El jugador
Su actitud fue lo que me atrapó. Su sonrisa de autosuficiencia y su actitud arrogante me hicieron sentir una necesidad irresistible de desafiar su prepotencia. Nunca había conocido a nadie tan seguro de sí mismo, él suponía que en cuanto lo conocieras, no tenías más opción que congeniar con él. Eso fue lo que me hizo desear demostrarle que estaba equivocado. Le demostraría que yo no sólo podía resistir sus encantos, sino que podía derrotarlo en su propio juego.
Así, nuestra relación inició como una batalla, cada uno intentando establecer su posición, tratando de ir adelante y demostrar nuestro dominio. Sostuvimos una tenaz batalla de juegos mentales, insultos y pruebas.
Pero, en alguna parte dentro de nuestra guerra, la competencia se volvió divertida y nos hicimos amigos. Ambos descubrimos que no sólo éramos el retador, sino también alguien con quien se podía estar cuando ya no teníamos ganas de pelear. A Josh le encantaba la “comunicación.” Era frecuente que hablara por horas mientras yo escuchaba todos los temas que le afectaban a él y a su vida. Comprendí pronto que lo que más le interesaba era él mismo. Pero, como yo no siempre tenía mucho qué decir, no parecía que esto fuera un inconveniente en nuestra relación.
Ya habían pasado algunos meses desde que iniciáramos nuestra relación cuando Josh empezó a hablar sobre el amor.
—Es difícil que yo pueda amar a alguien —me dijo en el tono más serio que jamás había escuchado de él—. Lo que necesito es la confianza. Nunca podría enamorarme de alguien a quien sintiera que no puedo contarle todo. Como tú. Eres mi persona favorita en todo el mundo. A ti puedo contarte cualquier cosa, concluyó mirándome directamente a los ojos.
Me sonrojé, no estaba segura de qué responder, temía que, sin importar qué dijera, traicionaría las nuevas emociones que había empezado a sentir por Josh durante las últimas semanas. Mi mirada debe haberme delatado porque a partir de ese momento me pareció que él empezó a hacer todo lo posible para que yo profundizara más y más en lo que sentía por él. ¿Era amor? Parecía que él resplandecía con la atención que yo le dedicaba, y yo disfrutaba adorándolo. Sin embargo, no tardé mucho en comprender que Josh no tenía ninguna intención de que la devoción fuera mutua.
Cuando estábamos solos, me besaba, me abrazaba y me decía lo especial que era nuestra relación para él, y que no conocía a nadie más que lo hiciera tan feliz. Pero a pocas semanas de empezar nuestra relación descubrí que estaba involucrado con otra chica y que ya llevaban algo de tiempo. El dolor que sentí por su traición fue abrumador, pero descubrí que no podía enojarme con él. Internamente tenía la seguridad de que sí le importaba, y que su amistad era lo importante para mí.
Cierto día, en la escuela, lo vi con un grupo de chicas y, por la sonrisa coqueta que tenía en el rostro, podía asegurar que de nuevo había estado aplicando su magia. Lo llamé desde el corredor, él me miró, después volvió a mirar a las chicas y, con una admiradora en cada brazo, se alejó en la dirección opuesta. Me quedé totalmente desmoralizada y no quería aceptar lo que acababa de suceder. Pero no podía negar la verdad por más tiempo. Mi “mejor amigo” me había ignorado para que yo no dañara la reputación que él se estaba forjando.
Después de lo sucedido empecé a analizar a Josh, no como alguien que se sentía enamorada, sino como una observadora imparcial. Comencé a descubrir el lado oscuro de su personalidad. Mi visión empañada sólo pudo aclararse cuando me alejé de él. Fue como si la sombra que mi adoración había puesto sobre el asunto, empezara a desaparecer hasta que por fin vi lo que antes no pude observar.
Josh pasaba todos los días conociendo chicas que pudieran adorarlo. Coqueteaba con ellas y sabía cómo hacerlas sentirse bonitas, sabía jugar perfectamente su juego, asegurándose de que todas sintieran que poseían su total atención. Cuando estabas con él, sentías que eras la única que le interesaba, se paseaba, hacía bromas y parecía seguro de sí mismo, lo que le daba un aura que hacía que la gente quisiera estar cerca de él. Pero ahora podía ver que él lo hacía para sí mismo porque necesitaba sentirse rodeado de personas que creyeran que era lo máximo.
Aunque frente a las personas actuaba como si en verdad le importaran, escuché que a sus espaldas las menospreciaba y las ignoraba durante el proceso de hacer nuevas amistades. Vi el dolor en el rostro de esas personas, el cual yo ya conocía a la perfección.
Después de aquel día hablé una vez más con Josh. Aunque ya comprendía su naturaleza y estaba en contra de todo lo que él representaba, aún había una parte de mí que deseaba importarle a él y que las cosas fueran como solían ser.
—¿Qué pasó? —le pregunté, y me avergoncé al pensar lo lastimera que debo haber parecido—. Quiero decir, se supone que éramos los mejores amigos. ¿Cómo puedes simplemente desechar todo el tiempo que pasamos juntos? ¡Todo lo que hablamos! El… el amor que tantas veces me dijiste que me tenías.
Él se encogió de hombros y, antes de voltearse e irse, me dijo fríamente:
—Bueno, estas cosas pasan.
Lo observé mientras se alejaba, las lágrimas corrían por mi rostro. No lloraba por él, sino por la amistad que se suponía que teníamos, por el amor que pensé que él sentía. Perdí el juego.
Ahora, aunque fue una de las experiencias más dolorosas que he tenido que soportar, me siento agradecida por mi “amistad” con Josh porque me hizo ser más fuerte. Ahora conozco perfectamente el tipo de persona y de amiga que nunca deseo ser.
Tal vez sí gané el juego después de todo.
Kelly Garnett