XLV
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Me desvinculo del mar

cuando vienen las aguas a mí.

Salgamos siempre. Saboreemos

la canción estupenda, la canción dicha

por los labios inferiores del deseo.

Oh prodigiosa doncellez.

Pasa la brisa sin sal.

A lo lejos husmeo los tuétanos

oyendo el tanteo profundo, a la caza

de teclas de resaca.

Y si así diéramos las narices

en el absurdo,

nos cubriremos con el oro de no tener nada,

y empollaremos el ala aún no nacida

de la noche, hermana

de esta ala huérfana del día,

que a fuerza de ser una ya no es ala.