Capítulo 9

Los pasillos de la escuela estaban vacíos cuando Meredith salió de su clase para dirigirse al despacho de Mark aquella tarde. La puerta del despacho estaba abierta, que era como solía dejarla Macy cuando se iba y Mark continuaba allí.

Lo oyó hablando con alguien. Meredith sabía que le iba a resultar duro enterarse de los resultados de la reunión de aquella mañana; sería terrible enterarse de cuántos padres habían optado por sacar a sus hijos de su clase después de aquella reunión.

Aun así, decidió entrar.

—¡Hola, Kelsey, cariño! —la niña estaba sentada en la silla de su padre; los pies no le llegaban al suelo—. No sabía que iba a encontrarte aquí.

—Kelsey ha oído algunas conversaciones entre los niños y ha decidido venir a verme al despacho en vez de ir a casa con Josie.

—¿Has tenido algún problema con Josie? —preguntó Meredith, mirando a la niña.

Sus ojos oscuros y brillantes y su boca le mostraron claramente que Kelsey estaba muy afectada por algo.

—Josie dice que eres muy rara.

—Así que soy rara.

—Sí, misteriosa —añadió la niña.

Meredith se dejó caer en una silla, al lado de Mark.

—¿Lo dice por lo que ha salido en el periódico?

—Lo dice por lo que has hecho. Algunos niños estaban hablando hoy sobre eso, porque sus padres les han preguntado si te conocían, y ellos no te conocen. Pero como yo te conozco mucho, han venido a hablar con Josie y conmigo y con algunos otros niños con los que estuviste el año pasado.

—¿Y todo esto es porque he hablado con la madre de Tommy?

Kelsey se encogió de hombros.

Mark reclamó su silla. Estiró las piernas con la manos apoyadas en el respaldo. Normalmente, aquellas manos representaban seguridad para Meredith, pero aquel día, eran las manos que podían dar al traste con su trabajo, con su forma de vida.

—Kelsey está intentando comprender cómo es posible que supieras que a Tommy le ocurría algo sin que él te lo hubiera dicho.

¿Y creía que el incrédulo de su padre podía explicárselo? Meredith se inclinó hacia delante, ignorando a Mark.

—Mira, Kelsey, ¿te acuerdas de la película en la que Rock Hudson engañaba a Doris Day haciéndole pensar que era un científico ingenuo cuando en realidad era un mujeriego que estaba intentando destrozarle la vida?

—Sí —alzó la mirada hacia ella.

—¿Cómo te sentiste mientras lo veías actuar?

—No sé, supongo que me enfadaba.

—¿Por qué?

—No lo sé. Porque era malo, supongo.

—Sí, pero no contigo. Y, sin embargo, eras capaz de sentir lo mismo que sentía el personaje de Doris Day, ¿verdad?

Kelsey frunció el ceño.

—Supongo que sí, pero...

—Sí, lo sé, sólo era una película y se supone que tenía que hacer que te sintieras así —dijo Meredith, intentando concentrarse para no dejarse abatir por el escepticismo que reflejaba el rostro de Mark.

—La película estaba hecha de manera que te resultara fácil sentirte de esa forma —le explicó—. Pero tú también podrías sentir algo parecido en la vida real si prestaras atención a lo que les ocurre a lo demás. Sabías lo que le estaba ocurriendo a Doris Day porque estabas completamente concentrada en la película y el director ha sido capaz de mostrar todo lo que es realmente importante para la protagonista sin que tú tengas que adivinarlo. Digamos que ha hecho el trabajo por ti.

Kelsey estaba muy callada, pero parecía estar pensando en lo que Meredith le decía.

—De la misma forma que la mayor parte de nosotros somos capaces de ver una película y sentir lo que están sintiendo los protagonistas, también podemos mirar a los demás, a veces incluso sólo en nuestra cabeza, y sentir lo que están sintiendo.

Kelsey cerró los ojos y frunció el ceño. Casi inmediatamente los abrió.

—No puedo sentir lo que sientes. Y tampoco lo que siente mi padre.

—Lo sé, cariño. Para la mayor parte de la gente es muy difícil porque no somos conscientes de esa capacidad y la vamos perdiendo a medida que crecemos.

—¿Y tú por qué no la has perdido? ¿Tu mamá te enseñó a utilizarla?

—No, no sé por qué —contestó, temiendo que su respuesta fuera demasiado pobre—. Supongo que algunos de nosotros somos más emocionales que otros, y supongo que por eso somos más conscientes de los sentimientos de los demás.

—¿Y qué estoy sintiendo yo en este momento?

Meredith tomó aire, cerró los ojos un instante, intentó tranquilizarse y, mirando a Kelsey a los ojos dijo:

—Estás un poco enfadada conmigo. Quieres creer lo que estoy diciendo, pero no estás segura de que puedas hacerlo. Y tienes la sensación de que te he fallado, de que te he avergonzado delante de tus amigos. No estás segura de que puedas confiar en mí, y tienes miedo de que Josie pueda creer que tú también eres rara. Te sientes incómoda. Y, además, tienes hambre.

La habitación estaba en completo silencio.

—¿Qué tal lo he hecho? —preguntó Meredith.

Kelsey no dijo una sola palabra.

—Y ahora estás asustada —añadió Meredith.

La niña asintió sin dejar de mirarla. Una niña a la que adoraba de pronto le tenía miedo, pensó Meredith. ¿Cómo podía haber hecho algo así?

—Parece que ha ido bien —le comentó Meredith a Mark en cuanto Kelsey se sentó en el escritorio de Macy para hacer los deberes y Mark hubo cerrado la puerta que separaba los dos despachos.

Mark se sentó en su silla y le tendió a Meredith un portafolios. ¿Contendría una lista de todos los alumnos que no estarían en su clase al día siguiente?, se preguntó Meredith.

—Acabas de darle a Kelsey una buena explicación —le dijo a Meredith—. Y la de esta mañana también ha estado muy bien.

—Gracias. Aunque he perdido parte de mi público cuando el señor Larson me ha dicho que si realmente creía que podía sentir lo que sentían los demás era que estaba loca o algo parecido. Aunque el dossier que les has pasado con los informes sobre mi trabajo y las cartas de los padres agradeciéndome lo que había hecho por sus hijos han sido magníficos. Y también la idea de traer a Susan. Pero aun así, he perdido parte de mi público. No me había sentido tan mal desde hace mucho tiempo.

De hecho, jamás se había sentido tan mal. Perder a Frank ante el altar no había sido tan terrible como la perspectiva de perder su trabajo.

—En realidad, no creo que hayas perdido el favor de nadie. Al igual que ocurrió durante la entrevista en televisión, te has comportado con tal confianza en ti misma que has conseguido infundir la misma confianza a los demás.

Meredith intentó no emocionarse; no podía permitirse el lujo de sentir con demasiada intensidad en aquel momento. Temía terminar derrumbándose en el despacho de su jefe.

—¿Cuántos niños se han quedado en mi clase entonces?

—Veintinueve.

—¿Ninguno va a cambiar a su hijo de clase?

—Ni uno solo.

Meredith estalló en carcajadas. En un violento ataque de risas que no era capaz de evitar.

Mark la acompañó educadamente hasta la puerta. Y Kelsey farfulló una despedida mientras ella se marchaba.

Y sintiéndose como un mendigo que debía conformarse con lo poco que le dieran, Meredith tomó lo único que en aquel momento parecían capaces de ofrecerle ambos.

—Hola, cariño, ¡tengo buenas noticias! —su madre le abrió la puerta del coche y la recibió con una enorme sonrisa.

—¿Qué noticias? —preguntó Kelsey, cerrando con fuerza la puerta tras ella.

Kelsey también tenía buenas noticias: Josie volvía a ser su mejor amiga otra vez.

—He hablado con un abogado y ha dicho que va a ayudarnos para que podamos vernos sin tener que hacerlo a escondidas.

—¿De verdad? —lo deseaba tanto que casi no se atrevía a creerlo.

—De verdad.

—Gracias, mamá —contestó Kelsey a punto de llorar mientras su madre le daba un abrazo.

—No tienes por qué darme las gracias —contestó su madre emocionada—. Eres mi hija, se supone que tenemos que estar juntas. Escucha, cariño, tengo que hacer un par de paradas —dijo Barbie cuando dejaron de abrazarse—. Estoy teniendo algún problema con mis alergias y me he quedado sin medicina.

A Kelsey no le importaba que fueran a comprar, siempre y cuando estuvieran juntas.

Tardaron un buen rato en llegar a una farmacia, puesto que tuvieron que conducir hacia una zona en la que no hubiera ninguna posibilidad de que Kelsey se encontrara con algún conocido. Además, a Barbie no le dejaron comprar tantas cajas del medicamento como quería, de modo que tuvieron que ir a otra farmacia.

Mientras conducían, Kelsey le habló a su madre de la señorita Foster. Barbie la había visto en la televisión y le había preguntado a Kelsey si la conocía. Su madre la escuchaba, atenta a cada una de sus palabras.

—Todavía nos queda media hora antes de que tenga que dejarte —dijo Barbie cuando salieron de la tercera farmacia—. ¿Te importaría que fuéramos a mi casa para que le lleve esto a una amiga? Se encontraba muy mal cuando me he ido.

Kelsey no quería ir a su casa. La casa de su madre le parecía un lugar sucio y aburrido, y además estaba allí Don. Pero no había nada que deseara más que estar con su madre, así que contestó:

—No, no me importa.

Su madre sonrió y se dirigió en el coche hacia su barrio. Si hubiera sido Meredith, pensó Kelsey, habría sabido que no le apetecía ir. Pero su madre ni siquiera se lo imaginaba.

Y Kelsey no sabía cuál de las dos formas de actuar le gustaba más.

Kelsey permanecía sola en el cuarto de estar mientras su madre se acercaba a la casa de su vecina a través del garaje. Se suponía que tenía que sentarse a ver la televisión, pero no le apetecía. Don no estaba trabajando con el camión y Kelsey no tenía ganas de verlo.

—Ya te acostumbrarás —susurró en voz alta.

Necesitaba oír hablar a alguien para no asustarse. Quería mucho a su madre. Sabía que terminaría gustándole su casa. Y que se llevaría bien con Don.

Se abrió entonces la puerta del garaje.

—Hola, mequetrefe. Tu madre me ha dicho que estabas aquí. Ahora mismo vendrá ella.

Kelsey asintió, preguntándose qué diría su padre si pudiera verla allí.

—Y yo estoy a punto de salir en la camioneta a buscar unas bengalas —dijo, dirigiéndose hacia la puerta trasera.

Don regresó antes que su madre con los brazos llenos de unos cartuchos rojos que parecían de dinamita.

—Los camioneros utilizan muchas bengalas —le explicó a Kelsey sonriéndole.

La niña habría preferido que no lo hiciera. Cuando sonreía, la barba se le metía en la boca y mostraba sus dientes.

Se esforzó en devolverle la sonrisa. Y suspiró aliviada cuando lo vio desaparecer de nuevo en el garaje. Por lo menos parecía contento.

Había una caja abierta sobre la mesa que había al lado del sofá. Kelsey se preguntó qué habría en su interior. Justo en aquel momento, volvió a oír la puerta del garaje y entró su madre.

—Siento haber tardado tanto, cariño.

Kelsey alzó la mirada hacia ella y advirtió que también Don había regresado.

—¿Por qué no nos sentamos a hablar un momento los tres? —sugirió Barbie.

Kelsey se sentó en la silla que le pareció más limpia. Su madre y Don ocuparon el sofá, y la niña desvió la mirada cuando vio que Don le pasaba a su madre el brazo por los hombros. Todo le parecía tan... raro.

Le preguntaron por el colegio. Sobre todo le preguntó Don. En realidad, su madre ya lo sabía todo. Kelsey siempre le hablaba del colegio.

—Apuesto a que eres una niña muy popular —le dijo Don.

—No lo sé.

—¡Por supuesto que sí! —intervino su madre emocionada—. Mírala, es preciosa. Y muy inteligente. ¡Y además es mi hija!

Y su padre era el director del colegio.

—¿Cuántos amigos tienes?

—No sé.

El estómago comenzaba a dolerle. Probablemente porque se acercaba la hora de la cena. Y necesitaba ir al cuarto de baño. Tendría que volver a casa de Josie antes de que su padre fuera a buscarla.

Su madre rió divertida.

—Te lo pregunta porque quiere organizarte una fiesta cuando consigamos tu custodia parcial.

—En realidad no tenemos por qué esperar a celebrar la fiesta —añadió Don—. Nos gustaría que invitaras a tus amigos cuando te apeteciera. Que aquí te sintieras como en tu propia casa.

Kelsey asintió. E intentó imaginarse que aquélla era su casa.

—Podrías venir la semana que viene con alguna amiga.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Porque mi padre se enteraría.

Y, además, no quería que sus amigas vieran aquella casa. La avergonzaba sentirse así, pero era cierto. Antes tendría que acostumbrarse a querer a su madre.

—Bien, pero en cuanto tu madre lo haya arreglado todo con el abogado...

Kelsey no decía nada.

—Podrás traer a tus amigas a cenar pizza.

Kelsey se preguntó qué cenarían aquella noche en casa. Y si Susan cenaría con su padre y con ella.

—Ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él —dijo su madre.

Su madre acababa de salvarla, que era lo que se suponía que debían hacer las madres. Meredith también lo había hecho en otras ocasiones, cuando Susan le hacía preguntas tontas. Pero su amistad con Meredith estaba pasando por un mal momento.

Afortunadamente, estaba recuperando a su verdadera madre.

—Será mejor que nos vayamos —dijo Barbie, y se levantó—. No quiero que Kelsey tenga problemas.

—Eh, se me acaba de ocurrir algo —dijo entonces Don. Barbie y Don se miraron el uno al otro—. Tu madre me ha dicho que vas a la escuela Lincoln.

—Sí —Kelsey ya estaba en la puerta.

—El hijo de un amigo mío estudia en el instituto de la puerta de al lado. No le dejan verlo, pero le gustaría entregarle una carta con unos cristales nuevos para su colección de minerales. A lo mejor puedes dársela tú.

—Sí, sería una buena idea, ¿verdad, Kelsey? —añadió su madre—. Lo ayudarías de la misma forma que Josie nos está ayudando a nosotras.

Sí. No estaba mal. Y lo hacía sentirse más segura saber que había otro niño que estaba pasando por lo mismo que ella.

—¿Y tengo que mantenerlo en secreto?

—Por ahora sí, cariño —contestó su madre—. Están en una situación como la nuestra.

—¿Y los cristales pesan mucho?

—No, no pesan prácticamente nada —contestó Don, apretándole cariñosamente el hombro—. En realidad son como fragmentos de cristal, pero no cortan. Mi amigo dice que a la luz son preciosos. Supongo que su hijo los quiere para las clases de plástica.

—¿Y cuántos son? Porque no quiero que mi padre se entere...

—Iremos dándotelos poco a poco, ¿qué te parece?

A Kelsey no se le ocurrían más excusas. Y si no se iba pronto de allí, iba a tener problemas.

—¿Harás esto por nosotros? —le pidió Barbie, acariciándole la cola de caballo.

—Supongo que sí, pero a los niños del Lincoln no nos dejan ir al instituto. Además, no sé quién es ese niño.

—Le diré a su padre que sea él el que te localice —dijo Don.

Salió un momento y regresó con una bolsa de papel marrón que Kelsey podía esconder perfectamente en uno de los bolsillos de la mochila.

—Toma. El chico se llama Kenny y le diré que vaya a buscarte el lunes después del colegio, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —aceptó la bolsa, alegrándose de poder salir de allí—. Y, por favor, no abras la carta, ¿de acuerdo?

—No soy una fisgona —protestó, y salió esperando que su madre la siguiera.