Para ti, papá
—¡Aquí vamos! —decía papá y yo me subía en su espalda—. ¡Mira! ¡Allá! ¿Ves el puente de Londres?
Acostado boca abajo en el piso con los brazos extendidos, él era mi Supermán y volábamos juntos esquivando nubes imaginarias. Pero, al igual que esas nubes, los momentos junto a papá siempre pasaban muy rápido, porque había algo más fuerte que el amor en la vida de papá, algo que nos lo estaba robando. Fue un enemigo con el que yo terminé luchando cuando él ya no pudo más…
—Está enfermo —decía mamá cuando papá perdía el conocimiento—. Eso no quiere decir que no te ame.
Sé que me amó. Él nos hacía reír con sus caras chistosas y sus dibujos de caricaturas. Yo lo amaba, y quería creer que mamá aún lo amaba. Cuando mis hermanos menores y yo crecimos, ella nos explicó que papá no siempre había sido “así.” Él era un poco alocado cuando se conocieron en la secundaria. Con su cabello ondulado y su gran sonrisa era fácil comprender cómo había conquistado el corazón de mamá.
Pero muy pronto él empezó a destruirlo todo. En ocasiones no lo veíamos por semanas. Un día llamó para decir que ya no regresaría a casa.
—No estoy lejos. Nos veremos los fines de semana —dijo después de mudarse—. Después de hacer algunas cosas los recogeré el sábado.
—Mami —grité—. ¿Podemos ir con papá?
Me quitó el teléfono y le dijo:
—No, John, tienes que verlos en la casa. Sabes que no puedo permitir que se suban a un auto contigo.
Recordé los comerciales que veía en la televisión: esos en los que se ve metal retorcido, cuerpos dibujados en el suelo con gis y con las palabras conducir en estado de ebriedad es un crimen. ¿Podría pasarle eso a papá? “Por favor, Dios mío”, recé en la noche, “ayuda a que papá se alivie.” Pero, con frecuencia, cuando él llegaba a la entrada, ya podíamos oler el alcohol.
—Papi, no manejes así —le suplicaba.
Por lo general intentaba disipar mis preocupaciones, pero una vez me acercó a él y, con los ojos llenos de tristeza, me dijo:
—No sabes cómo quisiera no ser así. Desearía ser un buen padre.
Yo también lo deseaba. Odiaba el alcohol por lo que había hecho, por lo que nos había hecho a todos.
Al principio me sentía avergonzada de contarle a mis amigos la verdad sobre mi papá. Pero cuando empecé a ver que otros chicos bebían, ya no pude contenerme.
—Por eso es que mi papá no está con nosotros —les decía mientras señalaba las botellas.
Todas las visitas de papá eran breves. Entre besos y abrazos hacía dibujos para nosotros y nos enfrascábamos en relatos sobre la escuela y los amigos.
—Ya me están ayudando —decía él.
Tal vez mis hermanos, Justin y Jordan, lo creían; pero yo no. Sin embargo, deseaba creerlo con todo mi corazón. Aún puedo sentir el balanceo de la mecedora del pórtico y el brazo de mi padre sobre mis hombros.
—Cuando cumplas dieciséis años —me dijo una vez—, te voy a comprar un auto.
Me acurruqué cerca de él. Sabía que él cumpliría su palabra si le era posible. Pero comprendía que sin importar lo mucho que él lo deseara, no podría hacerlo.
Una noche, durante mi último año en la preparatoria, recibí una llamada en la tienda donde trabajaba medio tiempo. La voz de mamá se oía tensa.
—¿Heather? Ha ocurrido un accidente.
Corrí hacia el hospital: la motocicleta de papá había chocado contra una pequeña camioneta. Los análisis de sangre mostraron que había estado bebiendo y consumiendo drogas esa noche. Por fortuna, el otro conductor estaba bien.
—Te amo, papá —le dije sollozando mientras me sentaba en su cama.
Aunque estaba inconsciente, el monitor de su corazón se aceleró al escuchar mi voz. Él había encontrado una forma para mostrarme que me había escuchado y que me amaba. Pero había algo que tenía que asegurarme que él supiera.
—Te perdono —añadí—. Sé que hiciste lo mejor que pudiste.
Momentos después, él se había ido. Un accidente mató a mi padre, pero su muerte no fue repentina.
Todas las personas me decían que tenía que dejar salir mi aflicción y, por un tiempo, lo hice. Pero, en cierto modo, me había afligido por papá durante toda mi vida. En ese momento necesitaba hacer algo que me ayudara a sentirme menos indefensa ante el enemigo que me robó a mi papá.
Fui a la biblioteca para buscar todo lo que pudiera encontrar sobre el abuso del alcohol y otras sustancias. Y leí: “Casi todas las familias se ven afectadas… Los hijos pueden repetir los patrones de comportamiento.” Mi corazón se rompió aún más. La vida de mi padre no había sido de mucho beneficio. Tal vez su muerte podría serlo.
Esa tarde tomé el teléfono y llamé a las escuelas de la zona.
—Quisiera dar una plática sobre el abuso del alcohol y las drogas —inicié diciendo—. Lo he padecido en mi familia y creo que puedo ayudar.
Antes de darme cuenta me encontré parada frente a un océano de rostros juveniles, lista para exponer un tema llamado “Vivir sin drogas.” Y empecé a hablar:
—Las personas que consumen drogas y alcohol no son malas. Es sólo que han hecho una elección equivocada.
Entonces les pedía a los chicos que hicieran un dibujo de lo querían ser de grandes. Dibujaron bomberos, médicos y astronautas.
—¿Ven todos estos sueños hermosos? Pues nunca podrán convertirse en realidad si ustedes se involucran con las drogas o el alcohol.
Sus ojos se abrieron enormemente. “Me están comprendiendo”, pensé.
Pero sabía que no sería así de sencillo: tenía que esforzarme todos los días si quería que las cosas cambiaran realmente.
Desde entonces he usado personajes de caricaturas para hacer llegar el mensaje a los chicos. He organizado un programa especial para reuniones de gala, pegando estadísticas sobre accidentes ocasionados por el alcohol en los bolsillos de los esmoquins de los graduados. Y me afilié a la organización Madres contra Choferes Ebrios y a la Comisión Nacional contra Choferes Ebrios.
Actualmente, en mi primer año en la universidad, hago presentaciones para escuelas secundarias y preparatorias. También participo en pláticas con personas convictas por manejar bajo la influencia de sustancias prohibidas. La mayoría de las personas en los paneles ha perdido a alguien amado debido a gente como mi padre. Pero yo también soy una víctima y es posible que mi relato tenga mayor impacto.
—Es difícil pensar en un extraño sin rostro que está en la calle y a quien ustedes pueden matar —le digo a los ofensores—. Así que piensen en las personas a quienes ya están lastimando, como los niños que tienen en casa y que los extrañarán por siempre cuando ustedes mueran.
Yo extrañaba a mi padre desde mucho antes de que él dejara este mundo. Recuerdo que una ocasión él dijo que nosotros, sus hijos, éramos lo único bueno que había hecho en su vida. Papi, gracias a ti, estoy haciendo algo realmente correcto en la mía.
Bill Holton
Revista ‘Woman’s World’