto ante una cámara, y él ha construido un personaje críptico, perturbador y asocial que sería el sospechoso de cualquier crimen. En el lado opuesto tenemos al personaje de Woody Harrelson, que es un individuo afable, familiar y social, que cae bien a la primera. Ellos son Rust y Marty, unos agentes de policía que resolvieron juntos un crimen hace diecisiete años. Ahora ambos explican los hechos por separado en lo que es una reconstrucción subjetiva de lo que ocurrió. Los dos mirando a cámara. Los dos saldando cuentas.
La estructura de la entrevista en True Detective genera así dos relatos diferentes que pueden ponerse en duda mutuamente y que invitan al espectador a coger con pinzas cada una de las palabras que pronuncian los dos detectives. Al mismo tiempo, da libertad a los actores para hacer que sus personajes entren en casa de la audiencia. Te hablan directamente a los ojos, y relatan lo que aconteció. Depende del espectador creer la versión de cada uno y atar cabos entre lo que explican y la situación en el presente. Hay un motivo por el que se les está entrevistando, y también un motivo que explica por qué los tienen por separado.
Para rellenar huecos tienes que adentrarte literalmente en el corazón de las tinieblas y acompañar a los personajes en una investigación que transformó sus vidas. A pesar de que True Detective es, en esencia, una serie policíaca y que su inspiración se halla en las series criminales nórdicas, no duda en entrar en lo sobrenatural, introduciendo elementos casi fantásticos a través de referencias literarias a autores del horror cósmico como Thomas Ligotti (que es una influencia clara en los monólogos), Robert W. Chambers o Ambrose Bierce (con menciones a El Rey de amarillo y Carcosa). De este modo, el guionista Nic Pizzolatto construye una mitología que va tomando cuerpo a medida que avanza el caso.
La habilidad del director Cary Fukunaga (que, dicho sea de paso, se marca un plano secuencia espectacular que le valió un premio Emmy) para recrear atmósferas tenebrosas acaba por dar alas al diablo que espera agazapado en las entrañas de True Detective. Esperando que no le coja en la penumbra una mano fría, el espectador va dando vueltas de un lugar a otro, entre cuernos de alce y símbolos satánicos, esperando dar caza al autor de un asesinato que, prepárate para el escalofrío, está basado en un caso real que ocurrió en Luisiana en el año 2005. Cuando acabes de ver la primera temporada y estés libre de spoilers, busca las siguientes palabras en Google: «Hosanna Church Lamonica.»