bolita10
ÚLTIMA HORA

NOTICIA DE ULTIMA hora: se acabó la semana de receso, se me acabó el tiempo… ¡y nunca comencé el maldito libro!

Estaba perdido y me sentía más solo que nunca. Solo como un champiñón, solito como una cebolla en el plato… solo y derrotado. Había echado a perder mi vida.

¿En dónde estaban mi primo Fredo (el genio magnífico), el gordo Miguel (mi mejor súper superamigo), Isa (la horrible y vengativa Torre de Isa), mi tía Marga (mi dulce algodón de azúcar), incluso la bruja del veintiuno (mi último verdugo)…? ¿Quién podría ahora ayudarme?

Nadie en esta hora de desgracia. Estaba solo de verdad. El comandante L4A abandonado en medio de la inmensa nada del espacio sideral.

Fue entonces cuando lo vi, al culpable de todo. A pesar del estado lamentable en que estaba después de pasar por mis manos, mamá lo había dejado allí en mi cuarto, otra vez, como diciéndome que al fin de cuentas, ahora me pertenecía.

Estaba sobre la silla que antes ocupaba la videoconsola, asomando una punta un poco doblada debajo de mi ropa sucia, con cara de inocente, como si no supiera nada de lo sucedido. No había estallado jamás, pero su tic-tac se había detenido definitivamente. Aunque nunca hubo invasiones extraterrestres ni nada semejante, sentía como si el comandante L4A hubiera perdido la batalla final contra esa cosa alienígena en una guerra que no sabía cuándo había acontecido. Pequeño, plano, rectangular y sin mucha gracia, no había servido ni siquiera para leer, pero venía a ser como la prueba reina de mi derrota.

Me acerqué, lo tomé en mis manos y lo examiné con cuidado. Este trozo de la historia de mamá había llegado a mi vida hacía pocos días, y había estado fastidiándome, sin hacer nada. ¡Tanto alboroto por esta cosa! ¿Era posible que este objeto tan insignificante para mí me hubiera arruinado la semana entera? Al parecer, sí era posible. Y me había vencido al final. No tenía salvación, no había plan B, ni C. Todo parecía indicar que había perdido, también esta vez.

Pero esta vez sí, definitivamente.

Quería llorar.

Arrojé el libro sobre mi escritorio con deseos de que desapareciera para siempre, y entonces de su interior resbaló un pequeño sobre de color violeta. Se trataba de un sobre pequeñito, como de mentiras, para jugar. Lo recogí con curiosidad y un aroma de otro tiempo llegó hasta mi nariz, un olor dulce y vivo, de mango azucarado.

De su interior saqué un papel, también violeta, doblado por la mitad. El mensaje estaba adornado con una especie de flor en forma de corazón, un corazón con pétalos de colores luminosos. Al instante reconocí la letra. Era redondita y perfecta, pareja, delicada, como suspendida en el aire de la hoja por cables invisibles. Esta vez lo leí. Decía:

Hola, Lore:

Este mensaje es para que lo leas, es muy cortito. Solo quiero decirte tres cosas:

A. Primero, gracias por el libro. Lo leí.

B. No te lo voy a contar. Aunque quisiera.

C. La historia es linda y tu papá tenía razón: las historias de todos los libros tienen que ver con nuestra historia.

Piénsalo.

Tu amiga que te quiere mucho, I.

¡Caramba!, me dije, dándome un golpe en el pecho, esta Isa no solo es telepática, sino también adivina. De repente, con ese mensaje me daba cuenta de que era la única persona que había venido en mi ayuda, y también de que era la única que me comprendía a la perfección. Además, aunque no lo decía claramente, parecía conocerme mejor que cualquiera.

Volví a leer su mensaje, punto por punto. Sentía que Isa estaba allí conmigo, que era como si me hablara al oído con su voz delgadísima, de ratoncita chillona, la voz más dulce que había escuchado en mi vida. Mientras leía, algo dentro de mí, por allá en el fondo, se empezó a mover como un elefante desperezándose.

¿No dicen acaso que en la puerta del horno se quema el pan?, pues en la puerta del horno también se puede salvar, como pasa en esas películas en las que al final, de manera inesperada, algo sucede que hace que el héroe se salga con la suya. Pues ahora también podía ser.

«¡Qué demonios! —me dije tomando el libro—, a ver, qué tanto tienes que decir…». Sin darle más vueltas agucé los ojos y leí su título, palabra por palabra. Era una verdadera tontería, pero debo confesar que ahora hasta me parecía curioso. Luego observé la ilustración de colores. Creo que era algo divertida, como si contara una historia aunque permaneciera inmóvil.

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Con el valor galáctico que exige cualquier misión, abrí la primera página y leí entonces las palabras que papá había escrito a mamá hacía tiempo. Eran frases simples y bonitas, pero había algo más que, gracias a las palabras de Isa, solo ahora notaba: si, como decía papá a mamá, esa historia tenía que ver con su historia… su propia historia de amor, seguro que también tenía que ver con mi propia historia. y en ese instante las hojas del libro se abrieron como un abanico y su viento extraño me acarició la cara.

No era una alimaña lo que de allí escapaba sino una especie de secreto, un misterio escondido, una verdadera revelación. De pronto, sentía que no me importaba nada de lo que me había sucedido en primero, ni en segundo, ni en tercero, ni siquiera lo que había ocurrido en esta última semana de receso.

Fui a la última página, me di cuenta de que tampoco me importaba el número, podían ser mil páginas y no me importaba en lo absoluto. Daba igual. Al fin y al cabo, solo se trataba de hacer esto, me dije, abrir el libro. Sería como entrar a un nivel especial de Crash GALAXY, pero en la vida real.

Entonces encendí los motores de mi nave sideral, establecí coordenadas, ajusté los controles, pedí al Comando Central autorización para despegar, y el fuego de mis propulsores iluminó la habitación.

Y leí.

Hasta el final.