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Sostén la mano de un amigo durante los tiempos difíciles, déjale descubrir el amor de un abrazo y una sonrisa; pero identifica el momento en que debe partir, porque cada uno de nosotros tiene que aprender a crecer.
Sharon A. Heilbrunn
Desde el día en que conocí a Molly, se convirtió en mi mejor amiga. Disfrutábamos de las mismas cosas, nos reíamos de los mismos chistes e incluso compartíamos nuestro amor por los girasoles.
Parecía que nos habíamos encontrado la una a la otra en el momento preciso. Ambas habíamos pertenecido a diferentes grupos de amigos donde no nos llevábamos bien o en los que no nos sentíamos a gusto. A las dos nos emocionó encontrarnos.
Nuestra amistad se volvió muy sólida. Nuestras familias se hicieron amigas, y todo el mundo sabía que donde estuviera Molly, estaría yo, y viceversa. En quinto grado no estuvimos en el mismo salón, pero a la hora del almuerzo nos sentábamos en nuestros asientos asignados y nos volteábamos para platicar. A las señoritas que cuidaban el comedor no les gustaba esto. Siempre estábamos bloqueando el pasillo, hablando demasiado alto y sin comer nuestro almuerzo, pero no nos importaba.
Los maestros sabían que éramos las mejores amigas, pero también éramos una molestia. Nuestras bocotas nos metían en problemas, y se nos advirtió que nunca volveríamos a estar en el mismo salón si esto continuaba.
Ese verano Molly y su hermano iban a mi casa con mucha frecuencia. Mi mamá los cuidaba mientras su mamá trabajaba. Íbamos a nadar, jugábamos en el patio o ensayábamos con nuestras flautas. Compramos amuletos de mejores amigas y nos asegurábamos de usarlos con la mayor frecuencia posible.
El verano pasó rápidamente y fue tiempo de regresar a la escuela. Tal como nos lo habían advertido los maestros, no estuvimos en el mismo grupo. Aún así hablábamos por teléfono, nos visitábamos en nuestras casas, cantábamos en el coro y practicábamos juntas la flauta en la banda de música. Nada podría destruir esta amistad.
Empezó el séptimo grado de nuevo, no estuvimos en los mismos grupos ni podíamos sentarnos cerca a la hora del almuerzo. Parecía como si nos estuvieran poniendo a prueba. Ambas hicimos nuevas amistades. Molly empezó a salir con un nuevo grupo de personas y era cada vez más popular.
Pasábamos menos tiempo juntas y rara vez hablábamos por teléfono. En la escuela intentaba hablar con ella, pero simplemente me ignoraba. Cuando teníamos un minuto para platicar, alguna de sus amigas más populares se acercaba, Molly se iba con ella y me dejaba hablando sola. Eso me lastimaba.
Estaba muy confundida. Estoy segura de que en ese momento ella no sabía lo mal que me sentía, pero ¿cómo podría decírselo si ella no me escuchaba? Empecé a salir con mis nuevas amigas, pero no era lo mismo. Conocí a Erin, quien también era amiga de Molly. Ella estaba en la misma situación que yo con Molly. Ambas habían sido buenas amigas y, últimamente, Molly la trataba en la misma forma que a mí. Decidimos hablar con ella.
La llamada telefónica no fue cosa fácil. Hablar y decir cómo me sentía era complicado. Me preocupaba también que pudiera herir sus sentimientos y hacer que se enojara. Sin embargo, fue algo curioso: cuando estuvimos hablando por teléfono fuimos amigas otra vez. Esa era la Molly que yo conocía.
Le expliqué lo que sentía y ella lo hizo también. Comprendí que yo no era la única que se sentía mal. Ella estaba sola, ya no me tenía a mí para platicar. ¿Qué se suponía que podía hacer ella?, ¿no tener nuevas amigas? Yo no lo había pensado así, pero ella sentía que la había cambiado por mis nuevas amigas. Hubo ocasiones en que ni siquiera me di cuenta de que la ignoré. Seguramente estuvimos hablando mucho tiempo, porque después de terminar, yo había usado todo un paquete de pañuelos faciales para mis lágrimas, y sentía como si le hubiera quitado un tremendo peso a mi corazón. Ambas decidimos que queríamos estar con nuestras nuevas amigas, pero que nunca olvidaríamos la amistad y la diversión que compartimos entre nosotras.
Ahora sonrío cuando lo recuerdo. Molly y yo finalmente estamos en las mismas clases y ¿saben qué? Aún nos metemos en problemas por hablar demasiado fuerte. Molly ya no es mi mejor amiga, ahora es casi mi hermana. Todavía disfrutamos de las mismas cosas, reímos con los mismos chistes y seguimos compartiendo nuestro amor por los girasoles. Nunca la olvidaré. Molly me enseñó algo muy importante. Me enseñó que las cosas cambian y la gente también, esto no quiere decir que uno olvide el pasado o que intente ocultarlo. Significa, simplemente, que uno está en movimiento y atesora todos los recuerdos.
Alicia M. Boxler