—¡No, arrepentidita no! ¡Fenomenal! ¡Quería decir que me siento fenomenal! —dijo la bestia, que volvía a abofetearse ella sola—. Ha sido un lapsus verbal —dijo con aire muy pomposo—. Un desliz de mis lenguas.
—Pues parece que te sucede mucho —dijo Bethany con el ceño fruncido, mirando a la bestia—. Estás hablando igual… igual que antes de que retornara tu mente.
—¡NO, DE ESO NADA! —exclamó la bestia, y dio un fuerte pisotón en el suelo con uno de sus piececitos—. ¡No he cambiado lo más mínimo, así que ya te puedes quitar esa estúpida idea de la cabezota de mocosa que tienes!
—¿Quién ha dicho nada de que hayas cambiado? —dijo Bethany.
—Nosotros no lo hemos mencionado siquiera —dijo Ebenezer—. ¿Acaso has cambiado, bestia?
—¡ROTUNDAMENTE NO! —rugió la bestia—. ¿Te parece a ti que he cambiado?
La bestia hizo un gesto para señalar el caos y los gritos por toda la tienda, y se la veía enfurecida cuando Bethany, Ebenezer y Claudette se detuvieron a observarla con detenimiento, tomándose su tiempo.
—Has liberado a la señora lagarta —dijo Bethany—. La bufanda se ha soltado mientras hablabas con nosotros.
La señora lagarta estaba graznando y jadeando en busca de aire.
—Oye, tú…, me llamo… Bárbara —graznó, pero por desgracia su graznido sonó demasiado bajo para que alguien lo oyese.
—¡Pues ha sido sin querer! —dijo la bestia, y agitó los dedos hacia la bufanda, que empezó a enroscarse de nuevo alrededor del cuello de la señora lagarta…, hasta que la bestia volvió a agitar los dedos y dejó que la bufanda cayese inerte al suelo—. ¡Y no tengo nada que demostraros!
—Todavía no le has cortado la cabeza a nadie —dijo Ebenezer al echar un vistazo a todos aquellos vecinos que había en la confitería y que no dejaban de gritar, pero que conservaban la cabeza—. Es más. Creo que los frisbees no vuelan lo bastante bajo como para cortarle a nadie el pelo siquiera.
Mortimer, que estaba tumbado en el fondo de la canoa en medio de la confitería, comenzó a despertarse y a gemir. Por primera vez, Bethany, Ebenezer y Claudette se fijaron en los vendajes que llevaba el loro en las garras y en las cuerdas con las que estaba atado.
—Morty… ¿está vivo? —dijo Claudette llena de alegría.
—¿Por qué no te lo has comido? —le preguntó Bethany a la bestia—. Imagino el doloroso esfuerzo que te habrá costado atarlo. Y esos vendajes se parecen mucho a los que vomitaste para la doctora Barnacle. ¿Es que has curado a Mortimer?
—La sangre del loro estaba poniendo perdido el suelo de mi cocinita bonita —dijo la bestia—, y ya que preguntas, no me lo he comido porque me estaba reservando el hambre.
Ebenezer se echó a reír al oír aquello. La bestia le lanzó una mirada fulminante con sus tres ojos que le habría puesto los pelos de punta al más pintado, pero Ebenezer no se contuvo.
—Tú jamás te reservas el apetito —dijo Ebenezer, que aún se carcajeaba—. ¡Sí que has cambiado!
—¡NO he cambiado! —rugió la bestia—. ¡Me zamparía las entrañas de ese loro como quien se toma un chupito fresquito! Agitaré los dedos y le arrancaré la cabeza a todos los vecinos tan bobos que hay aquí si es lo que quieres.
—¡No! —suplicó Claudette.
Ebenezer cayó de rodillas.
—No, por favor, bestia. ¡No lo hagas!
La bestia sonrió. Por fin estaba percibiendo el respeto que se merecía.
—Vamos, hazlo —le dijo Bethany.
La bestia volvió la cabeza hacia aquella niña mocosa.
—¿Qué acabas de decir, cabeza de mocos? —le preguntó la bestia.
—He dicho que vamos, que lo hagas —dijo Bethany, que ya se había tirado muchos faroles en su vida como para ser capaz de detectar a una mentirosilla—. No creo que tengas aún lo que hay que tener para hacer eso. Demuéstrame que me equivoco.
—¡Soy la bestia que levanta imperios y los destruye! —soltó la bestia—. He hecho cosas que harían que el penoso cerebro que tienes en la cabeza se te saliera por las orejas del susto. ¡He vomitado semejantes crueldades que te dejarían tan boquiabierta que se te caería la mandíbula hasta los tobillos! Soy…
—Que sí, que sí, que ya lo pillamos, que eres terrible y poderosa —le dijo Bethany, que puso los ojos en blanco—. Deja ya de amenazar con hacer malas obras y empieza ya de una maldita vez. Es decir, si es que tienes lo que hay que tener.
—¡VALE! —dijo la bestia—. Pero recuerda, tú lo has querido…
La bestia se arrojó el megáfono al interior de la barriga, abrió las dos manitas minúsculas y se preparó para cortarle la cabeza a todo el vecindario agitando los deditos como jamás lo había hecho hasta ahora.
—Allá vamos… —dijo la bestia.
Bethany hizo como si bostezara de aburrimiento y observó que la bestia daba a los dedos la orden de agitarse: empezó primero con una mano y siguió con la otra. Unas gotas de sudor comenzaron a humedecerle cada centímetro de la piel, y cada vez que intentaba agitar los dedos, no sucedía nada.
Finalmente, la bestia bajó los brazos en los costados. Bethany sonrió de oreja a oreja. La niña estaba en lo cierto.
De repente, un brillo surgió en los ojos de la bestia.
—No puedo hacerlo porque estoy esperando para matarte a ti, Bethany —dijo la bestia aliviada al haber hallado una explicación para su comportamiento—. He estado esperando tanto tiempo para comerte, que ahora no soy capaz de matar ni de masticar a nadie, no hasta que te tenga a ti en la barriga. Ay, Bethany, Bethany, cuando te ponga los colmillos encima…
Bethany dio un paso al frente.
—Vamos, hazlo —repitió Bethany una vez más—. Hazlo ya, venga.
—Uy, lo haría, créeme que LO HARÍA —dijo la bestia—. Pero tienes la suerte de tener en la mano esa trompeta.
Bethany se había olvidado de la trompeta pomposa efervescente que había recogido del suelo a modo de arma. Miró a Ebenezer, que también conservaba aún su trompeta pomposa en la mano.
Bethany se quedó pensativa un instante. Se la estaba jugando con unos envites que eran cada vez mayores, y el siguiente sería, de manera literal, una cuestión de vida o muerte. Aun así, por algún motivo se sentía confiada.
—¿Qué? ¿Te refieres a esta trompeta? —le preguntó Bethany, que se llevó la trompeta pomposa efervescente a la boca y le dio un bocado tremendo y enorme. Acto seguido, la tiró a su espalda—. No creo que eso te vaya a servir de excusa, ¿no te parece?
Bethany dio otro paso hacia la bestia. Ya estaba tan cerca como para darle una bofetada en la cara.
—¿Cuánto tiempo has estado esperando una oportunidad como esta para comerme? —le preguntó Bethany, que no quería desaprovechar la oportunidad de abofetear a la bestia y le arreó un buen guantazo justo en el moflete carnoso y viscoso—. ¿No es esto lo que habías querido desde el principio? Venga, bestia, CÓMEME YA.