¡Hola, feo!
No era fácil poner atención a la clase de francés. Acababan de entregarnos los anuarios, así que, mientras el maestro parloteaba, nosotros firmábamos los libros y los pasábamos por todo el salón.
El mío ya estaba en alguna parte hasta atrás del salón. No podía esperar a tenerlo en mis manos. ¿Qué habrían escrito mis amigos? ¿Habría palabras de elogio? ¿De admiración? Cuando la clase terminó, rápidamente localicé mi anuario y lo hojeé con ansiedad. Entonces, mi vista se quedó clavada, alguien había escrito en la última página unas palabras con letra muy grande: ¡HOLA, FEO!
En realidad, nunca me había preocupado si yo era “bien parecido” o no, pero ahora lo sabía. Yo era feo. Si alguien al fondo del salón de séptimo grado pensaba que yo era feo, era muy probable que muchos más estuvieran de acuerdo. Me analicé en el espejo: nariz grande, granos, un poco pasado de peso, músculos no muy desarrollados. Sí, concluí, tenía que ser verdad. Soy feo. No lo comenté con nadie. No parecía tener ningún caso. Era un hecho: yo era feo.
Pasaron los años. Me casé con una mujer que es una persona muy hermosa: por dentro y por fuera. Yo le decía: “¡Eres la mujer más hermosa del mundo!”, y era verdad. Ella me respondía: “Y tú eres muy guapo.” Nunca la miré a los ojos cuando ella me lo decía. Sentía que era una de esas cosas que las esposas “tienen que decirle” a sus esposos. Yo bajaba la mirada y recordaba que el verdadero veredicto sobre mi apariencia estaba grabado en mi anuario de séptimo grado.
Hasta que, un día, mi esposa me preguntó:
—¿Por qué nunca me miras a los ojos cuando te digo que eres guapo?
Decidí contarle sobre el anuario y mis conclusiones.
—¡No puedes creer eso! ¡Es mentira! ¡No puedes tomar en serio a alguien de séptimo grado que ni siquiera te conocía! Yo te conozco, te amo y elegí casarme contigo. Yo creo que eres guapo y creo que te lo he demostrado.
Así que, ¿le creería a mi esposa… o a un antiguo mensaje anónimo?
Pensé al respecto durante mucho tiempo y también en el hecho de que Dios no crea basura. ¿A quién debía creerle? Decidí creerle a mi esposa y a Dios.
Aun tengo una nariz grande. A los treinta y cuatro años ¡todavía me salen granos! Mi cabello ha empezado a disminuir y es posible que aún haya personas que digan que soy feo. ¡Pero yo no comparto su opinión! Conforme pasa el tiempo y escucho más y más a aquellos que me aman, más me convenzo de que soy hermoso… o, debería decir, guapo.
Greg Barker