Una lección para siempre
El punto crítico en el proceso del crecimiento es cuando descubres esa fuerza esencial que tienes en el interior y que sobrevive a cualquier herida.
Max Lerner
— ¡Miren al seboso!
Los alumnos de secundaria pueden ser muy crueles, y nosotros lo éramos sin duda con un joven de nuestro salón llamado Matt. Lo imitábamos, nos burlábamos y lo molestábamos por su talla, él tenía, cuando menos, veinticinco kilos de sobrepeso. Padecía el dolor de ser el último que se elegía para jugar basquetbol, futbol o béisbol. Matt recordará siempre las interminables travesuras que le hicimos: llenamos de basura su casillero, apilábamos libros de la biblioteca en su escritorio durante el almuerzo y lo rociábamos con agua helada en las regaderas después de la clase de gimnasia.
Cierto día se sentó cerca de mí en la clase de deportes. Alguien lo empujó, cayó sobre mí y me lastimó bastante el pie. El chico que lo empujó dijo que Matt lo había hecho a propósito. Con toda la clase viendo, me pusieron en la disyuntiva de ignorarlo todo encogiéndome de hombros o tener una pelea con Matt. Elegí pelear para conservar intacta mi imagen. Le grite:
—¡Ándale, Matt, vamos a pelear!
Él dijo que no deseaba hacerlo. Pero la presión de los compañeros lo obligó a enfrentarse, lo quisiera o no. Se acercó a mí con los puños en alto. No era George Foreman. Con el primer puñetazo le hice sangrar la nariz y todos enloquecieron. En ese momento entró al salón el maestro de gimnasia. Vio que estábamos peleando y nos envió a la pista de carreras.
Nos siguió con una sonrisa en el rostro y nos dijo:
—Quiero que ustedes dos vayan a la pista y corran un kilómetro y medio agarrados de la mano. Todo el grupo estalló en carcajadas. Ambos estábamos avergonzados más allá de lo creíble; pero Matt y yo salimos a la pista y corrimos esa distancia tomados de la mano.
Recuerdo haberlo visto en algún momento durante la carrera, la sangre aún escurría de su nariz y su sobrepeso lo hacía ser muy lento. Comprendí que era una persona, y no muy diferente a mí. Ambos nos miramos y empezamos a reír. Con el tiempo nos convertimos en buenos amigos.
Al ir alrededor de la pista, tomados de la mano, ya no vi a Matt como un gordo o un tonto, él era un ser humano con un valor intrínseco, el cual iba más allá de la sola apariencia. Fue sorprendente lo que aprendí al verme obligado a correr sólo un kilómetro y medio tomado de la mano de alguien.
Durante el resto de mi vida no he vuelto a levantar una mano contra otra persona.
Medard haz