Reunir en un solo volumen Hormigón y Extinción (Un desmoronamiento) no carece de sentido. Es juntar dos obras que, surgidas en el decenio de los ochenta (la primera en 1982, la segunda en fecha imprecisa, aunque publicada en 1986), presentan a un Bernhard renovado, seguro de sus recursos y dispuesto a representar brillantemente el papel que a sí mismo se ha fijado. Entre esas dos obras surgen novelas breves como El sobrino de Wittgenstein, El malogrado, Tala... y piezas de teatro como Ritter, Dene, Voss. Para muchos es éste el mejor Bernhard, el más accesible y claro.
Hormigón es la novela más española de Bernhard o, al menos, la más mallorquina, aunque haya que esperar muchas páginas hasta que aparezca la palabra «Palma», como «lugar ideal» para Bernhard y su trasunto Rudolf: un escritor bloqueado que tiene que atiborrarse de Prednisolon, Sandolanid y Aldactone-Saltucin para poder escribir su ensayo, largo tiempo planeado, sobre Mendelssohn Bartholdy. Luego las alabanzas a Palma de Mallorca se multiplican: «Hay tantas ciudades espléndidas en el mundo, paisajes, costas que he visto en mi vida, pero ninguna de ellas ha sido para mí nunca tan ideal como Palma». Krista Fleischmann, que lo filmó allí en 1981, ha dejado un documental («Monólogo en Mallorca») que es hoy un documento inestimable en el que aparece el Bernhard más payaso pero también más sincero y natural. Era la época en que, escritor ya famoso, podía permitirse cualquier lujo, y efectivamente se lo permitía. De principios del año siguiente, 1982, ha quedado un testimonio curioso: Bernhard, que está en Palma con unos amigos, organiza una excursión a Madrid con el fin exclusivo de pasar (muy d’orsianamente) dos horas en el Museo del Prado y almorzar en el Ritz. (Lo contó Gerda Maleta, viuda de un conocido político austríaco y una de las muchas amigas de Thomas Bernhard, en su ruborizante libro Seteais.)
De que Rudolf, el protagonista de Hormigón, es un psicópata no puede haber muchas dudas. Y la figura de su hermana, odiada y querida a la vez, parece claramente inspirada en la «tía» de Bernhard, Hedwig Stavianicek, a la que él calificaba de «ser de su vida» y que tenía treinta y siete años más que él. La anécdota final que está en el origen de Hormigón es también, al menos parcialmente, rigurosamente cierta. Mientras Bernhard está con Krista Fleischmann en un café del paseo del Borne, conoce a una alemana que, un par de años antes, se quedó viuda en Palma de Mallorca al estrellarse su marido contra el asfalto a los pies del balcón del (horrendo) hotel en que se alojaban en Santa Ponsa. Bernhard altera a su antojo la realidad, pero aprovecha para dejar constancia también de una Mallorca muy distinta de la paradisíaca que antes ha descrito: «... es de lo más deprimente, tomar el desayuno en un llamado comedor pestilente, con muebles de plástico rotos y sucios, que es un sótano oscuro y sin luz y con ancianos y ancianas ya extinguidos que se arrastran penosamente con muletas, y disfrutar de la vista del mar contemplando los infranqueables muros de hormigón de las altas casas de alquiler que se alzan a sólo cinco o seis metros de la ventana»... Menos mal que más adelante escribe: «Y la isla sigue siendo la más bella de Europa, ni siquiera los cientos de millones de alemanes y los igualmente horribles y pendencieros suecos y holandeses han podido aniquilarla. Hoy es más bella que nunca».
Extinción, aunque comience en Roma, se podría calificar de la novela más austríaca de Bernhard, aunque hay otras obras suyas que podrían disputarle el título. Sus orígenes no son claros, por la costumbre de Bernhard de cambiar con frecuencia el título de los libros en que trabajaba (Extinción se llamó sucesivamente Inquietud, Una familia, El hijo, Una desintegración...) y de mentir (sobre todo a su editor Siegfried Unseld) sobre el estado de elaboración en que se encontraba cualquiera de sus obras. Lo más seguro es que, hacia 1982, Extinción estuviera ya básicamente terminada.
La acogida que tuvo la novela al publicarse en 1986 estuvo condicionada por el hecho de ser recibida como la obra última y definitiva (Opus magnum) de un autor cuya salud estaba ya demasiado quebrantada para que pudiera escribir mucho más. La mayoría de los críticos dijeron que Extinción era, sin lugar a dudas, lo mejor que había escrito nunca Bernhard. Para otros, la obra no presentaba más novedad que su desmesurada extensión: Bernhard había tratado ya antes, y mejor, la mayoría de los temas que ahora trataba. Al demostrarse luego que, en realidad, la última novela escrita por Bernhard era Maestros antiguos (1985), las opiniones se matizaron. Si Extinción se había publicado entonces era, sobre todo, porque fueron unos años en que Austria empezó a enfrentarse seriamente con su pasado (la elección de Kurt Waldheim como presidente federal a pesar de sus antecedentes nacionalsocialistas había suscitado un enorme revuelo). Y casi la única afirmación crítica que resultó inconmovible fue la que hizo Ulrich Weinzierl, al considerar Extinción como «el único libro decididamente político» de Thomas Bernhard.
Hay que reconocer que, en el campo estrictamente literario, Extinción es un verdadero hallazgo para estudiosos y germanistas. El problema de la desintegración de un patrimonio y de una familia había aparecido ya en otros libros de Bernhard, desde la novela Trastorno y el relato Ungenach hasta el fragmento inacabado El italiano (quizá el antecedente más claro de Extinción). El lugar de los hechos es ahora la mansión / palacio de Wolfsegg, evidente encarnación de Austria misma. Y, como siempre en Bernhard, la mezcla de personajes reales, más o menos manipulados, y de personajes de pura ficción resulta desconcertante.
Con todo, Extinción presenta algunas de las figuras más notables de la iconografía bernhardiana. Comenzando por Maria, un homenaje claro a Ingeborg Bachmann, a la que Bernhard dedica los elogios más rendidos que dedicó en su vida a mujer alguna. El tributo que ya le había rendido en el relato breve «En Roma» de El imitador de voces, publicado en 1978 («En un hospital romano ha muerto la poetisa más inteligente e importante que nuestro país ha producido en nuestro siglo»), se amplía ahora: «Estar con Maria es siempre un punto culminante, un estado de felicidad».
Otros personajes, como Spadolini, arzobispo y nuncio papal, mundano y poderoso, resultan inolvidables (han quedado muchas fotografías de Cesare Zacchi, el personaje real que inspiró a Bernhard). Por muchos conceptos, se trata de alguien inmoral y nefasto, que personifica la connivencia entre catolicismo y nacionalsocialismo, pero Bernhard no puede esconder su admiración (dice que era una persona «absolutamente fascinante»). Y hay también otros personajes fáciles de identificar: el «Visionario» (su buen amigo Alexander Uesküll-Gyllenband), el tío George (que parece una mezcla del abuelo escritor de Bernhard y de Paul Wittgenstein, el famoso «sobrino de Wittgenstein»)...
En cuanto a la madre del protagonista, es una combinación de Hedwig Stavianicek (el «ser de su vida», treinta y siete años mayor que Bernhard), Gerda Maleta (ya citada, modelo de «la Presidenta» y «la Generala» en dos obras teatrales de Bernhard) y, sobre todo, las muchas madres y hermanas estúpidas, incultas, taimadas, hipócritas y avaras que pululan por las obras de Bernhard y han servido para cimentar su merecida fama de misógino.
Sin embargo, el personaje más inolvidable de la novela es su propio «narrador», Franz-Josef Murau, en el que es imposible no reconocer a Thomas Bernhard. Murau está escribiendo un libro que llamará Extinción, una especie de antiautobiografía, y se confiesa abiertamente «artista de la exageración» («He desarrollado mi arte de la exageración hasta alturas increíbles»). En Roma, en su casa de la Piazza Minerva situada frente al Panteón, Murau enseña a su discípulo Gambetti (no identificable: Bernhard jamás tuvo discípulos) lo que debe y no debe leer de la literatura en lengua alemana. Y para ello le facilita una lista de cinco libros básicos, entre los que figura, con evidente coquetería, Amras de Thomas Bernhard. (Es curioso señalar que, en alguna de las primeras versiones de Extinción que hoy se guardan en el archivo de Gmunden, aparecía, en lugar de ese relato que Bernhard tanto apreciaba, la novela de Adalbert Stifter Witico.)
Para quien conozca ya a Bernhard, Extinción será una inmersión en su mundo que le traerá numerosos recuerdos. Para quien no lo conozca, un curso completo que lo dejará absolutamente exhausto pero con muchas ganas de seguir enfrentándose con la prosa del Maestro. Hans Höller ha dicho que Extinción es la Comédie Humaine de Thomas Bernhard. Yo diría que es su gran Comédie Autrichienne.
Miguel Sáenz (2012)