¡Darle una oportunidad a las buenas obras al azar!

Una tarde triste, hace algunos meses,

el cielo estaba oscuro y la nieve cubría las calles,

nada especial estaba en mi mente y no sabía qué hacer,

ya que era una de esas noches frías que te hacen sentir un poco triste y nada te puede complacer,

busco entre mis gavetas y un libro me sale al camino,

así, sin pensarlo mucho, hojearlo parece el destino.

Era uno de esos volúmenes con docenas de narraciones

que cuentan historias de triunfos, derrotas y otras acciones.

Estaba la historia de un niño que fue a la escuela y aprendió,

y otra de una niña que obtuvo el juguete que tanto anheló.

Después vi el relato de una persona común y corriente

que decidió pasar el día haciendo bondades al azar a la gente.

Con pequeños obsequios y palabras amables dichas con ingenio,

lograba iluminar el día de alguien y con una sonrisa borraba el mal genio.

Me recosté para reflexionar en el cuento y a mi mente llegó un pensamiento:

si todo el mundo intentara repartir alegría y dar amabilidad tan sólo un momento,

¿no sería nuestro mundo un lugar más agradable de lo que es ahora,

con muchas más sonrisas y más tiempo para aquel que llora?

Horneé unas galletas el día de hoy, y conozco a una anciana muy cerca de aquí,

que seguro disfrutará de un rato de compañía comiendo unas ricas galletas de maní,

y su solitario vecino que siempre parece estar triste y desilusionado,

tal vez una inesperada visita le haga sentirse menos abandonado.

Bueno, ya se hizo un poco tarde, quiero descansar

después de hacer una lista de lo que acabo de pensar.

Cuando me levanté en la mañana fui a la escuela con una idea en la mente:

procurar ser amable e intentar sonreírle a toda la gente.

Regalé una sonrisa y un “buenos días” a todo el que encontré.

Algunos regresaron el saludo, después, cada quien por su lado se fue.

Alguien tiró sus libros, yo me ofrecí a ayudarle en cuanto lo vi,

y observé que entre más ayudaba a los otros, ¡más me ayudaban a mí!

Después de llegar a mi casa empaqué algunas galletas,

y en cada bolsa puse una nota: “simplemente porque me importas.”

Cuando ellos me abrían la puerta, debieron ver su expresión de alegría,

y observar sus sonrisas cuando exclamaban: “¡Qué amable, iluminaste mi día!

Después, en la tarde, me senté a escribir algunos recados,

donde deseaba al destinatario una bella semana, y con eso mis mensajes estaban preparados.

Después medité unos momentos sobre lo que en mi día había pasado,

y comprendí al instante que recibí más alegría de la que yo había dado;

porque cada vez que sonríes o con una palabra amable a la vida agregas sazón,

la calidez de dicha bondad penetra profundo al centro de tu corazón.

Se nos ha dado poco tiempo para brindar alegría antes de a otro mundo pasar,

así que, ¿por qué no darle una oportunidad a las buenas obras al azar?

Melissa Broeckelman