III
Solía escribir con su dedo grande en el aire
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Solía escribir con su dedo grande en el aire:

«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas»,

de Miranda de Ebro, padre y hombre,

marido y hombre, ferroviario y hombre,

padre y más hombre, Pedro y sus dos muertes.

Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!

Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!

¡Abisa a todos compañeros pronto!

Palo en el que han colgado su madero,

lo han matado;

¡lo han matado al pie de su dedo grande!

¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!

¡Viban los compañeros

a la cabecera de su aire escrito!

¡Viban con esta b del buitre en las entrañas

de Pedro

y de Rojas, del héroe y del mártir!

Registrándole, muerto, sorprendiéronle

en su cuerpo un gran cuerpo, para

el alma del mundo,

y en la chaqueta una cuchara muerta.

Pedro también solía comer

entre las criaturas de su carne, asear, pintar

la mesa y vivir dulcemente

en representación de todo el mundo.

Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,

despierto o bien cuando dormía, siempre,

cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.

¡Abisa a todos compañeros pronto!

¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!

Lo han matado, obligándole a morir

a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquél

que nació muy niñín, mirando al cielo,

y que luego creció, se puso rojo

y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres,
sus pedazos.

Lo han matado suavemente

entre el cabello de su mujer, la Juana Vásquez,

a la hora del fuego, al año del balazo

y cuando andaba cerca ya de todo.

Pedro Rojas, así, después de muerto,

se levantó, besó su catafalco ensangrentado,

lloró por España .

y volvió a escribir con el dedo en el aire:

«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas.»

Su cadáver estaba lleno de mundo.