Otro poco de calma, camarada
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Otro poco de calma, camarada;

un mucho inmenso, septentrional, completo,

feroz, de calma chica,

al servicio menor de cada triunfo

y en la audaz servidumbre del fracaso.

Embriaguez te sobra, y no hay

tanta locura en la razón, como este

tu raciocinio muscular, y no hay

más racional error que tu experiencia.

Pero, hablando más claro

y pensándolo en oro, eres de acero,

a condición que no seas

tonto y rehuses

entusiasmarte por la muerte tánto

y por la vida, con tu sola tumba.

Necesario es que sepas

contener tu volumen sin correr, sin afligirte,

tu realidad molecular entera

y más allá, la marcha de tus vivas

y más acá, tus mueras legendarios.

Eres de acero, como dicen,

con tal que no tiembles y no vayas

a reventar, compadre

de mi cálculo, enfático ahijado

de mis sales luminosas!

Anda, no más; resuelve,

considera tu crisis, suma, sigue,

tájala, bájala, ájala;

el destino, las energías íntimas, los catorce

versículos del pan: ¡cuántos diplomas

y poderes, al borde fehaciente de tu arranque!

¡Cuánto detalle en síntesis, contigo!

¡Cuánta presión idéntica, a tus pies!

¡Cuánto rigor y cuánto patrocinio!

Es idiota

ese método de padecimiento,

esa luz modulada y virulenta,

si con sólo la calma haces señales

serias, características, fatales.

Vamos a ver, hombre;

cuéntame lo que me pasa,

que yo, aunque grite, estoy siempre a tus órdenes.

28 noviembre 1937