—Bueno, bueno, bueno, pues vamos allá —le dijo el señor Nickle a la mujer que montaba guardia, apuntando hacia el panel de control de la jaula con uno de sus bastones—. Llegó la hora de desconectar las paredes láser.
La bestia juntó ambas lenguas en un gesto de alegría. Bethany y Ebenezer no hicieron nada, porque ambos se sentían como si les hubieran contado el peor chiste del mundo.
—Es necesario que te quedes quieta mientras desconectamos las paredes de la jaula —le dijo el señor Nickle a la bestia—. No te muevas ni pongas un pie fuera hasta que yo te lo diga.
El anciano hizo un gesto afirmativo con la cabeza a la mujer guardia, que desconectó la primera de las cuatro paredes de la jaula láser. Unos instantes después, desconectó la segunda.
—Mire a estos amiguitos míos, Nickle-Chicle: ¡se han quedado muditos! —dijo la bestia, que puso una sonrisa babosa al ver que la mujer guardia desconectaba la tercera pared—. Ay, qué contentita me pongo. Con lo preocupada que estaba.
El rostro de la bestia era la imagen de la sinceridad. Ponía una boquita de piñón como si fuera una mosquita muerta, aunque Ebenezer sabía perfectamente que por esa boquita habían entrado cosas mucho peores que mosquitas muertas.
Lanzó una mirada a Bethany y trató de descifrar qué estaría pensando la niña acerca de todo aquello. Se imaginaba que, muy probablemente, la emprendería a puntapiés en las espinillas del señor Nickle, pero no. Se había quedado inmóvil, allí de pie con los puños aún cerrados y la boca más apretada que una mordaza.
—¡Te he dicho que no te muevas! —vociferó el señor Nickle.
La bestia se tambaleaba sobre sus diminutas piernas. Si Ebenezer no la conociese a la perfección, habría dicho que la bestia estaba temblando de nervios. Se fijó en ella y vio que llevaba puesto un par de botitas de agua de la BERTA.
Por desgracia, los gritos no sirvieron de mucho para calmar el nerviosismo de la bestia. Las piernecitas le temblaron todavía más al quedar desconectada la última pared de su jaula.
—Muy bien, ahora sal muy despacio —dijo el señor Nickle con un gesto de sus bastones para persuadir a la bestia.
La bestia tardó un momento para sentirse con fuerzas para dar un paso hacia el mundo exterior, y, cuando lo hizo, se cayó de morros, y se le metió un clavo del suelo en uno de los tres ojos.
—¡Mecachis!
La bestia se sacó el clavo y se relamió el ojo hasta que se le curó la herida. Se puso de nuevo en pie. Aún estaba un poco temblorosa, así que extendió sus manitas minúsculas y pegajosas en busca de ayuda, que recibió por medio de uno de los bastones del señor Nickle.
La bestia tenía un aspecto lastimero, tan distinta de aquella presencia aterradora con la que Ebenezer había lidiado durante siglos, que su cerebro no creía lo que veían sus ojos.
—¡Qué emocionada estoy de convertirme en una bestia que hace cositas buenas! —dijo la criatura, y miró con dos de sus ojos a Ebenezer y con el tercero a Bethany—. Bueno, ¿qué os pasa a los dos por la cabecita? ¿Me vais a ayudar una chispita?
A lo largo de los siglos, Ebenezer se había preguntado qué pasaría si fuera capaz de convencer a la bestia de que vomitara un poquito de bien en el mundo, aunque fuera un pequeño babeo de vez en cuando, pero ya hacía tiempo que había abandonado toda posibilidad de que eso sucediera. Miró a Bethany, que estaba callada, como si la impresión la hubiera silenciado.
—Pues pienso que… Tengo una pregunta para el señor Nickle —dijo Ebenezer, que se volvió hacia el anciano—. Tan solo quería saber… ¿Desde cuándo es usted un panoli?
La expresión jovial que el señor Nickle había tenido en la cara durante todo el día dejó paso a una disposición mucho menos amable de sus arrugas.
—Yo NO soy un panoli —dijo el anciano—. Soy el jefe de los agentes secretos de la agencia más poderosa del mundo.
—Vale, vale. Entonces es un panoli con un cargo de postín —dijo Ebenezer—. Porque le puedo decir ahora mismo que no hay un solo gramo de bondad en el cuerpo de la bestia. Y yo lo sé mejor que nadie: he vivido cinco siglos con ella.
—En realidad, Tuíster, creo que coincidirá conmigo en que somos nosotros quienes conocen a la bestia mejor que nadie —dijo el señor Nickle, que se acercó renqueando a Ebenezer para poder permitirse el placer de pincharle con uno de sus bastones—. Tenemos informes acerca de lo que andaba haciendo la bestia antes de que usted tuviera contacto con ella. Sabemos que era una criatura cruel, astuta e incapaz de cambiar su manera de comportarse. Sabemos que no había nada que la hiciera sonreír más que las desgracias ajenas y que jamás ayudó a nadie.
—Ay, puñetitas, dejad de hablar de cómo era yo antes de perder la memoria y todos mis recuerditos —dijo la bestia—. Me hace sentir terriblemente mal.
—Así que sabe todo eso de la bestia, pero le parece buena idea dejarla suelta por ahí, ¿no? —le dijo Ebenezer.
—Se habrá dado cuenta de que he hablado en pasado —dijo el señor Nickle, que volvió a pinchar a Ebenezer—. Aquella bestia de antes murió cuando se desvanecieron todos sus recuerdos. Esta situación es nueva, y hemos realizado todos los exámenes a nuestro alcance para confirmarlo.
—Tengan los exámenes que tengan, la bestia es capaz de sortearlos —dijo Ebenezer, que dulcificó un poco el tono de voz hasta alcanzar uno mucho más suplicante—: No haga esto, por favor. No se hace una idea del caos que va a generar.
—Creo que descubrirá usted que sé lo que hago —dijo el señor Nickle—. La bestia queda libre de su jaula, hoy mismo, y ustedes dos me van a ayudar con la etapa de su rehabilitación.
El señor Nickle tocó la parte superior de uno de sus bastones e hizo aparecer un charco en el suelo. Entre chapoteos y salpicaduras, el agua fue rodeando los pies del señor Nickle y la bestia. Ebenezer intentó correr para alejarse del charco, pero Bethany continuaba inmóvil, como si se resignara a su destino, y Ebenezer dejó de correr en el instante en que vio aquello.
—¡Señor Nickle, no pue… —comenzó a decir.
El charco los tragó a todos y los escupió al otro lado del mundo. Poco después, estaban en el ático de la casa de quince pisos.
—… de hacer esto! —terminó de decir Ebenezer.
Qué sensación tan peculiar, comenzar a decir una frase en un continente y terminarla en otro. A pesar de todo, Ebenezer tampoco tuvo mucho tiempo para detenerse a pensar en ello, porque tenía problemas mucho más importantes entre manos.
—¡Uuuaaauuu! Ese viaje ha sido muy movidito —dijo la bestia. Echó un vistazo por el ático con sus tres ojos en diferentes direcciones, y una sonrisita babosa se le dibujó en los labios—. Ay, cielitito santo… Jamás creí que llegaría este día.
—¡Este día no ha llegado! —dijo Ebenezer—. Envíela de vuelta, señor Nickle. Está condenando a todo el vecindario.
—Lo hemos pensado mucho —contestó el señor Nickle—. Tendrán que pasar un tiempo con la bestia.
—Todo este numerito de la pérdida de memoria es parte de algún plan perverso y malvado —dijo Ebenezer.
—¡Aquí no hay ningún plan! —exclamó la bestia, que parecía angustiada ante la acusación.
—No podemos impedir que libere a la bestia, pero sí pedirle que saque a la bestia de esta casa —dijo Ebenezer, que tuvo la sensación de que había hecho algo útil. Echó un vistazo a Bethany, pero el viaje de una punta del mundo a la otra no había servido para acabar con aquel aspecto, con la mirada perdida que tenía—. Es mi casa, y lo relevante aquí es que la bestia no es bienvenida.
—No era mi deseo que las cosas fueran por este camino —dijo el señor Nickle. Se frotó los ojos con uno de los bastones, como si le estuvieran obligando a hacer de niñera de un crío incapaz de portarse bien—, pero no me deja otra opción. Le estoy dando la orden de ayudarnos en esta misión de la BERTA.
—Buen intento, pero usted no puede venir a darnos órdenes a nuestra propia casa —dijo Ebenezer.
—¿Seguro que no puedo? —le preguntó el señor Nickle—. ¿Tendría usted la amabilidad de informarme acerca de la manera en que ha conseguido vivir en esta casa tan grande durante tantísimo tiempo, Ebenezer? Se lo pregunto porque he comprobado su ficha, y creo que jamás ha tenido usted un empleo.
—Bueno, pues utilizo el dinero de la caja fuerte. Hace unos años la bestia me vomitó unas sacas de billetes —dijo Ebenezer—. Fue una recompensa por traerle el trono de la Atlántida para que le diera unos mordisquitos.
Al señor Nickle le centellearon los ojos.
—De manera que me está diciendo que es el dinero de la bestia el que lo paga todo, ¿eh? Según lo entiendo yo, eso convierte a la bestia en la verdadera propietaria de esta casa.
La bestia dejó escapar un gritito ahogado y apestoso de pura felicidad.
—¿Me está diciendo que es mía esta casita? —preguntó la bestia—. ¡Ay, recórcholis! ¡Que afortunada soy!
—Usted no puede… —comenzó a decir Ebenezer.
—Y hay una cosa más —dijo el señor Nickle, que se puso a rebuscar en sus bolsillos, antes de sacar un documento que parecía oficial y entregárselo a Ebenezer—. Si se niega usted a colaborar, no me temblará el pulso a la hora de utilizar esto.
Ebenezer echó un vistazo al documento, con Bethany asomada por encima de su hombro. Tardó un instante en percatarse de qué era lo que tenía en la mano.
—Pero, pero, pero… ¡si yo no duraría ni cinco minutos en una jaula láser! —exclamó Ebenezer—. Y qué pinta tendría con un mono de presidiario. ¡No puede hacerme eso!
—Puedo hacerlo y lo haré —dijo el señor Nickle—. Mire, Tuíster, usted me cae bien, pero no hay nada que no esté dispuesto a hacer con tal de ver a la bestia convertida en una tunante redimida. Esta misión es demasiado importante para la BERTA como para que yo ahora tenga vacilaciones.
Ebenezer sintió la necesidad de sentarse un buen rato. Se llevó las manos a la cabeza, que parecía pesarle más y más a cada minuto que pasaba, a causa de todos los pensamientos y preocupaciones que le estaban surgiendo en el cerebro.
—Pobre muchachito Ebe-nueces —dijo la bestia—. No lo haga, Nickle-Chicle. ¿Es que no hay otra formita de hacerlo?
—Cáspita, estoy harto de que la gente cuestione mis decisiones. Esta es la única formita… Mmm, la única forma, quiero decir —rectificó el señor Nickle—. Ebenezer y Bethany te ayudarán a ser un miembro útil de esta sociedad, les guste o no.
Ebenezer miró a Bethany, cuyo rostro parecía más petrificado que el de una estatua.
—Parece que vamos a tener que ayudar a la bestia —dijo Ebenezer, y una pequeña parte de él sentía curiosidad por ver cómo iba a ser aquello.
El señor Nickle sonrió con una triste satisfacción, mientras que el rostro de la bestia se entusiasmaba. Bethany permaneció en silencio un poco más y volvió el rostro pétreo hacia Ebenezer.
—No —dijo en voz baja.
—¿Cómo dices? —le preguntó el señor Nickle.
—He dicho que no. —Bethany se giró sobre los talones de las zapatillas y echó a andar decidida y a golpe de zapatazo hasta la vieja puerta desvencijada—. Jamás ayudaré a la bestia.
—¿Bethany? ¡Ay, puñetitas, Bethany! ¡No te vayas, porfaaa! —gritó la bestia—. ¡Vuelve, porfi! Con las ganas que tenía yo de poder llegar a conocerte, Bethany.
Bethany dejó de dar zapatazos airados. Se dio media vuelta para enfrentarse a la bestia.
—¿De verdad quieres jugar a este jueguecito raro? Muy bien —dijo Bethany—. Soy tu peor pesadilla. Soy la persona que frenó en seco tus planes, dos veces, y te volveré a parar los pies, aunque Ebenezer tenga que ir a la cárcel. Cuando haya terminado contigo, estarás en esa jaula, pudriéndote lentamente hasta que te mueras. ¿Quieres saber quién es Bethany? Pues bien, la que tienes delante ahora mismo.