No saber qué esperar
Una mañana me levanté más tarde que de costumbre. La noche anterior había sido difícil. Mi hija mayor, Carla, y yo habíamos intercambiado palabras ásperas. Con dieciséis años de edad, ella quería retar mi juicio materno. Estoy segura de haberla regañado por la clase de amistades con las que estaba saliendo, por su tipo de actividades sociales y hasta por la ropa que usa.
Cuando entré en la cocina, vi un papel no familiar sobre la mesa. Carla ya había partido a la escuela. Pensé que podría ser alguna tarea que había olvidado. Pero no era así, era un poema que ella había escrito:
Para mí, no saber qué esperar
es lo peor que me puede pasar.
Las situaciones se complican,
y tienes temor de lo que ellas implican.
Despertar y sentirte diferente,
caminar con tus zapatos y sentirte otra gente.
Sin saber qué es lo que pasará,
ni cuándo tu temor terminará.
A veces quisiera escapar… ¡a veces ver todo acabar!
Al leer sus palabras sentí que me dolía el corazón por el sufrimiento que ella experimentaba. Recordé mi juventud y mis problemas de adolescente. Ahora sentía que, de alguna forma, le había fallado. Al ser una madre sola, que criaba a cinco hijos y cumplía con dos trabajos, me había concentrado en mis problemas. ¡Pero ella me necesitaba! ¿Cómo podría llegar a ella?
De repente, desaparecieron todas mis preocupaciones egoístas. Tomé un trozo de papel y escribí una respuesta que esperaba le diera algo de consuelo.
Esa tarde, mientras yo estaba en el trabajo, ella llegó a casa y encontró el poema que le había dejado. Por la noche hubo abrazos y, tal vez, algunas lágrimas. Parecía que, quiza, había logrado algo para disminuir la brecha generacional.
Pasaron días y meses. Aún teníamos los desacuerdos típicos entre madre e hija, pero ahora había un lazo especial de respeto y comprensión mutuos. No fue sino hasta un año después que comprendí el impacto profundo generado por nuestra relación especial.
En la graduación de Carla yo estaba sentada en las bancas y me sentí muy orgullosa de ver el nombre de mi hija que aparecía en el programa como oradora del grupo. Conforme ella se acercaba al estrado, tuve una sensación de realización al saber que, a pesar de todo, debí de haber hecho bien las cosas para ahora poder admirar a mi adorable y vivaz hija mientras les dirigía a sus compañeros de clase unas palabras sobre lo que les deparaba el futuro.
Habló sobre abandonar la seguridad de la escuela y aventurarse por cuenta propia. Después la escuché compartir relatos de sus propios problemas, dudas y temores. De pronto estaba relatándole a toda la audiencia sobre aquel difícil día cuando dejó el poema sobre la mesa de la cocina. Después, sus recomendaciones a los compañeros concluyeron con la respuesta que yo le había dado hacía ya muchos meses.
Querida Carla:
Para mí, no saber qué esperar, es algo bueno que puede pasar.
Te ayuda a pensar, te ayuda a observar.
La vida está llena de giros y cambios por venir,
pero tu análisis e intuición, tranquilidad te darán.
Explora lo que consideres prudente, deja que se llene tu mente
y conserva en el corazón lo que pueda ser un aliciente.
No saber es consecuencia de tu anhelo
de aprender y descubrir mil cosas en tu vuelo
y elegir el momento en que cambiarás de dirección.
El mejor camino que elijas siempre será el correcto,
porque aún si está torcido, tú PUEDES hacerlo recto.
Cada nuevo paso apoyado en la prudencia y el amor
te dará más valor y libertad que temor.
Pequeña mía, no dejes de preguntarte, libera tus dudas,
y podrás regocijarte cada vez que respondas algunas.
Y aunque en ocasiones te sientas perdida,
recuerda que yo he pasado por ahí, y con amor te ofrezco mi vida.
Me quedé ahí sentada, sorprendida. Todo el auditorio estaba en silencio, escuchando su mensaje. Mis ojos se nublaron con lágrimas, todo se veía borroso. Cuando por fin pude parpadear, observé a toda la audiencia de pie, vitoreando y aplaudiendo. Después, ella concluyó su discurso con una frase de su inspiración que lo resumía todo: “¡Ustedes pueden transformar su propio NO SABER QUÉ ESPERAR en una vida de amor, triunfos y logros sin fin!”
Jill Thieme