Una A para la señora B
Yo estaba sentada junto a Missy en nuestra clase de historia universal de noveno grado cuando la señora Bartlett anunció un nuevo proyecto. En grupos, teníamos que crear un periódico sobre la cultura que estábamos estudiando.
En un pedazo de papel escribimos los nombres de tres amigos que quisiéramos que estuvieran en nuestro grupo. Después de recoger las solicitudes, la señora B nos informó que tomaría en cuenta los nombres que habíamos elegido y que nos diría el resultado el día siguiente. Yo no tenía ninguna duda de quedar en el grupo de mi elección. Solamente había unas pocas personas decentes y sociables en el salón, y Missy era una de ellas. Sabía que ambas nos habíamos elegido.
Esperé con ansia la clase del siguiente día. Después de sonar la campana, Missy y yo dejamos de hablar cuando la señora B pidió que pusiéramos atención. Ella empezó a decir los nombres. Cuando llegó al grupo número tres, dijo el nombre de Missy. “Entonces, estoy en el grupo tres”, pensé. Mencionó al segundo, tercero y cuarto miembros del grupo. Mi nombre no estaba incluido. ¡Tenía que haber un error!
Finalmente lo escuché. El último grupo.
—Mauro, Juliette, Rachel, Karina.
Podía sentir las lágrimas en mis ojos. Cómo podría soportar estar en ese grupo: un chico que apenas hablaba el idioma, una chica que siempre llevaba faldas hasta los tobillos, y la otra que siempre vestía con ropa rara. ¡Ah!, con qué desesperación deseaba estar con mis amigos.
Intenté controlar las lágrimas mientras me acercaba a la señora B. Ella me miró y sabía por qué estaba ahí. Estaba decidida a convencerla de que yo debería estar en el grupo de los “buenos.”
—¿Por qué…? —empecé a decir.
Ella puso su mano en mi hombro con amabilidad.
—Sé lo que quieres, Karina —me dijo—, pero tu grupo te necesita. Necesito que los ayudes a sacar buena calificación en esta tarea. Sólo tú puedes ayudarlos.
Estaba aturdida. Me sentía humillada. Sorprendida. Ella había visto algo en mí que yo no había notado.
—¿Los ayudarás? —me preguntó.
Enderecé mi cuerpo.
—Sí —le respondí.
No podía creer lo que había dicho, pero lo hice. Me había comprometido.
Mientras me acerqué valientemente hacia donde estaban sentados los otros de mi grupo, pude escuchar que mis amigos se reían. Tomé asiento y empezamos. Se asignaron diferentes columnas periodísticas de acuerdo con el interés de cada uno. Nosotros hicimos investigación. A media semana descubrí que disfrutaba la compañía de esos tres inadaptados. No había necesidad de fingir nada, en verdad me sentí interesada en conocer algo sobre ellos.
Descubrí que Mauro luchaba por aprender el idioma y para tener amigos. Juliette también estaba sola porque la gente no comprendía que su religión sólo le permitía usar faldas largas o vestidos. Rachel, que había pedido hacer la columna de modas, quería ser diseñadora de modas. Tenía una gran cantidad de ideas únicas. ¡Todo lo que aprendí al ponerme en los zapatos de otras personas! Ellos no eran inadaptados, sino personas a las que a nadie le interesaba intentar comprender; excepto por la señora B. Su intuición, visión e interés lograron sacar a flote el potencial de cuatro de sus estudiantes.
No recuerdo cuál era el encabezamiento del periódico, ni siquiera sobre qué cultura escribimos, pero aprendí mucho esa semana. Se me dio la oportunidad de ver a las personas desde otro punto de vista, así como la oportunidad de descubrir en mí un potencial que inspiró mis acciones en años posteriores. Aprendí que quienes somos es mucho más importante que lo que somos o parecemos ser.
Después de que terminó ese semestre, siempre recibía un amistoso saludo de mi grupo, y me sentía auténticamente feliz de verlos.
La señora B nos dio una A por la tarea. Nosotros debimos habérsela dado a ella, porque era quien en verdad la merecía.
Karina Snow