Aquel rugido de la barriga de la bestia en particular fue como un horrible chirrido que resonaba en los oídos del que lo escuchaba, y que le hacía perder el hilo de sus propios pensamientos. Bethany, Ebenezer y el pajarero cayeron al suelo de rodillas, y los pájaros de la tienda continuaron graznando, chillando, piando y zureando de angustia.
—¡Ay, nada de ruidos! —dijo la bestia—. Chsss, barriguita mala. ¡Chitón, chitón, chitoncito!
La barriga continuó rugiendo, como si estuviese recuperando el tiempo perdido.
—¡Maldita sea, ese ruido conseguirá que me sangren los oídos! —exclamó el pajarero.
—¡Ay, madrecita! —dijo la bestia—. ¡No sé cómo hacer para que pare!
La bestia echó a caminar como un pato y salió rápidamente de la pajarería.
Bethany recobró el sentido.
—¡Lo sabía! —exclamó mientras se ayudaba con las manos para ponerse rápidamente en pie y salir disparada hacia la puerta—. ¡Ya sabía yo que era la misma bestia de siempre! ¡No la dejen escapar!
De inmediato, Ebenezer salió pisándole los talones de las zapatillas a Bethany. En el exterior, la bestia estaba tratando de acallarse la barriga aporreándola con sus puñitos minúsculos.
—¡Tenemos que llamar a Nickle! —dijo Bethany.
—Me entregó esto para los casos de emergencia —dijo Ebenezer, que se sacó del bolsillo el botón del tamaño de un pulgar—. Pero no estoy yo muy seguro de que…
Bethany le arrebató el botón y lo presionó tan fuerte como pudo. Un instante después surgió un charco en medio de la calle.
Y del charco surgió el señor Nickle blandiendo uno de sus bastones como si fuera una espada. El anciano hizo un gesto de dolor al oír el rugido de la barriga de la bestia.
—¿Qué ha pasado? —preguntó al darse la vuelta hacia Bethany y Ebenezer.
—¡Justo lo que yo decía que iba a pasar! —dijo Bethany—. La bestia ha olisqueado una tienda llena de animales que se quería comer, y ha salido a relucir su verdadera personalidad. Parece que va a tener usted que volver a meterla en su jaula.
—Aaaaaay —dijo la bestia—. No dejéis que mi barriguita haga más daño a Bethany y a Ebenezer.
El señor Nickle arrugó el ceño, y eso que ya lo tenía lleno de arrugas.
—¿Ha comido algo la bestia en todo el día de hoy? —preguntó el señor Nickle.
—Creí que había dicho usted que ya no comía nada —dijo Ebenezer.
—¡Castañas, menudo par de tontainas! La bestia ya no come carne, pero sigue necesitando comer algo —dijo el señor Nickle.
Apuntó con uno de sus bastones hacia un punto justo encima de la bestia y abrió un charco en el aire. Unos instantes después, dentro de la canoa cayó una montaña de chatarra metálica.
La bestia comenzó a mordisquear el metal con ansias, como haría un perro con una colección de huesos jugosos. En cuestión de diez segundos, la montaña de chatarra se encontraba entera dentro de la barriga de la bestia, y, muy poco después de eso, los rugidos cesaron de golpe.
—¡Uy, muchísimas gracias, Nickle-Chicle!
El señor Nickle abrió otro portal lleno de restos metálicos, solo para asegurarse.
—Pero ¿qué hace? —preguntó Bethany—. ¡No le dé de comer, métala en su jaula!
—¿Acaso se ha comido esta criatura a alguno de los pájaros? —preguntó el señor Nickle—. ¿Qué tal va la campaña de rehabilitación?
—Pues verá, lo cierto es que iba bastante bien hasta ahora —dijo Ebenezer—. Ha estado vomitando cosas muy útiles para el vecindario.
—Bien, muy requetebién —dijo el señor Nickle.
—Sí, y no es que quiera yo darme aires —dijo Ebenezer justo cuando estaba a punto de darse aires—, pero varios de los vecinos me han estado elogiando por…
—Pero bueno, ¡¿es que han perdido los dos la chaveta, o qué?! —exclamó Bethany—. ¡La bestia acaba de demostrar que no ha cambiado! ¡Miren la tienda!
—Será mejor poner un poco de orden —dijo el señor Nickle, que apuntó uno de sus bastones hacia el escaparate para sellar la grieta en el cristal. Entró renqueando en el comercio y regresó unos instantes después—. Un pequeño borrado de memoria para el pajarero. No recordará absolutamente nada sobre ese rugido. Y ahora, será mejor que regresen a casa.
El señor Nickle abrió un charco en el suelo que era lo bastante grande para que cupiesen la bestia, Bethany, la canoa, Ebenezer y el patinete. Un instante después, se encontraban de vuelta en el ático.
—¡Lo que deberían estar haciendo ahora es llevarse a la bestia de regreso a la BERTA! —gritó Bethany.
—¡No lo haga, por favor, Nickle-Chicle! He disfrutado muchísimo haciendo cositas buenas —dijo la bestia—. Además, ¡escuche mi barriguita, que ya se ha calmado del todo!
—Mientras Ebenezer y Bethany te mantengan bien alimentada, no veo motivos para que no se te permita continuar aquí con tu rehabilitación —dijo el señor Nickle—. Es más, tu capacidad para contenerte dentro de la pajarería indica que estás logrando un gran progreso. Buen trabajo, Ebenezer.
Ebenezer se sonrojó. Ya había recibido muchos elogios, pero recibir uno del señor Nickle era la guinda que coronaba el pastel.
—¡IDIOTAS! —dijo Bethany mirando al señor Nickle y a Ebenezer—. ¿Qué tiene que pasar para que los dos vean que todo esto es parte del plan malvado de la bestia?
—¿Por qué narices iba la bestia a hacer todas estas buenas obras si no hubiera cambiado realmente? —le preguntó Ebenezer—. Si tú conoces la respuesta, dejaré de ayudar a la bestia de inmediato.
Bethany abrió la boca para responder, la cerró y la volvió a abrir… y se quedó con una cara parecida a la de un pececillo de colores.
—Pues no lo sé, ¿vale? Cáscaras, nada de esto tiene ningún sentido —dijo la niña—. Pero hay una cosa que sí sé con certeza, y es que la bestia ¡NO HA CAMBIADO!
—Eso mismo decía la gente sobre ti y sobre mí. No se creían que pudiésemos ser mejores personas, y míranos ahora —dijo Ebenezer—. Sé bien que la bestia ha hecho algunas cosas verdaderamente indescriptibles, pero ¿acaso no se merece ella también una segunda oportunidad?
—De eso nada… No te atrevas a compararme con la bestia —dijo Bethany—. No nos parecemos en nada, ¿te enteras? ¡EN NADA EN ABSOLUTO!
—Bueno, ya he oído todo cuanto tenía que oír —dijo el señor Nickle, que abrió un portal en forma de charco delante de sus pies—. Continúe trabajando así de bien, Ebenezer, y ya sabe cómo llamarme si nos necesita.
El señor Nickle desapareció en el interior del charco al mismo tiempo que Bethany abandonaba el ático dando pisotones y con lágrimas de furia ardiéndole en los ojos. Bajó a su cuarto a zapatazos y cerró la puerta de golpe a su espalda.
Ya se había enfadado con Ebenezer en muchas ocasiones, pero no acertaba a recordar una vez en que se sintiese más furiosa que ahora. Después de todo cuanto habían pasado juntos, no se podía creer que Ebenezer estuviera comparando su transformación para hacer buenas obras con lo que fuese que estuviera haciendo ahora la bestia.
—¡Yo no me parezco en nada a la bestia! —gritó para sí una vez más, y, al gritar aquello, se preguntó si tal vez el problema podría ser ese. Si de verdad deseaba vencerla, quizá debería estar dispuesta a hacer todo aquello que sí haría la bestia. Tenía que ser más dura, porque si no, jamás podría derrotar a una criatura tan astuta.
Se secó los ojos con las mangas y, justo al hacerlo, una idea se le pasó por la cabeza como un fogonazo ante los ojos. Era algo complicado y tal vez peligroso, pero era la única forma.
Bethany decidió que iba a dar de comer a la bestia.