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El wintloriano belicoso

En Wintloria, Mortimer se estaba preparando para su propia misión peligrosa. No tenía la menor idea de dónde vivía la bestia ni tampoco Bethany, pero estaba decidido a remover cielo y tierra, aunque tardara el resto de su vida.

—¿Por qué te estás afilando las garras, Morty? —le preguntó Giulietta, que descendió volando mientras él se frotaba las garras contra una piedra en los límites de la jungla—. ¡Pero bueno, como te las sigas afilando, las vas a convertir en unas dagas!

La parte más peliaguda del viaje de Mortimer era lograr salir de la jungla sin que nadie se percatara, así que se le había ocurrido una mentira muy astuta.

—Estoy a punto de irme de la jungla para ir a hacer la compra, y quiero asegurarme de que tengo las garras lo bastante fuertes para cargar con todo lo que necesito —dijo Mortimer.

—¡Aaah! ¿Y qué vas a comprar? —le preguntó Giulietta.

—¿Acaso no te has enterado? —le dijo Mortimer—. He decidido preparar una fiesta para Claudette, ya sabes, para cuando se ponga mejor. Ya se lo he contado a algunos de los demás loros.

—¡Benditos sean los cielos, es la idea más primorosa que he oído jamás! —dijo Giulietta—. Aunque no hace ninguna falta que te marches de compras. Podemos apañarnos con lo que tenemos en la jungla.

—No para el tipo de fiesta que tengo en mente —le dijo Mortimer.

—¡Qué emocionante! Voy contigo y te ayudo —dijo Giulietta.

—¡No! —le soltó Mortimer. Enseguida, al darse cuenta de que prefería que Giulietta no sospechara nada, le dijo en voz baja—: Quiero decir que no, que tengo que hacer esto yo solo, es importante para mí.

Giulietta reprimió todos sus instintos naturales que la empujaban a ayudar a los demás y asintió con la cabeza emplumada. Se ilusionó mucho al ver que Mortimer abrazaba al fin el espíritu festivo.

—Pues esto me parece maravilloso. Ahora entiendo por qué tiene unas ganas tan tremendas de hablar contigo.

—¿Quién las tiene? —preguntó Mortimer.

—¿Acaso no te has enterado, Morty? —preguntó Giulietta—. Cáscaras, debes de llevar bastante tiempo aquí fuera afilándote las garras. ¡Claudette está despierta! ¡Y tiene muchas ganas de disfrutar de una pequeña charlita!

Mortimer no se podía creer lo que estaba oyendo. Saltó de la piedra y se alejó volando de aquella conversación sin decir ni pío, ni un «hasta luego», ni cualquier otro tipo de despedida habitual.

Cuando llegó al árbol de las celebraciones, Claudette estaba incorporada en la cama. Aún se la veía frágil y desmejorada, pero al menos estaba despierta. Murmuró algo, pero su voz era demasiado débil para que Mortimer la oyese, así que el loro acercó volando los oídos para oírla mejor.

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—Morty… me he enterado de la fiesta, y solo quería decirte… gracias —susurró Claudette—. Estoy segura de que me pondré lo suficientemente bien para disfrutarla… un día de estos.

Mortimer se sintió fatal. No se le había ocurrido que Claudette fuese a estar despierta y pudiera oír la mentira sobre la fiesta; y él odiaba la idea de engañarla.

—Hay otra cosa más. Lo que te dije sobre esa niña, Bethany… Estaba delirando, Morty, no me hagas caso. Eso no es… problema tuyo —susurró Claudette—. Y, de todas formas, la BERTA tiene a la bestia metida en una jaula.

—No te preocupes —le dijo Mortimer, que había decidido no decirle nada sobre la información que había recibido de los agentes Hughie, Louie y Stewie—. Lo que la bestia te hizo a ti, jamás le sucederá a nadie más. Te lo prometo.

Mientras Mortimer había estado afilándose las garras, la BERTA había enviado a través de un charco la pequeña maleta con los objetos que Claudette se había dejado en el ala médica de sus instalaciones. Los demás loros habían colgado en el árbol el contenido de aquella maletita con el fin de animar a su amiga.

Ahora, las ramas de alrededor de su cama estaban repletas de recuerdos de todos aquellos lugares que había visitado Claudette. Había una foto de la lorita en Las Vegas, cantando entre bambalinas con Elvis y su queridísimo y difunto primo Patrick. Había tarjetas postales y cartas de agradecimiento de los numerosos amigos que había hecho recorriendo el mundo. Había conchas que recogió en sus playas preferidas y menús de sus restaurantes favoritos, y también unos marcos con fotografías en blanco y negro de sus padres, que —igual que los padres de Mortimer— habían caído en manos de los cazadores de trofeos. Mortimer observó cómo Claudette miraba todo aquello con cara entristecida, como si supiera que jamás volvería a tener la fortaleza suficiente para marcharse otra vez de Wintloria.

Justo sobre la cabeza de Claudette, Mortimer localizó una tarjeta postal con una foto de una niña delante del escaparate de una confitería. La niña llevaba una mochila con su nombre. Mortimer desenganchó la postal de la rama del árbol.

—Esa es Bethany… después de su primer día en la confitería de la señorita Muddle. Una monada de niña. En ocasiones se pierde un poco, pero siempre tiene buenas intenciones —dijo Claudette.

—Ojalá no la hubieras conocido —dijo Mortimer—. Ojalá no te hubieras marchado nunca de esta jungla para irte a ese maldito barrio.

—No digas eso, Morty —dijo Claudette—. No cambiaría mi amistad con Bethany por nada del mundo…, ni siquiera después de todo lo sucedido. Espero que llegues a conocerla algún día.

Mortimer le dio la vuelta a la tarjeta postal. Bethany había dejado su dirección en la parte de atrás.

—Pues sí —dijo Mortimer. Por fin había conseguido la información que los Bertos no le habían facilitado—. Me da la sensación de que Bethany y yo vamos a conocernos muy pronto.

—¿Por qué no te quedas un rato aquí sentado conmigo, Morty… mientras yo me duermo? —le preguntó Claudette.

La lorita bajó la cabeza de sueño, y de su pico escapaban unos leves ronquidos.

Mortimer se sintió incómodo y fue a posarse a los pies de la cama de Claudette. Estaba seguro de que, de haber sido otro loro el que se hallara en su situación, le cantaría a Claudette alguna clase de canción que la consolara.

Se preparó para cantar y abrió el pico justo antes de volver a cerrarlo de golpe. Decidió que él no era de esos loros que se quedan sentaditos cantando. Él era de los loros que se vengaban.

Mortimer volvió a mirar la postal de Bethany, memorizó su dirección y volvió a colgarla de la rama del árbol.

—Giulietta, ¿te importa echarle un ojo a Claudette? —dijo de forma brusca al salir del árbol—. Esta salida de compras podría durar varios días…

Entonces alzó el vuelo y cortó los cielos con el urgente batir de sus alas moradas. Tenía por delante un largo trayecto que podría durar un par de días, aunque eso no le importaba, porque tenía unos grandes deseos de visitar su lugar de destino.

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