En Wintloria, Claudette estaba pasando por unos momentos difíciles. Los loros habían evacuado el árbol de la fiesta para hacerle un nuevo hogar a la lorita recién llegada, ya que estaba demasiado débil para ir volando a su propia zona de la jungla tropical.
Habían recurrido a una mezcla de ciencia y naturaleza para ayudarla. Tenía una de las alas conectada a una máquina de la BERTA que emitía pitidos, y le habían cubierto el cuerpo con hojas, cortezas y frutos que los demás loros habían recolectado. Aun así, algo obstaculizaba la recuperación de Claudette: algo que ni la BERTA ni loro alguno comprendía.
Mortimer observaba impotente el agitado sueño de Claudette, entre graznidos y aleteos. Ella estaba así desde que se desmayó en sus alas, inconsciente para relacionarse con el mundo exterior, pero necesitando un descanso.
—¡Hola, hola, Morty! ¡Ay, qué devoción la tuya, bobito mío! —dijo Giulietta, que descendió sobre el árbol—. Por lo que veo, sigues aquí, ¿verdad?
Mortimer no intentó responder a una pregunta tan tonta.
—¿Me has oído, Morty? —le preguntó Giulietta, que, al igual que los demás loros de la jungla de Wintloria, se esforzaba por mantenerse animada ante aquella tragedia—. Quizá estés demasiado agotado para escucharme. ¿Te traigo a Frederick para que te lleve volando hasta lo alto del árbol del descanso?
—Me encuentro GENIAL —dijo Mortimer con el pico apretado y sin apartar la mirada de Claudette.
—Pero si no te has separado de ella desde que llegó —dijo Giulietta, que lo rodeó con el ala por los hombros. Mortimer dio un respingo. El único loro al que permitía hacer semejante cosa era a Claudette—. Tienes que estar reventado.
—Jamás me voy a separar de ella —dijo Mortimer—. No lo haré mientras me necesite.
—Lo que Claudette necesita ahora es descansar —dijo Giulietta—. Ya tiene todo lo que necesita para recuperarse.
—Voy a recorrer el bosque en busca de los frutos que los demás han pasado por alto. Iré volando hasta la BERTA para traer a un médico distinto —dijo Mortimer, que hablaba consigo mismo más que otra cosa, pero aun así consiguió ofender a los agentes Hughie, Louie y Stewie, que andaban ocupados alrededor de la cama de Claudette—. ¡Tiene que haber algo que pueda hacer yo!
—Lo único que podemos hacer es esperar —dijo Giulietta—. Si es verdad que no quieres dormir, entonces nos vamos a reunir algunos loros alrededor de este árbol y vamos a entonar unas alegres nanas para tranquilizar a Claudette. Ya sé que tú no cantas mucho, pero podrías unirte al coro si lo deseas.
—Claudette no se va a curar con una canción —le soltó Mortimer.
—Una canción sí puede dar reposo al alma y sanar el corazón. Sin duda, la canción adecuada en el oído apropiado puede… —comenzó a decir Giulietta.
—¡Lo que está claro es que una canción no podrá con la bestia! —exclamó Mortimer.
Mortimer y los demás loros habían recibido la advertencia de que no debían pronunciar el nombre de la bestia delante de Claudette. La máquina de la BERTA pitó más rápido y más fuerte de lo que había sonado hasta entonces, y los ojos de Claudette se movieron agitados, sumidos en algún sueño aún más perturbador.
En épocas anteriores, Claudette compartía sus sueños con los loros más jóvenes de Wintloria, como si les contara un cuento antes de irse a dormir. Si lo hiciera ahora, ninguno de ellos volvería a dormir jamás. No dejaba de murmurar nombres y mencionar rostros que había visto en la mente de la bestia.
—Rapscallicus… Morgana… BETHANYYY —dijo Claudette. Pestañeó y se despertó—. Pero ¿que…? Pero ¿quién…?
Mortimer se acercó volando para reconfortarla. La voz de Claudette era demasiado débil como para que pudiese oírla, así que se inclinó un poco más hacia el pico de la lorita.
—La bestia está hambrienta… La bestia siempre lo está, y siempre está tramando algo malicioso. No permitas que sea tan astuta, Morty… No la dejes escapar del lugar donde está atrapada… y, hagas lo que hagas, no le permitas comer —dijo Claudette, que luchaba contra su agotamiento—. Si come algo… si come algo… se comerá a… ¡SALVA A BETHANY!
—¿Quién es Bethany y dónde está? —le preguntó Mortimer en una voz tan baja como pudo—. ¿Claudette? No podré salvar a Bethany a menos que sepa dónde encontrarla.
Claudette volvió a caer en aquel sueño suyo tan inquieto. Mortimer intentó sacudirla un poco, con delicadeza, pero no funcionó. Mortimer notaba el río de lágrimas moradas que se le acumulaban en los ojos, pero estaba decidido a no derramar ni una sola.
—¿Qué ha dicho? —preguntó el agente humano Hughie.
—¿Siente algún dolor? —preguntó el agente más o menos humanoide Louie.
—¿Alguna pista sobre lo que está obstaculizando su recuperación? —preguntó entre siseos el agente Stewie, que no tenía nada de humano.
—No deja de hablar sobre alguien que se llama Bethany —dijo Mortimer—. Y ha dicho que la bestia va a intentar escapar, pero eso es absurdo, ¿verdad?
Los tres Bertos se miraron. A Mortimer no le gustaron nada las conversaciones secretas que mantenían con la mirada.
—Respondan a mi pregunta —les espetó Mortimer—. ¿Hay o no hay manera de que escape la bestia?
—No sería capaz de escapar de una jaula láser… —dijo el agente Hughie.
—No hay nada que sea capaz de escapar de nuestras jaulas láser… —dijo el agente Louie.
—Aunque un tunante siempre tiene forma de lograr liberarse… —dijo el agente Stewie.
Mortimer se quedó mirando a los tres Bertos pestañeando con una furiosa expresión de incredulidad en la cara. La sola idea de que la criatura que había hecho tanto daño a su ser preferido del mundo anduviese en libertad por ahí hacía que la sangre morada le hirviese de ira.
—Cuéntenmelo todo —les espetó—. AHORA MISMO.