—Eh, Mer, ¿estás vestida?
Meredith dio media vuelta en la cama y miró la hora en el reloj digital. Las siete y seis minutos. Bajó después la mirada hacia la camiseta y los pantalones de chándal que se había puesto después de ducharse.
—Más o menos.
—Bueno, entonces vístete, porque voy a pasar a buscarte.
Meredith tomó un puñado de palomitas del cuenco que tenía a su lado y apartó un par de libros para sentarse.
—No, no vas a venir a buscarme. Estoy descansando. Y en alguna parte de la cama tenía una película alquilada que quería ver.
—Me ha llamado tu madre.
Maldita fuera. Odiaba que su madre llamara a Susan.
—Estoy bien.
—Me ha dicho que llevas una semana sin salir de casa, salvo para ir al colegio, desde el jueves pasado para ser más exacta. Y Mark me ha contado que el jueves Kelsey fue un poco dura contigo.
—Los niños son sinceros y Kelsey tiene muchos motivos para sentirse confundida. Me alegro de que hablara conmigo.
—Pero por lo visto no ha vuelto a hablar contigo desde entonces.
—No, pero ha recuperado a su mejor amiga.
—Y tú no has ido a yoga y has cancelado una partida en el frontón.
—Estoy intentando concentrarme en una visión.
Su madre y Susan lo comprenderían; habían sido ellas las que la habían convencido para que fuera a aquel encuentro espiritual que la había ayudado a reconciliarse con su don cuando estaba en el instituto.
—Eso es una excusa para justificar el hecho de que te estás escondiendo, pero no me la trago, así que vístete. Mark y Kelsey nos esperan dentro de media hora.
—No puedo.
Ella misma percibió el cambio que se produjo en su voz. Odiaba la debilidad que reflejaba.
—Sí, claro que puedes.
—No, no podré hasta que no averigüe algunas cosas.
—¿Qué tipo de cosas?
—Quiero saber lo que es real en mí y lo que no.
Pero la determinación de Susan era más fuerte que la suya.
—¿Qué significa eso?
Suspiró. Y cerró los ojos. Pero cuando los volvió a abrir, todo seguía igual.
—¿De verdad siento lo que sienten los demás o sólo me lo imagino? ¿Estaré loca? Porque si este don fuera tan real, no entiendo por qué hay tanta gente que no lo acepta. ¿No crees que la gente reconocería la verdad?
—Entonces, lo que me estás diciendo es que, como la gente se muestra escéptica, no puede ser verdad.
Quizá. Posiblemente fuera eso lo que le estaba diciendo.
—Lo que estoy diciendo es que prefiero mantenerme aislada durante algún tiempo, evitar los sentimientos de los demás para poder aclarar mis ideas.
—Te estás escondiendo porque sientes el miedo de Kelsey y te asusta. Te asusta tu don.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo ha dicho tu madre.
Aquél era un golpe bajo.
—¿Y por qué no me lo ha dicho a mí?
—Porque está en Florida. Y muy preocupada por ti.
—Me pondré bien.
—Ya lo sé. Pero hasta entonces, pienso sacarte de casa. Nos quedan veinticinco minutos, así que no pierdas el tiempo discutiendo, Mer. Se lo prometí a tu madre y pienso hacerlo. Tengo la llave de tu casa, ¿te acuerdas?
Meredith se levantó y se acercó al armario sin saber qué ponerse.
—¿Y por qué tenemos que salir con Mark y con Kelsey?
—Porque tú necesitas estar cerca de esa niña.
—¿También te ha dicho eso mi madre?
—No, supongo que eso lo he averiguado yo sola.
Meredith sonrió. Y se sintió mejor.
—Y porque Kelsey se está comportando de manera extraña y necesito tu ayuda.
Pero Meredith no quería que fueran a su casa. No quería tener allí sus energías, mezclándose con la suya cuando se fueran. Y Susan la necesitaba.
—¿Adónde vamos a ir? —le preguntó a su amiga, mientras miraba el contenido del armario.
—A casa de Mark.
—¿A hacer qué?
—A preparar hamburguesas a la parrilla y asar nubecitas.
Al final, Meredith decidió ponerse los vaqueros con abalorios y un jersey morado. Se miró entonces en el espejo.
—Necesito más de veinticinco minutos.
—Soy yo la que lleva la leña para el fuego.
—Adelántate y os veré allí —sugirió Meredith, sintiéndose mejor con aquella idea.
De esa manera, podría irse en cuanto le apeteciera.
—Si no apareces, iremos a buscarte.
Meredith no tenía ninguna duda de que Susan sería capaz de cumplir su amenaza.
—Estaré allí en menos de una hora.
A Kelsey le ocurría algo. El miedo de Meredith creció en cuanto entró en el jardín de Mark y se encontró con la niña. Estaba sola, sentada en uno de los dos columpios del jardín. Tras saludar a Mark y darle un abrazo a Susan, Meredith fue directamente hacia ella. Se sentó en el segundo columpio y comenzó a mecerse suavemente.
—Hola, Kelsey —Meredith decidió que el sonido que salió de sus labios era un saludo—. Llevas unos vaqueros nuevos.
—Sí.
—Me gustan.
—Gracias.
—¿Todavía estás enfadada conmigo?
—Supongo que no.
Susan tenía razón. Meredith tenía que verse a solas con la niña.
—¿Entonces seguimos siendo amigas?
—Supongo que sí.
—Susan me ha dicho que has sido tú la que has decidido que cenáramos hamburguesas.
—Mmm.
—Las hamburguesas a la parrilla también han sido siempre mi comida favorita.
La niña no dijo nada.
—¿Quieres contarme lo que te pasa?
Kelsey comenzó entonces a columpiarse con fuerza.
—No me pasa nada.
Meredith agarró la cadena del columpio para que fuera deteniéndose lentamente.
—A mí tampoco me gusta que me mientan —le advirtió.
Fueron unas palabras duras, algo que ella no pretendía. Pero le habían salido así.
Kelsey la miró fijamente y Meredith habría jurado que había visto lágrimas en sus ojos.
—No te estoy mintiendo —respondió la niña al cabo de una larga pausa.
Pero Meredith sabía que le estaba mintiendo. Y que si la presionaba, continuaría haciéndolo.
—En ese caso, me alegro. Pero en cuanto algo te moleste, sólo tienes que decírmelo, ¿de acuerdo?
Kelsey se encogió de hombros.
—De acuerdo.
La cena fue sorprendentemente divertida. Mark los entretuvo contando las excusas más absurdas que le habían dado los niños para justificar su mala conducta durante sus cinco años como director del colegio. Meredith rió hasta que se le saltaron las lágrimas. Y Kelsey, sentada a su lado, también reía sin parar.
Asaron después las nubes en la hoguera. Kelsey sonreía y Susan parecía contenta. Y Mark... Mark era Mark. Sólido, fuerte, seguro.
Y estaba guapísimo con los vaqueros y el jersey beige, de un color casi idéntico al de su pelo. Parecía cansado, pero sonreía cuando miraba a Susan o a Kelsey.
A Meredith no la miraba. Y ella lo agradecía.
—Ha llegado la hora de irse a la cama —anunció cuando se terminó la última nube—. Kelsey, lávate los dientes y después Susan podría acompañarte mientras rezas.
Kelsey, que estaba comenzando a levantarse, se quedó paralizada y miró fijamente a su padre.
—¡No!
Meredith se vio envuelta en un sentimiento tan intenso que no fue capaz de identificarlo.
—¿Perdón?
—No quiero que entre en mi habitación.
—Ésta es mi casa, jovencita. Y en ella mis amigas son siempre bienvenidas —era evidente que el propio Mark estaba muy afectado.
—No pienso rezar si ella está allí, y tú no puedes hacerme eso. Mis oraciones son algo entre Dios y yo.
—¡Kelsey Elizabeth!
—No, Mark, no pasa nada —intentó tranquilizarlo Susan.
—Sí, claro que pasa —Mark alargó la mano hacia su hija.
—Discúlpate.
—No.
—Kelsey, te he dicho que te disculpes.
No la agarraba con tanta fuerza como para que le resultara imposible huir, pero su voz habría bastado para paralizar a cualquiera.
—No voy a disculparme. Son mis oraciones y no tienes derecho a obligarme a rezar con nadie.
—Y tú no tienes derecho a faltarme al respeto, y tampoco a faltárselo a cualquier persona que esté en nuestra casa. Por eso te estoy pidiendo que te disculpes.
—No.
—Kelsey, Susan siempre ha sido muy buena contigo. Te ha llevado de compras, ha cocinado para ti, te ha invitado a tomar el té...
—Está intentando ser mi madre.
Susan se encogió y Meredith sintió un gran dolor por su amiga. Pero su cuerpo entero estaba lleno de la tristeza de Kelsey y no sabía qué hacer para detenerla.
—No está intentando ser tu madre en absoluto —dijo Mark—. Pero está intentando ayudar porque tu madre no áaquí para hacerlo.
—¡No necesito su ayuda!
—Kelsey, no estoy dispuesto a tolerar esta falta de educación.
—Y yo no estoy dispuesta a tolerar que intentes convertirla en mi madre —gritó Kelsey—. ¡Susan no es mi madre! ¡No es mi madre y la odio!
Le dirigió una mirada fugaz a Kelsey, acompañada por un sollozo, se zafó de la mano de su padre y comenzó a correr hacia la casa.
—¡Kelsey! —su padre corrió tras ella.
—Me voy —dijo Susan al mismo tiempo.
—No, espera —le pidió Mark.
Meredith se levantó.
—Mark, quédate con Susan. Ahora mismo estás demasiado enfadado como para poder darle lo que necesita. Yo iré con ella.
Al cabo de unos segundos, Mark relajó la barbilla y dejó caer los hombros.
—No sé qué hacer con ella. Jamás habría imaginado que podría comportarse de esta forma.
—Está dolida —dijo Meredith, preocupada por Kelsey y por su amiga. Susan tenía los ojos llenos de lágrimas—. Y asustada.
Cuando, una hora más tarde, salió de la habitación de Kelsey, encontró a Mark sentado en el cuarto de estar.
—¿Dónde está Susan?
—Se ha ido. Ha dicho que no quería estar aquí si Kelsey salía. Y que te llamará mañana por la mañana.
—¿Se ha ido a casa?
—No, se ha ido al hospital. Ha comentado algo sobre un paciente al que quería atender.
Para Susan, el trabajo era la manera de encontrarle sentido a la vida, Meredith lo sabía, y comprendió que su amiga estaba allí donde necesitaba estar en aquel momento.
—¿Cómo está? —le preguntó Mark, señalando hacia el pasillo.
Meredith sabía que tenía que irse. Estaba sobrecogida, cansada, y no se creía capaz de pensar con claridad. Pero Mark parecía tan afectado, tan perdido, que se sentó al borde de la silla, frente a él. Sólo sería un momento, se prometió.
—¿Qué te ha contado?
—No demasiado.
—Has estado casi una hora con ella.
—Le he estado acariciando la espalda mientras ella lloraba e intentando conseguir que me hablara. Ha accedido a lavarse los dientes y a ponerse el pijama y hemos tardado casi diez minutos en localizar a Gilda. Después ha rezado sus oraciones y me he quedado con ella hasta que se ha dormido.
—No entiendo nada —se lamentó Mark, sacudiendo la cabeza.
—Está asustada, Mark. No sé mucho sobre tu esposa, pero supongo que Kelsey sufrió con ella más de lo sabemos. Y la posibilidad de que aparezca otra mujer en su vida, además del hecho de que tendrá que compartirla contigo, despierta en ella muchos recelos.
—Barbie jamás le puso la mano encima, si es en eso en lo que estás pensando.
—No he dicho que lo hiciera —contestó Meredith, eligiendo sus palabras con mucho cuidado—, pero no estoy segura.
—¿Qué te ha contado Susan
—Sólo que un día llegaste a casa después del trabajo y descubriste que se había ido. Y que Kelsey estaba ía pasado.
—Barbie adoraba a Kelsey. Desde el momento en el que descubrió que estaba embarazada, la niña fue el centro de su vida. Con Kelsey estaba más tranquila de lo que lo había estado nunca.
—¿Antes no era una mujer tranquila?
—Barbie siempre fue una mujer muy sensible, lo que a veces le dificultaba la vida. Podía llegar a alterarse por las cosas más insignificantes. Pero, por otra parte, también eran capaz de hacerla feliz las cosas más nimias.
—¿Cuánto tiempo llevabais casados cuando se quedó embarazada?
—Cuatro años.
—¿Y ella trabajaba?
—Había estudiado periodismo y, antes de que Kelsey naciera, trabajaba en el Tulsa Times. Después dejó de trabajar. No soportaba la idea de dejar con nadie a la niña.
—¿Y tú que opinabas?
Mark la miró de pronto como si acabara de darse cuenta de con quién estaba hablando. Y del tipo de preguntas que le estaba haciendo.
—La animaba a quedarse en casa. Yo también estaba loco por la niña y no quería dejarla con nadie siendo tan pequeña.
—¿Tú mujer echaba de menos su trabajo?
—Ésa es la parte más absurda —dijo Mark, inclinándose hacia delante y frotándose las manos—. No parecía echarlo de menos en absoluto. Durante los primeros años de vida de Kelsey, parecía inmensamente feliz. Ahora, cuando miro hacia el pasado, me doy cuenta de que también había signos que indicaban que estaba sufriendo. Sé que debería haberla animado a volver a trabajar, pero entonces no me di cuenta.
—Es duro cambiar. También le habría costado mucho volver al trabajo, aunque hubiera sido ésa la decisión más acertada. Pero, por lo que dices, no parece que lo hubiera sido.
—No tienes por qué justificarme.
—No lo estoy haciendo.
Mark la miró en silencio durante largo rato y, de pronto, Meredith supo que algo había cambiado. En él. En ella. No sabía lo que era. Estaba demasiado cansada emocionalmente como para averiguarlo.
—¿Entonces, qué ocurrió?
—No soy capaz de señalar nada que fuera especialmente mal entre nosotros. Lo único que puedo decir es que los estallidos se hacían más frecuentes, provocados por las cosas más inofensivas, y que Barbie ya no parecía feliz con nada.
—Excepto con Kelsey.
—Sí, excepto con Kelsey. Por lo menos hasta que la niña comenzó a ir al colegio. Entonces, incluso Kelsey parecía provocarle tristeza. La niña ya no la necesitaba tanto y supongo que se sintió abandonada.
—Muchas mujeres sienten algo parecido cuando su primer hijo comienza a ir al colegio.
—Sí, pero en el caso de Barbie era algo más que eso. Parecía incapaz de ser feliz con ella misma a pesar de que lo intentaba desesperadamente. Estaba continuamente preocupada por todo. Comenzó a enfermar y a ser incapaz de cuidar a Kelsey. Kelsey también enfermaba.
—Parece un caso de depresión.
—Le supliqué que le consultara a un especialista. E incluso me ofrecí a ir yo también al psiquiatra. Pero decía que no necesitaba ayuda psicológica y que ella quería controlar su propia mente. También la preocupaban los efectos secundarios de la medicación.
—Debía de ser una mujer fuerte y decidida.
—Llevaba una temporada durmiendo demasiado y sabía que no era bueno, así que comenzó a consumir bebidas con cafeína. Decía que la hacían sentirse bien, que le levantaban el ánimo. En cuestión de meses, llegó a tomar una docena de refrescos de cola al día. Cada vez estaba más nerviosa y empezó a tomar tranquilizantes. Su humor se volvió imprevisible.
—Un círculo vicioso —dijo Meredith, agradeciendo aquella información que le serviría para acercarse más a Kelsey.
—Intenté que hiciera ejercicio, pero aquello duró menos de un mes. Después intentó estudiar fotografía y diseño web, pero duró todavía menos y al final terminó frustrada.
—¿Por eso se marchó? ¿Para probar algo nuevo?
—Se marchó el día que descubrí su secreto y le dije que tenía que parar inmediatamente.
—¿Estaba teniendo una aventura?
—Era adicta a las anfetaminas.