Buenas noches, papá
—¿Te asusta la altura? —me preguntó mi papá mientras yo subía al techo del segundo piso en la que me parecía una escalera insegura.
Yo subía para ayudarle a reparar la antena de televisión.
—Aún no —le respondí, mientras él subía después de mí con las herramientas en la mano.
Yo no tenía mucho que hacer allá arriba, sólo detenía la antena para que estuviera derecha y le pasaba las herramientas a mi papá, por lo que empecé a platicarle mientras él trabajaba. Siempre podía hablar con mi papá. Él era más como un niño grande que como un adulto verdadero. De hecho, no aparentaba sus cuarenta y un años. Tenía todo el cabello negro y el bigote, sin ninguna señal de canas o calvicie. Medía uno noventa y tenía ojos de color verde oscuro que daban la impresión de estarse riendo siempre de algún chiste secreto. Incluso mis amigos, a los que él les hacía bromas sin piedad, lo querían mucho. La mayoría de mis compañeros se sentirían avergonzados si su papá anduviera con ellos, pero yo no; a decir verdad, me enorgullecía mucho de él. Nadie tenía un papá tan bueno como el mío.
Después de que terminó el trabajo con la antena, entramos en la casa y nos preparamos para acostarnos. Al pasar a mi recámara, volteé y vi a papá trabajando con ahínco en la computadora de su despacho, el cual estaba junto a mi cuarto. Mientras lo veía, tuve la necesidad imperiosa de asomar la cabeza y decirle cuánto lo amaba. Controlé el impulso y me metí en mi habitación. No me atrevería a decirle “te amo”, no se lo había dicho ni a él ni a nadie desde que tenía siete años, cuando mamá y papá venían para arroparme y darme el beso de las buenas noches. Eso era algo que normalmente un hombre no le decía a otro hombre. Sin embargo, mientras entraba en mi cuarto y cerraba la puerta tras de mí, ese sentimiento siguió creciendo en mi interior. Me regresé, abrí la puerta y asomé la cabeza en la oficina de papá.
—Papá —dije en voz baja.
—¿Sí?
—Este… —podía escuchar cómo se aceleraba mi corazón—. Eh… sólo quería decirte… buenas noches.
—Buenas noches —me respondió, regresé a mi cuarto y cerré la puerta.
¿Por qué no pude decirlo? ¿A qué le temía? Intenté consolarme pensando que tal vez después tendría el valor para hacerlo; pero mientras lo pensaba, sabía que podría no tenerlo nunca. Por alguna razón sentí que eso sería lo más cercano a decirle a papá que lo amaba, eso me molestaba y me daba coraje contra mí mismo. En el fondo de mí empecé a tener la esperanza de que él supiera que cuando le dije “buenas noches”, lo que realmente quería decir era “te amo.”
El día siguiente fue como cualquier otro. Después de la escuela me encaminé con mi mejor amigo hacia su casa, como solíamos hacerlo; sin embargo, su mamá nos sorprendió al recogernos en el estacionamiento. Me preguntó a qué casa pensaba ir, yo le dije:
—A la suya.
Ella hizo una pausa y añadió:
—No, creo que tu mamá prefiere que vayas a tu casa en este momento.
Yo no sospeché nada; me imaginé que había algo que ella quería hacer sólo con su familia y yo no debía inmiscuirme.
Cuando llegamos a mi casa, vi muchos autos afuera y algunas personas que conocía entrando en ella.
Mi mamá me recibió en la puerta del frente. Su cara estaba cubierta de lágrimas. Entonces me dijo, con la voz más calmada que pudo, la peor noticia de mi vida:
—Papá falleció.
Al principio sólo me quedé ahí mientras ella me abrazaba, era incapaz de moverme o de reaccionar. Mi mente no dejaba de repetir: “Dios mío, no; esto no puede ser verdad, ¡por favor!…” Pero sabía que no me había mentido. Sentí que las lágrimas corrían por mi rostro mientras abrazaba rápidamente a algunas personas que se me acercaban y después subí a mi cuarto.
Al llegar a mi recámara, miré hacia el despacho de papá. “¿Por qué no se lo dije?” En ese momento escuché que mi pequeño hermano de tres años preguntaba:
—Mami, ¿por qué está llorando mi hermano?
—Es que está un poco cansado, cariño —escuché que mamá le decía mientras yo cerraba la puerta tras de mí.
Ella aún no le decía que papá ya no regresaría del trabajo.
Ya en mi cuarto, me sentía tan lastimado que mi cuerpo perdió la fuerza y caí al suelo, llorando. Poco después escuché un grito que provenía de abajo y oí la voz de mi hermanito que lloraba y decía:
—¿Por qué, mami?
Mi mamá acababa de decirle lo que había pasado. Unos segundos después ella entró en mi cuarto y me dejó a mi hermanito que lloraba. Me dijo que respondiera las preguntas de mi hermano mientras ella recibía a las personas que estaban llegando. Durante la siguiente media hora intenté explicarle por qué el Padre Celestial quería que nuestro papá estuviera con él, y al mismo tiempo intentaba recobrar yo mismo la serenidad.
Me dijeron que mi padre había muerto en un accidente en el trabajo. Él trabajaba en la construcción y lo había golpeado la grúa que estaba revisando. Algunos trabajadores que estaban cerca dijeron que no lo oyeron gritar ni nada, pero que habían corrido hacia él cuando se dieron cuenta que cayó al piso. Declararon que había muerto de la caída alrededor de las once de la mañana del 21 de abril de 1993.
Nunca le dije a mi papá que en verdad lo amaba. Ojalá lo hubiera hecho. Lo extraño mucho. Cuando vuelva a verlo después de esta vida, sé que lo primero que voy a decirle es “te amo.” Pero, mientras tanto: “Buenas noches, papá.”
Luken Grace