La hendidura

Me siento en la orilla de la cama, con las piernas subidas en ella, tenues sonrisas se esbozan en mi rostro mientras veo todas mis viejas fotografías. Con las mangas de la blusa hasta los codos, me sumerjo en mis viejos recuerdos. Brevemente sostengo en la mano cada recuerdo antes de dejarlo caer sobre la pila que se forma sobre mi falda, para después buscar el siguiente momento de felicidad que recordaré. Cada fotografía evoca sentimientos que hace mucho tiempo se han ido, pero permanecen arraigados en mí. No sé con certeza qué es lo que motiva este repentino viaje a mi pasado, pero siento la necesidad de detenerme y mirar hacia atrás.

Conforme continúo reviviendo los recuerdos no puedo evitar percatarme de una fotografía en particular que se oculta en lo más profundo de la caja. La rescato del océano de imágenes y la sostengo en la mano. A primera vista, la fotografía es encantadora. El sol brilla sin que pueda observarse una sola nube sobre la brillante bóveda azul que se extiende sobre mi cabeza. Me veo sentada con mi brazo rodeando a una chica de mirada feliz, su brazo descansa sobre mis hombros. Al concentrarme en el rostro de la persona, la cálida sonrisa que cubre mi rostro es sustituida por un inquietante gesto de enfado. Es Amy Soule, alguien que fue mi mejor amiga. Una punzada de pesar me recorre y percibo la familiar sensación de una garganta que se cierra.

No estoy segura de cuándo o cómo empezó el declive de nuestra amistad, pero fue por algo trivial. Una pequeña grieta que surgió durante una torpe adolescencia y que lamentablemente fue ignorada. Inició con simples diferencias de intereses. Ella quería ir al centro comercial y buscar chicos, mientras que yo deseaba pasar la tarde viendo películas antiguas y chismeando. De repente las actividades extraescolares consumieron el tiempo que solíamos pasar juntas y durante los fines de semana cada una hacía otras cosas. Muy pronto, la única ocasión en que la veía era entre clases cuando intercambiábamos un rápido saludo en los concurridos pasillos de la escuela. Cuán distinto de aquellas conversaciones en susurro detrás de la puerta semiabierta del casillero cada vez que era posible. No más notas enviadas a espaldas del maestro, y el recibo telefónico en casa de mis padres disminuyó considerablemente. Ella encontró otro grupo de amigos, y lo mismo me sucedió a mí. Antes de que yo tuviera la oportunidad de resanar la grieta entre nosotras, ella se alejó de mí, ocasionando que la grieta se convirtiera en una hendidura insalvable.

Intenté inventarme excusas para no mantener el contacto. No podía visitarla, vivía muy lejos y no podía pedirle a mamá que me llevara hasta allá. Inclusive intenté convencer a mi recriminadora conciencia de que las personas cambian, yo maduré y esa era la causa. Sabía que esa no era la verdadera explicación, pero me sentía demasiado nerviosa para tomar el teléfono y llamar. La hendidura se había extendido más allá de la posibilidad de tender un puente. Amy había partido llevándose con ella un gran trozo de mi corazón.

Me puse de pie y estiré mis adormecidas extremidades. Obligándome a regresar al presente, solté la fotografía para que cayera sobre mi desordenado escritorio. Al dar un vistazo a mi calendario recordé que el cumpleaños de Amy estaba muy próximo. Nacimos en el mismo cuarto de hospital con dos días de diferencia. Siempre había sido una buena broma entre nosotras el hecho de que ella era dos días más vieja que yo. Empezamos tan cerca y terminamos tan lejos. Este recuerdo agridulce me hace sonreír a pesar de mis resentimientos. Al momento me surge una idea. En forma precipitada me pongo de rodillas y busco con ansia en los cajones de mi escritorio. Finalmente poso las manos sobre un viejo marco que había rondado mi habitación desde siempre. Recojo la fotografía donde aparecemos Amy y yo y la acomodo en el marco. Escribo de prisa una nota y, a falta de algo mejor que decir, sólo pongo:

¡Feliz cumpleaños, Amy!

Erica

Coloco el blanco trozo de papel en la orilla del marco y busco la dirección de Amy. Sostengo con fuerza el marco entre mis brazos. No permitiré que esta oportunidad de oro se escape entre mis dedos. No es gran cosa, pero es un comienzo y el espacio entre nosotras ya se hizo un poco más pequeño. Tal vez ahora tenga la fortaleza necesaria para lograr construir un puente.

Erica Thoits

Ganadora del concurso de la revista ‘Teen People’