18

Sinergia

—Cinco minutos, Absalom, es lo máximo que estoy dispuesto a escucharle.

Neon leyó el efecto de su amenaza en las arrugas de su frente. Absalom no era muy expresivo, pero saltaba a la vista que se encontraba incómodo en una situación que, por una vez, no tenía bajo control.

—Muy pocas personas tienen conocimiento de lo que te voy a contar, espero que sepas apreciarlo —dijo el hombre de pelo cano.

—Ya veremos —replicó Neon, provocando de nuevo una sutil reacción en el rostro, casi siempre impertérrito, de su jefe.

—Hace veintiocho años, antes de que Adrax existiera —comenzó a explicar Absalom—, se produjeron una serie de anomalías electromagnéticas en la zona. Pequeños picos que volvían locos los sistemas de navegación de los barcos que pasaban por allí. Al ser aguas internacionales y no cruzar por ellas ninguna ruta importante, la cosa se quedó en un par de titulares en la prensa. Nadie se interesó por aquellos sucesos, nadie salvo un pequeño equipo de científicos que acudieron a investigar qué estaba pasando.

—¿Qué tiene que ver esto con Rayo? —le interrumpió Neon—. Vaya al grano.

—¡Eso intento! —Absalom acabó haciendo lo que más odiaba: perder la paciencia. Sus dedos volvieron de forma inconsciente al cajón y acariciaron la ampolla que antes no había llegado a coger, como si con ello pudiera mitigar esa necesidad que a cada segundo se hacía más insoportable—. Si me permites… explicarme… —añadió, haciendo un esfuerzo por tranquilizarse.

—No tiene mucho tiempo, Absalom. Solo le aviso.

El hombre suspiró antes de continuar su relato:

—Encontraron lo que creyeron que era un fragmento de meteorito, los movimientos sísmicos lo habían desenterrado, pero al analizarlo descubrieron que su composición era una aleación de elementos hasta entonces desconocida. Y lo más sorprendente: no era de origen natural, había sido fabricado. Aquel fragmento era un vestigio de algo que se había construido millones de años atrás.

—A ver si he oído bien —dijo Neon con gesto reticente—. ¿Me está diciendo que encontraron un trozo de una nave alienígena de hace millones de años?

—No era una nave, pero sí un artefacto que posiblemente acabó sepultado bajo la corteza terrestre.

Neon dejó escapar una risa vacía.

—Vaya, pensé que el agotamiento me estaba haciendo alucinar, pero no… Debe estar muy desesperado para soltar semejante chorrada y esperar que me la crea.

—La prueba es la misma Adrax. ¿Por qué crees que la tecnología para mantenerla a flote y estable en medio del océano nunca se ha llegado a replicar? —se defendió Absalom.

—Porque es un despropósito.

—Quizá hacer toda una ciudad lo sea, pero se podría usar en infinidad de proyectos de arquitectura o ingeniería. Pero no se ha hecho, porque no se puede. La capacidad de Adrax para mantenerse estable no es gracias al agua ni a ningún ingenio humano, sino a que su base está compuesta por el mismo material que el fragmento. Conseguimos reproducir la aleación, pero solo reacciona así en esa zona exacta del planeta, porque es ahí donde se encuentra el resto del artefacto —explicó, y al ver que Neon fruncía el ceño dubitativo, añadió—: Es más, ¿crees que Rayo solo es un humano mejorado genéticamente?

Aquello volvió a sacar a relucir la sonrisa escéptica y desdeñosa del joven.

—Por un momento pensé que tenía intención de decirme la verdad. Ya veo que solo quiere entretenerme. —Neon lo miró decepcionado—. Olvídelo, su equipo de rescate no va a llegar a tiempo.

—Te estoy diciendo… —Absalom apretó los dientes. Trataba de contener la furia, y sin querer había cerrado el puño con tanta fuerza que había roto la ampolla. El líquido se derramó en el interior del cajón, y su olor dulzón acabó por quebrar su entereza. La necesidad se impuso de forma incuestionable. Y sin pensárselo dos veces, Absalom cogió otra de las ampollas y se la inyectó en el brazo, delante de un Neon perplejo.

—Joder… Pero ¿qué? —murmuró el chico. El impasible, recto y siempre prudente Absalom acababa de meterse un chute de a saber qué sustancia delante sus narices.

Su superior no contestó. Con los ojos cerrados, el hombre se tomaba unos segundos para que su cuerpo asimilara los efectos de la droga. Cuando volvió a abrirlos, unas enormes pupilas dilatadas se clavaron en Neon.

—¿Sabes qué? Me importa muy poco lo que creas o no —dijo con un tono indiferente—. Mándalo todo al infierno si quieres. A mí me complicarás un poco más el trabajo, pero ellos sobrevivirán, eso tenlo por seguro. Tú, sin embargo, acabarás alimentando a los peces. ¿Quieres morir inútilmente? Adelante, pulsa el botón.

Neon se quedó boquiabierto, intimidado por aquellos ojos, en cuya frialdad podría congelarse un volcán. Si en algún momento había tenido el control de la conversación, lo acababa de perder de forma irremediable.

Todo lo que Absalom le había contado hasta ese instante le había sonado a cuento. Todo salvo eso último, esa advertencia le parecía muy sincera. Y si era verdad, si volar toda la plataforma no conseguía acabar con Rayo y Summer, se habría sacrificado en vano.

Y no soportaba quedar como un idiota.

El detonador entraba en la recta final de la cuenta atrás. Neon se incorporó con dificultad y, a tres segundos escasos, detuvo el reloj.

Absalom suspiró al ver aquellos números que habían quedado fijos en la temblorosa imagen que captaba la cámara de Neon.

—Bien. Me alegra que hayas entrado en razón.

—No se alegre tanto. Todavía puedo detonar las cargas —le advirtió Neon, consciente de que a esas alturas sus amenazas no tendrían ningún peso.

—¿Qué quieres, Joshua?

—Quiero saber qué son realmente. La verdad, Absalom.

—Lo realmente importante no es el qué, sino el para qué fueron creados —contestó el hombre—. Para que entiendas la trascendencia de este proyecto, tengo que explicártelo desde el principio. ¿Puedo continuar?

—Le escucho.

—Cuando consiguieron descifrar su composición, descubrieron que el fragmento nos guardaba otra sorpresa: un polímero parecido al ADN se conservaba en su interior, lo cual era un milagro. Estaba muy deteriorado, pero había miles de terabytes de información salvable. Es decir, aquel artefacto extraterrestre incluía su propio manual de instrucciones.

—Entonces, ¿los creasteis a partir de ese ADN?

—Espera, no te adelantes —le pidió Absalom. Sus ojos brillaban emocionados por lo que estaba a punto de revelar—. Para continuar, tuvieron que recurrir a expertos en genética y biología molecular. Fue entonces cuando entré a formar parte del proyecto. No te haces una idea de lo que significó para nosotros el día que logramos descodificar una parte de la información, de qué manera cambió nuestras vidas.

—¿Por qué?

—Porque fue entonces cuando lo confirmamos… —dijo, y esperó una reacción por parte de Neon que no llegó a producirse—. Que no estábamos solos en el universo —aclaró—. Aquel fragmento probaba la existencia de un portal espaciotemporal, y todo lo que necesitábamos para reconstruirlo estaba codificado en aquel minúsculo polímero. —Hizo una pequeña pausa antes de continuar hablando atropelladamente—: Como imaginarás, nos pusimos a trabajar de inmediato. Sabíamos que un hallazgo así no podía caer en malas manos, así que decidimos llevar a cabo el proyecto por nuestra cuenta.

»Fundamos Kimantics y, con lo que íbamos descubriendo de aquel fragmento, desarrollábamos avances tecnológicos que vendíamos después para conseguir financiación, mientras que, de puertas para adentro, solo unos pocos de confianza trabajábamos en el portal. Crecimos, nos diversificamos en multitud de áreas y numerosos proyectos, entre los cuales se encontraban los que en un futuro jugarían un papel importante en nuestro objetivo, como la propia Adrax.

—¿Adrax es el portal? —preguntó Neon desconcertado.

—Adrax contiene el portal.

—¿Y cómo funciona?

—Ahí es donde entran el Alfa y el Omega —contestó Absalom—. Sus energías están diseñadas para combinarse en un equilibro perfecto, que llamamos sinergia, la fuente de energía necesaria para activar el portal.

—Entonces…, ¿son baterías? —A Neon se le escapó una risilla incrédula. Imaginarse de esa forma a Summer y Rayo los despojaba por completo de su terrorífica aura—. ¿Y cómo es que no han activado el portal todavía?

—No es tan sencillo —admitió Absalom—. Antes me preguntaste si los habíamos creado a partir de ese ADN, y en parte así fue. Pero había secuencias imposibles de descodificar, lo que dejaba huecos que tuvimos que ir rellenando a base de ensayo y error. Tardamos en conseguir las primeras parejas de sujetos viables mezclando el ADN del artefacto con ADN humano. Pero ninguno de ellos mostraba signos de tener las capacidades especiales que necesitábamos. Hasta que creamos al sujeto que tú conoces como Summer.

—Menuda pieza… —comentó entre dientes.

—Sí, a diferencia de los demás, incluido su propio gemelo, Summer consiguió desarrollar una parte de su potencial desde pequeña. Pero eso no era lo único, también era rebelde, temperamental… Pensamos que en esas emociones estaba la clave de su progreso, y entonces llegó un punto en el que se estancó, entró en una fase de apatía y depresión. Decidimos tomar medidas drásticas, apelando a su instinto de supervivencia, y la expusimos a una situación límite. —Absalom frunció el ceño al recordarlo—. Funcionó de una manera que superó nuestras expectativas. Summer alcanzó más del cincuenta por ciento de su capacidad, y ocurrió algo totalmente impredecible: provocó una reacción en otro sujeto que ni siquiera era de su misma serie. Ese sujeto, que hasta entonces no había mostrado ningún signo de desarrollo, al verse a las puertas de la muerte, evolucionó de golpe, convirtiéndose en el Omega.

—¿Rayo? —interrumpió Neon.

Absalom asintió.

—No obstante, aquel avance nos costó caro. Summer destruyó nuestras instalaciones y muchos empleados perdieron la vida. El desastre espantó a la mayoría de inversores y nos llevó a la bancarrota. No nos quedó más remedio que dejar que Summer escapara, era demasiado peligrosa para mantenerla encerrada, y ya teníamos bastantes problemas. Nos ocupamos del Omega, que había quedado malherido. Lo preparamos física y psicológicamente y, cuando llegó el momento, lo integramos en la sociedad como Axel Lynet, mi nieto.

—¿Y por qué complicarse tanto? Si ya estaban preparados, ¿por qué no capturasteis a Summer en lugar de dejar libre a Rayo?

—Porque no sabíamos cómo o qué producía la sinergia. Y, sobre todo, no podíamos permitirnos otro accidente. Así que decidimos soltar al Omega y observar, no sin antes darle un objetivo primario: la necesidad de buscar al Alfa. Lo introdujimos en la única empresa en la que aún teníamos algo de influencia. Así matábamos dos pájaros de un tiro: colocábamos a alguien bajo nuestro control en la dirección de la Adrax Comm y, de paso, Axel tendría recursos suficientes para encontrar a Summer. Lo que sigue ya lo sabes.

—Ahora entiendo por qué eras tan parco con las explicaciones —contestó Neon con sequedad—. Siempre pensé que ocultabas algo, pero, joder, ni de coña me imaginaba esto.

—Joshua, te he contado la verdad —dijo Absalom, y clavó los ojos en el chico—. Esos dos son el medio para contactar con otra forma de vida inteligente; una especie muy superior a la nuestra, capaz de dar respuesta a muchas de nuestras preguntas sobre el universo. Puede que incluso estemos ante nuestro siguiente salto evolutivo. ¿Entiendes ahora lo importante que es esto?

—Suena como si estuviera hablando de dioses que van a venir a solucionarnos la papeleta —comentó Neon—. Pero ¿y si no son…?

El puño de Absalom golpeó con fuerza su escritorio. Neon no llegó a terminar la pregunta, no hacía falta, Absalom ya sabía adónde quería llegar.

—Esa es la clase de pensamiento corto de miras que no soporto. No sabes nada de esos seres ni de lo que nos dejaron aquí. Así que mejor te callas —le espetó.

Neon obedeció. Lo cierto era que, a pesar de estar en posición de amenazarle y de estar separados por kilómetros y kilómetros de agua, Absalom seguía intimidándole.

En ese instante, sintió una vibración en el bolsillo derecho. Neon dejó un el comunicador en el suelo para atender y salió del plano de la cámara. La pantalla que veía Absalom se quedó fija en la oscuridad del techo.

—Joshua, ¿qué estás haciendo?

—Es el rastreador que hemos usado para localizar a Rayo —contestó Neon mientras lo sacaba con dificultad de su bolsillo.

Al igual que un radar, aquel dispositivo captaba y medía la energía de Rayo Negro. Neon comprobó que el pico de energía que se mostraba se había disparado. La cifra de la medición aumentaba por segundos, hasta que los números coparon el espacio permitido y la palabra «error» los sustituyó.

Neon tragó saliva, intuyó lo que aquello significaba. Volvió a coger el comunicador, reapareciendo en la pantalla del despacho de su superior.

—Dígame, ¿qué pasaría si esa sinergia se produjera lejos de Adrax?

Absalom no respondió, pero su expresión cambió por completo. Y en aquel rostro Neon vio algo que no auguraba nada bueno.

—¡Absalom, conteste! ¡¿Qué pasaría?! —insistió Neon.

—Sin un núcleo que canalice toda esa energía… —empezó a decir, vacilante—. Nunca se ha probado, es difícil de saber.

Aquella respuesta no resolvía sus dudas. Por el contrario, las acentuaba. Y a ellas se unía el temor, aún no olvidado, que le suscitaban aquellos seres. Sus ojos se posaron en el detonador, a su lado. Quizá ese era el momento, el único momento, de parar aquello. Suya era la decisión. Solo tenía que apretar un botón…

¿Por qué costaba tanto?

—Joshua, confía en mí —le dijo Absalom, que había recuperado su templanza—. Todo irá bien. Te sacaremos de ahí.

—Yo… —susurró, y negó con la cabeza. De repente, todas sus emociones colapsaron. El miedo, la frustración y el dolor le golpearon hasta que las lágrimas surcaron sus mejillas—. Por favor, no quiero morir.

—Eso no pasará. Hazme caso, desactiva las cargas —le pidió su jefe.

—Sí, señor —asintió, vencido por su propia cobardía. Sin embargo, lo justificó pensando que Absalom tenía razón, que su objetivo era bueno, que estaban haciendo lo correcto—. Le llamaré cuando haya acabado. Corto.

Colgó sin esperar réplica. Necesitaba huir de la superioridad de aquella mirada que le juzgaba. Hundió el rostro en la única mano que le quedaba y respiró. Y entonces oyó el ruido tenue pero perceptible de unos pasos que se acercaban por el pasillo exterior. Su cuerpo reaccionó como le habían entrenado, olvidando todo lo que no era cuestión de supervivencia. Se levantó renqueante, movido por algo más poderoso que la escasa fuerza que le quedaba en el cuerpo. Cogió el arma y apuntó hacia la puerta metálica, que comenzaba a abrirse.

Reconoció al hombre que apareció tras ella. Una casualidad inesperada y totalmente desafortunada para ambos. De ahí que la expresión que viera formarse en aquel rostro fuera idéntica a la que él mismo sostenía. En un tono nacido de la animadversión, preguntó:

—¿Qué haces tú aquí?

—Tiene narices, me tenía que cruzar precisamente contigo. —Akira sonrió con desprecio al tiempo que bajaba el arma. Neon, en cambio, siguió apuntándole—. ¿Tú qué crees? Hemos venido a rescataros…, otra vez.

Neon se echó a reír. Sus carcajadas sonaban a desesperación. Akira no disimuló su desconcierto.

—¿De qué coño vas?

—Pobre capullo —contestó Neon—. ¿A rescatarnos, dices? No sabes dónde os habéis metido.

Akira volvió a apuntarle con su arma, pero él fue más rápido. Disparó. La bala acertó en el pecho de su objetivo, que se tambaleó y acabó cayendo. Neon chasqueó la lengua, decepcionado porque eliminar por fin al que había sido su rival, un auténtico grano en el culo, durante tantos años no le causaba la satisfacción esperada.

simbolo

«Armonía».

Summer nunca había llegado a comprender del todo aquella palabra. Recordó cuando Will le había intentado explicar su significado usando la moda como ejemplo.

«Todo combina perfectamente».

Como era de esperar, no entendió nada. Que a un vestido le fuesen mejor unos zapatos que otros, este color o aquel, le importaba bien poco. Y cuando su compañero quiso llevarlo a otros campos, la música, el arte…, tuvo el mismo éxito. De aquella conversación lo único que sacó en claro fue que la armonía debía de ser jodidamente difícil de conseguir, pues ella no había llegado a sentir algo parecido ni por asomo.

Hasta aquel instante.

Era lógico que a su amigo le hubiera costado tanto explicarlo en su día. Aquella palabra abarcaba muchos significados; armonía era paz, pero también era afecto y correspondencia. Era entendimiento… y unión.

Todo lo que formaba parte de ella ahora.

Le vino otro recuerdo, tan lejano que le pareció un sueño. De alguna manera, flotaba en su memoria como una diminuta balsa a la deriva de su mente. Recordó estar sumergida en un líquido y apenas ser consciente de su cuerpo. No podía ver ni hablar, ni siquiera respiraba, pero sí oír…

Y sentir.

Y sentía el corazón de su hermano junto al suyo, latiendo al unísono como un solo ser. Sentía la calma y la seguridad que le procuraba aquella comunión. Nada podía dañarles en aquel momento. Juntos en la calidez de aquel fluido que les protegía eran felices. Mucho antes de que los separaran, de que empezaran los experimentos. Antes del dolor, de los desengaños, de la violencia… De la vida.

Le arrebataron aquel bienestar. Y durante diecinueve años, había sentido que algo le faltaba sin saber siquiera que tenía un nombre. Ahora que la había recuperado, sentía cómo aquella paz la anestesiaba. Sería tan fácil dejarse arrastrar por ella, dejarse caer hasta perder la noción de sí misma. Sería fácil…, si no fuera porque, desde el extremo opuesto, una pulsión que era la antítesis de la armonía tiraba de ella con la misma fuerza.

Allí nada tenía sentido. No había calma, sino excitación. Se sentía vulnerable y poderosa a un tiempo. Sacudida por unas palpitaciones que la dejaban sin aliento, obligándola a tomarlo de esa boca ansiada unida la suya. Dominada por un incontenible deseo que había enardecido las zonas más sensibles de su cuerpo. Una sensación que iba en aumento hasta derretirla, y culminar en un placer del que ya era tanto dueña como esclava.

Sin embargo, aquellos dos extremos nacidos del mismo origen no podían coexistir para siempre. Se estaban separando de forma inevitable. Solo había una opción si no quería perder el vínculo, tenía que decidir…

Pero antes de que pudiera tomar esa decisión, oyó algo: un eco vago y lejano que apenas lograba atravesar ese estado de trance en el que se había sumido. Y, aunque le costaba concentrarse en él, lo hizo.

—¡Summer, cuidado!

Esta vez sí, lo escuchó con claridad. Era la voz de su hermano.

Summer entreabrió los ojos, incapaz de ignorar el tono de alarma. Vislumbró a Yade, apoyado en el umbral de la puerta de la sala de control, intentaba mantenerse en pie mientras que, con un brazo, señalaba hacia su izquierda. Siguiendo esa dirección, descubrió a la copia de Rayo acercándose hacia ellos. Su expresión delataba su odio; su postura, sus intenciones.

¿Por qué su instinto no le había avisado? Era como si se hubiera olvidado del mundo, pero el mundo no se había olvidado de ellos, y en ese instante los reclamaba. Estaban en peligro y, aun sabiéndolo, la sensación de irrealidad la embotaba, como si fuese parte de otro sueño y ella fuera un mero testigo. Su conciencia, su voluntad, se encontraba encadenada a aquel vínculo que sus energías habían creado. Para reaccionar debía romperlo.

Los ojos de Lux brillaban. Estaba lista para atacar.

Summer necesitó de toda su entereza para separarse de aquellos labios. Lo sintió físicamente en su interior, como si una parte muy profunda de su ser se desgarrara. Rayo se desplomó ante ella, pero no tenía tiempo de preocuparse por él.

Cuando su enemiga lanzó su ataque, Summer respondió desde la ira que había experimentado en sus anteriores enfrentamientos, desde la frustración de haberse visto acorralada. Contraatacó desde las entrañas sin percatarse de que ya no era la misma, de que cada célula de su cuerpo estaba saturada de la energía que había ido acumulándose en su interior. Ahora contenía un poder inconmensurable, devastador… Un poder que clamaba por ser liberado.

Así lo hizo.

simbolo

Cuando ocurrió, Aidan se encontraba en medio del helipuerto. Se había alejado un momento para evitar que los continuos zumbidos de su teléfono atrajeran demasiado la curiosidad de sus compañeros. Will seguía insistiendo. Exigía más información, intercalaba mensajes suplicantes con otros más cínicos.

Llevaba un buen rato allí plantado, mirando la pantalla de su móvil, pensando en cómo responderle…, sin saber que estaba a punto de perder la oportunidad de hacerlo.

La pista tembló violentamente. Bajo sus pies se abrieron unas pequeñas grietas, pero no reaccionó. Estaba paralizado, aturdido por la impresionante imagen que iluminó sus ojos. Una descomunal columna de luz azulada rasgó el corazón de aquella plataforma y se alzó hasta el cielo, agujereando los negros nubarrones.

No llegó a escuchar a Zoe la primera vez. Fue a la segunda cuando se percató de aquella voz imponiéndose al sonido de las hélices que comenzaban a adquirir velocidad.

—¡Aidan!

Volvió a la realidad, a una realidad que se iba complicando por momentos. La pista se venía abajo, y él iría detrás si no regresaba de inmediato con sus compañeros.

Y entonces sucedió el segundo fenómeno.

Como si la hubieran rebobinado, la columna recorrió el camino inverso, bajó de los cielos para esconderse en el interior de la plataforma, en aquel enorme agujero que había abierto y, después, un fulgurante destello los cegó a todos durante unos segundos. Cuando recuperaron la vista, una onda de energía, un disco resplandeciente, se extendía por doquier sobre el océano hasta perderse en el horizonte, mientras el estruendo del estallido retumbaba.

Un ensordecedor chirrido lo sustituyó, seguido de una nueva sacudida. Aidan no tuvo ocasión ni de dar un paso. Una brecha partió en dos el helipuerto, que, como un libro al cerrarse, se lo tragó ante la mirada horrorizada de Zoe.

—¡No, Aidan! —Estaba a punto de saltar para acudir en su ayuda. Justo en ese instante, el helicóptero viró bruscamente para escapar de aquella situación, haciéndole perder el equilibro. Cuando lo recuperó, ya habían despegado.

—¡Sujétate! —avisó Conor, que, por su parte, luchaba por estabilizar la aeronave.

Zoe ni siquiera lo escuchó. Contemplaba impotente cómo la pista, la plataforma, todo aquel gigante de acero y cemento se caía a pedazos. La mitad superior se deslizaba sobre la inferior, en un horrible declive que acabaría inexorablemente en el fondo de las oscuras aguas, llevándose consigo a las personas que una vez volvieron a darle sentido a su vida.

simbolo

Neon se acercó al cuerpo de Akira para comprobar si estaba muerto. Al traspasar el umbral de la puerta, se dio cuenta de su error. Akira llevaba un chaleco antibalas y lo estaba esperando. Con una patada certera, su enemigo lo desarmó, y supo que había perdido. Estaba demasiado débil para pelear. Y así fue. En cuestión de segundos, estaba inmovilizado contra la pared, con un fusil presionándole el cuello.

—Debería matarte, puto gilipollas. —Akira escupió, literalmente, aquellas palabras con furia.

—Pues hazlo ya y ahórrame tener que soportar tus babas de perro rabioso.

Akira bufó ante aquella provocación. Ganas no le faltaban. Pero no tuvo que tomar esa decisión.

La violenta sacudida les sorprendió a ambos. Los temblores eran tan fuertes que les hicieron perder el equilibro. Los paneles del techo reventaron y cayeron sobre el pasillo, vomitando cascotes y cables como si fueran tripas. El suelo comenzó a moverse, inclinándose hasta convertirse en una empinada rampa. Ambos se vieron inevitablemente succionados por aquel caos y se deslizaron por aquel improvisado y siniestro tobogán, cuyo final era una oscuridad incierta.

simbolo

Absalom recorría su despacho de un lado a otro. Cada dos por tres contemplaba la pantalla que había quedado en negro tras haber cortado la comunicación. Las palabras sin señal flotaban en el centro como un mal augurio.

Los minutos pasaban y seguía sin recibir la llamada de Neon. Empezó a temer lo peor. Quizá algo había salido mal al desactivar las bombas; el joven se encontraba en un estado lamentable que bien podía costarle un error mortal. O puede que simplemente hubiera cambiado de opinión.

—Ese idiota —masculló con rabia—. ¿Cómo se le ocurre llenarlo todo de C4?

Se dejó caer en la silla y apoyó los codos en el escritorio, y luego enterró la cabeza en las manos.

De pronto, sintió cómo la mesa vibraba. Y no solo eso, toda la habitación. Los objetos en las estanterías repiquetearon unos segundos hasta que regresó la calma.

Se quedó atónito, con el corazón encogido por la funesta coincidencia. Pero la lógica le decía que aquello era imposible. Estaban demasiado lejos de la plataforma como para haber captado los coletazos de la onda expansiva.

Recordó la última pregunta que le había hecho su agente. No había sido una pregunta al azar. Algo la había motivado, algo de lo que Neon se había percatado antes de hacerla. Quizá la naturaleza del temblor no se debía a una explosión de C4, sino que tenía otra causa significativamente más poderosa.

Y entonces, confirmando sus sospechas, recibió un aviso de uno de los técnicos de la sala de control.

—Señor, tiene que venir a ver esto. Hemos recibido unas lecturas que…

—¿Cuánto? —preguntó, no podía esperar a llegar a la sala para ver los datos con sus propios ojos.

—¿Qué?

—¿De cuánto ha sido la sinergia?

Hubo un silencio que a Absalom le pareció eterno, pero, cuando por fin llegó la respuesta, la saboreó.

—Del cien por cien, señor.

Absalom agradeció estar sentado, ya que la emoción llegó a nublarle la vista. Tomó aire y, en cuanto se sintió con fuerzas, se dirigió hacia la sala de control.

«¡Por fin!».

Después de casi cuatro años de haber iniciado esa fase del proyecto, por fin lo habían conseguido. Si mantenía la calma no era porque no tuviera motivos de celebración, pero ahora debía centrarse en solucionar la crisis que tenían entre manos. Que aquel paso adelante no acabase convertido en un total y absoluto fracaso solo dependía de una tarea.

Recuperar al Alfa y al Omega.

simbolo

Cuando la oscuridad lo engulló todo, solo Summer quedó en pie. Aunque no importó. No tardó ni un segundo en desmoronarse también, como lo hacía aquel lugar. El dolor la estaba esperando. No la perdonó. Punzante, abrumador… Con cada latido, sentía que le perforaban el cerebro. Con cada leve movimiento, la respiración se le cortaba. Un pitido incesante castigaba sus oídos. Pero eso no era lo peor.

Lo peor nacía de la impotencia frente a lo que estaba ocurriendo. No podía ver nada y, aun así, era plenamente consciente del desastre que acababa de provocar. El techo se les caía encima, y con él, el resto de pisos superiores. Comenzó a arrastrarse, exhausta, ciega… Nunca se había sentido tan desamparada ante la oscuridad, siempre había contado con la luz que emitían sus ojos para defenderse, pero ni siquiera le quedaba energía para eso. Palpó a su alrededor con la esperanza de dar con Rayo, pero solo halló escombros.

Por fin, sus ojos captaron algo de luz. Pensó que era algo bueno.

Se equivocó.

Aquella luz, aunque escasa, venía del exterior. Se colaba a través de la grieta que se había abierto al final del pasillo, cuyos cascotes ya se hundían en el océano. El presagio del destino que iban a sufrir. Y cuando notó que el suelo empezaba a inclinarse, supo que ese destino estaba mucho más cerca de lo que deseaba.

La gravedad tiró de ella. Su cuerpo rodó por el suelo, cada vez más rápido. Sus intentos por frenar su caída fueron en vano, pues la superficie era de metal. Hasta que llegó justo al borde de la grieta y, antes de caer, consiguió agarrarse a un hierro retorcido que surgía del hormigón que conformaba la base de aquel piso. Allí quedó suspendida, varios metros por encima de unas aguas que se agitaban impacientes por devorarla.

Recuperó el aliento y trató de volver a subir a la plataforma. Con esfuerzo, consiguió apoyar un brazo y, balanceándose un poco, colocó la pierna. Tenía ya medio cuerpo arriba cuando lo vio venir.

Un cuerpo surgía de la penumbra, deslizándose hacia donde se encontraba ella. Venía de cabeza, y logró reconocer aquellos cabellos enmarañados y sucios. Era Yade. Sin embargo, había algo extraño en él.

Logró agarrarlo cuando pasó por su lado y lo sostuvo con un brazo, mientras que con el otro seguía aferrada a aquel hierro, que cedió un poco ante el incremento de peso. Entonces se dio cuenta de qué era lo que había notado en su hermano.

Y el corazón se le congeló.

El cuerpo de Yade desaparecía más allá de las caderas. Había perdido ambas piernas.

—¿Nío?

Un susurro acongojado escapó del nudo que se había formado en su garganta. No daba crédito a lo que veían sus ojos. No era capaz de procesarlo. Veía una imagen incomprensible, irreal… Como si todavía estuviera atrapada en aquella simulación. En una pesadilla.

Solo que aquello no era un sueño.

Yade no reaccionaba.

—Nío… No…

Ni iba a reaccionar.

—No, por favor…

Su corazón destrozado comenzó a gritar lo que su mente se negaba a asumir. Su hermano ya no estaba allí, lo que con tanto esfuerzo sujetaba era solo un cuerpo sin vida. Y cuando su corazón se detuvo, cuando se le quebró en mil pedazos y ya no fue capaz de gritar más, su voz tomó el relevo. Y la culpa arrasadora cargó contra ella con toda su crudeza, exterminando toda esperanza, estrangulando cada pensamiento hasta dejar solo uno.

Había matado a su hermano.

Le había robado la oportunidad de crecer, de ser feliz. Ya jamás volvería a ver su sonrisa ni a sentir la caricia de su mano amiga, incondicional y siempre atenta. Ese contacto se enfriaba, extinguiéndose irremediablemente… Intentó evitarlo, alzar su cuerpo para abrazarlo, pero para ello necesitaba soltarse. No se lo pensó.

Se soltó.

El sufrimiento era tan insoportable que solo deseaba ponerle fin, que aquel océano la engullera y acabara cuanto antes. Pero en esa misma milésima de segundo alguien evitó que cayeran. Una mano apareció en el borde del precipicio y atrapó su muñeca. Summer supo de quién se trataba. Su instinto se lo anunciaba, y la rabia con la que aquellas uñas se clavaban en su carne hasta hacer brotar la sangre no hacían más que confirmarlo. Aquella mano era de Lux.

Su enemiga tiró de ella, sosteniéndolos a ambos. Su silueta se asomó por la cornisa. La visión era espeluznante: un rostro en carne viva, calcinado por la explosión y consumido por la rabia. De su cabello blanco, ahora teñido de rojo, solo quedaban unos mechones supervivientes. En el lado derecho, una cuenca vacía la miraba con idéntica ira que la del ojo sano inyectado en sangre. Un muñón deformado donde antes había estado el brazo gemelo a aquel con el que la sostenía caía inmóvil sobre su cuerpo.

Sus heridas eran terribles, pero de algún modo Lux había sobrevivido, y el deseo de venganza la mantenía en pie.

Summer conocía bien aquel sentimiento, la fuerza que llegaba provocar. Una avalancha imparable contra la que no podría hacer nada, pues, en su caso, la fuerza se había agotado. No tenía sentido seguir luchando. Era un monstruo destructivo capaz de acabar incluso con aquellos a los que más quería; tan estúpido que, a pesar de haber recibido las señales, había sido incapaz de evitar su mayor temor.

Era hora de aceptar las consecuencias.

El ojo de Lux refulgiendo palpitante de odio hasta convertirse en un destello azulado fue lo último que vio. Y un impacto abrasador atravesándole el pecho, lo último que sintió.

Fue rápido y clemente. Arrancó de golpe todo el dolor, sumiéndola en la oscuridad. Agradecida, se dejó llevar.