Capítulo 2

—Hola, Meredith. Mi padre ya me ha dicho que ibas a venir. ¿Podemos continuar cosiendo como la última vez?

Meredith le sonrió a aquella pequeña de pelo largo y oscuro. Normalmente, estaba muy seria, pero en aquel momento era todo sonrisas.

—Hola, Kelsey —la saludó Meredith mientras entraba—. Sí, he vuelto a traer los hilos y la lona y he pensado que podríamos hacer una mariposa para tu cuarto, ¿qué te parece?

—Genial. Ahora tengo un edredón nuevo —dijo la niña mientras cerraba la puerta—. Es de color morado con mariposas rosas, ¿quieres verlo?

¿Quería arriesgarse a encontrarse con Mark en el pasillo?

—Sí, pero antes me gustaría poder dejar esto —contestó, deslizando por el brazo la bolsa de lona vaquera que llevaba al hombro.

—Oh, claro, lo siento, me había olvidado.

—No tienes por qué disculparte, cariño.

Incluso desde antes de haberla tenido como alumna el año anterior, Meredith adoraba a aquella niña. Era mucho más sensible y responsable que otros niños de su edad.

Se dirigió a la cocina, donde realizarían su trabajo manual mientras veían en la televisión una película de Doris Day que Meredith le había comprado. La profesora dejó la bolsa en la mesa y esperó. En cuanto Mark se marchara, desaparecería toda la tensión.

—Me encantan tus vaqueros —dijo Kelsey, dejándose caer en una de las sillas de madera de la cocina—, yo también quería unos con cuentas como ésos, pero mi padre dice que las cuentas se caen al lavar los pantalones.

Genial. Meredith tendría que mentir y decir que sí, que esos pantalones terminaban hechos una pena en cuanto los lavaban o decirle a la niña que su padre se equivocaba. Se agachó para acariciar a la gata, que pasaba una y otra vez entre sus piernas.

—¿Has vuelto a pelearte con mi padre? —preguntó Kelsey, arrugando la nariz mientras la miraba.

—¿Por qué me pregunta eso?

—Os habéis peleado, ¿verdad? —Kelsey frunció el ceño—. Lo sé porque mi padre ha dicho que Susan te ha pedido que vinieras esta noche, y normalmente es él el que te lo pide, porque os veis en el colegio. Así que supongo que eso significa que habéis vuelto a discutir.

Meredith se sentó enfrente de Kelsey.

—Tu padre y yo no nos hemos peleado.

—Bueno, a lo mejor tú no, porque no te imagino peleándote con nadie. Pero seguro que mi padre te ha hecho enfadar.

—¿Se han dado cuenta otros niños del colegio, o tú eres especialmente inteligente?

—Creo que sólo me he dado cuenta yo porque vivo con él.

—Bueno —Meredith tomó aire y pidió ayuda al cielo—, a veces se me va un poco la mano cuando intento ayudar y tu padre no quiere que pierda mi trabajo.

—¿Cómo vas a perder tu trabajo? Él es tu jefe.

—Sí, pero él está a las órdenes del consejo escolar y si le dicen que me despida, tendrá que hacerlo.

—¿Y van a decírselo?

—No, cariño, no le van a decir que me despida —contestó Meredith con una alegre sonrisa—. Pero últimamente

—Yo no estoy preocupado.

Meredith se levantó, dio media vuelta y vio a Mark en el marco de la puerta. Sus pantalones vaqueros y su camisa blanca de manga larga la distrajeron un momento, pero sólo un momento.

—Estás preocupado constantemente —respondió ella—. Por todo.

—Si estoy preocupado, es con razón —replicó con firmeza.

Meredith soltó una carcajada. Kelsey miraba fijamente a su padre, hasta que éste terminó sonriendo.

—Me voy a ir —dijo, apoyando la mano en la cabeza de su hija.

La niña asintió.

—Como mañana no hay colegio y estás con Meredith, puedes acostarte a las diez.

—Gracias.

—No abras...

—La puerta —terminó Kelsey con una sonrisa—. Ya sabemos las reglas, papá —respondió con cierta condescendencia.

—Entonces, dame un abrazo para que pueda desaparecer de una vez, que es evidente que lo estáis deseando.

A Meredith se le hizo un nudo en la garganta al ver a Kelsey abrazándose con fuerza a la cintura de su padre. Mark la retuvo durante unos segundos contra él, la soltó y miró a Meredith.

—No sé a qué hora llegaré.

Meredith no quería pensar en la razón, le resultaba embarazoso, pero, al mismo tiempo, se alegraba de saber que Susan tenía una relación íntima con él. Poco a poco, su mejor amiga estaba volviendo a la vida.

—Dale recuerdos a Susan de mi parte.

Tras despedirse con un asentimiento de cabeza, Mark se marchó.

Pero una hora después, Meredith todavía no había conseguido relajar los músculos de su estómago.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó a Kelsey mientras la niña intentaba seguir el patrón que Meredith había colocado en la mesa frente a ella.

—Sí, estoy bien —contestó Kelsey, pasando la aguja por el lienzo con deliberada lentitud.

Meredith pensaba que se relajaría en cuanto Mark se hubiera ido. Se encontraba perfectamente antes de llegar a la casa. De modo que ¿qué sentido tenía aquella tensión? ¿Sería su radar interno? ¿Estaría percibiendo la tensión de otro?

O quizá fuera el hecho de que Susan y Mark estuvieran haciendo lo que se suponía que hacían los adultos cuando estaban juntos, mientras ella pasaba la noche del viernes cosiendo mariposas con una niña, lo que la ponía nerviosa.

—¿Josie y tú seguís siendo amigas?

Quizá las niñas estuvieran sufriendo las consecuencias de pasar demasiado tiempo juntas desde que Mark le permitía a Kelsey ir a casa de Josie todos los días después del colegio, a cambio de cuidar él a Josie durante las vacaciones.

—Sí, somos amigas íntimas.

A Meredith se le hizo un nudo el hilo, algo que odiaba.

—Estás utilizando una hebra demasiado larga —le advirtió Kelsey.

—Sí, lo sé. Me temo que se me da mejor enseñar que hacer las cosas yo —dejó la aguja y la tela sobre la mesa—. ¿Te apetece tomar algo?

—¿Un helado?

—Por supuesto. ¿Qué extraños sabores ha comprado tu padre esta semana?

—Barritas de caramelo y vainilla con nueces.

Meredith sacó tres cuencos y dos cucharas y abrió el cajón en el que estaba el cucharón para servir el helado.

—¿Tú que vas a tomar, jovencita? —preguntó mientras servía una enorme bola de vainilla para la gata en uno de los cuencos.

—Creo que el de barritas de caramelo nunca lo he probado.

—Entonces, yo también tomaré de ése.

—¿Tú crees que se puede juzgar a una persona de la misma manera que se juzga un cuento?

Eran las diez menos cinco y Meredith estaba arropando a Kelsey en la cama.

—¿A qué te refieres? —preguntó Meredith, sentándose a su lado.

—Que un libro tenga mal aspecto no significa que la historia que cuente sea mala. Entonces, a lo mejor hay personas que tienen mal aspecto, pero que en realidad son buenas.

Meredith se obligó a concentrarse en la pregunta que le estaba haciendo la niña e intentó olvidarse de la creciente tensión que sentía en el estómago.

—Ésa no es una pregunta que pueda contestarse con un «sí» o con un «no», cariño —le dijo—. No, no se debería juzgar a las personas por su aspecto, pero también es cierto que las personas envían mensajes sobre sí mismas a través de su físico, mensajes que hay que saber interpretar, sobre todo cuando sales al mundo y comienzas a tener que tratar con desconocidos.

Kelsey asintió, pero parecía confundida.

—Por ejemplo, si ves a alguien que viste de forma descuidada, eso no significa que esa persona no tenga un buen corazón, ¿verdad? A lo mejor sólo significa que no tiene buen gusto.

—¿Y si lleva tatuajes?

—Hay muchas personas que llevan tatuajes —contestó Meredith—. Está de moda entre los estudiantes de instituto, y hay muchas madres que los llevan en los tobillos o en otros lugares del cuerpo. Ahora es algo que se acepta más que antes.

—Entonces, una persona que lleva tatuajes no tiene por qué ser mala, ¿verdad?

—Exacto.

—¿Y si, por ejemplo, tiene un aspecto sucio y grasiento? A lo mejor eso sólo significa que ha estado trabajando en un garaje, ¿verdad?

—Podría ser. Pero a menos que puedas estar segura de que ha estado trabajando en un garaje, yo tendría cuidado con ese tipo de cosas. Una persona que no cuida la higiene, puede ser maravillosa por dentro, pero eso también puede ser una señal de que está pasando una mala racha y, por lo tanto, está desesperado. O también puede ser signo de que no tiene ningún respeto por el cuerpo humano y, en ese caso, harías bien en evitarlo.

Kelsey pareció relajarse, pero Meredith continuaba teniendo el estómago en tensión.

—¿Estás bien? —le preguntó Meredith.

Kelsey asintió mientras se tapaba hasta la barbilla.

—¿Te preocupa algo? —insistió Meredith.

—No.

—¿Estás segura?

—Sí, es sólo que oí a alguien hablando de cómo había que juzgar a los demás y no lo entendí.

Gracias a Dios. Porque Kelsey Shepherd ya había tenido que sufrir demasiado en su corta vida. Y también su padre.

A las diez y diez, Meredith oyó que se abría la puerta del garaje. Inmediatamente, agarró su bolsa y apagó la televisión.

—Hola —la saludó Mark un minuto después, mientras dejaba las llaves en la bandeja de bronce que tenía en el mueble de la entrada.

—Hola —respondió Meredith, mirando las llaves, en vez de mirarlo a él.

—Ya sé que es tarde, ¿pero tienes un minuto?

—Claro.

Continuaba notando un nudo en el estómago, pero se había tumbado cuando Kelsey se había dormido y ya se encontraba mejor.

—¿Vamos al cuarto de estar?

Era extraño, pero Meredith no podía negarse.

La primera vez que había estado en el cuarto de estar de Mark, tres años atrás, para asistir a una fiesta en la que celebraban la jubilación de uno de los directores del centro, la había impresionado la elegancia de su sencilla decoración en tonos dorados, castaños y verdes.

En vez de sentarse en el sofá, Meredith prefirió hacerlo en una silla de respaldo alto.

—¿Qué ocurre?

—Necesito que me ayudes con Kelsey.

—¿Qué le pasa? —aquella noche, la pequeña le había parecido contenta.

—Cuando está contigo, nada —la frustración de Mark era evidente.

—¿Contigo no está bien?

—No —sacudió la cabeza—. Parece que Susan no le gusta y no lo comprendo. Susan es amable, buena, y está deseando ser amiga de Kelsey.

—Lo sé.

—Estoy seguro de que es porque la molesta tener que compartirme, pero no sé qué hacer al respecto. Me he asegurado de que Kelsey y yo pasemos por los menos tres noches a la semana solos y de que en las otras dos, esté incluida en los planes que haga con Susan.

—Entonces, ¿qué quieres de mí?

—Me gustaría saber lo que piensas. En el colegio no puedo hablar de esto contigo, por supuesto, y casi siempre que te veo están Susan o Kelsey delante.

Afortunadamente. Porque Meredith no creía que Mark y ella pudieran pasar mucho tiempo a solas sin terminar peleándose.

—Supongo que me gustaría que, puesto que Kelsey parece adorarte, pudieras hablar con ella o algo parecido. Quizá puedas darme alguna idea sobre lo que tengo que hacer.

Meredith no sabía qué decir. Susan era su mejor amiga, le debía lealtad hasta la muerte y no sabía si sería desleal hablar de ella a sus espaldas, aunque fuera para ayudarla.

Esperó hasta que sintió que sus dudas se desvanecían para ser sustituidas por una certeza en la que había aprendido a confiar mucho tiempo atrás.

—Susan nunca ha sabido tratar con niños —dijo cuando estuvo más tranquila—. Ella quiere ser amiga de Kelsey, pero no tiene nada que la guíe, ni siquiera el recuerdo de cómo podía llegar a ser amiga de alguien a esa edad. Eso la hace sentirse torpe e insegura e intenta forzar las cosas. Los niños intuyen inmediatamente que alguien no está siendo natural con ellos y responden poniéndose a la defensiva, la mayor parte de las veces de manera inconsciente.

Mark pensó en ello un momento, frotándose lentamente las manos. Tenía unas manos bonitas. Grandes. Meredith las había visto secar delicadamente muchas lágrimas, firmar documentos y aplaudir éxitos.

—Lo comprendo —dijo Mark por fin—, pero continúo sin saber qué hacer al respecto.

—Yo tampoco sé lo que puedes hacer —contestó ella—, salvo continuar haciendo lo que estás haciendo. Cuanto más os veáis, más fácil le resultará a Kelsey darse cuenta de que Susan es una buena persona y quizá así comience a confiar en ella. Y cuanto más la conozca Susan, más relajada estará con ella.

Y... No. Meredith se negaba a reconocer aquel sentimiento. ¿Qué más daba que hubiera estado imaginándose con Kelsey en otro lugar? Eso no era real. E, incluso en el caso de que lo fuera, tenía que ignorarlo.

—Y creo que ayudaría que, en vez de llamar a adolescentes para que se queden a cuidarla, me llamaras a mí. O me dejaras llevármela a casa alguna noche. De esa forma no se sentirá abandonada.

—No puedo pedirte que hagas una cosa así. Tú tienes tu propia vida.

—No me lo estás pidiendo, me estoy ofreciendo yo. Y yo decido cómo quiero pasar mi vida.

—¿Por qué vas a hacer algo así por mí? Ni siquiera te gusto.

—Tampoco me disgustas. Y, además, lo hago por Kelsey y por Susan.

Mark asintió, y se relajó. Y cuando Meredith se dio cuenta de que se había relajado, aumentó su propia tensión. No quería saber más de lo que ya sabía sobre él. Sobre todo teniendo en cuenta los extraños sentimientos que estaba experimentando, y cuya fuente desconocía.

—Pensaré en ello —dijo—, gracias.

Había llegado la hora de marcharse. Meredith agarró su bolsa, se levantó y se dirigió hacia la puerta a toda la velocidad de la que era capaz sin que pareciera que estaba corriendo. Mark estuvo inmediatamente a su lado, alargando la mano hacia el picaporte, pero sin abrirla.

A Meredith no le gustaba lo que su cercanía le hacía sentir.

—Durante todos los meses que he estado saliendo con Susan, nunca te he oído decir que tuvieras una cita.

—¿Y?

—Me sorprende. Eres una mujer atractiva.

Y tenía treinta y un años.

—Gracias.

Se volvió hacia la puerta. Continuaba cerrada. Y Mark seguía posando la mano en el picaporte. Una mano fuerte, segura. Capaz. Diablos, Meredith nunca había pensado tanto en las manos de un hombre.

—¿Por qué no sales con nadie?

Meredith necesitaba salir de allí. Necesitaba espacio, paz.

—Creo que soy más feliz de esta manera.

—¿Eres lesbiana?

—¿Acaso importa?

—¡No, por supuesto que no! Pero ¿lo eres?

—No, desgraciadamente, no.

—¿Desgraciadamente?

Meredith se encogió de hombros.

—Me habría ahorrado muchos dolores de cabeza.

—¿A qué te refieres?

—Estuve comprometida —no era algo de lo que le gustara hablar y, seguramente por respeto, tampoco Susan se lo había contado a Mark—. Frank era un hombre bueno, inteligente, ingenioso y atractivo. Se llevaba muy bien con mi madre. Yo confiaba en él.

Se interrumpió y tomó aire, como si estuviera luchando contra los recuerdos.

—Y supongo que tuvo una aventura —dijo Mark suavemente—, qué idiota —se apoyó contra la puerta.

—No, no tuvo ninguna aventura —replicó Meredith—. Ojalá la hubiera tenido. Habría sido mucho más fácil, porque entonces el problema habría sido suyo, no mío.

—¿Qué ocurrió entonces?

Mark cruzó los brazos sobre el pecho. Un pecho fuerte, firme.

—No apareció el día de la boda —la pesadilla de cualquier mujer—. La iglesia estaba llena. Mi madre se había gastado miles de dólares en flores, en el banquete, en los fotógrafos y en las invitaciones. Yo estaba allí, vestida de blanco, y todas mis amigas...

—¡Maldita sea!

—Estuve esperando durante dos horas —sonrió.

Mientras pudiera reírse al contar su historia, le quitaba el poder de hacerle daño.

—¿Averiguaste por qué te dejó?

Mark no la tocó, pero Meredith tuvo la sensación de que estaba deseando hacerlo. O quizá fuera ella la que deseaba que lo hiciera.

Asintió y alzó la barbilla.

—Me dejó una carta en la puerta de nuestro apartamento. Había sacado todas sus cosas de allí mientras yo estaba esperándolo en la iglesia.

—El muy sinvergüenza. ¿Y qué decía la carta?

—Que por mucho que me quisiera, no se creía capaz de soportar toda una vida viviendo conmigo. Que soy demasiado intensa.

—¿Y eso qué significa?

—¿Necesitas preguntármelo? —respondió, alzando la mirada hacia él—. En eso estarías de acuerdo con él, Mark, soy demasiado intensa. Experimento ciertas sensaciones y actúo en consecuencia. Incluso en situaciones de las que debería salir huyendo. Pero ¿sabes una cosa? —comenzaba a sentirse un poco mejor—. No voy a hacer nada para evitarlo. No puedo, soy lo que soy. Soy una persona intensa, tal y como decía mi prometido. Percibo todo lo que hay a mi alrededor y me alegro de poder hacerlo. No puedo imaginarme la vida sin la profundidad, sin la magia que acompaña al dolor. Me gusta.

Ella misma se quedó estupefacta. Jamás había dicho nada parecido. Nunca había pensado conscientemente en ello. Ni siquiera lo sabía, de hecho.

La vida era maravillosa.