El martes, Meredith llegó a casa después del trabajo, recogió el correo y frunció el ceño al ver una carta con un remitente desconocido. Abrió lentamente el sobre con la sensación de que su vida estaba a punto de dar un giro. La carta resultó ser de una importante firma de abogados de Tulsa. Meredith la leyó y la dejó después en un cajón de la mesa que tenía en la habitación de invitados, separada de las facturas pendientes.
Se abrazó mentalmente, e imaginándose que se adentraba en una enorme burbuja de algodón, se sirvió una copa de vino, se preparó un baño caliente y se metió en la bañera hasta que llegó la hora de acostarse.
La despertó el teléfono a las seis y media de la mañana.
—Vístete, voy hacia allí.
—¿Mark?
Tenía los ojos tan irritados que apenas podía ver. Después de terminarse el vino la noche anterior, había estado llorando.
—Susan está viniendo hacia mi casa para quedarse con Kelsey y llevarla al colegio. Meredith se sentó en la cama, intentando ignorar la pesadez de su cabeza. Sabía que no debería beber cuando al día siguiente tenía que ir a trabajar.
—¿Qué ocurre?
—Que no lees el periódico.
Y ése no había sido nunca un motivo para que su jefe fuera a verla a casa antes de las siete de la mañana. Mark no le dijo nada más. Se limitó a darle diez minutos para que se arreglara.
Meredith empleó cinco en preparar la cafetera. Si necesitaba más de los cinco restantes que le quedaban para darse una ducha, Mark Shepherd iba a tener que esperar.
Cuando Meredith le abrió la puerta, su expresión era sombría. Pero Meredith no creía que los dos minutos que le había hecho esperar en la puerta fueran motivo suficiente para tanto enfado.
—¿Quieres un café? —ella ya se había tomado tres tazas y tenía la lengua escaldada por culpa de las prisas.
—Por favor —la acompañó a la cocina.
—¿Cómo lo tomas?
—Sólo y sin azúcar.
Justo como a ella le gustaba.
Meredith le sirvió una taza y la llevó junto a la suya a la mesa. Se sentó. Y entonces ya no hubo nada que pudiera distraerlos.
Mark ignoró el café y abrió el periódico.
—Léelo y después hablaremos.
—¿No puedes contarme lo que dice? —preguntó Meredith, desviando la mirada del periódico.
Evidentemente, no eran buenas noticias. De otro modo habría bastado con una llamada de teléfono.
—En esta ocasión es un artículo corto, no un editorial. Citan también las declaraciones que hiciste para la televisión.
—No me digas más, han tergiversado mis palabras.
Meredith dio un sorbo a su café, rodeando la taza con la mano. Intentó concentrarse en aquel gesto. Y en el ambiente acogedor de su cocina amarilla, en la familiaridad de cuanto la rodeaba.
—Y eso no es lo peor —continuó Mark—. Por lo visto, has recibido una carta.
Meredith se quedó helada.
—Deberías habérmelo comentado —le reprochó Mark.
—La recibí ayer por la noche, justo después del trabajo.
La había leído dos veces y prácticamente había memorizado aquella maldita carta. Tampoco era difícil; era una carta muy corta.
Estimada señorita Foster:
Le escribo en representación de mi cliente, Lawrence P.Barnett, para solicitar que renuncie inmediatamente a su puesto de trabajo en la escuela elemental Lincoln. Mi cliente considera que un gesto así de su parte serviría para restaurar la confianza que han perdido en el centro muchos miembros de la comunidad. Si opta por no acceder a mi solicitud, nos veremos obligados a procurar el restablecimiento de la reputación de mi cliente por
—Así que es cierto —dijo Mark con un suspiro cuando Meredith terminó.
—¿Qué dice el periódico sobre todo esto?
Mark la miró; por primera vez, sus ojos oscuros mostraban compasión.
—Que te ha pedido la renuncia.
—¿Dice también que me amenaza con futuras acciones si no accedo a sus demandas?
—¿Me dejas ver la carta?
Por supuesto que le dejaba, a pesar de que le resultaba difícil, humillante incluso. Fue a buscarla y se la tendió. Mientras él la leía, Meredith enjuagó la cafetera.
—Definitivamente, esto es una amenaza.
—Lo sé —se secó las manos y fue a sentarse con él.
Mark dobló la carta, la metió en el sobre y la miró a los ojos.
—No me gustan las amenazas.
—A mí tampoco —Meredith intentó sonreír—, especialmente cuando van dirigidas contra mí.
—¿Qué pretendes hacer?
—Nada. Tengo un contrato, Mark. No pueden despedirme sin un motivo justificado y sin darme oportunidad de defenderme por mí misma en el consejo escolar.
—Él no va a renunciar, Meredith.
—Eso también lo sé.
—¿Y crees que será bueno para los niños y para el colegio pasar por todo esto?
Meredith se concentró en respirar. En tomar aire y soltarlo lentamente. Para ella era normal estar en tensión. Pero sabía que si dejaba que la tensión la dominara, no sería capaz de tomar las decisiones que debía.
—Son muchas las cosas que están en juego en esta situación —comenzó a hablar lentamente—. Mi reputación es una de ellas, aunque no sea el factor más importante. Renunciar ahora equivaldría a reconocer mi culpabilidad y no creo que así me resulte fácil acceder a otro puesto de trabajo.
Mark no dijo nada; se dedicaba a dar golpecitos a su taza con el pulgar y parecía completamente concentrado en aquella acción.
—En primer lugar, ¿tú contratarías a alguien que se ha visto obligado a renunciar a su trabajo?
Interpretó el silencio de Mark como un «no».
—En segundo lugar, y tampoco esto es lo más importante, no me parece bien permitir que un matón de su calaña se salga con la suya. Y, tercero, ya sabes lo que está haciendo ese tipo, ¿verdad?
Mark alzó la mirada hacia ella y la miró con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué no me lo explicas tú?
¿Y por qué él no se limitaba a apoyarla? Pero Mark era Mark, comprendió, él sólo comprendía lo que veía. Y el hecho de que estuviera allí, sentado en la cocina a las siete de la mañana, era una manera de mostrarle su apoyo.
—Y todo este jaleo, Mark, ¿tú crees que un hombre como él dedicaría tanto tiempo y energía a una maestra si no tuviera algo que esconder? Piensa en ello. Ha sacado a su hijo del colegio para que no pueda tener ninguna influencia en él. Los otros niños le traen sin cuidado. Jamás ha mostrado ninguna preocupación por los niños de este lugar. Dice que quiere defender su reputación, ¡pero ha sido él el que ha hecho público este caso! Si hubiera mantenido la boca cerrada, salvo Ruth Barnett, tú y yo, nadie habría sabido nada de esto.
—Y cualquiera al que su esposa pudiera habérselo dicho. Ella te creyó y él tiene miedo de que pueda investigarlo —dijo Mark lentamente, como si estuviera siguiendo una nueva línea de pensamiento.
—Si no fuera culpable, no le importaría. Podría haberse comportado con discreción y, en el caso de que no se descubriera nada, todo esto habría terminado sin que se hubiera sabido nada. Y si al final se hubiera descubierto que he sido yo la que ha actuado de forma equivocada, terminarían despidiéndome y él podría mostrarse públicamente como una víctima digna de compasión y apoyo.
—¿Qué quieres decir exactamente? —le preguntó Mark, inclinándose hacia delante con los brazos sobre la mesa.
—Está maltratando a su hijo, Mark, estoy segura.
Mark sacudió la cabeza.
—No tienes pruebas, Meredith. Y no puedes continuar haciendo acusaciones de ese tipo sin pruebas.
—Estoy diciéndotelo a ti, no a la prensa.
Necesitaba la ayuda de Mark para conservar su trabajo.
—Si renuncio, Barnett continuará maltratando a su hijo y el próximo artículo que leeremos será sobre el suicidio del pequeño. O sobre su asesinato.
Mark no dijo nada.
—Tengo una cuarta razón.
Mark apretó los labios como si estuviera conteniendo una sonrisa.
—No me sorprende.
—Soy una buena profesora, Mark, y los resultados de mis alumnos lo demuestran. A los niños no les haría ningún bien que me marchara tan cerca del final de curso.
Mark asintió y Meredith suspiró aliviada por primera vez. Si Mark la apoyaba, podría seguir adelante. Y no sólo porque su puesto de trabajo estuviera en sus manos.
—Se formará un gran escándalo, eso ya lo sé —reconoció—, pero lo habría de todas formas. Así que lo único que tenemos que hacer es minimizarlo, sobre todo en lo que a los niños se refiere.
—¿Y cómo sugieres que lo hagamos?
Se inclinó hacia delante, y también lo hizo él. Su rostro estaba muy cerca, y cuando sintió que la dominaban las ganas de acercarse, Meredith se levantó para llevarse su taza al fregadero.
¿Qué demonios le estaba pasando? Aquel hombre prácticamente estaba comprometido con su mejor amiga. Y era su jefe. ¿Pero era su propia reacción lo único que estaba sintiendo, o también Mark formaba parte de ella? ¿Estaría notando sus sentimientos o, sencillamente, había perdido el juicio?
—No estoy segura de cómo hacerlo —le dijo un tanto temblorosa.
—Creo que tenemos dos opciones.
Meredith se volvió bruscamente hacia él. La voz de Mark procedía justo de detrás de ella. Contuvo la respiración.
—¿Y son?
—O bien responder de la misma forma que él y presentar al periódico los resultados de tus alumnos, tus evaluaciones, y demás o hacer todo lo contrario. Actuar como si todo esto fuera una tontería y no nos preocupara en absoluto.
Meredith comenzó a sentirse mejor. Se acercó junto a Mark hacia la mesa en la que éste había dejado el periódico.
—Después de esto, la gente va a empezar a hablar.
—Pero eso no significa que tengamos que entrar en diálogo con ellos —parecía de pronto tan convencido que Meredith realmente creyó que podría ir a trabajar y cumplir con su trabajo—. Si tu renuncia equivaldría a reconocer tu culpabilidad, entonces, el hecho de que no renuncies debería tener el efecto contrario.
En un mundo perfecto, sí.
—Creo que deberíamos decirles algo a los niños —le dijo quedamente—. Por lo menos a los de mi clase. Y, probablemente, también a sus padres.
—No me opongo a ello.
—Y creo que tú eres la persona más indicada para hacerlo.
Mark la observó durante largos segundos.
—Déjame pensar en ello.
Por lo menos no le había dicho que no.
—Pero si convoco una reunión, tú también deberías venir.
—De acuerdo.
—Puedo intentar volver esto en contra de Barnett —continuó lentamente, frunciendo el ceño mientras la miraba—. Ese ataque ha sido inexcusable. Pero... —se interrumpió y Meredith supo que no le iba a gustar lo que iba a decirle.
La cercanía de Mark comenzaba a sofocarla. Su aprobación significaba mucho para ella, más incluso de lo que debería.
También eran un asunto delicado sus nuevos sentimientos hacia Mark. Las amenazas de Barnett podrían cumplirse si de pronto comenzaba a sentir algo por su jefe. La política del distrito en cuanto a las relaciones sexuales entre profesores eran inflexible.
—No estoy seguro de cómo vamos a poder explicar lo que hiciste al principio. Tenemos que pensar los dos en ello, y reconozco que, en ese aspecto, estoy del lado de Barnett.
—En ese caso, yo me ocuparé de esa parte —dijo rápidamente, antes de que Mark pudiera empezar a arrepentirse.
—Tendrás que hacerlo pronto.
—De acuerdo.
—E intentaré organizar algo con los padres mañana a primera hora, antes de que empiecen las clases.
—Estupendo.
—¿A las seis y media te parece bien?
—Sí.
Mark asintió y miró el reloj.
—Bueno, ahora tenemos que darnos prisa si no queremos que se nos haga tarde —pero no se movió.
Meredith lo miró fijamente.
—Me causas muchos problemas, Meredith Foster.
«Pero merece la pena»; aquellas palabras estallaron en el cerebro de Meredith y ella las retuvo allí.
—Actuaré de acuerdo con mi conciencia, pero haré lo que pueda para ayudarte.
—Gracias.
Meredith se llevó la mano a la cara, se detuvo a medio camino y la dejó caer.
—No me des las gracias todavía —le advirtió Mark—. Es posible que ni siquiera eso sea suficiente.
Aquéllas fueron sus palabras de despedida.
Meredith volvió a repetírselas en cuanto se quedó a solas en la cocina. Había un límite para lo que Mark estaba dispuesto a hacer. Y quizá no fuera suficiente.
Pero, de momento, era con lo único con lo que contaba.
El jueves a las siete y media de la mañana, se presentaron en el aula del señor Foster los padres de veintinueve alumnos. Mark estaba en la puerta, dándoles la bienvenida y observando a Meredith, que recibía a todo el mundo con una sonrisa tranquilizadora. Sus hijos estaban disfrutando de un dulce y un zumo en el gimnasio, con Macy Leonard. Aunque Mark hubiera tenido alguna duda sobre la conveniencia de contratar a Meredith Foster, se habría disipado en aquellos cinco minutos.
—¿Cómo van las cosas?
Susan, vestida con unos pantalones negros y una blusa de seda roja, apareció en aquel momento tras él. Estaba maravillosa.
—De momento, bien —le contestó con voz queda, reprimiendo las ganas de darle un beso.
Era una mujer magnífica; una gran amiga, y tenía suerte de haberla encontrado. O, mejor dicho, de que Meredith Foster los hubiera presentado.
—Ha venido todo el mundo.
—Temía que no iba a poder llegar a la hora —le dijo Susan, desviando la mirada hacia todos aquellos adultos sentados en unas sillas tan minúsculas—. Nunca había acabado las visitas a mis pacientes tan pronto.
—Me alegro de que estés aquí.
—¿Le has dicho que iba a venir? —Susan señaló a Meredith, que estaba frente a la pared, hablando con un grupo de padres sobre los dibujos de sus hijos.
—No, no lo sabe. Vamos, empecemos la reunión.
—Damas y caballeros, gracias a todos por su asistencia.
Se hizo el silencio en el aula mientras Mark se colocaba frente a ellos, delante de la mesa de Meredith. La profesora y Susan estaban detrás de él.
—¿Hay alguien aquí que no haya leído u oído algo sobre el artículo aparecido en el periódico acerca de Larry Barnett y la señorita Foster?
Nadie levantó la mano.
—Me lo imaginaba. Les he pedido que vinieran para asegurarles que la escuela lo tiene todo bajo control. Quería darles mi versión sobre lo ocurrido, contestar a cuantas preguntas quieran hacerme y darles la oportunidad de cambiar de clase a sus hijos si así lo deciden.
Oyó dar un respingo a Meredith tras él y le dolió, aunque sabía que no tenía ninguna obligación de anunciarle previamente sus planes. Había recibido una llamada del presidente del consejo escolar esa misma mañana y éste le había dado casi a regañadientes el permiso para manejar aquel asunto como lo considerara oportuno a cambio de que al menos les diera a los padres aquella posibilidad.
Lo estaban mirando más de dos docenas de rostros. Algunos padres parecían a punto de ir al trabajo. Otros tenían aspecto de acabar de levantarse de la cama. Y todos ellos parecían muy preocupados.
—Antes de decir nada más, me gustaría darle a la señorita Foster la oportunidad de hablar con ustedes.
Se hizo a un lado y Meredith dio un paso adelante.
—Me alegro de que hayan venido —comenzó a decir—. Yo soy una persona que se toma muy en serio su trabajo. Llego todos los días a la escuela siendo consciente de que voy a pasar seis o siete horas cuidando a sus hijos; no sólo enseñándoles a leer o a escribir, sino a llevarse bien con sus compañeros y a comportarse en sociedad. Espero ser capaz de enseñarles también que hay buenas personas en el mundo, que tienen a su lado a personas que los quieren, gente en la que pueden confiar. Me gusta que aprendan también a confiar en mí.
Mark se estremeció emocionado al oírla. Sabía que las palabras de Meredith Foster eran sinceras. Y eso la convertía en la mejor profesora que había tenido nunca.
—Yo jamás haría nada que pudiera hacer daño a sus hijos —continuó Meredith sin vacilar—. Al contrario, tiendo a arriesgarme mucho para intentar ayudarlos. Y eso es lo que me ha ocurrido en el caso de Tommy Barnett. Creía que estaba teniendo problemas en su casa y no habría sido capaz de quedarme tranquila si no le hubiera dicho algo a su madre. Sinceramente, no puedo decirles que no voy a volver a hacerlo nunca más, porque sé que volvería a hacerlo. Eso es lo único que puedo prometerles. Seguiré aquí, pendiente de sus hijos, y si sospecho que alguno de ellos está sufriendo, hablaré directamente con ustedes.
Meredith se interrumpió y varias cabezas asintieron.
—Eso es todo lo que tengo que decirles, gracias —se volvió hacia él—. Gracias, señor Shepherd.
Mark se aclaró la garganta y continuó. Pero no pudo añadir nada mejor que lo que Meredith acababa de decir.