La animadora
Todas quisieran ser animadoras. A cualquier chica le gustaría tener la oportunidad de sobresalir, de tener todas las miradas sobre ella, de ser quien use el uniforme, de ser parte del “equipo”, de ser popular; en resumen: todo lo que implica pertenecer a un equipo de animación deportiva. Si alguna chica dice lo contrario será porque es la excepción de la regla o porque se engaña a sí misma. Todas quisieran ser animadoras; pero no todas tienen la oportunidad.
En mi último año de preparatoria, en otoño, tuve que enfrentar más presión de la que podía controlar. Mis amigos y yo hacíamos solicitudes para entrar a la universidad, presentábamos exámenes de admisión y escribíamos ensayos. Según nos pareció, los ensayos solicitaban una respuesta a variantes de la pregunta “¿qué te hace diferente de los otros miles de estudiantes de preparatoria que solicitan la admisión a nuestra universidad?” Las pruebas de admisión para los equipos preuniversitarios de animadoras se llevaban a cabo cada año, justo en la época en que teníamos todas estas presiones adicionales.
Las audiciones en el ámbito preuniversitario son diferentes de las de otros años de preparatoria. Casi todas las chicas que desean ser animadoras de los equipos lo logran, porque existen dos grupos de animación para cada uno de los dos primeros años de preparatoria: uno para la temporada de futbol y otro para la de basquetbol. Sin embargo, las animadoras preuniversitarias son diez chicas que tienen que presentarse todo el año. De entre las muchas jóvenes que lo intentan, todas con cierto grado de experiencia en años anteriores, sólo esas diez lo logran.
Esas diez chicas saben, sin lugar a dudas, la respuesta a la pregunta que las universidades solicitan en el ensayo. Ellas saben lo que las hace únicas en el momento en que se ponen el uniforme. Lo sienten desde el minuto en que salen corriendo al campo de juego en el primer partido. Lo disfrutan desde la primera vez que caminan por los pasillos de la escuela con todas las miradas puestas en ellas.
Yo sabía que tenía que ser una de ellas.
Al enumerar todas las demás cosas que había hecho en la escuela y fuera de ella —deportes y clubes en que participé, los reconocimientos que obtuve y los empleos en que estuve— supe de manera instintiva que nada de eso era suficientemente especial como para distinguirme. Nada de lo que había hecho tenía la importancia que significaba ser una animadora del último año escolar. Al menos no para mí. A mis diecisiete años estaba segura de que el departamento universitario de admisiones pensaría lo mismo.
Mi hermana menor, Molly, entró a la preparatoria ese año. Pensé que para ella sería muy sencillo porque yo le había dicho todo lo que podría esperar: a qué maestros temer, cuáles cursos eran sencillos. Gracias a mi experiencia, ella ya sabía qué actividades se ofrecían y cuándo, y cuánto tiempo se necesitaba para cada una de ellas. Incluso, conocía a muchos estudiantes de años más avanzados, lo que es una verdadera ventaja para los novatos.
Las primeras semanas en la escuela estuvieron llenas de tensión para mí. Con todo lo que sucedía, tengo que admitir que no le puse mucha atención a Molly. Sin embargo, todas las tardes la esperaba en el estacionamiento para llevarla a casa. Pensé que eso era suficiente para ella, que yo la llevara en lugar de tener que tomar el autobús, como lo hacía la mayoría de los otros chicos de nuevo ingreso.
Los entrenamientos para las animadoras se llevaban a cabo después de la escuela y, en ocasiones, se prolongaban bastante durante las semanas anteriores a las audiciones. Molly tenía que esperarme o tomar el autobús. La mayoría de las veces me esperaba y se quedaba observando desde las gradas.
Yo podía ver la tensión que se acumulaba en mis amigas conforme se acercaban las audiciones. Tuvimos muchas más discusiones y nos molestábamos unas a otras. Una de mis amigas me confió que pensaba que tendría más posibilidades si bajaba un poco de peso, por lo que dejó de comer: ¡y me refiero a no comer nada! Otra chica empezó a descuidar sus otras actividades para practicar después de la escuela. Ella era una bailarina con mucho talento y siempre le habían encantado sus clases de danza. Pero dejó de asistir a ellas para poder practicar para las audiciones. Cuando le pregunté si pensaba dejar del todo las clases de danza si lograba entrar al equipo, me dijo que sí.
Pero lo peor fue cuando vi a una de mis amigas llorando en el baño. Cuando le pregunté lo que le pasaba, me dijo que sus padres estaban divorciándose. Después me dijo que si lograba entrar al equipo de animadoras, ambos tendrían que ir a verla a los partidos. Ella pensaba que, tal vez, eso podría reunirlos de nuevo.
Hicimos que el pertenecer al equipo de animadoras representara mucho más de lo que debería para muchas de nosotras. Pero, al igual que mis amigas, yo no pensaba si todo eso valía la pena o no.
El día de las audiciones llegó. Di lo más que pude. Grité con toda mi fuerza, sonreí sin parar, salté muy alto. Estuve perfecta. Al menos eso pensé.
La lista de las diez chicas seleccionadas se pondría afuera de la oficina del director ese viernes al terminar las clases. Mi última clase era justo pasando ese lugar, por lo que sería una de las primeras en ver la lista.
El viernes en la mañana llevé a Molly a la escuela como de costumbre. Pero no había dormido bien la noche anterior y me sentía tan nerviosa que pensé que le gritaría a cualquiera que me hablara. Molly debió haber percibido mi estado de ánimo porque no dijo nada durante todo el trayecto a la escuela. Pero, cuando salió del auto, me dio una nota. Yo tenía prisa, así que la metí dentro de uno de mis libros y corrí a mi clase.
Ese viernes fue el día más largo de mi vida. Mi última clase era de inglés y, cuando saqué mi ejemplar de Tess of the D’Urbervilles, encontré la nota de Molly. Decía:
Querida hermana
No importa lo que pase hoy, si quedas en el equipo o no, yo creo que eres la mejor hermana del mundo. Yo estaba muy asustada de entrar a la preparatoria (tú sabes lo mal que tratan a los novatos). Pero tener una hermana en el último año me hace especial. Todos mis amigos y amigas tienen celos. Sólo quería que lo supieras.
Te ama,
Molly.
La campana sonó, pero no corrí a ver si mi nombre estaba en la lista. Por un minuto me quedé donde estaba, volví a leer la carta de mi hermana y la releí hasta que las palabras se hicieron borrosas. Después, me levanté, junté mis libros y me dirigí hacia la puerta.
Pude observar que Molly estaba recargada en la puerta al final del pasillo, esperaba pacientemente para que la llevara a casa. Entre nosotras, en el pizarrón de noticias que está afuera de la oficina del director, estaba la lista. Ya había una gran multitud frente a ella. Yo sabía que debería esperar un buen rato antes de poder revisarla. Miré a Molly y apreté la nota en mi mano. De pronto, supe lo que escribiría en mi ensayo para la universidad. Ya sabía lo que me hacía diferente, única, y no tenía nada que ver con si lograba ingresar al equipo o no.
Caminé por el pasillo, sin detenerme, con los ojos fijos en mi animadora personal que esperaba con paciencia a quien ella consideraba alguien muy especial.
Marsha Arons