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El loro y la bestia

La bestia se preguntó por qué habría cerrado Bethany la puerta con semejante estruendo. Tenía la esperanza de no haber hecho nada que hubiera puesto a la niña de mal humor. Entonces, con un gran esfuerzo a base de voluntad, se puso de pie muy despacio.

Quería hallar el modo de trabar amistad con Bethany. Se mordisqueaba las dos lenguas y se preguntaba si debería preparar alguna sorpresita para cuando regresaran de la fiesta.

La bestia se encontraba pensando en ese mismo instante en las cosas tan maravillosas que iba a vomitar para Bethany, cuando su barriga comenzó a soltar rugidos y gruñidos una vez más. Era un sonido que se hacía cada vez más constante y voraz desde el preciso momento en que la bestia probó el bocadillo carnoso.

—¡Chsss, chsss, tú calladita! —le dijo la bestia a su barriga—. No vas a conseguir lo que quieres, así que deja de pedirlo, y vas a tener que dejar de pensar en comidita humana.

Era más fácil decirlo que hacerlo. Cada vez que la bestia trataba de pensar en algo que no fuese comida, la barriga le hacía un ruido furioso y desagradable que empujaba a la bestia a pensar otra vez en perdices y cerdos, costillas y asados de ternera, unos muslos de pollo gorditos y jugosos y esos huesecillos que se parten con tanta facilidad con ese maravilloso…

—DEBES DEJAR DE PENSAR EN COMIDA —dijo la bestia abofeteándose la panza con ambas lenguas.

La barriga contestó gruñendo con más fuerza si cabe, y la bestia le respondió a golpe de bofetadas aún más fuertes. Aquellos rugidos combinados con los golpes parecían el sonido de unos siniestros tambores en la jungla.

La bestia respiró hondo y, al inhalar, detectó un nuevo olor en el aire. Era un aroma que venía del interior de la casa. Era fresco, terroso y olía como… ¡una absoluta delicia!

Aquel nuevo aroma vino seguido de inmediato por un sonido nuevo, un extraño graznido apagado que sonaba también procedente del interior de la casa. Al principio, la bestia pensó que lo habría oído mal, pero entonces sonó otro graznido.

—¿Hola, holita? —dijo la bestia—. ¡He dicho HOLITAAA!

La respuesta que obtuvo la bestia fue un silencio tal que comenzó a tener dudas de haber oído nada en absoluto. Usó ambas lenguas para limpiarse las orejas, pero, en el instante en que la cera de los oídos se deslizaba por sus lenguas, la bestia oyó algo más, algo que sonaba parecidísimo al batir de unas alas.

Unos pocos segundos después, un joven loro petimorado de Wintloria entró volando en la sala con una trompeta sujeta entre las garras.

—Ahora ya no queda nadie que te proteja, ¿verdad? —dijo el loro con una sonrisita de suficiencia en el pico—. ¡Prepárate para saludar a las garras de Mortimer!